Llevábamos días dedicados a nuestras actividades cotidianas, hogar y trabajo. Pasaba el tiempo y las aventuras sexuales parecía que habían quedado atrás. Aunque, de surgir el deseo, arreglar una cita no había sido inconveniente, el tiempo iba pasando y concentrábamos nuestra atención en otras prioridades. Y, dada es rutina, no habíamos conversado ni habíamos contemplado volver a las andanzas.
Un día, sin embargo, el diablo tocó a mi puerta. Wilson, el corneador habitual, me contactó por whatsapp. Patrón, me dijo, porque tan perdidos. Tengo ganas de verlos nuevamente. Hola, Wilson, contesté. La verdad, hemos estado tan ocupados en otras cosas, que no hemos considerado siquiera la posibilidad. Tengo la herramienta que se estalla, patrón, volvió a insistir, y solo espero su orden para ver si le hacemos un mantenimiento a la patrona… ¿Le parece? En ese instante volvieron a mi mente recuerdos de encuentros pasados y cómo mi esposa había disfrutado a placer de aquel hombre, pero, en las actuales circunstancias, yo la veía muy desinteresada del asunto.
Pues, respondí, no hemos conversado del tema y no quisiera yo forzar situaciones. Además, usted, sabe, finalmente es ella quien dispone si hay n no tal posibilidad. Dependemos de que esté dispuesta y con ganas. Y, siendo sinceros, hoy, por ejemplo, no la veo con esa disposición. Y ¿qué propone? Preguntó él. Yo hago lo que ustedes me digan. Es que no se imagina usted las ganas que tengo de volver a estar con su señora. Esa manifestación de intención, así, tan franca y espontánea, me excitó. ¿Por qué no? Me cuestioné a mí mismo. Déjeme ver y yo le toco el tema ella, a ver qué me dice, pero no prometo nada. Usted ya sabe cómo es ella.
Sí, yo lo sé. Ella se hace de rogar, pero una vez que da su consentimiento se entrega como ella solo sabe hacerlo. Y por eso quiero volver a pegarle una probadita. ¿No se molesta por decirle eso? Para nada, respondí. Con solo hablar de esto ya se me despertó la calentura y estoy imaginándome cómo volver su deseo una realidad. El asunto, Wilson, es que tenemos que hacer que la iniciativa salga de ella. Si acaso percibe que es por darnos satisfacción, o por complacernos, cualquier cosa que pretendamos hacer no va a funcionar. Sí, yo lo sé, contestó. Pero, hagamos algo. Okey, respondí. Déjeme ver qué me invento.
Por esos días habíamos hablado con ella sobre qué nos motivaba a experimentar sexualmente fuera del matrimonio y, en el caso de mi esposa, estaba claro que había varias razones en su catálogo de justificaciones. El experimentar placer físico estaba a la cabeza de sus justificaciones. Ella no tenía dudas en que la posibilidad de un buen orgasmo era más que suficiente para procurar decir sí al hombre adecuado. Además, reconocía abiertamente que un hombre atractivo era el elemento básico a la hora de despertar su interés por liberar esa energía sexual y estar con él. Eso ya lo había vivido yo y no era tema de discusión.
También se consideraba como el estado de excitación influía para que ella se mostrara o no dispuesta para aventurarse sexualmente con una pareja diferente a su marido. Y recordaba yo como el tamaño y dureza del miembro de Wilson había sido decisivo a la hora de decidirse a la cama con él en la primera cita. Pero también era evidente sus ganas de demostrar su capacidad de seducción, sintiéndose de esa manera segura y bien consigo misma, lo cual tenía que ver con la galantería y piropos que despertaba en los hombres cuando interactuaba con ellos.
Era un hecho, en el caso de mi esposa, que le llaman poderosamente la atención los hombres inteligentes, varoniles, decididos, de buena conversación y finos modales, estimulándose y excitándose de manera adecuada a través del proceso de seducción que viene involucrado cuando los machos están decididos a llevar a la cama a una mujer. Wilson, sin embargo, era un tipo bueno para tener sexo, y nada más. Si mi mujer no tenia ganas de echarse una despabilada sexual, poco interés despertaría el que yo le propusiera un encuentro con él. Si no era de su interés, ¿A cuenta de qué? preguntaría ella.
Estaba claro para mí que los quehaceres de la vida cotidiana pueden bombardear nuestro deseo sexual, la reunión que nos tiene preocupados, el compaginar la vida laboral con la vida personal, estar desempleado o el asumir responsabilidades de terceros como propias pueden hacer que esa energía y deseo disminuya. Pero, ¿cuándo, entonces, se podría volver a la normalidad y despertar esa chispa para que surgiera espontáneamente la intención y el deseo por la aventura?
La propuesta de Wilson me tenía cabezón de tanto pensar. No quería ser directo con mi esposa y hacerle ver que era más una cosa mía que de ella, pero no sabía cómo proceder. Y, en ese transcurrir de ideas, se me ocurrió propiciar un encuentro espontáneo y casual con el corneador. En teoría, nada “premeditado”. La película, obviamente, tenía que ser sugerente, excitante y despertar la energía sexual. En la cinemateca, algo cultural, estaban proyectando una serie de cine erótico. La película en cartelera para esa semana era “Belle de Jour” con Catherine Deneuve. La propuesta, pensaba yo, no tenía nada de raro y, como estábamos sumergidos en temas de sexología pro aquello días, como parte de nuestros estudios de psicología, aquello caía como anillo al dedo.
El tema era hacer coincidir a Wilson en escena para que un potencial encuentro surgiera de manera espontánea y casual. Al principio no sabía cómo hacer, peo poco a poco las cosas parecieron ir encajando. Hola, Wilson, le escribí en el whatapp. Me tiene que ayudar si quiere que la cosa funcione y pueda utilizar su herramienta. Lo que usted mande, patrón, contestó. Vamos a asistir a una película. Saldremos del cine a eso de las 7:30 pm. Mi idea es ir a comer sobre el restaurante que queda sobre la carrera séptima entre calles 22 y 23. Espero acomodarme al lado de los ventanales para tener vista a la calle.
¿Y cuál es el plan? Preguntó él. Pues que, más o menos a las 8 pm, usted se ubique en el paradero de bus que queda allí y, haciéndose el desentendido, mire hacia los ventanales y nos ubique, nos reconozca y se sorprenda de habernos visto. Yo, pretendiendo hacer lo mismo, lo saludaré y le haré señas para que venga y nos acompañe. Y después, vaya a saber qué va a pasar. Eso sí, necesito que vista elegante, vaya bien arreglado y perfumado. Y ¿por qué patrón? Me pregunta este joven. Pues para impresionar gratamente a la dama y que desee su compañía. Pero otras veces no ha habido necesidad de eso, me replicó. Bueno, pero esta vez sí, repuse enérgico.
Ah… Y otra cosa. Procure no insinuar nada sobre lo sexual cuando estemos conversando. Haláguela, como siempre, pero no vaya a forzar las cosas. Mejor dicho, dije, mientras más calladito, mejor. Deje que ella dirija y controle la conversación, que pregunte, sugiera y disponga, si es que se le despiertan las ganas de estar con usted. Espero que el tema de la película le despierte la calentura y, si así es, veo alguna posibilidad. Pero si no, nada que hacer. Comemos algo, charlamos y nos vamos. ¿Le parece? No, contestó él, yo creo que la convenzo. Déjeme a mí. Sí, respondí, yo sé de qué manera la convence, pero tenga en cuenta que supuestamente andamos en otro asunto y ella no va dispuesta a eso, a menos que se provoque. Sea delicado, considerado, muéstrese respetuoso y deje que ella vaya definiendo lo que quiere.
Acordamos que estuviera pendiente de su “whatsapp” para irle informándole de nuestros movimientos, de manera que él se pudiera ir ajustando sus desplazamientos. El sábado, tan pronto salimos de nuestra casa le escribí: “Vamos en camino”. A ver cómo nos va. En respuesta me envió una fotografía de él y su indumentaria. ¿Así está bien, patrón? Sí, le respondí. La verdad se había esmerado en arreglarse. Vestía de chaqueta y zapatos color tabaco, pantalón beige claro y camisa color rosada. Lucía bien. Bueno, le respondí con una foto de mi esposa, tomada discretamente, fíjese cómo está vestida, para que la identifique y la reconozca. Esta muy linda, respondió. Como siempre, repliqué…
Más tarde le escribí de nuevo. Ya estamos en el cine. Dentro de poco inicia la película. Calculo hora y media para estar saliendo. ¿Dónde va a estar? Yo trabajo cerca, estoy de turno, pero ya estoy saliendo. Me da tiempo para llegar allá cuando usted me diga. Son apenas cuatro cuadras. Espero aquí hasta que me cuente que ya están en “Palos de Leña”, que así se llamaba el restaurante. Bueno, dije, son más o menos cuatro cuadras desde el teatro hasta ese lugar. Yo le voy contando. Pendiente pues…
Al salir de la película le dije a mi esposa que aprovecháramos que estábamos por ahí y comiéramos algo antes de regresar a casa. Y, sin mostrar mucho ánimo, estuvo de acuerdo. Nos fuimos caminando, aprovechando para distraernos viendo la gente caminar, las vitrinas de los almacenes y la actividad del sector, que es bastante concurrido. Al llegar, volví a escribir. Ya estamos aquí. Póngase en marcha. Voy, fue su respuesta.
Como lo había contemplado, nos acomodamos en una mesa, al lado de las ventanas que daban a la calle, de modo que teníamos una visión completa del exterior, especialmente del paradero del bus, que era el sitio donde mi cómplice de aventura debía llegar. Mientras pedíamos la comida, de reojo yo miraba hacia afuera, atento a la llegada de él. Pero fue ella quien lo vio primero. ¡Oye! me dijo, ¿aquel no es Wilson? ¿Quién? Pregunté haciéndome el despistado. Allí, en el paradero. Parece ¿no? Repuse. Sí es él, dije, está muy elegante. De pronto va para algún evento, comenté.
Wilson hacía muy bien su papel. Miraba hacia la calle, como si estuviera esperando el transporte, miraba su reloj y caminaba de un lado a otro. De pronto miró hacia el restaurante y fue inevitable que nuestras miradas se cruzaran. Mi esposa, agitó su mano para saludarlo desde donde estábamos. Y él, haciendo un ademán de sorpresa, devolvió el gesto. Fui yo, entonces, quien le hizo señas para que se acercara y mi esposa no se opuso, ni hizo comentario alguno al respecto. Así que el hombre entró al restaurante y llegó a nuestra mesa. Vaya, vaya, comentó cuando llegó, ¡que sorpresa! Si no es así, de pronto no nos volvemos a ver, dijo mirando a mi mujer. Sí, respondió ella, hace rato que no nos veíamos. Es verdad.
Bueno, ¿tiene algún compromiso? Pregunté yo. No, respondió. Entonces, si tiene tiempo, insistí, siéntese y nos acompaña un rato. Sí, dijo. Salía del trabajo e iba para la casa y no tengo nada qué hacer, así que dispongo de tiempo. No hay problema. Nosotros vamos a comer y ya pedimos algo. ¿Nos acompaña? Bueno, respondió. Pida lo que quiera, entonces, y nos entretenemos en eso. Está bien, dijo, y procedió a ordenar.
¿Y que los trajo por aquí? Yo le conté que nos había llamado la atención ver una película que proyectaban en la cinemateca. ¿Y que tal estuvo? Preguntó. Y fue ahí cuando mi esposa tomó la batuta para responder y entablar la conversación. Ella hizo un resumen de la trama de la película y sus impresiones. Mencionó que era una cinta bastante erótica. Interesante, comentó nuestro recién invitado. ¿Conoces este sector? Pregunto mi mujer. Más o menos, respondió él. ¿Por qué? Simple curiosidad. ¿Qué hay para hacer por aquí? Continuó ella. Bueno, dijo él, hay sitios para ir a escuchar música, tomar cerveza, bailaderos, discotecas y reservados. Usted sabe que, al lado de los rumbeaderos, siempre hay moteles disponibles. Podríamos ir a escuchar música un ratico, dijo ella, mirándome a mí. Pues, dije, si tienes ánimos, ¡vamos!
Al rato, después de terminar nuestra cena y pagar la cuenta, nos dispusimos a salir a algún lado en plan de ir a escuchar música, según mi mujer. Hay un sitio muy bueno cerca de aquí, comentó Wilson, donde se escucha toda clase de música. Eso sí, advirtió, es como oscurito, a media luz, pero eso es lo que hace el ambiente. Bueno, dijo mi mujer, vamos y conocemos. Así que emprendimos la caminata hacia el lugar. Y allá llegamos. Aron calle 13 se llamaba. No era nada espectacular, pero tampoco era un antro. Estaba bien. Nos acomodamos, pedimos unos cocteles y nos quedamos charlando, con la excusa de escuchar música.
La música se escuchaba bien y había un buen ambiente en el lugar, que disponía de una pequeña pista de baile y, de manera inevitable, después de haber bebido unos dos o tres cocteles, nuestro amigo, quizá ansioso en hacerle la vuelta a mi mujer, la invitó a bailar. Ella no lo rechazó. Por el contrario, se mostró muy entusiasmada con el ofrecimiento y bastante animada salió a bailar con él. Sonaba música bailable, de manera que aquellos, mi mujer y su parejo, salieron a azotar baldosa, como se dice en mi país, con mucha energía.
Tanta energía estaban derrochando que, después de tres o cuatro tandas, regresaron a la mesa agitados y sudorosos. Mi esposa, cosa rara, no mas sentarse, apuró la bebida que encontró a la mano, sin reparar en qué clase de trago era. Yo había pedido ron blanco y sus acompañamientos, de modo que eso fue lo que llegó a beber. Ella estaba, por decirlo de algún modo, estimulada con el ambiente y con el parejo, pero nada de eso se había previsto. Todo surgía en el momento y dependía de todos lo que fuera a suceder; de ella, principalmente, de su parejo, haciendo de todo para excitarla y de mí, para colaborar con mi consentimiento para que la aventura continuara.
Voy un momentico al baño, dijo ella, y, tomando su cartera se levantó a buscar su ubicación. El señalo en una dirección y le dijo, los baños que dan por allá. Y nos quedamos ambos viendo cómo ella avanzaba hasta llegar a su destino. Patrón, yo ya estoy que me como a su mujer, me dijo. ¿Le parece si le propongo? Ella ya se dio cuenta cómo está mi herramienta. No, respondí. Esperemos que ella sea quien lo proponga. Por lo visto esta bien motivada y no dudo, incluso, que cuando regrese nos diga que vayamos a otro sitio. Pero si no es así, y salen a bailar otra vez, trátela con cariño, acaricie sus senos con delicadeza y esperemos a ver qué pasa. Si quiere que esto continúe, tiene que ir con calma. Bueno, patrón, me respondió.
Ella llego renovada, peinada y maquillada. Se sentó nuevamente y, pasados unos segundos, le dijo a nuestro invitado, tienes ganas de bailar otro ratico. Claro que sí, respondió él y, levantándose, la tomó de la mano y se dirigieron hacia la pista de baile. El hombre me guiñó el ojo cuando se alejaban. ¡Yo veré! le dije. Tranquilo, no lo voy a defraudar, me contestó. Y segundos después ya estaban bailando de nuevo, alborotados a cuál más, pues la música bailable, merengue, daba para eso. Y allí estuvieron entretenidos casi una hora más. Llegué a pensar, incluso, que la situación no iba a pasar de ahí. Y, paciente, esperé.
Cuando regresaron de nuevo, se acomodaron en la mesa. Esta buena la música ¿no? Apuntó mi mujer. Si, respondió él. ¿Quiere seguir bailando? No, dijo ella. Ya es algo tarde, apuntó, mirándome. Y, acercándose a mi oído, en voz baja, me preguntó ¿te molesta si estoy un rato con él? No, contesté moviendo mi cabeza de lado a lado. Wilson estaba atento y cuando nuestras miradas se cruzaron, le guiñe el ojo. Ella, entonces, tomó la iniciativa y pregunto ¿tienes algo que hacer? No, respondió, como les había dicho antes, no tengo nada programado. ¿Te gustaría que estuviéramos juntos un ratico? ¡Cómo no! Respondió él. ¿Conoces algún lugar por aquí donde podamos estar? Si, dijo, pero nos toca caminar unas cuadras.
Emprendimos el camino. De seguro había más gente en el mismo plan, porque todo el trayecto estuvimos acompañados por varias parejas que, al parecer, iban en la misma dirección que nosotros. Mi esposa y su parejo, de gancho, al parecer estaban conversando animadamente. Yo, detrás de ellos, solo podía ver cómo aquel atrevido le acariciaba con descaro los pompis a mu mujer, sin recato alguno y a la vista de todos. Ella, inmutable, parecía no darle importancia. Y, ciertamente, cuando llegamos al lugar, vi mucha congestión. Va a estar difícil la cosa, comenté. Tranquilo, yo conozco a la dueña, apuntó él. Déjeme ver qué consigo. Y se adentró dentro del edificio.
Está muy agitado esto, le comenté a mi esposa. Si se complica, pues nos vamos a un hotel y pagamos la noche. ¡Qué más! Esperemos, dijo ella. Al poco rato, asomado en la puerta de la edificación, el hombre nos hizo señas para que nos acercáramos. Patrón, me dijo en voz baja, solo estaba disponible la suite. ¿Algún problema? No, para nada, contesté. Bueno, le dijo a mi mujer, ¿subimos? Vamos, respondió ella. Y empezamos a subir las escaleras, acompañados por otras parejas que, conforme íbamos ascendiendo, se distribuían en los diferentes pisos.
Cuando llegamos a la habitación, él se dirigió hacia el baño diciendo, denme unos segundos y me alisto. Nosotros nos quedamos afuera, esperando. Mi mujer acomodó su bolso en una silla y se quitó la chaqueta. Yo, encendí el televisor, dejándolo sin sonido, solo con las imágenes de una película porno que estaban exhibiendo en los canales de sexo que normalmente tiene ahí. Y seleccioné música suave en una de las emisoras que sintonicé en el equipo de sonido, preparando el escenario. Momentos después la puerta del baño se abrió y Wilson salió desnudo. ¿Qué pasó? Preguntó. Pensé que ambos teníamos ganas. Sí, dijo mi mujer, pero vamos despacio… Bueno, dijo él, yo espero. Y se sentó en un sillón.
Mi mujer se fue para donde él estaba. Se puso de rodillas frente a él y dirigió su boca directamente a su pene, que ya estaba tieso y erguido. Y, como muchas veces lo había visto, empezó a chupar ese miembro con esmero, como si su sabor le deleitara. Sus manos, por otra parte, no dejaban de masajear el tronco de aquella deliciosa verga. Hace rato que quería hacer esto ¿verdad? Pregunto él, pero no tuvo respuesta porque ella estaba engullendo su pene hasta lo profundo de la garganta y se excitaba con el tamaño y dureza que le generaban a aquel sus atenciones.
Oye, decía él, esa herramienta ya está a mil. Mi esposa, entonces, decidió levantarse y, frente a él, se quitó sus bragas, nada más. Y procedió a sentarse sobre ese inmenso pene, descargando el peso de su cuerpo sobre él hasta quedar totalmente penetrada. Sus manos se apoyaban en los hombros de aquel y así, apoyados sus pies en el piso, empezó a mover su cuerpo a voluntad, arriba y abajo, adelante y atrás, moviendo su cadera en círculos, concentrada totalmente en experimentar cuanta sensación le pudieran generar aquellas maniobras. Wilson le decía, de verdad, veo que esto le estaba haciendo falta, pero ella no respondía. Cerrados sus ojos, solo las congestiones de su cuerpo daban indicio de la excitación del momento.
El hombre, sentado como estaba, solo presenciaba en silencio las maniobras de mi mujer. Y mañas se dio para retirarle la blusa y el brasier, teniendo acceso para acariciar y masajear insistentemente sus senos mientras ella se entretenía cabalgando a placer sobre su verga. Poco a poco, ella misma, sin ninguna maniobra por parte de aquel, empezó a gruñir, a emitir sonidos y a lanzar sonoros e intempestivos gemidos. Hasta que, pasado el tiempo, pareció alcanzar el máximo de sensaciones y, emitiendo un sonoro ¡que rico!, se dejó caer sobre el pecho de aquel.
Wilson no pronunció palabra. Y esperó pacientemente a que ella se repusiera del esfuerzo. Casi que, adormilada, permaneció ahí, recostada sobre él, tal vez unos 30 minutos. Y, quizá un tanto incómoda en la posición en que estaba, se fue incorporando de a poco. Se levantó y se dirigió a la cama, donde se recostó boca abajo para seguir dormitando un poco más. Su macho llegó hasta allí y, considerado, solo se limitó a acariciar sus piernas y sus nalgas. Y así pasó, otra media hora. Mientras, el hombre se puso a charlar conmigo. Patrón, me dijo, se ve que ella tenía ganas reprimidas, porque se la metió toda. Vamos a ver si más luego le damos otra manita.
Y ese más luego finalmente llegó. Ella, abrió sus ojos y, al vernos, dijo: parece que me cogió el sueño. Pierda cuidado, dijo Wilson. La estamos esperando, manifestó, poniendo una de las manos de ella en su miembro. Mi mujer, entonces, como por reflejo, empezó a masajearlo de nuevo. Y nuestro hombre, animándose, empezó a acariciar todo su cuerpo y, ahora sí, a despojarla de la única prenda que la vestía aparte de sus zapatos y medias; la falda. Quedó ella casi que totalmente desnuda. Ya su miembro empezaba a tomar forma de nuevo. Bueno, dijo, ahora me toca a mí. ¿Puedo? En respuesta, ella solo se limitó a colocarse de espaldas y abrir sus piernas.
Y, entonces, como tantas otras veces, el muchacho se acomodó entre sus piernas, acomodando su verga a la entrada de la vagina de mi somnolienta y ansiosa mujer. Esta vez, sin embargo, procuró que la penetración fuera lenta, delicada y pausada. Lo hizo sin afanes. Mientras lo hacía, tendido sobre ella, besaba sus pechos, hombros y cuello, con una sutileza enorme, como si ella fuera de porcelana. Poquito a poquito empezó a mover su cuerpo sobre el de ella, a la par que le decía que hacía tiempo que deseaba ese momento y quizá muchas otras cosas, porque ella empezó a responder a los movimientos masculinos.
Cada embestida del macho era respondida por ella. Estaban sintonizados; golpe va, golpe viene. Cómo la coge de rico era lo que yo pensaba viéndolos retozar tan armonizados. Wilson había seguido los consejos y ella estaba totalmente entregada a él y la experiencia de sentir su verga haciendo maravillas dentro de su sexo. Él se esmeraba por dejar que el tiempo pasara para ver cómo iba reaccionando su hembra, que ya, para ese momento, estaba que gozaba de lo lindo y quería sentirse todavía más llena por el hombre que la cubría con su cuerpo.
Y creo que, después de tantos minutos penetrándola suavemente, él, finalmente decidió que era su momento y empezó a penetrarla con más vigor. El rostro de ella se contorsionó, no sé si de dolor por que sus penetraciones iban muy profundas, o porque definitivamente aquellas embestidas la estaban haciendo tocar el cielo. Sus piernas rodeaban el torso masculino con fuerza, igual que sus manos se aferraban a las nalgas del macho, sugiriendo que siguieran en la faena y continuara así hasta el final. Y a fe que lo hizo, porque la cabalgo como quiso hasta que ella, resollando de placer, estiro sus brazos por encima de la cabeza y dejó que las sensaciones la inundaran.
Me gusta observar cuando llega ese momento, porque ella, literalmente, se descompone, pierde las formas y se desata toda una serie de gestos y movimientos, descontrolados y desconocidos para mí. Me gusta esa disposición de puta entregada a su macho que, sin importar lo adecuado, expresa abiertamente lo que está sintiendo. Y debería estar sintiéndose muy, pero muy bien, porque le suplicaba a su corneador que no parara, que la estaba pasando super y que no quería que aquello parara. Las sábanas debajo de sus nalgas pronto se humedecieron, profusamente. El tipo había conseguido que ella se viniera con todo.
Descansaron un rato. Ella, entre encantada y totalmente excitada, pareciera que quería aún más. Qué incansable es ella llegué a pensar, por una parte. O qué tan reprimida ha estado que está aprovechando hasta la más mínima opción. Me dieron ganas de salir de aquella habitación para reclutar los hombres deseosos de culearse a mi mujer. Pero solo fue un pensamiento. Nuestro hombre, por supuesto, no quería perder la oportunidad y esperó a que ella volviera a recuperar fuerzas, no sin antes preguntar. ¿Quieres que lo hagamos otra vez? Sí, fue la respuesta de mi esposa. Vaya, qué tragona está hoy la dama.
Esta vez, Wilson, sin preguntas ni formas elegantes, le pidió que se volteara. Te quiero culear por detrás ¿me dejas? Sí, dijo ella, sin reparo. El me miró, me hizo señas para que me acercara y, al hacerlo, me dijo: Patrón, ¿tiene una botellita de aceite? Quiero quebrarle el culo a su mujer. Me tomó por sorpresa el requerimiento, pero sí, tenía una botellita de aceite lubricante, que el vació en sus nalgas, masajeando con sus dedos no solo su ano sino también su vagina. Ese aceite se sentía calientico me confesaría ella después. Y, después de varias maniobras con sus dedos, el hombre apunto su miembro recto al culo de mi mujer. Al principio ella pareció resistirse, pero, tan excitada estaría, pronto se fue relajando, permitiendo que el miembro de aquel fuera dentro de su cuidado orificio.
No creía lo que estaba viendo. Era la primera vez que ella lo permitía y, contrario a lo que yo pensaba, parecía no sufrir ningún apuro en que así fuera. Nuestro hombre la taladró insistentemente, sacándole sonoros gemidos. Ella tenía su cara totalmente roja, congestionada, y mantenía sus nalgas erguidas, dispuestas a seguir sintiendo esa inundación de placer dentro de su cuerpo. El siguió un rato más y, de repente, retirándose, dijo, ya está bueno por ahí. Voy de nuevo por donde a usted le gusta.
Ella se volteó de inmediato y abrió generosa sus piernas para recibirle. El no perdió el tiempo y la montó de inmediato. Su miembro fue dentro de ella fácilmente, porque su vagina ya estaba expandida, lubricada y bien dispuesta para tenerle dentro una vez más. Wilson empezó a atacarla con mucho ritmo y vigor. El, a mi entender, ya estaba tratando de procurarse su propio placer, de manera que la taladraba desde diferentes ángulos, buscando ver su reacción, que bien pronto fue evidente. Ella gesticulaba, movía sus piernas arriba y abajo, y colocaba sus brazos como si la estuvieran sacrificando. Y no precisamente, aquel se la estaba culeando a su antojo y ella, también para mi gusto, lo disfrutaba.
La faena terminó cuando vi al macho presionar su cuerpo contra el de mi mujer y quedar se inmóvil un rato, descargando todo su semen dentro de ella. Mi esposa seguía empujando su cuerpo contra el de él y agitando sus piernas. Wilson se retiró y vi como el sexo de mi mujer palpitaba. Todavía disfrutaba de placenteras sensaciones aun cuando el macho ya se había retirado. Ambos, él y yo, contemplábamos como ella seguía contorsionando su cuerpo hasta que, con el paso de los segundos, la intensidad disminuyó quedando tendida sobre la cama, agotada.
Pasado el tiempo no se dijo más. Los eventos de aquella noche, inesperados, cumplieron el propósito. Nuevamente vi como la inmensa verga de aquel macho penetraba el cuerpo de mi excitada mujer. Tengo claro que, si él aparece, ella no va a negarse la oportunidad de experimentar las placenteras sensaciones que Wilson le proporciona. Nos despedimos. Quedamos de vernos nuevamente, no lo dudo. No sé cuándo, pero de seguro él, como me lo dijo, cuando salió, la volverá a coronar.