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Mi harem familiar (2)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Sugey y yo regresamos al apartamento, sumidos en un silencio que presagiaba tormenta; ella seguía agarrada de mi brazo, pero venía triste. Ya Ana se había levantado y desayunaba. Mamá la saludó y le dijo que tenían que hablar. Luego me pidió que las dejara solas, así que bajé a la piscina. Allí me encontré con Simona, pero la saludé con tan poco entusiasmo que me miró pasar sin más. Me lancé al agua a dar unos largos, para relajarme, porque me sentía totalmente estresado. Luego, ya más tranquilo, me senté en una de las sillas de la mesa que tenía ocupada. Al lado, Simona me observaba, hasta que me preguntó:

– ¿Te pasa algo, cariño? Hoy estás raro, como apagado.

– Si, Simona, estoy mal, no dormí para nada.

– ¿Y eso?

– Insomnio, supongo. Toda la noche dando vueltas. – y no era mentira.

– Estas estresado, tal vez un masaje te vendría bien…

– ¿Me lo darías tú?

– Me da miedo, con la anaconda, ya sabes. Pero si me prometes que no me va a picar, bueno… subimos. Que conste que te quiero mucho, pero te tengo miedo.

– Te prometo que no te va a picar, porque ella no pica, te dije ya. Pero sí muerde, agarra duro y después enrolla y aprieta y al final, te engulle.

– ¿Pero me prometes que te portarás bien?

– Siempre me porto bien, pero como estás asustada, te diré que nunca te haría algo que tú no desees. Eso te lo prometo. Tú dictas la pauta.

– Vamos, yo subo y tú vas en cinco minutos, como quien no quiere la cosa. Me importa mi reputación. ¿Entiendes?

– Perfectamente.

10 minutos después estaba entrando sigilosamente al apartamento de Simona. Ella me esperaba ansiosa, al menos eso me parecía. De inmediato pasamos a la habitación y me pidió que me quitara la franela y me acostara boca abajo en la cama, sobre una gran toalla que ella había dispuesto al pie de la misma. Después de sacarme la franela, me quité la bermuda y ella se sobresaltó al ver mis intenciones. Pero le dije que no se asustara. Debajo tenía una trusa de natación. Parecía un interior, pero era en toda propiedad un traje de baño. Ella se quedó admirando mi paquete, con cara de susto, pero también de mucha curiosidad. Por fin, me acosté y después de espabilarse, Simona procedió a masajear mis hombros y espalda. Suavemente al principio, incrementando la presión levemente, hasta llegar a un fuerte masaje con toda propiedad.

– Estás muy estresado, tienes nudos por toda la espalda, te los voy a ir deshaciendo poco a poco, si te duele, quéjate. Tiene que ser duro, para que te relajes.

– ¿Dónde aprendiste a dar masajes? Porque pareces una profesional.

– Yo trabajaba en una casa de citas muy famosa en Italia, daba masajes eróticos por 100 dólares cada uno.

– ¿Cómo es la vaina? ¿Tú trabajabas en un burdel?

– Si, cariño, jajaja. Si vieras la cara que pusiste, jajaja. ¿Te imaginas, yo tan cagona, de puta, dando masajes? Me hubieran echado al día siguiente, jejeje.

– Con ese cuerpazo tuyo, yo te hubiera soportado, hasta si eras cagona. Estás buenísima. En serio te lo digo. Nunca he conocido a una mujer que a la edad que dices tener esté tan buena. Esas tetas tuyas son de concurso y tu trasero, pues no digo…

– Caramba, vaya declaración. ¿Y de cuantos años hablamos? No recuerdo que edad te dije tener…

– Pues, recuerdo me dijiste, delante de Sugey y Ana, que tenías 51.

– Ay, mi amor, te dije la verdad, que broma… debí haberte dicho que tenía 60 y me lo hubieras creído.

– Si, como no, cuando me dijiste 51, le dije después a mamá que tal vez solo serían 41.

– Gracias, mi amor, eres tan gentil. ¿Cómo te vas sintiendo?

– De maravillas.

– Bueno, ahora voy con las piernas. Sigue así, comportándote bien.

– Eso es lo que tú crees… jajaja.

– ¿A qué te refieres?

– A que la anaconda ya se despertó y trata de salirse de la jaula. ¿Quieres verificar? – y me volteé para que pudiera notar que más de la mitad de mi pene se encontraba ya fuera de la trusa y totalmente parada, rígida, lista para la pelea.

– Dios mío santísimo, Tito. ¿Qué es eso, por favor?

– Bueno, tus maravillosas manos y tu cercanía han logrado que el animal se despertara. ¡No sé qué vas a hacer ahora, es tu problema! ¡Tú responsabilidad!

– Tito, eso que tienes ahí no es normal. ¿Por qué es tan grande?

– Porque cuando era niño me picó una avispa en la cabecita y se me hinchó… y así se quedó, jajaja.

– Tú si inventas… Y dime ¿Esa cosota entra bien en… tú sabes dónde?

– A menos que seas una estrecha de esas que nunca se han metido nada, te entraría perfectamente. Te lo digo por experiencia. Mi vida con mi anaconda no ha sido fácil. Esas expresiones de asombro como la tuya son ya costumbre para mí, el pan nuestro de cada día. Las chicas jóvenes se asustan, por falta de experiencia y salen corriendo y me dejan con las ganas, pero las mujeres maduras, como tú y con experiencia, se alegran y me consienten mucho. Y nunca he tenido quejas. Es más, hace poco me encontré con una compañera de bachillerato que fue de las que se asustó y salió corriendo. Ahora está casada y me la encontré y de una me llevó para su apartamento, porque el marido estaba de viaje y bueno… que te cuento. Después me decía que había sido muy tonta y que teníamos que vernos de vez en cuando para ponerse al día. Simona, te confieso que te tengo unas ganas del tamaño del Ávila, si tan solo dejaras el miedo, te demostraría lo bueno que podemos pasarla. Me gustas mucho, estas buenísima y yo perdiéndome toda esa hermosura, no puede ser, eso es pecado…

– ¿Seguro que no me harías daño? Yo soy muy miedosa y eso es tan grande que me asusta… ¿Me prometes que no me va a doler? ¿Vas a ser cuidadoso conmigo? Si me haces daño, no te lo voy a perdonar.

– Te prometo que te voy a hacer muy feliz. Eso es lo que te prometo. Tienes mi palabra. Después de hoy vas a amar a la anaconda.

De una vez nos desnudamos y comenzamos la labor. Simona tenía unas tetas prodigiosas, perfectas en tamaño, forma, peso. Unas areolas redondas y grandes, rosaditas y unos pezones grandes, como la falange de mi dedo meñique –tengo manos grandes– producto de haber amamantado a sus dos hijas. Sus nalgas, por otra parte –la parte de atrás, claro– eran suculentas. Sugey y Ana tenían todo eso mejor que ella, por supuesto, pero para una mujer oriunda de Italia, sin sangre latinoamericana en sus venas y con 51 años, estaba del carajo. Que buena hembra resultó la Simona. Mi ojo clínico no se había equivocado. Le eché dos suculentos polvos que le voltearon los ojos y quedó derrotada. Y como yo venía de una conversación muy álgida con mi Sugey, pues, Simona “pagó” los platos rotos. Y antes de retirarme de su apartamento, le dije:

– Simo, mi amor, te pregunto: ¿Te dolió? ¿Abusé de ti? ¿Te hice daño?

– No, mi amor, eres un sol. Me dejas agotada por lo intenso que eres, pero todo muy sabroso, cero dolor, puro placer. Eres un amor y esa anaconda tuya es una maravilla. Me quedo enamorada. Desde mi divorcio no había probado nada parecido, puros candidatos para el asilo. Me gustas, mi amor, me encantas. ¿Cuándo repetimos?

– Pronto, nos pondremos de acuerdo para que yo baje a la playa solo, sin mis damas y pueda dedicarme a ti. Entonces, para una próxima vez, ya veremos cuando, te voy a trabajar ese lindo culito, para que quedes completa. Entonces, solo entonces, te vas a convertir en adicta a la anaconda. Ya verás… chao, mi amor y gracias, eres una hembra maravillosa, pero mis chicas esperan…

– Para eso si vas a tener que convencerme, porque por allá atrás, nada de nada. Soy virgen. Solo lo uso para lo que Dios me lo dio.

– Te convenceré, ya verás de lo que te estas perdiendo. Confía en mí, que no te voy a defraudar.

Regresé al apartamento y me fui directo al baño a ducharme y ponerme otra trusa y cambiarme de bermuda. Mamá y Ana seguían conversando, aunque no parecía haber mal ambiente. Hasta de vez en cuando se escuchaba una risotada de Ana y unas risitas más discretas de Sugey. Eso era un buen síntoma.

Al mediodía salimos a almorzar a una terraza techada a la orilla de la playa, donde servían pescado frito. Unos parguitos Catalufa deliciosos, con papas al vapor y unas cervecitas, Polar, por supuesto.

Regresamos y mamá me preguntó si quería acompañarla a una siesta en su cama. Por supuesto, le dije que sí y me acosté raudo y veloz a su lado. Ella se semi subió sobre mi lado izquierdo, con una pierna sobre mí y con sus uñas rascándome el pecho y me dijo, muy coqueta:

– He tenido una conversación muy larga, amplia y enriquecedora con tu hermanita menor. He podido conocer un poco más lo que hay en esa cabecita tan bella y tan revoltosa. Al final, hemos compartido algunos puntos de vista, pero otros siguen siendo insalvables. Por ejemplo, ella cree que nosotras dos debemos aprovechar lo que Dios nos ha concedido, específicamente a ti y convertirte en nuestro amante, porque ella no tiene suerte con sus novios y siempre queda a medio trapo, si no menos y yo, pues no tengo ni siquiera eso que ella sufre, porque no se puede decir que disfrute. Palabras de ella, casi que textualmente. Porque supuestamente tú eres una maravilla hecha hombre, macho, según diversos testimonios que tenemos. Yo sostengo que los testimonios pueden ser todo lo ciertos que consideremos, pero que ese gran macho del que nos hablan, no puede ser para nosotras. Corrección, si puede, pero no debe, a causa de los benditos principios morales y religiosos. No es que eso me importe mucho, pero no podemos convertirnos en unos degenerados. Yo no estoy dispuesta para eso. Pero ella sí. Entonces, ese es su problema, de ustedes dos, porque ya están grandecitos y no voy a interferir. Si ustedes se desean, adelante, no pienso estorbar. Solo les ruego que no vaya a salir preñada y que no salga de ustedes dos. Un secreto entre dos deja de ser secreto por antonomasia y en este caso será de tres. Ustedes dos y yo, porque si sucede, lo sabré. No olvides que soy bruja. Pero si se lo cuentan a su mejor amigo o amiga, incluso a Andrea, podemos jodernos todos. Iremos al infierno, pero en vida. ¿Lo tienes claro?

– Si, lo tengo claro, aunque no esté de acuerdo totalmente. Yo conservo las esperanzas que algún día aceptes ser mi novia. Cuando uno está enamorado, no debe perder las esperanzas, es lo único que me queda.

– Ay, chico, deja de joder con eso.

– No, no puedo, yo seguiré insistiendo, te voy a cortejar como ni siquiera papá lo hizo, como nadie te haya cortejado jamás. Algún día vas a caer rendida a mis pies, aunque te parezca cursi lo que te estoy diciendo y creas que son bromas mías. Estoy hablando muy en serio, Sugey, mi amor. Si alguna vez en mi vida he hablado en serio, ha sido esta mañana y ahora. Fin de mi conversación. No teniendo nada más que agregar, si quieres te sigo escuchando o dormimos un poco.

– Dormimos…

Nos callamos y cada uno quedó ensimismado en sus propios pensamientos. Yo, por lo pronto, cerré los ojos y muy levemente empecé a acariciar su pancita, los alrededores de su ombligo, que tanto me gustaba. Era hermoso, como todo en ella, pero además era un hoyito muy peculiar, delicioso. Yo introducía la punta de mi dedo mayor derecho y lo revolvía y ella ronroneaba. Delicioso. Poco a poco ella se fue durmiendo y entonces pasé a sobar su cadera izquierda, la que montaba sobre mi cuerpo. Bajaba por su pierna hasta la rodilla y regresaba por el mismo camino. Ella suspiraba como una bebita, dulcemente. Los suspiros de Sugey eran tan hermosos, tan dulces que me embriagaban el alma. Eso me enamoraba más…

**********

A partir de ese momento me convertí en el eterno y sempiterno pretendiente de Sugey. Cada vez que bajaba en las mañanas a desayunar, la abrazaba por detrás de su cuerpo, haciendo énfasis en apoyarme en sus maravillosas nalgas, recostando mi pieza de artillería en ellas y le besaba el cuello. Sabía bien que eso la derretía. Al principio rechazaba que me le recostara de las nalgas y me empujaba dándome un fuerte culazo, pero poco a poco fue aceptándolo sin más. Ana lo observaba todo y sonreía. Al oído, le susurraba que la amaba, que era mi novia, que era la chica más linda del mundo, que anoche había soñado con ella. Y en las mañanas en que despertaba a su lado, porque me hubiera convocado para dormir con ella, pues le decía que había dormido con una princesa y que todavía estaba encaramado en la nube donde ella me había dejado.

Otra cosa que sucedía muy a menudo es que como parte de unos jueguitos de seducción entre ambos, no pautados, que surgieron espontáneamente, muy seguido ella me pedía que la ayudara con el cierre del vestido y luego quedaba en paños menores delante de mí, o pasaba por el pasillo de los cuartos en pantaletas y sostén, como buscando algo que no se le había perdido, para que yo la viera. Yo, por mi parte, empecé a dejarme ver más seguido en interiores y algunas veces con la anaconda morcillosa, marcando el paquete. Indistintamente me dejaba ver por Sugey o por Ana. Mi hermanita se relamía ostensiblemente para molestar a mamá.

Y a la hora en que me invitaba a dormir con ella, prácticamente una o dos veces por semana, yo, descaradamente me iba de mi cuarto al de ella en interiores. Entonces ella comenzó a utilizar unos baibydoll y algo que ella nombró como neglillé, que le permitían exhibirse ante mí en todo su esplendor. Los camisones usuales quedaron desterrados.

A veces, los fines de semana, pasaba el rato con ellas dos en interiores y entonces un buen día Ana empezó a sacarme espinillas de la espalda. Me pedía que me sentara en una de las sillas altas de la cocina y se colocaba por detrás de mí, para jorungar y pellizcar mi espalda. Al poco tiempo mamá se sumó a la práctica y entonces hasta se disputaban el derecho sobre mi espalda. Afortunadamente para mí, porque mira que me agradaba la cosa, mi espalda producía muchos puntos negros y espinillas, de modo que cada sábado o domingo, si estábamos en casa, era delicioso permitirles acribillarme.

En mis galanteos con ella, un día le llevaba una rosa roja de nuestro rosal, de la planta que llevaba su nombre, otro día me presentaba con una caja de bombones o con un regalito consistente en algo que hubiera visto en una vidriera y me pareciera apropiado como para una novia. La acompañaba a casi cualquier parte a la que quisiera ir, incluso al médico por chequeos de rutina. Frecuentemente la invitaba al cine o autocine o la convidaba a cenar un sábado por la noche. Incluso logré que me aceptara una invitación a bailar, la primera vez en un Piano Bar y la segunda en una discoteca. Fue algo glorioso. Diariamente le dejaba caer en su bolso un papelito de un taco de 10×8 con manuscritos simples como: “te amo”, “bonita”, “eres la chica más linda del mundo”, “me pierdo en tus ojos”, “parece que se escapó un ángel del cielo”, “mis ojitos lindos”, “labios de coral”, “eres un dulce”, “mi pedacito de chocolate” y tantas cosas cursis, pero lindas que se me antojaba escribir de solo pensar en ella. Cuando estás enamorado, la poesía y la cursilería van de la mano. Un buen día me sorprendió diciéndome que ya tenía una colección de más de 100 papelitos anónimos con palabras o frases muy lindas, tiernas, que un admirador secreto le colocaba a diario en su cartera o bolso. Que ya estaba acostumbrada a dejar el bolso siempre en el mismo lugar, para recibir el nuevo papelito cada día y que lo esperaba con ansia.

– Mamá, eso debe ser un loco que se colea por la ventana y te pone esos papelitos. Bótalos, es algo muy cursi. ¿Para qué guardas eso?

– No seas tú tan pendejo. Esos papelitos significan mucho para mí. Siempre traen algo escrito que sé que sale del corazón de mi admirador secreto y va directo al mío. Eso es un tesoro para mí, jamás los botaré. ¡Qué riñones tienes tú! – y me lanzó uno de sus besos soplados, que se estampó en mi alma, de una.

Continuará…

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