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La curvy deseada (1)
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Rosalía era una mujer atractiva. Había llegado a los cincuenta, pero mantenía un encanto especial para los varones. Dotada de un busto exuberante y caderas anchas, atraía al género masculino.

Era una mujer morena, aunque por arte de la peluquería lucía un pelo pelirrojo oscuro que le deba un atractivo especial. Alta, de complexión mas bien fuerte mantenía unas definidas curvas gracias a sus caderas anchas, a las que añadía un busto exuberante que no la permitía pasar desapercibida.

Cuando se dirigía al trabajo cada mañana, se sentía observada por los hombres que compartían el metro con ella. Era una mujer que no pasaba desapercibida. Vestía con discreta elegancia, porque era de estas personas que lo que se pongan les sienta bien. Sabía sacar partido de su cuerpo, y añadía a su encanto natural un cuidado, pero sencillo maquillaje.

Al mediodía, a la hora del almuerzo que consumía en el comedor de la propia empresa, salía unos veinte minutos a tomar un café a un bar cercano. Allí coincidía con un caballero que discretamente la observaba, pero, que nunca se le acercó ni siquiera hizo ademán para ello. Rosalía, si que se fijó en el hombre, bien vestido de una edad similar a la suya, que la seguía con los ojos, y cada vez con mayor atención.

Un día, era jueves, y al entrar en la cafetería vio al caballero sentado en una mesa, sin nadie alrededor, y la muchacha sintió el deseo de conocer a su admirador silencioso. Aprovechando que en la barra no había sitio y las demás mesas estaban ocupadas se acercó y con suaves modales le espetó, “Hola, le importa que me siente, está todo lleno y no dispongo de demasiado tiempo para tomar el café".

El caballero amable y sonriente le hizo un gesto de aprobación refrendado por las palabras "será un placer compartir la mesa con usted" "Me llamo Carlos" dijo y alargó su mano.

Rosalía, con una repuesta de manual se quedó algo azorada "mucho gusto, yo soy Rosalía" Vio que Carlos, ahora ya sin recato la repasaba de arriba a abajo.

"Trabaja por aquí" -le inquirió. Y así, de esta manera repleta de formalismos se inició la conversación entre ambos. "Si, en el edifico de enfrente y usted también está por la zona, no, me parece haberle visto alguna vez". Su interlocutor le explicó que trabajaba justo en el edificio del lado, ocupado por las oficinas de un grupo inversor.

Rosalía se dio cuenta del descaro con el que Carlos la miraba, eso si con una sonrisa elegante, de categoría. Los ojos de su interlocutor se fijaron en su rostro, bien maquillado, sin estridencias, pero con un rojo carmín que perfilaba sus labios carnosos, luego, descendían hacia su busto y cuando se levantó para ir al servicio, percibió que la repasaba de arriba abajo, sin duda sus caderas, anchas y sugerentes habían sido el objetivo de su contemplación.

Al regresar del baño la mujer se despidió de su interlocutor, con "he de volver al trabajo, encantada de que me aceptara en su mesa, ya nos veremos". El caballero cortés se levantó y le espetó “seguro que si, siempre tendrá un lugar en mi mesa".

Sonaban las seis de la tarde, hora de concluir la tarea. La intuición femenina le sugirió a Rosalía que Carlos se haría el encontradizo con ella. No fue así exactamente, pero, el hombre la estaba espiando, y la siguió a cierta distancia hasta que ella se perdió en las escaleras del metro.

Al día siguiente, la mujer decidió abstenerse del café tras la comida. le costó, porque estaba habituada a ello, pero, convencida de que Carlos la esperaría por la cafetería, prefirió no acudir, y crearle algo de intriga, si, como ella suponía, el caballero del traje gris perla estaba interesado en ella.

No se equivocó ni un ápice. Esta vez, el "lobo" había esperado a la Caperucita en el Metro, donde se hizo el encontradizo. "Qué casualidad Rosalía, no pensé que fuera a encontrarla aquí, la verdad es que miré si la veía por la cafetería.". “Ahhh hola -dijo ella- no, hoy no he tenido tiempo de bajar a tomar mi café y lo acuso, es mi "vitamina" para pasar la tarde”.

-"Pues le invito a uno, si tiene tiempo”.

Me parecía un desaire no aceptarlo, y la verdad, me sentía halagada por sus miradas hacia mí . Así que le acepté un café en el mismo bar del Metro, no era un lugar muy romántico que digamos, pero, lo suficientemente adecuado para abreviar el tiempo si no me convenía el cariz que tomase la conversación.

Me preguntó en qué trabajaba, y dando un circunloquio hábilmente tejido de antemano, lo vi claro, quiso averiguar un poco sobre mi vida personal, en qué estación bajaba, para delimitar claro está la zona en que vivía y como el que no quiere más la cosa, me dio una tarjeta en que estaba subrayado su número de teléfono que era el de su wasap. Tuve que corresponderle, aunque este último extremo no me apetecía mucho. Soy celosa de mi intimidad y Carlos no entraba de momento en mi círculo más personal. Pasado un cuarto de hora nos despedimos.

Era sábado, uno de estos del mes de marzo en que el invierno va quedando atrás y apetece salir a tomar algo por las terrazas. A eso de las 10 de la mañana recibo un wassap. "Hola, soy Carlos, hace un día magnifico no se si te apetecería acompañarme a la Barceloneta y picotear algo"

No le pilló de sorpresa a Rosalía, tenía claro que antes o después la llamaría. Quería en el fondo llegar a conocer las intenciones de su admirador, y quizá hoy, sin las prisas de un día laborable podría comprobar como se movía en las distancias cortas. Así que se dispuso a contestarle el wassap. "Tienes razón luce una jornada excelente, me parece una buena idea aprovecharla, a qué hora y donde quedamos".

"Si te parece a las 12 frente a la parada del metro de Barceloneta, y ya decidiremos donde vamos".

"Perfecto, allí estaré”.

Rosalía barajó todas las posibilidades de la cita. Podía ser un contacto de tanteo, o podía intentar algo más íntimo. Valorando esta última posibilidad, decidió vestirse para la ocasión, por fuera y… por dentro. Optó por una falda que le permitiera mostrar sus piernas, fuertes, pero elegantes, y al mismo tiempo marcar la cintura y las caderas. Una camisa, ligeramente desabrochada que le daba opción a exhibir parte de su generoso busto. Buscó un conjunto de sujetador y tanga, negro jalonado con puntillas, que dejaban su generosa anatomía bien visible en el caso de quitarse la falda y la camisa.

A las 12 menos dos minutos Rosalía llegó a la estación del metro y allí le estaba esperando Carlos que lucía un conjunto sport. Se saludaron con un discreto beso en la mejilla y se encaminaron hacia las terrazas de la zona nueva del puerto.

Allí disfrutaron de un buen aperitivo, clima un primaveral y hablaron de lo divino i lo humano. Carlos estaba muy pendiente de ella, y le sugirió dar un paseo antes de comer. Lo hicieron tranquilamente por la zona del embarcadero y llegados a la Plaza del Mar, Carlos le propuso almorzar juntos con una visión panorámica de la ciudad a sus pies y subieron a la Torre Sant Sebastià, convertida en restaurante de lujo, desde el que se divisa toda Barcelona desde un ángulo insólito.

Almorzaron pausadamente, con parsimonia, dialogo distendido hablado de todo y de nada muy especial. Rosalía, en su interior esperaba que desenlace propondría Carlos para el resto de la tarde, si es que había pensado previamente alguno. Fue al tocador para retocar su maquillaje, y a su regreso a la mesa encontró dos copas de cava "para brindar por recibir juntos a la primavera y para que prolonguemos estos momentos de solaz tan maravillosos" soltó Carlos. Rosalía ya tenía la respuesta. Pero lo que faltaba por despejar era el dónde y el qué, aunque esto último no era demasiado difícil de adivinar, a tenor de las atenciones que le dispensaba su admirador.

Carlos sondeo a su amiga. "que te parecería que concluyésemos este memorable día escuchando buena música oteando el skyline de Barcelona al atardecer?"

-Me parece una excelente idea. ¿Conoces algún lugar especial? -inquirió ella.

-"Si, el salón de mi casa, vamos, si no te importa descubrir los secretos de mi guarida" puntualizó Carlos.

Estaba claro, el propósito. Ahora le tocaba a ella aceptar el envite que, como bien había intuido al vestirse por la mañana, concluiría en la cama.

Carlos solicitó un taxi y dio una dirección al conductor. Mientras, acercaba sus manos a la de su amiga, a modo de insinuante caricia. Rosalía, dudó un momento en ser más explícita, contó mentalmente hasta tres, y puso la mano de Carlos sobre su pierna, a modo de invitación por si el caballero quería empezar el juego en el vehículo de una forma sutil.

Carlos captó la propuesta, y con elegancia deslizó su mano pierna arriba, como si quisiera conocer los límites que le pondría Rosalía, si es que había alguno. Ella no opuso resistencia y la mano del caballero fue progresando en busca de la parte superior del muslo de la chica, acercándose a la ingle. Ella esbozó una sonrisa.

El taxi se dirigía a la zona alta de Barcelona, y se detuvo ante un edificio singular en el barrio de la Bonanova. Carlos pago la carrera y abrió la puerta del vehículo con exquisitez. Atravesaron la puerta de cristal del inmueble y cruzaron el hall en busca del ascensor.

Rosalía se sentía trémula, entre el deseo y el temor de lo que se acercaba.

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