Junto con mi esposa, salimos una tarde de sábado en plan de visitar un centro comercial para ver y comprar algunas prendas de vestir. No teníamos ningún plan especial en mente, así que nos dispusimos recorrer las instalaciones, ver aquí y allá por si algo captaba nuestra atención y nos decidíamos a comprar algo. Anduvimos por el lugar, visitando varios locales, pero, al parecer la oferta de ropa disponible no satisfacía las expectativas de mi esposa. Andamos de arriba abajo ese lugar, pero ella no encontraba aquello que le agradara. Sin embargo, insistía en recorrer el sitio nuevamente y verificar las vitrinas de las tiendas una vez más. Y en esa actividad nos cogió la noche.
Estuvimos tentados a entrar a un cine, porque empezó a llover copiosamente en la ciudad y, de verdad, nos dio pereza salir a la calle para regresar a nuestra casa. Entonces, algo desprogramados, decidimos subir al tercer nivel de aquel lugar, donde se concentran restaurantes, discotecas y pubs. Nada especial. Mi esposa, muy diligente, observó un lugar, una cervecería, que le pareció muy agradable y acogedora, de modo que entramos y nos acomodamos allí.
Pedimos unas cervezas, por supuesto, y empezamos a charlar y observar el lugar. Pronto me di cuenta que mi esposa fijaba su mirada en unos muchachos que estaban sentados en la barra. Si bien entraban y salían personas de aquel lugar, al parecer había alguien que captaba su atención. Estábamos hablando de muchas cosas, pero había algo o alguien, que la mantenía atenta. De un momento a otro nuestra conversación, sin saber por qué, llegó a centrarse en temas sexuales, que, si a los hombres les gusta esto, que a si a las mujeres aquello, que qué es lo que más llama la atención de un hombre cuando ve a una mujer y demás.
Ella estaba vestida con unos jeans, blusa normal, chaqueta informal y zapatos de tacón bajo. Comentó que ella no disponía de ropa seductora o que llamara la atención, a lo cual respondí que, si quería, era el momento de buscar y procurarse algunas prendas, si es que ese era su deseo. Yo había visto tiendas de lencería y sex shops que quizá tuvieran modelos disponibles. Ella, en tono de frustración, comentó que la ropa que allí vendían era para jovencitas delgadas y que generalmente se ofrecían tallas muy pequeñas. Bueno, dije, pues echemos un vistazo. Nada tenemos que hacer, así que nada se pierde.
Nos dispusimos a recorrer el lugar nuevamente, pero esta vez con un objetivo en mente; buscar la famosa ropa sexy. Llegamos a un lugar donde vendían lencería, muy bonita y fina. Ella se probó varios modelos y, después de varios intentos, se decidió por un conjunto Baby Doll con liguero, tanga elaborada en encaje, todo transparente y media con silicona, que se adhiere muy bien a la piel. Quiso dejarse esa ropa puesta, de una vez. Nada de lio. Resuelto el interior, ahora teníamos que procurar ataviar el exterior. Así que salimos en busca de un lugar donde encontráramos lo que buscábamos.
Yo, de inmediato, pensé en un sex shop que había visto por ahí y hacia allí nos dirigimos. En el lugar había de todo, como en botica, de modo que ella se dispuso a mirar y mirar para convencerse de lo que quería. Finalmente se decidió por un vestido enterizo, strapless, en cuerina de color negro. Los zapatos, lógicamente, tenían que hacer juego con todo lo anterior, escogiendo, finalmente, un modelo en charol negro, con tacón tipo aguja de 10 centímetros de alto. Yo pensé que las compras estaban concluidas, pero, no, todavía faltaba una chaqueta elegante que armonizara con lo anterior.
Buscamos de nuevo por aquellos locales, aunque no fue difícil. Encontró un blazer de manga larga, tipo ejecutivo, color blanco, que, la verdad, la hacía lucir muy elegante. Y, en vista que estaba, aparentemente muy entusiasmada con sus compras, decidió estrenarse la ropa ahí mismo, de modo que salió vestida de aquel almacén con todas sus nuevas adquisiciones. Y, viéndose tan elegante y atractiva como lucía en aquel momento, yo mismo propuse que le hiciera la inauguración oficial a aquella vestimenta. Aún la noche estaba joven, por lo cual decidimos volver a la cervecería y pasar un rato allí.
No fue causalidad de que llamara la atención con su nueva vestimenta, en contraste con la reacción desapercibida que había suscitado nuestra presencia en ese mismo lugar poco más de una hora atrás. Era inevitable que los hombres que entraban al lugar no dejaran de echarle un vistazo a la señora, máxime cuando nos habíamos situado en una mesa que quedaba casi que en la misma entrada. Ella, no obstante, seguía posando su mirada en algún lugar de la barra, chequeando a los muchachos que estaban por ahí. Y la notaba un tanto inquieta.
Pasado el tiempo, hablando de cosas varias, y lidiando con el hecho de que ella era el centro de las miradas, me atreví a preguntar. Oye, ¿qué es lo que te tiene tan inquieta? No, nada, respondió. Pues, me ha parecido raro, toda la tarde, que has estado como rara desde que llegamos a este lugar. No, no es nada, solo que he estado entretenida y me han llamado la atención varias cosas. Hay oferta de muchos artículos y quizá he estado distraída por eso. Bueno, dije yo, pero pareciera que esa oferta también incluyera hombres, porque no has dejado de observar a ese grupo de personas, que, por lo que me doy cuenta, habían estado aquí desde antes de que saliéramos de compras. O ¿me equivoco?
Tal vez, respondió. Y ese inusitado interés en parecer atractiva y la conversación acerca de cómo lucir mejor, ¿tiene algo que ver con eso? No, dijo. Es algo que surgió en el momento. Solo eso. Hmmm… me quedé´ pensativo y pregunté. ¿De casualidad hay allí algún hombre que te ha llamado la atención? Es inevitable que no haya hombres que llamen la atención, respondió, así como para ustedes es inevitable que no haya mujeres que les llamen la atención. ¿No es cierto? Sí, contesté. El caso es que, aunque he visto muchas mujeres que han llamado mi atención, pues no estoy inquieto ni preocupado. ¿Qué es, entonces?
La verdad, dijo, no estoy segura. ¿Segura de qué? Pregunté. Pues de lo que preguntas. Hay personas que llaman la atención, pero eso no necesariamente tiene que generar expectativas. ¿O, si? Depende, contesté. ¿Qué tipo de expectativas? Pues, no sé. A veces ve uno personas que impactan y surge la intención de aproximarse, entablar contacto con ellas y conocerlas. ¡Ya! Creo entender. Hay algún hombre aquí que ha captado especialmente tu atención. Y, mirándome, como que he tocado el punto, me ha contestado, sí. Y ¿quién es? Pregunté. Aquel hombre que está allá. Parece estar solo.
Dirigí mi mirada hacia él y no me pareció nada especial. Era un tipo normal, como yo, tal vez 1.70 metros de estatura, tez morena, cabello negro, complexión mediana, de rostro agradable, bien vestido, tal vez con una indumentaria muy juvenil para la edad que aparentaba, pero, en mis palabras, nada del otro mundo. Sin embargo, en palabras de mi esposa, algo había captado su atención. El tipo, para acabar de completar, de cuando en vez echaba una mirada hacia donde estábamos y llegué a pensar que ya había establecido contacto visual con mi mujer y que el obstáculo para que algo sucediera era yo.
Mire al tipo varias veces, de arriba abajo, tratando de establecer que era ese algo que había captado la atención de mi mujer. Bueno, seguí, preguntando, y qué es lo que te ha llamado la atención de ese señor. Pues, nada especial, se nota que es una persona bien, quizá es profesional, tal vez intelectual, y, de repente, me ha llamado la atención. Tengo curiosidad. Bueno, respondí, esa curiosidad tuya así, tan de repente, pudiera responder a otros intereses. ¿Estás muy arrechita, hoy? Un poquito, respondió. Pero, repliqué, ¿a qué hora fue eso? Porque, cuando salimos esta tarde de la casa, nada de eso se había mencionado.
Pues, no sé, se dio. ¿Y qué lo causó? No sé, respondió. El tipo me pareció agradable y ya. Pero, continué, habrá algo que te haya despertado la calentura, porque no de otra manera se explica ese cambio de actitud de un momento a otro. Bueno, dijo, me da vergüenza decirlo, pero se le marca mucho la entrepierna y tengo curiosidad. Volví a mirar al señor y, la verdad, no entendía en qué momento ella había tenido la oportunidad de captar ese detalle. Y, siendo así, entendía que su expectativa era conocer o probar ese bulto en la entrepierna. Y ¿dónde lo viste? Desde que llegamos, contestó. Lo vi bajar de un acarro en el parqueadero y ha coincidido en todos los sitios donde hemos estado.
¡Ya! Okey. Si mal no entiendo, el bulto en la entrepierna llamó tu atención y tu expectativa, lo que ha estado pasando por tu cabeza toda la tarde, es la posibilidad de ver, saborear y probar lo que tiene ese señor. ¿Verdad? Pues, sí. ¿Hay algo malo en eso? Replicó. No, nada, respondí. Pero hubieras sido más concreta desde el principio y no se hubiera perdido tanto tiempo. Aunque, pensándolo bien, el hecho de que haya sido así hace que aumente la expectativa y la curiosidad, y, a estas alturas, tu sexo ya debe estar húmedo de solo pensarlo, toda la tarde. No me contestó, pero se quedó mirándome sonriendo.
Bueno… ¿y qué? ¿Qué vamos a hacer? Pregunté. Pues, no sé. Lo podemos invitar a que se siente con nosotros y conversamos un rato. ¿Sólo conversar? Pues, no sé, dijo riéndose. Tú ya sabes cómo es eso y nunca se sabe que va a pasar. Entonces, dije, pues ve y se lo propones. ¡Quien dijo miedo! Ella, entre animada y excitada, supongo yo, se acercó a la barra. La vi dirigirse a él, estrechar su mano y conversar unos minutos. Luego, mirando hacia donde yo me encontraba, el Señor tomó su bebida y la acompañó hasta nuestra mesa.
Buenas tardes, saludó muy cortés cuando llegó a mi encuentro. Antonio Rueda, mucho gusto. Hola, qué tal, Enrique Merchán. ¿Cómo le va? Bien, respondió. Un poco desprogramado el día de hoy, así que me vine aquí a distraerme y pasar el tiempo. Con este día lluvioso no dan ganas de nada. Sí contesté. Nosotros vinimos en plan de compras, y, con el tema de la lluvia, resultamos quedándonos, también en plan de que pase el tiempo. ¿Eres casado? Sí, respondió un tanto incómodo. ¿Por qué preguntas? Curiosidad. No, mentira, repliqué, le vi en su mano un anillo de compromiso. Cierto, dijo, me puse en evidencia, comentó sonriendo.
Espero que no se incomode más, apunté, pero me dice mi esposa que han estado coincidiendo toda la tarde en diferentes sitios y, me pregunto, ¿ha sido casualidad? O ustedes se estaban haciendo ojitos desde temprano. Jejeje, rio él. Pues, no lo sé. La vi a ella en el parqueadero, recién llegué aquí, y después, no sé por qué, hemos vuelto a coincidir en varios lugares. Yo estaba aquí desde cuando entraron la primera vez. Esta segunda vez, pues no pude dejar de mirarla porque luce diferente a cuando la vi la primera vez. Pero, diría yo, es casualidad.
Ella me dijo lo mismo y llegue a pensar que usted le había seguido los pasos para no perderle el rastro. Bueno, sí, puede ser. Tal vez un poco. Bueno, pero siendo así, dije, ¿por qué no se ha manifestado usted antes? Tal vez porque no tenía claro qué era lo que estaba buscando, respondió. Y ahora, ¿ya sabe lo que está buscando? Volví a preguntar. Jejeje… Mmmm… tal vez compañía, charlar con alguien un rato. Ella captó mi atención y sentí la tentación de seguirle los pasos para ver si trabajaba por aquí, o algo así. Tal vez, algo intempestivo, espontáneo. No sé, la verdad.
Bueno, le pregunté a mi esposa, y contigo ¿cómo funcionó aquello? Pues, creería que muy parecido, respondió. ¿Cómo así? pregunté. Pues, no sé, también lo vi en el parqueadero cuando llegamos. Tal vez hemos hecho contacto visual varias veces cuando coincidimos. Me da la impresión de que ya nos habíamos visto antes, y, como nos hemos cruzado varias veces, me surgió la curiosidad y el interés de saber el por qué, contactarlo y conocerlo. Solo eso. ¿Será? ¿Qué dices? Le pregunto a él. Tal vez, tal vez… no acierto a saber realmente donde nace la atracción. Lo cierto es que, después de verte la primera vez, sentí la tentación de seguirte y verte y verte.
¿Y solo verte y verte? Pregunté. ¿Qué más pasó por tu cabeza? Jejeje… espero que no se incomoden. ¿Por qué? Repliqué. No es algo que se diga todos los días, respondió. Bueno, nos quedamos esperando la repuesta. ¿Cuál es? La seguí porque pasó por mi cabeza la idea de abordarla y decirle que me gustaría hacerle el amor. Tan solo eso. Okey… Y ¿qué le habrías respondido tú, si eso hubiera pasado? Pregunté, mirando a mi esposa. Bueno, no sé… Le diría que estaba contigo. ¿Y si no estuvieras conmigo? Insistí. Le diría que ¿por qué no? Y si te hubiera respondido así, ¿cómo hubieras reaccionado? Jejeje… Le hubiera dicho, ¡vamos!
¿Vamos? ¿A dónde? Le pregunté. Jejeje… Por acá hay muchos sitios a donde ir. Hay muchos moteles disponibles. Incluso podemos ir caminando. Y ¿sigue en pie ese por qué no? Le pregunté a mi esposa. Sí, respondió. Si él está dispuesto, ¿por qué no? Bueno, parece que se juntó el hambre con las ganas de comer, comenté. Y ¿qué te llamó la atención de ella? Volví a preguntarle a él. Jejeje… le vi su cara y me gustó… también sus senos… ¿Y las piernas, no? Repliqué. Cuando la vi la primera vez estaba en Jeans. No sé, me pareció atractiva. Y ahora, lo está más. En resumen, apunté, ¿aún sigue viva la idea de hacerle el amor a mi esposa? Sí, respondió. Y tú, ¿qué dices? Pregunté a mí esposa. ¡Vamos! Fue su respuesta.
Bueno, Antonio, andando, dije. ¿Es muy lejos para ir caminado? Pregunté. No, dijo, estamos a una cuadra, más o menos. Ok. Vamos. Así que salimos caminando los tres. ¿Tienes muchas ganas de hacerlo? Le preguntó mi esposa. La verdad, sí, respondió él. ¿Y tú? Por alguna razón, yo también tengo muchas ganas, le respondió ella. Hagamos que funcione, comentó él.
Así como él dijo, no tardamos mucho en llegar a “Romances Suites”. El sitio es adecuado para ingresar en vehículo, así que nos vimos un tanto extraños y expuestos a la vista del público entrando a pie. Nos asignaron una amplia habitación en el segundo piso, con decoración temática, bastante erótica. No más entrar, y sin decir nada, mi esposa y él empezaron a quistarse la ropa. No hubo nada de preliminares. Y ¿cómo? Pensaba yo, si son unos perfectos desconocidos.
Ella lo tenía claro, pienso yo, porque sabía que aquello era sexo únicamente. Antonio de desnudó frene a mi esposa, dejando ver que mi esposa había captado bien los detalles de aquel señor, pues lo que enmarcaba su entrepierna en su pantalón, no era otra cosa que un pene bastante prominente, que, erecto, hacía ver a mi esposa bastante vulnerable. ¿Será que su vagina podrá acomodar en su interior aquella cosa?
No más quedar desnudos, ella y él, mi esposa, fascinada con lo que veía, no tardo en ponerse en cuclillas, frente a su macho, para empezar a degustar el voluminoso pene que estaba a su alcance. Y él, fascinado por aquella situación, no prevista, dejó que ella actuara a su parecer. Se entregó a la iniciativa de mi esposa, que empezó a mamar aquel pene con mucho entusiasmo y pasión. Y, después de besar y besar aquel pene, sus testículos y el tronco de aquel miembro, ella decidió recostarse en la cama e invitar al hombre a que la penetrara.
Antonio no perdió tiempo. Insertó su voluminoso y grueso pene en la vagina de mi mujer, que, excitada, como estaba, empezó a gemir, a mí parecer, de forma casi descontrolada, pero muy excitante. El, decidido, embestía a mi esposa con gran furor y energía. Daba morbo ver cómo ella se entregaba a aquel desconocido con una pasión desenfrenada y sin recato alguno. ¿Cómo era que, recién llegada, y casi sin mediar palabras, se desnudó con rapidez para estar disponible ante aquel macho, quien también se apresuraba para estar con ella? Lo cierto es que ella estaba disfrutando ese encuentro con toda intensidad.
Antonio embestía y embestía, animado por que mi mujer no dejaba de alentarlo diciéndole que no parara. Sigue así, vociferaba, sigue así… te siento rico. De modo que aquel hombre insistía en bombear con su pene la vagina de mi mujer. Ella gesticulaba, contorneaba su cuerpo y apretaba fuertemente con sus manos las nalgas de aquel, promoviendo que permaneciera allí, haciendo lo que estaba haciendo, y no se retirara pronto. Momentos después la intensidad de sus gritos aumentaron y, en una explosión de excitación, mi esposa soltó un sonoro ¡qué rico! que creí debió oírse en todo el piso. ¡Qué culeada tan espectacular!
Antonio sacó su pene en ese momento, irrigando de manera abundante su semen en el vientre de mi mujer. Ella apenas estaba experimentando los efectos de su profundo orgasmo y solo atinó a tomar aquel pene entre sus manos y seguir masajeándolo para que no perdiera su dureza. Aquello, sin embargo, no era posible. El hombre se tumbó al lado de ella, palpando con sus manos todos los rincones del cuerpo de mi mujer. Estaba fascinado con sus senos y ya, para su propio placer, había tenido la oportunidad de compartir sexualmente con ella. La falta de planes que nos había mencionado, creo yo que se había superado con lo sucedido.
Ella y él permanecieron tendidos sobre la cama, recuperándose del esfuerzo, pero estaba claro para ella que aquello no iba a terminar ahí. Dejaron pasar unos minutos y, ante la sensación de que la fuerza y el ímpetu volvía a sus cuerpos, mi esposa volvió a concentrar su atención en el pene de aquel y, chupándoselo, con mucho cuidado y atención, poco a poco lo volvió a despertar, adquiriendo nuevamente tamaño y dureza, como antes.
Ella, cuando vio aquel miembro en plenitud, se acomodó de espaldas al hombre, sugiriendo que la penetrara desde atrás, lo cual fue entendido de inmediato. Mi mujer se puso en posición de perrito, elevando sus nalgas para exponerlas al macho, quien, no perdió tiempo en colocarse detrás de ella y penetrarla desde atrás con mucha intensidad. Nuevamente, ejerciendo su rol de macho dominante, Antonio empezó a bombear con profundidad en el cuerpo de mi mujer, que, extasiada ante tanto placer, no dejaba de gemir y gemir con cada embestida de su macho.
El, por su propia iniciativa, sacó su miembro, instruyó a mi mujer para que se colocara de nuevo de espaldas y, maniobrándola a ella, levantó sus piernas, doblándoselas sobre su pecho, embistiéndola nuevamente para que su pene fuera bien profundo dentro de ella. Mi esposa, nuevamente, casi sin interrupción, empezó a gemir de nuevo. Era evidente que la profunda penetración del pene de aquel macho le producía un placer inmenso. Antonio bombeo y bombero hasta que ella alcanzó un nuevo orgasmo. Sus gritos, esta vez, fueron más ruidosos y sonoros. El hombre siguió bombeando, aunque ella ya estaba experimentando las consecuencias de su orgasmo.
El volvió retirarse, derramando su semen sobre la cama, mientras ella continuaba agitada, disfrutando de las sensaciones que le dejó su orgasmo, sin dejar de gemir, ya un poco menos agitada que al principio. Su vulva se veía contraída y palpitante. Antonio, rendido por su faena, se retiró al baño mientras ella, tendida en la cama, seguía complacida recuperándose de su fenomenal orgasmo. Aquello había sido toda una espléndida faena.
Ya, recuperados, y como al principio, sin mediar palabra, cada uno se fue vistiendo por su lado. El propósito se había cumplido. Ella y él se habían disfrutado mutuamente. Mi esposa pudo comprobar que su intuición iba en la vía correcta y que aquello que se marcaba en el pantalón de Antonio, sin duda alguna, no solo le despertó curiosidad, sino que le proporcionó el mayor de los placeres en los últimos días. Esta ha sido una culiada inmejorable. Y ella, sin duda, lo disfrutó mucho.
Después de aquello, ella y él se despidieron normalmente, un tanto distantes, porque al fin y al cabo aquello había sido un encuentro sexual, donde nada diferente al disfrute de los orgasmos importaba. Y quien iba a pensar que la sola idea del placer que podía generar el bulto, que se le marcaba a aquel hombre en la entrepierna, fuera a desembocar en esta aventura. Al final, todos felices…