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Mi harem familiar (5)
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Tiempo de lectura: 13 minutos

El sábado 14 a las 8 am, salíamos de casa en la moto, rumbo a Boca de Uchire. Ya habíamos despachado una gran maleta por Aerocav, para retirarla allá cuando arribáramos a Porlamar. En ella habíamos enviado parte del dinero que gastaríamos. Otra parte la llevábamos encima, repartida entre ella y yo. En casa quedaban Miriam, Ana y Andrea, a la expectativa de una llamada telefónica para anunciarles que habíamos llegado a Porlamar, al apartamento de Ana Marisax.

La ruta la hicimos sin apuros, nos parábamos por los pueblos de Barlovento, a Sugey le provocaba orinar cada tanto. ¿Sería de vejiga pequeña o nerviosa? Como a las 12 del mediodía llegamos al motel en Boca de Uchire y nos registramos. Descansamos, nos pusimos los trajes de baño, algo recatada ella, por si acaso y nos fuimos a almorzar a un pequeño comedero en la carretera, después de pasar la entrada al pueblo. Pescado frito.

Para relajarnos un poco, bajamos hasta la playa y nos buscamos una sombrita bajo una Uva de Playa frondosa. Así pasamos la tarde, conversando y yo sin perder oportunidad de cortejarla. Porque de todas, todas, en este viaje sería mía o me volvería loco. Ya casi de noche, fuimos a una panadería y compramos lo necesario para unos sándwiches de jamón y queso y bebidas para cenar y nos fuimos al motel. Metí la moto en la habitación, por previsión de un robo y nos duchamos, primero ella y después yo. No quise forzar la barra de bañarnos juntos, porque el viaje apenas comenzaba. Ya habría tiempo y mejor lugar para ello. Dormimos abrazados, como ya teníamos por costumbre y al despertar nos higienizamos, vestimos y sacamos la moto. Recogimos y partimos hacia Puerto La Cruz.

Por el camino desayunamos y seguíamos con la historia de parar en todas partes. Ya en Puerto La Cruz, llegamos a un hotel más digno, dejamos la moto a buen resguardo y subimos a ducharnos y cambiarnos con la muda que llevábamos en el morral. Luego fuimos a almorzar a un restaurante pequeño cerca del hotel y regresamos a la habitación. Dormimos la siesta abrazados, para variar y ya todo me empezaba a sonar muy musical. Me sentía feliz en compañía de tan especial mujer.

Me autoanalizaba. ¿Realmente la amo, como mujer o solo es un espejismo? ¡Claro que sí! ¿Podremos llegar a algo ella y yo, siendo madre e hijo? Solo si ella se atreviese a dar el paso adelante, porque yo estaba absolutamente decidido. ¿Y qué pasaría si ella no se decidía? Me hundiría en una gran tristeza. ¿Acaso no me podría ser suficiente mi hermana Ana? Ya era mía. Y según Ana, mi tía Miriam y mi prima Andrea podrían caer en mis manos, fácilmente, rapidito. Ambas eran mujeres hermosas y maravillosas que carecían de afecto masculino. Miriam, de más de 20 años de un matrimonio triste y desolador y Andrea, al igual que Ana, de una serie de desencantos más sexuales que románticos. No tenían suerte, les tocaban unos memos que daban miedo.

Al anochecer, salimos a comernos unas hamburguesas y regresamos a la habitación, para dormir temprano hasta las 3 am en que deberíamos ir a hacer la cola para abordar el Ferry.

Lo cierto es que después de hacer la cola y abordar y luego de una travesía muy tranquila de poco más de 4 horas por viento en contra, arribamos a Porlamar. Como habíamos entrado de primeros, nos tocó salir de últimos, pero solo fueron 15 o 20 minutos. Y llegamos al apartamento, entramos, revisamos, abrimos el agua, pusimos los breakers, el gas y decidimos ir a Aerocav a buscar nuestra maleta. Para ello, tomamos un taxi, porque la maleta era muy grande para que Sugey la llevara con seguridad en la moto. Habíamos dejado la moto a buen resguardo en el puesto de estacionamiento techado y enrejado. Cada puesto tenía sus propias rejas y candado.

En Aerocav no encontraban la maleta. Eso nos puso nerviosos. Pero de pronto apareció un muchacho más pilas y la encontró casi delante de sus narices. Solo tenía la etiqueta volteada y el idiota anterior no la identificaba. La retiramos, al fin y nos regresamos al apartamento. Eran las 02:30 pm y teníamos hambre. Llegamos, nos duchamos, nos vestimos y salimos a almorzar, en la moto.

Un restaurante muy agradable, italiano, con unas pastas y unas pizzas cocidas a la leña, diferentes a lo que se consideraba comida rápida. Dio gusto. Luego de almorzar, nos fuimos a pasear hacia el Valle del Espíritu Santo, porque mami quería visitar la iglesia de Nuestra Señora del Valle, de la que era devota, muy a su manera. De lejitos, pero creía en ella. En casa no éramos practicantes de la religión, ni siquiera íbamos a misa, porque compartíamos el adagio aquel que dice que las religiones son el opio de los pueblos. Pero creíamos en Dios, Jesucristo y en la Virgen María. Por la noche, luego de cenar y pasear un rato a la luz de la luna por la playa cercana al apartamento, agarraditos de las manos, me confesó que le había pedido algo muy especial a la virgen, a Vallita, como le dicen sus devotos.

– ¿Y que fue eso tan especial que pediste? Seguro que la Virgen te lo concede, porque tú eres una buena persona, debes haber pedido algo muy fácil de conceder… conociéndote, a lo mejor pediste salud y prosperidad para nosotros cinco.

– Le pedí a la Virgencita que me ilumine para seguir mi camino y encontrar la verdadera felicidad. Que me permita vivir conmigo misma, sin arrepentimientos.

– Es algo muy digno de ti. Debí imaginármelo.

– Gracias, mi amor, te amo con toda mi alma.

Esa noche dormimos abrazados y me sentía feliz de tenerla en mis brazos. Cada día que pasaba con ella, era un día lleno de sensaciones maravillosas. Respirar el aire que ella respiraba ya era una bendición por sí sola. Sentir el calor de su piel y el aroma que desprendía, era un regalo de Dios. Si a eso le agregaba esas caricias que la doña me otorgaba cuando pasaba sus uñas por mis pectorales, mesando mis vellos y a veces jalándolos suavemente, pues, imagínense. Y mis dedos acariciaban sus redondeces, suavemente, casi sin tocar y mis labios besaban su cabello y su rostro. ¿Ustedes, lectores, saben lo que es estar enamorado de una persona realmente especial? Los que puedan responder que sí, entenderán fácilmente lo que yo sentía.

La señora no me había concedido el sí, ese tan ansiado permiso para amarla como mujer, pero me tenía en la gloria.

Por la mañana nos levantamos de un maravilloso humor, sol y brisa nos esperaban. Nos duchamos, nos pusimos los trajes de baño, ella un bikini de infarto y yo mis clásicos bermudas y con franelas y pantalones cortos, zapatos Adidas y toallas, nos dispusimos a ir a desayunar por el camino, rumbo a una playa del norte de la isla, que yo había conocido antes.

Y llegamos a Playa Caribe. Allí el mar, el sol y la tranquilidad, son uno solo. Ninguno está jamás sin los otros. Desayunamos en un kiosquito y nos fuimos al final de la playa, cerca de las rocas. Allí paramos la moto, le puse su camuflaje por encima para protegerla del sol y nos quitamos la ropa para quedar en trajes de baño.

Sugey me pidió que le pusiera bronceador por la espalda y las piernas y se tumbó boca abajo para facilitarme la tarea. Yo me sentía el rey del mundo acariciando a semejante mujer, provocativa y sensual. El bikini a duras penas ocultaba sus areolas y su vello vaginal y púbico. Era de esperar que con un movimiento brusco, por ejemplo una batuqueada de una ola, todo se despelotara. Pero ya enfrentaríamos esa situación cuando llegase el momento. Por lo pronto, su belleza llenaba mis pupilas y de qué manera. Y mi anaconda se despertó.

– ¡Muchacho! ¿Has visto cómo está “tu mejor amigo”? ¡Mete miedo! Creo que deberías meterte al agua a ver si te calmas… jjijiji…

– Eso es culpa tuya, eres tú quien lo pone de esa manera. Él es muy tranquilo, pero si le buscan la vuelta, se alebresta.

– No, mi amor, yo no he hecho nada, ni siquiera lo había mirado y de pronto me asustó. Aunque te digo que me siento halagada, porque por aquí no se ve a más nadie. No sabía que producía en él esos alebrestes… jijiji…

– Vamos al agua, acompáñame, por favor. – le solicité.

– ¿Y si me muerde? Me da miedo, parece muy salvaje, no sé, digo yo. ¿Cómo es que tú lo llamas? Jajaja.

– Yo no, fue Ana que lo bautizó Anaconda.

– ¿Ana? ¿Mi hija Ana o Marisax?

– Tu hija Ana. Ella vio una en el Parque del Este, hace años, un día que fuimos juntos y dijo: “Ay, hermanito, se parece a tu cosa” allí, delante de todo el mundo. Las loqueras de ella. Desde entonces, lo llama así.

– Y ¿entonces ella ya te lo había visto? – me preguntó, realmente interesada.

– Mamá, de siempre. Cuando éramos pequeños nos bañábamos juntos y a veces jugábamos y nos quitábamos la ropa. Siempre me lo agarraba porque decía que parecía un gusanito. Después, ya crecidos un poco, a veces iba a mi cuarto por las mañanas y me encontraba con la cosa parada y entonces empezó a decir que el gusanito ya no era ni siquiera gusano, sino gusanote y hasta trataba de agarrarlo para jalármelo, pero ya yo no la dejaba, estábamos más grandes. Hasta ese día de la culebra, que lo bautizó Anaconda. Y sí, me lo ha visto muchas veces, creo que más que tú.

– Es cierto, mi amor y una vez me dijo que le gustaba mucho. Le dije que eso no estaba bien, pero me respondió que tú estabas mejor que todos los muchachos que ella conocía. Y que tu cosa era preciosa. Esa hermana tuya tiene un cable pelado, no sé, un cortocircuito. Por cierto, ustedes me dejaron boquiabierta con su rollo – me dijo de sorpresa.

Yo nunca he podido mentirle, porque me descubre enseguida, así que le respondí con la verdad:

– Si, mamá, ya llevamos 5 meses. En ese momento que nos descubriste ya teníamos dos. Yo creí que ella te lo había dicho. Me pidió que no te dijera, que lo haría ella, pero que necesitaba tiempo. Le pregunté que para qué y me respondió: Cosas de mujeres. Creo que debí decirte antes, para que no sintieras que teníamos algo escondido de ti.

– ¿Y cómo es que yo no me había dado cuenta antes? ¿En qué momento lo hacían? Dios mío, estoy perdiendo facultades… Ah, claro, en tu cuarto insonorizado. ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué ustedes me hacen esto?

– No lo hacíamos en casa, tú no estás perdiendo facultades, nada te pasa, es que somos muy discretos, eso es todo y te recuerdo que dijiste que era asunto nuestro. Así que de esa manera lo manejamos, es asunto nuestro y de nadie más.

– Pero yo pensé que había confianza. Me siento como apartada. Ustedes ya no confían en mí. Estoy mal. – y se puso a llorar.

– No llores, bonita, nadie te ha apartado, tu sentaste las pautas, no te quejes ahora. Y por qué razón ella no te lo habrá contado, lo desconozco. Tal vez porque no quiere que sientas celos. No sé.

– Snifff ¿Celos? ¿Y porque voy a sentir celos?

– Porque yo soy tu preferido, tu gran amor, según ella. Ana piensa que tú me ves cómo alguien de tu exclusiva propiedad. Que te pertenezco.

– Necesito tener una conversación muy seria con mi hija.

– Y me vas a poner a mí como un chismoso. Muy lindo. Ahora Ana se va a arrechar conmigo, por haberme ido de la lengua. Me jodí.

– No, mi amor, yo no te haría eso.

– Pero si le dices lo que hemos conversado, estoy jodido. Y si pierdo su confianza, me va a costar Dios y su ayuda recuperarla. Y ella es muy importante para mí. Por favor, no lo hagas. No quiero perderla.

– ¿Tanto así te importa?

– Más, mucho más. La amo casi tanto como a ti, con toda mi alma.

– ¿Y a mí me quieres cómo?

– A ti te amo como madre y como mujer, te lo he dicho montones de veces. Estoy enamorado y me la paso detrás de ti, te ataco, te cortejo, trato de seducirte, te enamoro, pero tú nada, no me das ni pizca de esperanza.

– Pero bueno, mi amor, soy tu madre, por Dios…

– Pero también eres una mujer, la más hermosa del mundo, para mí. Yo, por ti me dejaría matar, iría al infierno. ¿No lo entiendes? Te deseo, quiero que seas mía. Quiero ser tu hombre. ¿No lo comprendes? Nunca en mi vida he hablado más en serio con nadie. Si tu definitivamente me rechazas, me iré de aquí, al África, a perderme en la selva. Me meteré en la Legión Extranjera. No sé…

En ese momento, ya sin poderme controlar, la tomé de la cintura y la atraje hacia mí y la besé en los labios. En unos segundos que pudieron ser minutos, ella permitió que mi lengua entrara en su boca y entonces nos besamos con amor, con verdadero amor. Un beso de mi Sugey era un cúmulo de sensaciones que me transportaban a otros lugares jamás vistos ni explorados por nadie, al mundo de la contemplación de mi ser más querido.

– Guao, eso fue intenso… besas rico… – me dijo, ya tratando de recuperar el aliento.

– Tu besas mucho más rico. Nunca me había sentido así como ahora. Fue el mejor beso de mi vida.

– ¿Y los besos de tu hermanita querida no son así de buenos?

– Son maravillosos, ella es muy apasionada, pero nada te puede igualar a ti.

– Bueno, mira, ya hay bastante gente en la playa y mira el estado en que estás. Si no controlas a tu culebrota, nos van a botar de la playa. Métete al agua, que te tape y si quieres, alíviate. Yo te acompaño, como quien no quiere la cosa, para que nadie se dé cuenta. Pero no puedes seguir así.

En el estado en que me encontraba, no podía ni pensar por mí mismo, así que entramos al agua, me bajé un poco el bermuda y la trusa que llevaba debajo y empecé a menearme la cosa, poco a poco, después un poco más rápido, hasta que tomé mi ritmo y después de muchos minutos de estar en estado de casi levitación, acabé eyaculando como un preso. Hasta los testículos me dolieron un poco de la intensidad de mi eyaculación. Ella a mi lado, observaba mi cara y notaba los cambios que en ella se producían y creo que pudo notar lo brutal del momento. Luego, ya calmado y recobradas mi respiración y pulsaciones, salimos del agua y nos sentamos en las toallas, mirándonos como tortolitos.

– Tienes la mirada más dulce que te haya visto en mucho tiempo, mami. Te agradezco que hayas estado a mi lado. Aunque hubiera sido un momento más memorable si me hubieras ayudado.

– ¿Yooo? ¿Te refieres a que yo te hubiera masturbado?

– Exactamente. Hubiera sido grandioso y me hubieras hecho muy feliz. Además, era tu responsabilidad, después de todo. Jejeje.

– Yo no tengo la culpa de que tú te pongas así conmigo. Pienso que tienes que hacer algo al respecto, porque entonces, cada vez que vengamos a la playa y te pida que me pongas el bronceador, te vas a poner burrote. No puede ser. Y se supone que eso va a ser todos los días. Tu papá sabía controlarse. Inténtalo.

– Tal vez si yo pudiera recibir el tratamiento y los favores que él recibía de ti, entonces…

– Si, cómo no, ya vamos para allá… – me respondió graciosamente.

Ya más controlado, nos fuimos a caminar un poco por la playa, agarrados de la mano. Me sentía feliz de caminar con semejante hembra por esa playa, donde todos la miraban con deseo y admiración. Afortunadamente, nadie por esos lares nos conocía ni sabían que éramos madre e hijo.

– Mi amor ¿te fijas como la gente nos mira? Me da la impresión que piensan que soy una vieja verde, una asalta cunas, empatada con un chamo buenote.

– Tal vez otros pensaran que soy un chulo que se levantó a una madurita para sacarle plata. Pero te apuesto a que muy pocos pensarán lo que somos en verdad. Dos enamorados.

– ¿Estás seguro de eso?

– ¿De qué?

– De eso, de que seamos dos enamorados.

– Si. Siii… jajajaja. Te amo.

– Bandido. Yo también te amo.

Después del mediodía nos fuimos a almorzar en un kiosquito de la zona, que ofrecía unos parguitos y filetes de mero inigualables. Mami comió con ganas y se le notaba feliz. Esta aventura en moto con ella se mostraba sobre rieles. Todo iba saliendo mejor de lo esperado. Tal vez la próxima vez, ella me masturbaría. Tal vez.

Al terminar, quise mostrarle unas playas de mayor salvajismo natural. Unas dunas varios kilómetros más al norte, donde las olas eran ciertamente más fuertes. Nos subimos a la moto y llegamos en pocos minutos. Nos detuvimos a la sombra de un gran cují negro, tapé la moto con su camuflaje y nos dedicamos a caminar y observar el panorama. No se veía un alma en kilómetros a la redonda.

– Me encanta esta playa, es como más natural, sin indicios humanos… está increíble y sin un alma. – me dijo, contenta por lo que estaba viendo.

– Por eso te traje, para que vieras una playa libre de gente, natural, casi virgen. – le expliqué.

– Mi amor, en esta playa hasta se podría hacer nudismo, porque no se ve un alma. – me confió mamá, ilusionada con lo que veía.

– Si, mi amorcitico. El punto es ¿te atreverías?

– No sé, mi cielo, tal vez. ¿A ti te gustaría hacerlo?

– Me encantaría.

– Pensándolo… La verdad es que contigo, me atrevería. Nunca lo hice antes, aunque sé que a papá le hubiera gustado, pero es que en público yo no podría. Pero sola contigo, sí creo. Vamos a probar haciendo topless en este momento. – y procedió a quitarse el top del bikini, dejándome ver aquellas dos maravillosas protuberancias que una vez me alimentaron.

Dios, las tetas más hermosas, perfectas, que existían. Yo nunca me cansaría de admirarlas. Mejores, ciertamente, que las de Simona, que ya eran espectaculares.

– Parece que te gustan mis teticas, si no cierras la boca te puede entrar una mosca, digo yo, no sé… jajaja.

– Me encantan, son las más hermosas que he visto. Supongo que las de Miriam deben ser iguales, pero ya, nadie más las debe tener así.

– ¿Y las de Ana? – me preguntó.

– Hermosas, pero no a este nivel.

– ¿Y las de Simona?

– Lo mismo.

– Me halagas… te adoro, sabes bien mantener a una chica con el ego arriba. Con razón que tienes tanto éxito con las mujeres.

– Contigo espero coronarme…

Al decirle eso, ella se mordió el labio inferior y me miró de un modo realmente seductor, como alguna vez la vi mirar a papá. Sentí ganas de tumbarla en la arena y hacerla mía. Me tenía a millón. De pronto:

– Amor, tu anaconda de nuevo… vas a tener que hacer algo al respecto. Aquí no la ve nadie pero ¿y cuando estemos en playas concurridas? Tienes que domesticar a esa fiera. Concéntrate, por favor. Y ponme bronceador en mis teticas, que se me van a quemar.

Casi me caigo de la impresión. Pero como el Boy Scout que alguna vez fui, “Siempre Listo”, que era nuestro lema, tomé el pote de crema y se lo unté deliciosamente en la piel de sus hermosas tetas. Me recreé en ellas hasta que la dueña me llamó al botón y me dijo:

– Mi amor, si sigues así me las vas a gastar, jejeje.

– ¿No será que te estás excitando? – le respondí.

Me miró dulcemente y mordiendo su labio inferior, una vez más, se alejó de mí hacia el agua, moviendo su anatomía en una clara incitación. Sus nalgas eran prodigiosas, hasta más tentadoras que sus tetas, al caminar. Aquello era una sinfonía de placer, verla caminar por la arena. La verdad, no sabía que iba a hacer yo con mi pene. No podía seguir así. La alcancé en el agua y la tomé de la cintura, mientras las olas reventaban sobre nuestras espaldas y tratábamos de mantenernos en pie. Luego de varias batuqueadas, salimos del agua, nos tomamos de la mano y caminamos por la playa. Entonces ella me dijo:

– Cielito, te voy a confesar algo, desde que tu papá murió yo he estado muy triste, perdida, me he sentido abandonada, he pensado que mi vida ya no tiene sentido porque me quedé sin marido, sin el hombre al que tanto amé, pero últimamente, desde que empezaste con tus locuras y ataques para conmigo, las cosas han cambiado un poco, mejor dicho, bastante. Sentirme cortejada por ti me ha hecho replantearme la vida un poco, darme cuenta que si bien mi esposo ya no está, aun los tengo a ustedes dos, Ana y tú. Más aún, con la llegada de Miriam y Andrea a nuestra casa, ahora el panorama para mí ha mejorado mucho, pero la verdad, el gran responsable de mi cambio eres tú. A diario me haces sentir bonita, querida, deseada. Yo creía que ya no podría sentirme así nunca más, porque el amor de mi vida se fue. Pero tú y las ideas locas de Anastasia me han repotenciado. Hace solo un año, ni siquiera hubiera pensado en venir a Margarita en moto contigo. Simplemente te hubiera dicho que no, que estabas loco. Pero henos aquí, tú y yo como un par de loquitos, inventando y disfrutando. No me lo puedo creer y te lo debo a ti, a mi hijo querido, a mi hombresote. No quisiera despertar mañana y darme cuenta que todo fue solo un sueño y que nada es verdad.

– Pues eso no va a pasar, porque esto es real, verdadero. Estamos aquí tú y yo, para disfrutar de la vida, de los placeres más sencillos. De ahora en adelante, no más tristeza, somos cinco personas que nos queremos y que tenemos la vida por delante, para disfrutarla y ser felices. – y le di un pellizco en una nalga, para que viera que no era un sueño.

Pasamos una tarde realmente maravillosa y llena de erotismo en esa playa. Tanto que me dijo al oído, de una forma muy sensual, que quería volver en la mañana, para hacer nudismo, los dos.

Esa noche fuimos a cenar y luego a bailar a una disco que estaba en la parte de atrás del restaurante. Ella iba con un vestidito corto, blanco, sin mangas, muy descotado y sin sostén. Creí habérselo visto alguna vez a Ana. Pero le quedaba de fábula. Solo llevaba una tanguita del mismo color del vestido. Pero los pezones estaban encendidos, yo temía que perforaran la tela del vestido y se escaparan. Su cabellera suelta, ondulada y alborotada le daba una apariencia de mujer de unos 30 años. Estaba arrebatadora, tanto que al salir del restaurante por poco tengo que darme unas trompadas con un tipo que casi se la come al pasar al lado de ella. Le reclamé su comportamiento, pero el tipo solo se relamía y ella me haló por un brazo para evitar males mayores. Ya sentados en la disco, me dijo:

– Mi amor, tengo que confesarte algo, pero por favor no me lo tomes a mal. Yo sé que estoy buenaza y tú me ensalzas a cada rato. Esta noche me puse este vestidito sin sostén porque me gusta provocar a los hombres. Es parte de mi lado oscuro. Pero no quiero que vayas a pelear por mi culpa. Yo me lo busqué, lo reconozco. Realmente solo trataba de darte gusto a ti, por tantos piropos que me das a diario. Me tienes muy mal acostumbrada, creo que ni tu papá me trataba así. Por cierto, este modelito no es mío, me lo prestó tu hermanita, con la recomendación que me lo pusiera para darte gusto. Tal vez a ella, con menos carnes que yo, se le vea un tanto menos provocador, pero a mí, sé que ésta noche estoy rompedora, pero quiero que sepas que es solo para ti. Te amo.

Aquella confesión me dejó de una pieza. La tomé de la mano y la saqué a bailar una canción muy romántica, Carpenters – There's a kind of hush, que se prestaba para enamorar a la más pintada. La estreché contra mí y sentí su cálida respuesta. Yo estaba en la gloria. Traté de besarla pero me pidió calma, porque no le gustaba dar espectáculo. Que en casa podríamos más tarde. Pero le hice sentir mi hombría en su entrepierna.

Al salir de la discoteca, nuevamente otro imbécil se propasó con ella, en clara referencia a sus pezones y a sus nalgas. Le di un coñazo en el plexo solar que cayó como una barajita, sin decir ni pío. Ella me haló por él brazo y nos subimos rápidamente a un taxi, para alejarnos del sitio y de un eventual problema. Llegamos al apartamento y yo seguía ofuscado y ella preocupada. Me dijo:

– Creo que ha sido un error vestirme así, lo hice para ti, pero hay demasiadas bestias sueltas por la calle. No quiero que vayas a pelear por mí, me asusta mucho. No me perdonaría que algo te pase por mi culpa. No volveré a buscar problemas. No más provocar a los hombres, te lo prometo.

– Nada de eso, te vistes como tú quieras, porque ese es mi deseo, al igual que tuyo y los imbéciles que vean que hacen. Te prometo que voy a contenerme un poco, pero tú te vistes cómo te dé la real gana. Una mujer como tú tiene todo el derecho del mundo a sentirse hermosa y expresarlo en su vestir. Los hombres tienen que aprender a respetar.

– En este país de sangre tan mezclada eso es muy difícil. Latinos mezclados con caribeños y africanos, un coctel muy explosivo, sangre caliente. Si fuésemos solo indios o solo europeos, tal vez.

Esa noche dormimos tranquilos. La señora se puso una batica muy seriecita para dormir. Y de alguna manera me dejó entrever que la noche había terminado, antes que yo empezara a buscar la manera de besarla.

Continuará…

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