Llegaron las vacaciones y decidimos ir a Miami, donde siempre habíamos deseado ir y el miserable de papá nunca nos llevaba, mientras él había ido en más de una oportunidad- para abrir una cuenta con dinero de los verdes que habíamos obtenido de él por el divorcio. Una vez logrado, pensábamos irnos a las Islas Vírgenes a disfrutar de una semana de playas preciosas.
Al poco de salir del banco donde habíamos abierto la cuenta, nos encontramos de frente, casi que chocamos, con papá y… mamá. Si, con mi padre y mi madre biológicos, ambos. Acaramelados, tomados de la mano, como novios adolescentes. Los cuatro nos quedamos como si hubiéramos visto un fantasma. La que rompió el hielo fue Angelina, mi “madre”, que intentó darme un beso:
– Ay, pero si tú eres Juan Antonio, mi hijo, que sorpresa encontrarnos aquí. – yo me le quedé viendo, asombrado, no atinaba a decir nada, hasta que la señora trató de tocarme la cara con una de sus manos, un gesto por demás “muy maternal”. Entonces reaccioné:
– No me toque, señora, no soy hijo suyo. Mi madre es ella… – dije señalando a Marian.
– No, querido, yo soy tu verdadera madre, ella solo es tu madrastra, bueno, era, porque ya no está casada con tu papi, así que ya no tiene ningún parentesco contigo. En cambio, yo, siempre seré tu madre, porque te parí. – a todas estas, Abelardo miraba a Marian y a mí y Marian a Abelardo y a Angelina y yo me mantenía en guardia ante los intentos “cariñosos” de ésta última.
– Señora, usted me podrá haber parido, pero eso no la convierte en mi madre. Usted es una desnaturalizada, que abandonó a su marido y a su hijo recién nacido, de solo un año, para irse a putear, según me relató papá desde siempre, ese señor con el que anda usted cogida de la mano. Si, él siempre me dijo que usted era una puta. Y ahora andan juntos. Dios los cría y ellos… – no terminé la frase porque la señora me abofeteó. La miré con desprecio, no era odio lo que sentía por ella. Él, papá, si me miraba con mucho odio. Jaló a Angelina para separarla de mí, dieron media vuelta y se marcharon por donde vinieron. De pronto se volteó y me miró, luego a Marian y trató de decir algo, pero Angelina, a su vez, lo jaló para que continuara caminando.
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Conversación paralela entre Abelardo y Marian:
– Carajo, ustedes parecen noviecitos, andan felices de la vida, gozando de mis reales… – le dijo Abelardo, con cara de circunstancia. Se le notaba sorprendido, pero también celoso.
– Si, si nosotros siempre hemos parecido noviecitos, como tú bien dices. Siempre nos hemos amado. Juan es el mejor hijo del mundo, aunque a algunas personas les duela. ¿Sabes una cosa, Abelardo? El amor y el respeto son mucho más fuertes que la sangre. Juan Antonio me ama, mientras que a ustedes dos los desprecia. ¿Por qué? Mírense en un espejo y verán dos personas miserables. Una, la que abandona a su marido y sobre todo a su bebé, por irse a putear y el otro, que perdió la vergüenza y se convirtió en un delincuente. Supongo que andas por aquí escapado de la justicia de nuestro país. ¿Cierto? Gracias a Dios que ya no tenemos nada que ver contigo. – le respondió, altanera, Marian. Lo miraba con el mismo desprecio que yo. Ahora sí, ya no podía ocultarlo.
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Marian y yo nos fuimos caminando para el hotel, cerca de allí, en silencio y tomados de la mano. Había sido un encuentro muy desagradable. Ella estaba en choque. Yo me sentía todo un “hijo de puta”. Estaba triste.
Al llegar a la habitación del hotel, Marian me abrazó y me besaba la cara, con cariño. Me decía cosas al oído, para tranquilizarme, para que me relajara. Pero yo no la escuchaba. Estaba en el infierno. ¿Por qué me había encontrado con esas dos personas que significaban algo tan triste para mí?
Al día siguiente tomamos el avión para Saint Thomas, para pasarnos una semana, alojados en un hotel de playa, paradisíaco.
Una vez en el Bungalow que nos dieron, nos cambiamos a los trajes de baño para darnos un baño en esas blancas playas. Marian salió con un bikini pequeño que mostraba toda su exuberante belleza, sus magníficas nalgas, las mejores que yo hubiera visto en mi vida y ese par de tetas que yo tanto amaba. Yo la seguí con mi bermuda a media pierna, bastante suelto, para que no se notara tanto mi “tercera pierna”. Nos sentamos bajo una sombrilla de playa, donde nos pusimos uno al otro el bronceador, antes de meternos al agua. Al poco rato, entramos al agua, tibia y acogedora. Allí estuvimos jugando un buen rato, ella me abrazaba, yo le daba alguna nalgada, ella me tiraba besitos y así lo pasamos, hasta que la abracé y pegué todo su cuerpo al mío. Entonces la besé en los labios, luego mi lengua se abrió paso y nos enzarzamos en un erótico beso. Ella restregaba su pelvis contra la mía y mi erección no se hizo de rogar.
Poco después, ya demasiado excitados, regresamos al Bungalow, nos duchamos juntos y nos metimos en la pileta de hidromasaje para dos, muy pero muy agradable. Luego de un buen masaje con el agua, nos secamos y nos fuimos a la cama, a retozar. Terminamos en un polvo bestial, con griticos y todo. Ella muerta de la risa.
La siguiente noche, antes de cenar, conocimos a una pareja de morenos trinitarios, muy hermosos ambos, porque a Marian la cautivó él, John y a mi ella, Dana. John era solo un poco más bajo que yo, quizás unos 1.80 de estatura y mi peso, ella de unos 1.70 y unos 58 kg., estimados por Marian. Tenían la piel algo oscura, como mulatos, pero el cabello rizado levemente y algo muy distintivo: los ojos verde-gris. Él era bastante atlético, más que yo y ella tenía un cuerpo que era un pecado. Ver a Marian pero aumentada por todos sus costados. Esa mujer tenía carne para darse un banquete. Y era muy sensual. Llevaba un vestido muy liviano, de tela bastante transaparentona que dejaba ver bastante de su hermoso cuerpo.
Nos conocimos a la entrada del restaurante porque nos oyeron hablar en español y se nos acercaron:
– Hola, soy John, ella es Dana, vivimos en Venezuela, en Puerto La Cruz, aunque somos de Trinidad. ¿Ustedes son venezolanos, cierto? – dijo él.
– Si, cierto, somos de Caracas; ella es Marian y yo soy Juan, tu nombre pero en castellano.
– Si, somos tocayos. ¿Van a cenar? – me preguntó.
– Si, si les parece, sentémonos juntos, para conocernos. – le respondió Marian.
De esa manera empezamos una relación que resultó bastante agradable. John se mostraba muy atraído por Marian. Quizás debido a que se le notaban unos 35 a 40 años de edad, mientras que ella se veía más como de mi edad, máximo unos 25, calculaba yo. Esa misma noche, después de cenar fuimos a bailar a una disco playera, donde de inmediato se formaron dos parejas, Marian y John y Dana y yo. Fue una noche divertida, agradable. Bailamos y bebimos, hasta que decidimos irnos a dormir. Cada quien con su pareja de origen.
Al día siguiente, salimos a desayunar con la idea de vernos otra vez. Marian se sentía muy atraída por el hombre, al punto que se notaba ansiosa por verlos aparecer. Una vez que nos encontramos, nos sentamos a desayunar y a conversar.
Hablábamos de nosotros, de lo que hacía cada uno y al final, ella me preguntó:
– Ustedes están juntos desde hace mucho?
– Bueno, bastante tiempo conociéndonos, pero juntos solo unos meses. – le respondí. – ¿Y ustedes?
– Nos conocemos desde que yo era una niña. Como pareja llevamos 4 meses. Él se separó de su esposa y desde entonces estamos juntos. La pasó muy mal y yo me dediqué a él, para sacarlo de su mal momento. – me comentó Dana.
– Historia semejante. Ella estuvo casada durante 16 años y su marido le pidió el divorcio de repente, sin ton ni son. Desde entonces yo he estado a su lado, pero como amigo, como apoyo.
– Y del apoyo surgió el romance… jejeje.
– Pues… sí, creo que sí. – le respondí, sin mucha convicción. No podía tampoco destapar nuestro secreto así como así.
Mas tarde nos vimos en la playa, para darnos baños de sol y de agua. Nos juntamos un rato y de pronto Marian se quedó callada, como sin aliento. Yo me di cuenta y la pellizqué por un brazo y le dije que nos metiéramos al agua un momento. Una vez en el agua, solos, le pregunté:
– ¿Qué te pasó, que te quedaste congelada, paralizada?
– Mi amor, ¿no viste lo que ese hombre tiene entre las piernas? Es una barbaridad, algo enorme. Cuando se sentó se le marcó un bicho como un plátano, hacia abajo en el bermuda. Es tan grande como el tuyo cuando está parado. Me impresionó. ¿Cómo será erecto? – me eché a reír en su cara, porque la verdad, era un poema. Estaba legítimamente asombrada. – Búrlate, pero yo nunca había visto algo así. Lo más grande, el tuyo, que ya es bastaaante grande. Pero eso que él tiene allí debe medir dormido unos 20 cm. imagínatelo parado.
– Bueno, a lo mejor es de esos que son muy grandes cuando están flácidos, pero que no crecen mucho con la erección. Solo se paran. Hay penes que son así.
– ¿Cuánto mide el tuyo flácido?
– Unos 13 o 14 cm. y llega a 22 parado. Eso quiere decir que el mío aumenta un… 60-65% con la irrigación sanguínea producida por la excitación, pero a otras personas no les crece tanto.
– Yo creo que el de tu papá medía menos que el tuyo flácido y erecto, unos 11 y 19, o sea que también le aumentaba muchísimo con la erección.
– Si. Pero no hablemos de ese señor.
– Disculpa, mi amor, no lo haré de nuevo. Papi, ¿tú crees que él esté interesado en mí?
– Más que interesado. Está chiflado por ti. ¿Y tú, estas interesada en él, o solo son ideas mías?
– Mi amor, si tú me das tu permiso, me lo monto. Estoy como loca con lo que vi, te lo juro. Tu podrías irte con Dana, que creo que está muy interesada en ti. ¿Qué tal? Podemos hacer un intercambio, aunque sea por una noche. ¿Qué me dices?
– Bueno, ya veremos. ¿Y porque eso de pedirme permiso?
– Claro que sí, tú eres mi pareja, es lo correcto, ¿no crees? Es como si fueras mi marido. No me voy a ir con otro hombre sin tu permiso, no te voy a faltar el respeto.
– Tan linda, te amo. Tienes mi permiso, mi bella dama.
– Gracias mi cielo, ahora a ver si se da.
Esa noche, para la disco con nuestros nuevos amigos y al poco rato las dos chicas se fueron al baño. Tardaron bastante en regresar, tanto que nos preocupó a John y a mí y estuvimos a un tris de ir a buscarlas; pero en eso aparecieron.
– ¿Qué les pasó, porqué tardaron tanto? – pregunté, ansioso.
– Nada, cosas de mujeres. Estábamos hablando y se nos pasó el tiempo. – respondió Dana.
– Bueno, Dana, ahora quiero bailar contigo, si John no tiene inconveniente, claro.
– Ninguno, compañero, tú te vas a bailar con Dana y yo con Marian. Todo queda entre amigos.
– De acuerdo. – respondí.
Una vez bailando con aquella hermosura color canela, abrazados y casi fundidos nuestros cuerpos en uno solo, me dijo que habían estado hablando en el baño, luego fuera de él y que por eso se habían tardado. Resulta que John era su hermano de parte de madre, hijo del primer matrimonio de la señora y ella del segundo. Que siempre se había sentido muy atraída por su hermano mayor y que, al acabar su matrimonio recientemente, ella se había venido a Venezuela con él, para acompañarlo. De aquella camaradería que siempre habían tenido, nació una relación que para muchos era reprobable, pero que no les importaba, porque en Puerto La Cruz nadie los conocía, así que pasaban por marido y mujer, teniendo diferentes apellidos paternos. Que por otro lado, Marian le había referido, en compensación, que era mi madrastra y que también lo escondíamos por la misma razón. Que estábamos juntos un rato, luego no, por razones de ella y que habíamos vuelto ahora, de nuevo. También le comentó a Marian que John estaba que se babeaba por ella y que no había ningún problema por su parte. Total que quedaron de acuerdo en que ésta noche, Marian se llevaría a John para su Bungalow y que si yo lo deseaba, pues…
– Por supuesto que sí, ¿te crees que te me ibas a escapar? Jajaja. Me encantaría pasar no una sino varias noches contigo, si te parece…
– ¿Varias? Pero… Marian y yo quedamos en que sería por ésta noche…
– No hay problema, mañana hablamos.
De esa manera, esa noche fue de feria. Marian se llevó a John a nuestro Bungalow para conocer a la anaconda que el hombre guardaba en su entrepierna y yo me fui con Dana al suyo, para deleitarme con todos sus manjares, que parecían ser muchos. No hubo una posición conocida que no practicáramos esa noche, hasta creímos inventar una o dos, de manera que al amanecer estábamos bastante agotados de tanta actividad sexual. Ella me contó que, en efecto, John tenía una pieza de artillería que medía casi 20 cm flácida y 29 erecta, que era todo un garañón, incansable, que parecía tener la potencia sexual de un quinceañero y el pene de un caballo. Y que ella había pasado mucho trabajo para adaptarse a él. Pero que a estas alturas del partido, lo disfrutaba, aunque con ciertas restricciones.
– ¬¿Restricciones? ¿Cómo cuáles? – la interrogué, curioso.
– Por ejemplo, por el culito, nada. Una vez lo hicimos y me rompió el ano. Tuve que ir al urólogo. Mamárselo, a mi manera, nada de gargantas profundas, porque me resulta imposible. Posiciones dominantes para él, muy controladas, porque no me cabe todo. Gracias a Dios él es muy comprensivo y amable conmigo.
– Caramba, no debe ser fácil. Yo he tenido ciertos problemas en mi vida, no es fácil vivir con un pene grande y eso que el mío es pequeñito al lado de el de él.
– ¿Problemas? Con esa belleza de pene quien podría tener problemas…
– Bueno, las inexpertas, las estrechas… pero en fin, las que sí tienen experiencia se la pasan muy bien con mi mejor amigo. Jejeje.
– Ya lo creo. Me gustaría que John lo tuviera como el tuyo. Me dejaría hacer de todo con él. Como esta noche, mi amor, me la he pasado bomba contigo… por primera vez, desde que tuve ese incidente con John, me he dejado encular y me encantó. Es grande, pero no me dolió.
– Yo también me la pasé muy bien contigo, mi amor. Eres muy especial. Tenemos que hablar con aquellos dos para renovar el plazo, por lo menos dos noches más.
– ¡Siiii!
A la mañana siguiente nos encontramos para almorzar, porque ninguno se había levantado antes de mediodía. Conversamos más abiertamente durante el almuerzo y las caras de John y de Marian eran de tristeza y pena. Les pregunté qué pasaba y no me querían decir. Luego Dana utilizó su magia con su hermano y éste nos comentó:
– Nada, lo de siempre, no funcionó. Con mi calibre, no es fácil. Marian es muy valiente y… esforzada, pero no pudimos hacer mucho. Lo lamento, estoy avergonzado con ella.
– No, cielo, no tienes que estar avergonzado, fuiste todo un caballero, muy gentil. Me trataste con cariño y respeto, solo que yo no tengo la capacidad necesaria para tu talla. Yo lo lamento de verdad, porque me gustas un montón. Pero no se pudo. – respondió Marian.
– Bueno, ni modo, pero seguiremos siendo amigos, ¿cierto? – les dije. – Aquí Dana me había comentado que a ella no le fue fácil. Yo lo comprendo. De verdad.
– Si, no tienes por qué sentirte mal, Marian, no es tu culpa. Yo le he estado diciendo a John que hay unos médicos en Londres que te reducen el pene en quirófano, tanto de largo como de grosor. Vamos a tener que recurrir a algo así. – dijo Dana, para finalizar el tema
La cara de John era un poema. A partir de entonces, cada uno volvió con su pareja natural, pero seguimos juntos. La última noche, Marian quiso que la pasáramos los 4 juntos, para intentarlo de nuevo, pero todos en la misma habitación. Yo pude copular tranquilamente con Marian primero, para que se dilatara suficientemente y luego con Dana, mientras ellos por su parte lo hacían primero y luego él con Marian lo intentaban una vez más. Marian sufrió, pero logró hacer que el hombre se descargara. Ella lo manejó con destreza, a su ritmo y logró dos orgasmos mientras él llegó a su final. Fue, en resumen, una buena noche, aunque Marian terminó agotada. Pero ver a Marian follada por otro hombre, delante de mí, me marcó. Sentí celos, porque esa mujer me era muy querida, no solamente era mi mujer en ese momento, sino la que me crio y siempre me dio amor.
Al día siguiente, con los correspondientes contactos personales anotados, nos despedimos, porque el vuelo de ellos era para el siguiente día.
Así regresamos a nuestra vida cotidiana, con una experiencia más que agradable, aunque para Marian no resultara tan beneficiosa. Ella me confesó que se sintió muy atraída por John, no solo por su “anaconda”, pero que le fue prácticamente imposible tragarse todo aquel pedazo de carne. Demasiado grande y la lastimó. Fue mucho más dolor e incomodidad que placer.
– ¿Y por detrás no lo intentaste, verdad? – le pregunté preocupado.
– ¿Estás loco? Si no me entraba casi por delante, si él hubiera nada más insinuado que me lo iba a meter por detrás, habría salido corriendo. No mi amor, me quedo con el tuyo, justo a mi medida.
Continuará…