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Perdido en el campo (2)
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Después del primer episodio, solo mantuve unas pocas charlas por celular con Enrique, que así se llama el tipo que me cogió por primera vez. Y las últimas llamadas y mensajes no me los contestó. Me sorprendió porque él parecía muy entusiasmado en verme de nuevo. Yo estaba en un estado de ansiedad permanente. Quería repetir esos momentos pasados a su lado. Pensé en visitarlo por sorpresa, pero no estaba seguro de cómo podía él recibir mi atrevimiento. Y además podía ser que no lo encontrara solo. Entonces ideé un plan que podía resultar… y resultó… ¡terrorífico!

La idea era llegar hasta la entrada de su campo y, sin ingresar al mismo, tratar de ser visto por Enrique. Y un sábado fui a la quinta y me preparé. Tal eran las ganas de verlo, que en una hora ya estaba listo para salir. Un poco de delineador, lápiz de labios, y una peluca rubia, hacían que mi rostro se viera bastante femenino. No era una hermosura, pero era al menos pasable. Me puse ropa interior negra, medias transparentes al tono, y los tacos altos rojos que tanto le habían gustado. Luego una camisita blanca de mangas abullonadas, y una pollera a media pierna de lycra de color gris. Completé mi atavió con un sacón negro de piel sintética. Me dirigí hacia mi auto y partí rumbo al campo de Enrique.

Llegué al lugar sin ningún contratiempo y estacioné frente a la tranquera de entrada. Esperé largo rato, pero no se veía movimiento alguno. Toque un par de veces la bocina, y nada. Intenté comunicarme con él por celu, pero no obtenía respuesta alguna. Con la frustración a cuesta, decidí regresar. Pero esta vez no podía dar la vuelta en su entrada. Había un volquete que ocupaba casi todo el ancho. Decidí buscar más adelante un lugar donde poder girar. A unos metros el camino estaba algo barroso, como me había advertido Enrique la vez anterior. Comencé a sentir temor de quedarme en el barro de nuevo. Por lo tanto, debía tener sumo cuidado.

A unos cincuenta metros de la primera tranquera, y cuando las ruedas habían empezado a patinar bastante, encontré otra entrada. Con cierto alivio comencé a maniobrar para entrar suavemente en ese caminito. Pero el destino estaba a favor del barro y en contra mío. Al patinar en el suelo barroso, la rueda delantera izquierda se metió en la zanja. Desesperado puse el auto en reversa y aceleré a full. En lugar de salir, se siguió deslizando y la rueda derecha también cayó en la zanja. No era muy profunda, pero tenía barro blando y no podía salir. Me quería morir. ¡No podía ser que de nuevo estuviera encajado!

Tembloroso y asustado bajé a ver. Las ruedas estaban enterradas casi hasta la mitad. No podía creer como me había encajado así. Sin ayuda era imposible poder mover el coche. Era digno de una película de terror, y lo que sucedió después, lo confirmó. Lo único que podía hacer era tratar de encontrar a Enrique. Hasta pensé que si lo veía él pensara que lo hice a propósito y se enojara, pero era la única opción que tenía. Fui hasta la tranquera y comencé a golpear las manos y gritar su nombre. Lo estuve haciendo por varios minutos, pero no se veía ningún movimiento, ni se escuchaba ruido alguno. Y en ese instante todo empeoró considerablemente.

A unos 50 o 60 metros pasando el lugar donde estaba mi auto en la zanja, divisé a tres tipos que venían caminando por la calle. Tenía que ocultarme, e instintivamente me dirigí hacia el auto. Ese fue mi segundo error. Ellos y yo estábamos a la misma distancia del vehículo. Yo me quise apurar, pero no era nada fácil lograrlo. Yo estaba con tacos altos. Obviamente, cuando ellos se encontraban a la altura del auto, a mi me faltaban varios metros para llegar. Estaba perdido.

Al principio creyeron que yo era una mujer, aunque eso podía resultar bueno o malo, según las circunstancias. Uno de ellos me preguntó amablemente:

-¿Que le pasó, rubia?

-Me quedé encajada y no lo puedo sacar. -contesté yo, tratando de impostar la voz.

-Nosotros la vamos a ayudar, señorita.

Hasta ahí parecía ir todo bien, pero uno de ellos venía con signos de estar ebrio. Se acercó a mi y me abrazó. Yo me quedé helado, sin decir palabra. El que había hablado primero le dijo que me dejara en paz, pero el sujeto no le hizo caso alguno. Y el abrazo inicial se transformo en manoseos. Obviamente me resistí, pero ese día estaba predestinado a sufrir. En el forcejeo, el tipo me tomó del pelo y se quedó con mi peluca en la mano. Todos quedamos estupefactos. Yo por el pánico que sentí, y ellos por descubrir que yo era hombre. A partir de ahí todo se convirtió en un verdadero desastre.

El buen trato se fue a la mierda y todos comenzaron a empujarme, maltratarme e insultarme. No recuerdo todos los insultos, pero me trataron de "puto de mierda", "mariquita boba", "puto asqueroso y chupapijas", "marica culo roto", y cosas por el estilo. Yo caí de rodillas al piso y me largué a llorar como un chico. Eso los detuvo por unos instantes. Yo de reojo veía que hablaban entre ellos. Y después me hicieron una propuesta. Ellos me ayudaban a sacar el auto de la zanja y yo tenía que dejarme coger. La otra opción era que dejaban el auto como estaba y se iban a sentar a un costado para ver como me las arreglaba y me seguirían insultando y "divirtiéndose". Obviamente que debía optar por lo primero. Porque la segunda opción no me asegurara que cuando ellos quisieran no me cogieran por la fuerza.

Yo pensé que cuando liberaran el auto podía tener una oportunidad para huir, pero no eran estúpidos. No me dejaron subir al vehículo. Uno de ellos tomó el volante y los dos restantes metieron un tronco debajo del tren delantero y comenzaron a hacer palanca. En el tercer intentó pudieron sacarlo. Obviamente se dirigieron a mí. Y nada de organizarnos. Me quitaron la camisa bruscamente y de un tirón me sacaron la pollera. El que estaba borracho sacó un cuchillo y me cortó la tirita de la tanga. De casualidad no me cortó a mi.

Enseguida me encontré nuevamente de rodillas y con una verga frente a mi cara. Antes de que yo intentara comenzar a chuparla, prácticamente me cogió la boca. La metía con fuerza y creí que me ahogaba. Y si de coger hablamos, el que estaba bebido, se posicionó detrás mío y me metió la pija de un empellón. No era demasiado grande, pero sin lubricación adecuada, me hizo ver estrellas. Ahí estaba yo, ensartado por la boca y el culo, y sin poder escapar. Pero esa imposibilidad de huir se transformó en aceptación y entrega. Aunque me parecía algo anormal, yo comenzaba a disfrutar el momento. Y rápidamente me inundó el placer. Bueno, a decir verdad, también me inundó el semen de los dos tipos.

El que me acabó en la boca se retiró, pero su lugar lo ocupó el que me había cogido. Quería que le limpiara la pija con los labios. Mientras eso hacía, pude ver de reojo que el tercero dejó caer su boxer y peló tremenda pija. Comencé a experimentar un ligero temblor. Esa pija me iba a partir en dos. Pero este tipo resultó un poco más "amable" que sus compañeros. Me llenó el culo de saliva y la fue metiendo de a poco. Y me decía que iba a detenerse cuando me fuera doliendo. Además me trataba distinto. Me decía cosas como "putita linda", "mi amor". En cambio el primero me decía "puto marica" o "mujercito". Y el borracho directamente me trataba de "puto tragaleche". En definitiva con el último gocé más, aunque su pija me hizo doler bastante. Después de ser cogido por los tres, cumplieron su palabra y se fueron. Pero antes me hicieron la última maldad. Me dejaron la llave del auto colgada de una rama, como a cien metros de donde yo estaba.

No me quedó más remedio que ir a buscarla. Y así tuve que andar por el camino. En pollera medias de nylon y tacos altos. Para colmo la peluca había ido a parar a la zanja y no servía más. A la camisa le faltaban los tres botones superiores, por lo que quedaba el corpiño a la vista. Y no tenía bombacha. Cuando volví al auto me miré en el espejo y tenía el delineador corrido por el llanto. Y a eso debía sumarle que las medias tenían manchas de barro en la parte de las rodillas. En una palabra, estaba hecho una porquería. Solo pude sacar agua del bidón que llevo en el auto, y lavarme un poco la cara, las manos y los brazos. Juré que a partir de ese momento siempre llevaría ropa y calzado masculino en el auto.

Y de Enrique, ni noticias. Por lo tanto, ya un poco más tranquilo, y con la expectativa sexual colmada, decidí volver a mi quinta. Pero lamentablemente el destino siguió jodiendome la existencia. Cuando llegué a la ruta principal me di cuenta que me estaba quedando sin combustible. Y debía parar si o si a cargar. No me podía arriesgar a tener que seguir a pie en las condiciones que yo estaba. El asunto ahora era como presentarme en la estación de servicio. ¿Que iba a pensar el despachador al verme bajar del auto? Pero eso lo dejo para un próximo relato Espero que disfruten leyendo este como con el anterior. Saludos a todos.

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