Su pene estaba erecto. Yo subía y bajaba la piel del prepucio, su glande salía y se escondía, salía y se escondía. Él me miraba con impaciencia. Yo sabía lo que tenía que hacer, pero no me atrevía a comenzar. La música de la planta de abajo llegaba hasta la habitación. Abajo nuestros padres celebraban con otros amigos; sus padres cumplían veinte años de estar casados.
– Nos pueden descubrir – le dije.
– No nos van a descubrir, hazlo…
Y lo hice. Acerqué mi rostro y metí su pene en mi boca. Yo estaba excitado. Aunque no quería admitirlo, yo llevaba mucho tiempo queriendo chupárselo. También tenía miedo, no quería que alguien nos descubrieran mientras yo le hacía sexo oral a mi mejor amigo. Levanté la mirada y vi que disfrutaba de mi felación. Tenía sus ojos cerrados y su boca abierta. Me sentí orgulloso, lo estaba haciendo bien. Cerré mis ojos y me dediqué a complacerlo. Recorrí con mi lengua cada pliegue de su piel y metí su falo tan profundo como pude. Mi garganta era el límite. Entonces lo sacaba y comenzaba de nuevo. Me gustaba el sabor de su pene, era igual al sabor de mis fluidos cuando me masturbaba. Yo esperaba recibir de un momento a otro su eyaculación en mi boca, lo deseaba. Quería ser invadido por su aroma, quería probar su semen, pero él no quería terminar en mi boca.
Julián se incorporó, me atrajo hacía el para besarme y paladeamos el sabor de su pene entre nuestras bocas. Yo estaba en trance. Darle sexo oral a mi amigo era lo más excitante que había hecho en toda mi vida. Nuestros rostros estaban tan cerca que podía sentir su respiración sobre el mío. Entonces el comenzó a bajarme el pantalón. No opuse resistencia. Cuando mi ropa cayó al suelo él me giró e hizo que me colocara en la orilla de la cama. Escupió en una de sus manos y luego comenzó a aplicar la saliva entre mis piernas. Yo me quedé quieto, esperando. Mi pene estaba erecto y sentí vergüenza de que él lo viera así. Julián se puso sobre mí y colocó su pene en la entrada de mi recto. De un momento a otro sentí que él empujaba con fuerza, queriendo entrar en mí. Mi ano no cedió. Entonces empujó nuevamente usando el doble de fuerza, pero tampoco logró penetrarme.
– Relájate – me susurró al oído.
Yo lo tomé de la mano e intenté calmarlo.
– Tienes que dilatarme – le dije.
Él asintió y después de ensalivarse metió uno de sus dedos por mi ano. Estaba ansioso y maniobraba en mis entrañas con fuerza. Era la primera vez que metía sus dedos en mí y yo me sentía feliz, pero también sentía dolor. Lo estaba haciendo demasiado rápido, con demasiada violencia. Le pedí que fuera más gentil pero no me escuchó. Metió un segundo y un tercer dedo. Yo lancé un gemido de dolor. Julián no podía esperar más y volvió a ponerse sobre mí. Colocó su pene en mi entrada y volvió a empujar. Su intento de dilatación, aunque había sido torpe, había logrado romper el sello que cerraba mi entrada y esta vez pude sentir que su glande comenzaba a entrar en mí. Nuevamente sentí dolor y por instinto apreté con todas mis fuerzas mi esfínter para hacerlo salir. A Julián no le gustó mi renuencia y volvió a embestirme, pero esta vez no logró abrirme ni siquiera un poco.
Entonces lo percibí. La música del piso de abajo había bajado drásticamente el volumen: la fiesta estaba terminando.
– Ya casi entra – me dijo Julián mientras intentaba montarme de nuevo.
Yo lo rechacé y me incorporé. Julián quedó desconcertado por un momento. Había estado tan cerca de hacerme suyo y ahora parecía que todo había quedado en un intento. Se acercó a mi e intentó besarme. Yo lo rechace al tiempo que me acomodaba la ropa.
– Vamos a hacerlo – insistió.
– Ya no hay tiempo – respondí.
Escuchamos a mi papá decir que era hora de irnos mientras se acercaba a la habitación. Julián corrió hacía el baño. Mi padre abrió la puerta justo un momento después de que yo me hubiera sentado en la cama y tomado el mando de videojuego.
– Es hora de irnos – me dijo mi padre.
– Sí – respondí.
Después de que papá cerrara la puerta corrí al baño y encontré a Julián masturbándose.
– ¡Rápido – me dijo – ponte de rodillas!
Sin perder un momento me puse de rodillas y metí su pene nuevamente en mi boca. Unos instantes después el semen de Julián comenzó a inundar mi boca. Pensé que me ahogaría, Julián eyaculaba demasiado. Comencé a beber su semen y entonces supe cuanto lo amaba. Él gruñía y gemía. Yo solo emitía sonidos ahogados por el pene que taponeaba mi boca. Mantuve su pene dentro de mí incluso después de que él hubiera terminado de eyacular, no quería sacarlo de mí, pero entonces escuche a mi padre insistir en que era hora de irnos. Me puse de pie y lo miré a los ojos.
– Bebí tu leche… – le dije.
– Sí, lo hiciste – y entonces me besó.
Mi padre gritó nuevamente y yo me separé abruptamente de mi amigo.
– ¡Dame enjuague bucal! – le exigí desesperado a Julián.