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Qué delicia cuando cierra los ojos, abre la boca y se clava
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Cosa poco frecuente, ese día almorzamos juntos mi esposa Juana y yo charlando de temas cotidianos, mientras nuestros hijos, niño de seis y nena de cuatro estaban en la escuela de jornada completa, cuando explotó la bomba.

– “Estoy teniendo relaciones con otro hombre”

La sorpresa me congeló, y el tenedor, que llevaba una porción de carne a mi boca, quedó a medio camino entre el plato y los labios. Cuando pude reaccionar apoyé los cubiertos en la vajilla y me levanté de la mesa. Tuve suerte, pues el piloto automático me llevó al baño donde, abrazado al inodoro, descargué algo de sólido y mucho líquido. El organismo, sabiamente diseñado, al tener una sobrecarga de ácidos digestivos que podrían deteriorar la mucosa estomacal, activó el mecanismo del vómito. Después de lavarme cara y enjuagar boca fui a la cocina donde tomé una botella de buen vino que destapé, saqué hielos del freezer y regresé a la mesa. En esos cortos minutos había logrado superar sorpresa, bronca y el dolor iniciales.

Tiempo atrás, en una reunión de amigos, alguien a modo de juego, largó la pregunta: <Qué harías si te enterás que sos cornudo?>. Varios contestaron antes que yo, lo cual me dio tiempo a pensar qué haría realmente. Y esa elaboración fue la base de mi actual proceder que consistía, básicamente, en no mostrar cuánto me sentía afectado. En otras palabras no permitirle verme hecho mierda. Pensar la venganza era cosa de mente fría o sea algo a realizar más adelante.

– “No será una buena noticia, pero sí contundente. Vamos a brindar por mi recién conocida condición de cornudo. Si bien sé lo esencial, me convendría conocer cuatro aspectos complementarios antes de tomar una decisión. El primero es cuánto llevas en esto?”

– “Cuatro meses”.

– “El segundo es si estimás que me cabe alguna responsabilidad en tu conducta”.

– “Quizás has sido poco demostrativo y algo rutinario”.

– “Y eso te llevó a buscar fuera de casa algo distinto”.

– “No”.

– “Último tema. Qué pensás hacer?”

– “Quiero seguir con él”.

– “Entendí, dame dos días que saco mis cosas y te dejo libre”.

– “¿No querés saber algo más?”

– “No”.

– “O sea que no te intereso”.

– “No”.

– “¿Acaso ya no me querés?”

– “Evidentemente no”.

Dando por terminado ese corto diálogo fui nuevamente al baño, esta vez con la ilusión de obtener alivio mediante una ducha, algo que por supuesto no logré, pues el agua no se lleva los cuernos. Intentando evitar cualquier contacto cené después que lo hizo ella y como la habitación de huéspedes, que yo iba a ocupar, no tiene televisor, me quedé en el living mirando un partido. Al trato llegó y se sentó a mi lado.

– “Hay que resolver el problema de los chicos”.

– “Explicate algo, porque no entiendo cual es el problema”.

– “El tema es que hay que llevarlos a la escuela, ver sus tareas, y a veces acostarlos cuando yo trabajo hasta tarde. Además pensamos irnos por algunos días y no hay quien los cuide”.

– “Es verdad, pero seguro que encontrarás alguna solución”.

– “La solución es que estén con vos”.

– “Imposible, nada quiero a mi lado que me recuerde a vos”

– “¡Pero son tus hijos!”.

– “Es verdad, son los hijos que tuve con vos. Pero hay soluciones alternativas, contratar niñeras, dejarlos en un orfanato, abandonarlos, vendelos a algún traficante de órganos, etc.”.

– “No puedo creer lo que acabás de decir. Ellos necesitan al padre”.

– “Totalmente de acuerdo, espero que el caballero que te satisface en la cama también sea bueno en ese papel”.

– “Solo alguien fuera de sus cabales es capaz de imaginar que un amante pueda ejercer de padre. Me voy a dormir”.

Naturalmente, nada de lo dicho referido a mis hijos era verdad aunque lo dijera con cara seria. Era una jugada peligrosa pero el premio valía la pena.

Al día siguiente, mal dormido pero más frío, retomé mi propósito en la esperanza que mi desapego filial, junto a la negativa de cuidarlos, hubieran minado su ánimo.

– “He pensado otra posible solución para darte en el gusto. Los niños se vienen conmigo junto con tu cesión de la patria potestad y una mensualidad para contratar personal que me ayude en esas tareas. Pensá si te conviene y me avisás”.

El pedido no era algo exagerado, por el contrario tenía una cierta base en sus costumbres, pues con frecuencia ella contrataba niñeras cuando yo no estaba para hacerme cargo de la tarea, ya que esa labor le resultaba muy incómoda aunque, sin duda, los amara. Eso, unido a su solvencia monetaria de origen familiar, era una buena convergencia para sortear el problema.

– “Mañana te contesto”.

Mantuve el rostro inexpresivo a pesar de la alegría interior. Que no se hubiera negado de plano significaba una posibilidad de aceptación, entonces había que presionar más.

– “Como me das asco voy a poner distancia, hasta que resuelvas me voy a un hotel”.

Lo primero que hice fue hablar con mi madre para que me recibiera hasta tanto se desocupara mi departamento que lo tenía en alquiler. Por supuesto su respuesta fue que encantada me esperaba con los niños.

Y sucedió lo previsible. Lidiar con buscar los hijos a media tarde, ver sus necesidades para el día siguiente, asearlos, darles la cena y acostarlos, pensando que a la mañana se agregaba levantarlos, preparar para la escuela y llevarlos, surtió algo de efecto, aunque estimo que lo definitorio debe haber sido pensar qué hacer con ellos cuando quisiera escaparse con el amante. No era ilógica la suposición, ella había elegido por encima de cualquier otra consideración, seguir disfrutando con él. Al día siguiente me llamó a media mañana.

– “Joaquín podrás venir para que hablemos?”

– “Cuando termine, al mediodía, voy”.

Al salir del trabajo fui y toqué el timbre.

– “Qué hiciste con tu llave?”

– “Ayer la dejé, ésta ya no es mi casa”.

– “Aunque me parece excesivo voy a aceptar tu propuesta, con la única condición que pueda estar con ellos cuando quiera”.

– “Con una limitación, que sea fuera del tiempo dedicado al estudio y sin contrariar la voluntad de ellos”.

– “Acepto”.

– “Como vos no sos de fiar, quiero dentro de treinta días, depositado en mi cuenta, el importe del primer año de gastos”.

– “Realmente sos una mierda, menos mal que te dejo con unos buenos cuernos”.

– “Tenés razón, espero lucirlos bien ante mis amistades”.

Lo primero fue consultar con un abogado amigo sobre la manera de darle validez legal al acuerdo hasta tanto quedara reflejado en la sentencia de divorcio. Firmado el documento ante escribano público ese mismo día lo dediqué a la mudanza. Lo urgente era salir de lo que había sido nuestro hogar, pues acomodarme en la nueva casa no era de apuro. Mamá vivía con una empleada que realizaba las tareas más pesadas, ya que unos meses atrás mi hermana Lucía había decidido alquilar con una amiga buscando algo de independencia.

La adaptación a esta nueva convivencia fue rápida y satisfactoria para todos. Mi mamá se sentía más acompañada, entre ella y la empleada me ayudaban con los niños, yo las liberaba de la cocina los fines de semana y feriados, y parte del sostenimiento de la casa era asumido por mí, incluyendo un generoso incremento para quien había sido sostén y compañía de mi madre.

Casi todas las semanas, sea sábado o domingo nos reuníamos en comida familiar, generalmente asado hecho por mí, al que asistía mi hermana, algunas veces con su amiga Carla, compañera de trabajo. Cuando la conocí me impactó por varias razones; a pesar de sus veintitrés parecía de dieciséis, muy delgada por lo que sus pechos medianos resaltaban, de cara preciosa y su voz dulce era reflejo de una delicada expresión facial. No era la yegua que uno desea tener en la cama sino una tierna muñequita para besar, lamer, saborear y luego acunarla entre los brazos. Lógicamente no di señales de ese impacto pues, no quería arruinar el encuentro y más teniendo en cuenta los doce años que nos separaban.

En los almuerzos familiares semanales fuimos encontrando puntos en común y gustos que compartíamos. Algunos meses habían pasado cuando mi madre y Lucía viajaron a una ciudad termal por todo el fin de semana, así que en lugar del asado habitual decidí salir con los chicos a media mañana, entretenerlos en un parque de diversiones y luego comer afuera. Recordando que Carla quedaría sola le pregunté si deseaba sumarse a ese programa, contestándome afirmativamente. Me animé a la invitación porque ella tenía con mis hijos una relación cercana y afectuosa. Ya en el parque me sonó el teléfono, era Juana.

– “Recién te vi con una mujer y los chicos en el auto. Espero que no sea una cualquiera la que está cerca de mis hijos”.

Por supuesto que era verdad, y como en ese momento Carla estaba con los niños comprándole golosinas aproveché la oportunidad de seguir el hostigamiento.

– “Raro, un domingo a esta hora, encontrarte fuera de casa, a menos que recién estés regresando. De todos modos te convendría ser precavida con lo que estás consumiendo, verme en el auto, mientras tomo el desayuno en mi comedor es ciertamente extraño”.

– “Dame con alguno de los chicos”.

– “Ni loco hacer que cualquiera de ellos pase por la espantosa experiencia de hablar con alguien desorientada en espacio y tiempo, chau”.

Tiempo después de esa charla caí en cuenta que el correr del tiempo había espaciado mucho el contacto entre la madre y los hijos. Y no porque de este lado alguien lo dificultara, sino porque ella no lograba compaginar su vida. Ante eso busqué una fotografía donde estuvieran juntos, para hacerla imprimir y, en un portarretrato, colocarla en el dormitorio de ellos.

Ya había pasado un año desde nuestra separación de hecho cuando Carla, acompañando a mis hijos, entró al dormitorio y vio esa imagen. Como la relación se desarrollaba en un clima de respeto, confianza y sinceridad, salió para preguntarme.

– “Quién es la de la foto?”

– “Mi ex y madre de los chicos. La conocés?”

– “Sí, salía con mi hermano y me la presentó hace unos meses”.

– “Lo que son las casualidades, por esa relación cortamos. Ya no siguen?”

– “No, duraron menos de un año”.

– “Quién hubiera pensado que por eso fuera capaz de dejar la familia”.

– “Sabés algo de ella?”

– “Prácticamente nada, la veo solo cuando viene a buscar o dejar las criaturas, y ni la saludo”.

– “Perdoná la crudeza, pero son palabras de mi hermano, <Es una puta de cuidado y ha entrado en una espiral descendente de la cual nadie sabe el estado en que saldrá, si es que sale. Ya empezó a consumir drogas>”.

Hay un espectáculo que suelo mirar en la red porque me resulta muy agradable, y es un coro de castañuelas catalán que ese sábado se presentaba en la ciudad. Pensando que a mi hermana y su amiga podrían gustarle las consulté; mi hermana tenía programa pero Carla aceptó así que la invité al evento y luego a cenar. Disfrutamos ambas cosas y luego a llevé hasta su casa parando el motor.

– “Te agradezco la invitación, la pasé muy bien”.

– “Yo soy el agradecido pues, no solo disfrute cena y concierto, sino también de tu compañía”.

Para despedirme tomé su mano y le di un beso en el dorso. Ella me miró extrañada y reaccionó acercándose para darme un beso en la mejilla y luego bajar.

Era broma frecuente entre nosotros que aludiendo a su aspecto, yo la tratara como si fuera una niña y ella, para no quedarse atrás, se refiriera a mí como a una persona de avanzada edad.

Un miércoles, recién llegado del trabajo suena mi teléfono, era Carla.

– “Qué gusto escucharla jovencita, necesita ayuda en las tareas escolares?”

– “No venerable anciano, quería sacarlo de sus costumbres antiquísimas e invitarlo este sábado a cenar y luego tomar algo en otro lado”.

– “Encantado, solo te recuerdo llevar a mano el documento de identidad por si pedís alguna bebida con alcohol”.

– “No creo que lo necesite, sobre todo cuando diga que soy acompañante terapéutica de un abuelo centenario. Y elegí bien ya que en la propaganda de la discoteca hay un aviso que dice: <Recibimos gerontes>”.

– “Perfecto, el sábado, a la hora que me digas voy a buscarte, iremos en taxi para emborracharnos tranquilos”.

Y así fue, después de comer y beber moderadamente, pues la noche recién empezaba fuimos al lugar elegido. Ambiente agradable, música variada, lo mismo que la concurrencia, me hicieron sentir a gusto después de un buen tiempo de no frecuentar esos lugares. Eso, unido a la deliciosa compañía, presagiaban momentos muy placenteros. El salón era cómodo y daba para todos los gustos, quienes querían movimiento estaban más cerca de la pista y aquellos que preferían intimidad se replegaban hacia donde la luz era bastante tenue y los sillones más amplios. Cuando nosotros llegamos, este era el único sector con comodidades libres. Después servirnos en la barra, salimos a la pista.

Bailábamos tranquilos y disfrutando cuando escucho la voz de mi ex.

– “Qué hacés aquí?”

– “Mil disculpas, me olvidé de pedirte permiso. Tenés autorización de los padres para salir con este joven?”

– “Hacete dar por el culo, hijo de puta”.

– “Voy a aceptar tu sugerencia, vos hijo tené cuidado, no te vaya a pegar alguna venérea. Que se diviertan”

Nos desentendimos de esa presencia indeseable, pero Carla me preguntó.

– “Si te sentís incómodo tranquilamente podemos irnos a otro lado”.

– “No preciosa, te pido disculpas por mi contestación grosera pero no me pude contener, en un minuto se me pasa la incomodidad, ella no es tan importante como para arruinarnos la noche. Dejame aprovechar que tengo entre los brazos a alguien totalmente opuesta”.

Un rato más seguimos en la pista y regresamos a la mesa a tomar algo.

– “Joaquín, creo que nos tenemos suficiente confianza como para preguntarte algo íntimo”.

– “La introducción ya no me está gustando, es raro que usés mi nombre, pero escucho y estoy dispuesto a responder”.

– “Es una simple curiosidad sin ánimo de molestar, hace dos meses que compartimos buenos momentos, salidas al cine, al teatro, a cenar, a tomar una copa y bailar, y sin embargo nunca tuviste un avance mayor. No has intentado besarme, al dejarme en casa lo hiciste en la puerta sin pretender entrar sabiendo que estaba sola, la máxima cercanía fue algún beso en la mejilla con abrazo a la altura de los hombros. ¿No te atraigo?”

– “Qué pedazo de interrogante. La respuesta veraz quizá me perjudique, pero no te voy a mentir. Estoy loco por vos, y sos la responsable de que mi vida, como hombre, nuevamente valga la pena. Últimamente solo merecía ser vivida por la presencia de mis hijos, pero le tengo terror al rechazo, imaginar esa vergüenza me produce pánico, pensar que al atraerte bailando pongas el codo en mi pecho me pone al borde del infarto”.

– “No te veo mariquita”.

– “En otras cosas no, en esto sí. Soy bastante más grande que vos, tengo dos hijos y un fracaso matrimonial a cuestas. Todo eso, frente a tu juventud, belleza y pasado limpio. No sería ilógico que, ante un avance mío, puedas pensar <Este pretende mucho y ofrece poco>, aunque por delicadeza no me lo digas”.

– “Como ayudante terapéutica de una persona mayor debo tener autoridad sobre el paciente, me la reconocés?”

– “Por supuesto”.

– “Entonces, sin poner pegas, vas a hacer lo que te diga. Sentate más al borde del asiento y, mientras me ubico, debés permanecer quieto y callado. Aceptado?”

– “Desde luego, estoy en tus manos”.

Mirándome fijamente, con la seriedad de quien hace algo importante, levantó su vestido hasta el comienzo de los muslos y se arrodilló a caballo de mi pelvis. Pasó los brazos detrás de mi cabeza e inclinándose puso su boca en mi oído.

– “Te adoro viejito mío, sos el único anciano que amo con amor de mujer, sos el geronte de mi vida, ahora te voy a comer la boca, y ante la mínima resistencia te ahorco con mi bombacha que la tengo en el bolsillo”.

Lo que pasó fue más que maravilloso, mucho más que delicioso, pero sobre todo infinitamente amoroso. Nuestras lenguas danzaron como si hubieran tenido ensayos previos, saboreándose mutuamente con la ternura que indicaba la preeminencia del afecto sobre el instinto.

– “Voy a hacer algo que es serio, por lo menos para mí. Me voy a entregar a vos y me encantaría que me hagas tuya. Compartís ese deseo?”

– “Es mi sueño, querida”.

– “Bien, te recuerdo que seguís a mis órdenes. Me voy a sentar de costado sobre tus piernas pero corriendo el vestido para que no se interponga y quede libre mi piel. Con mi mejilla apoyada en el hueco de tu hombro vamos a dar la impresión que estamos en el tierno abrazo de dos personas que se aman. Mientras, de manera disimulada, vas a sacar tu miembro para ubicarlo entre mis labios; ni se ocurra penetrarme pues una persona mayor no hace eso con una niña, pero la niña sí se lo puede coger hasta el desfallecimiento”

Y así sucedió, con una delicadeza que casi me lleva al orgasmo, produjo el contacto, cerró los ojos, abrió la boca, tiró la cabeza hacia atrás y se clavó. Luego volvió a la posición anterior, haciendo imperceptibles movimientos de frotación de los sexos, para susurrarme al oído.

– “Ahora preñame mi amor”

– “Estás llorando”.

– “Es la manera seria que tiene mi corazón de exteriorizar la alegría que me inunda”

Ha pasado un año, y me he visto en la necesidad de renovar cama y colchón por algo bastante más grande. Mis dos primeros hijos duermen abrazados a Carla mientras yo, al costado, me deleito sintiendo en el pecho los latidos del corazón de Florencia, que con solo dos meses, ha revolucionado nuestro hogar.

Párrafo para mis amables lectores que también fueron comentadores.

En los últimos relatos publicados los comentarios han ido disminuyendo paulatinamente hasta su desaparición. Que mi producción haya bajado de calidad, o no agrade son motivos más que suficientes para que eso suceda, y lo acepto de buen grado, aunque con tristeza. Esos mensajes, cortos, pero con palabras cargadas de sentido, eran una caricia para mi espíritu y por eso los extraño. Reciban mi saludo con afecto.

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