Ya en Caracas y retomando nuestra vida normal, una vez más Marian salió con el tal Salvador, quien le dio todo tipo de excusas por su pasada mala noche y le prometió que no volvería a pasar, que había estado sometido a mucho estrés y eso había incidido en su falla. Pero que estaba poniendo las cosas en su lugar y le juraba que no volvería a pasar. Al parecer, en efecto, cumplió. La pasaron bien y regresó contenta. Durmió sola y yo en mi habitación pensaba que por un lado, me alegraba por ella, pero por otro, me veía sin ella, sin sus favores.
Pasó el tiempo y la relación con Salvador se consolidaba. Varias veces vino a casa a almorzar o a cenar, incluso fueron al apartamento de la playa, ellos solos, porque yo prefería mantenerme en observación, pero no involucrado.
Un buen día se me acercó silenciosamente y me abrazó por la espalda, me dio un beso y me dijo:
– Tenemos que hablar.
– No, ni de vaina, me voy. Ya me vas a romper la cabeza de nuevo. Chao.
– No, espera, no huyas, mi amor, es que tengo algo importante que decirte, pero no es malo, creo…
– Coño, que Dios me agarre confesado… dime…
– Bueno, mi cielo, creo que… bueno… verás… Salvador… quiere casarse conmigo… me dice que está muy enamorado y que ya no necesitamos esperar más… – esa noticia me dejó mudo, no supe que decir. Solo la miraba, atontado. Entonces me acarició la cara, suavemente y me dio un besito en los labios y me preguntó: ¿No te gusta la noticia? ¿No quieres que me case?
– La verdad… no sé qué decirte, yo creí que con él solo había… no se… solo sexo y amistad, pero no sabía que estaban enamorados. Me agarraste de sorpresa, no me lo esperaba, pero bueno… te deseo lo mejor, que seas muy feliz… – y me paré y me fui a la calle, antes que me detuviera.
Poco tiempo después se casaron en una sencilla ceremonia civil, solo por lo civil porque ambos eran divorciados. Total, que la pobre Marian jamás había podido casarse por la iglesia, porque con papá tampoco. Él era divorciado en aquel entonces. Pero se vistió de un color blanco ostra, que le quedaba genial. Esa noche estaba preciosa, se veía radiante, feliz. Había encontrado un hombre de su generación que la trataba con respeto y consideración, con quien sostenía largas y amenas conversaciones sobre cualquier tópico y que, aparentemente, la sabía complacer en la cama y fuera de ella. No necesitaba nada más. Por eso se había casado, para tratar de ser feliz.
A la recepción, muy íntima, asistieron los hijos de él y hasta su ex esposa, con quien mantenía buenas relaciones. Su matrimonio se había terminado porque se había acabado el amor, pero se tenían respeto y estaban muy unidos por sus hijos. La verdad, me parecieron personas agradables. Esa noche me retiré temprano, sin despedirme, a la llanera. Me fui a casa, porque ellos se iban a un hotel y luego de Luna de Miel. Me acosté a llorar un rato, por todo lo que ella significaba para mí, porque era el amor de mi vida… hasta que me quedé dormido.
Cuando regresaron de su viaje de casados, Salvador me sorprendió con una noticia: me dejaba su apartamento de soltero, un estudio de excelente distribución y ubicación, en La Castellana a una cuadra de la Av. Francisco de Miranda. Totalmente amueblado y equipado con cierto lujo y practicidad. Me entregó las llaves y me dijo:
– Sé que te sientes un poco fuera de lugar, aquí con nosotros. Yo me vine a vivir acá e invadí tu espacio, por lo que en retribución te cedo mi apartamento estudio, solo una habitación, pero muy cómodo. Para un soltero, es ideal. Allí te podrás llevar a tus chicas sin problemas y sin molestar a nadie. Es tuyo. Yo me quedo aquí en éste magnífico Pent House, porque tu mamá no se quiere mudar de aquí.
– ¿Y el alquiler, como queda?
– Nada, hombre, me pertenece y luego lo traspasaré a tu nombre. Será tuyo. Yo me quedé con tu mamá, tú te quedas con mi apartamento. ¿Te parece justo?
– Bueno… hummm… creo que salí perdiendo un poco, pero ni modo. Jejeje. – me dio un abrazo que sentí sincero y se marchó a su habitación en busca de su esposa.
Al día siguiente fui a conocer el apartamento de Salvador, que ahora sería mío y me agradó. Era una belleza. Con acceso por la Av. Ppal. De La Castellana y por la Av. Luis Roche de Altamira. Los ventanales eran de vidrios que dejan ver de dentro para fuera, pero no al contrario. No se requerían cortinas. Podías andar desnudo por el sitio sin que te vieran de afuera. Piso 3 de un edificio de 10 y con 4 apartamentos por planta, todos idénticos.
El fin de semana siguiente me mudé con todas mis cosas, ropa, discos, casetes, películas, libros y herramientas. El mismo sábado quedé instalado y para inaugurarlo llamé a Licht, para que se viniera esa noche. Con música agradable y buen vino, echamos dos polvos bastante buenos, satisfactorios.