El fin de semana siguiente bajé a la playa con Carola, pasamos un par de noches y días de novela, mucho sexo y del bueno. La señora era de armas tomar y me lo demostró y me dejó satisfecho. En la piscina causó sensación por el tamaño de sus bikinis y lo que mostraba. Y la gente nos miraba, quizás atendiendo a la diferencia de edad o solo eran ideas mías.
El siguiente fin de semana, bajamos mamá y yo con Roxana y me encontré con una mujer mucho más dulce que Carola y tan buena de cuerpo como mamá. La pasamos muy bien los tres y mamá no me daba la impresión de estar celosa. Tal vez el comportamiento más sosegado de Roxana no despertaba esos sentimientos de mamá.
Poco tiempo después, Roxana y yo nos entendimos razonablemente y tuvimos nuestros encuentros, muy satisfactorios, por cierto. Para mi sorpresa, ella le comentaba a Marian, su amiga del alma, lo que hacía con su hijo y cuanto lo disfrutaba. Yo la consideraba una mujer muy discreta y poco lanzada, pero tenía mucha confianza con Marian y además, le decía que le daba mucho morbo comentarle. Así las cosas, yo mantenía relaciones muy agradables con dos amigas de mamá y ellas se encargaban de chismearle lo que hacíamos. La mantenían al día, actualizada.
Por otra parte, en el edificio mantenía encuentros casuales con dos vecinas, una soltera, Aída, de unos 24 años que era un bombón, pero un poco caída de la mata y la otra, Sonia, era una divorciada de unos 33 años que era toda una bomba sexual, de las que explotan y sálvese quien pueda. Eran encuentros esporádicos, una vez a la semana, a veces cada quince días, pero de alguna manera Marian me tenía monitoreado. Siempre sabía que algo había pasado.
Un sábado por la mañana, al sentarme a desayunar:
– Buenos días, mi cielo, Dios te bendiga, ¿cómo te fue anoche, bien?, ¿con quién andabas, Aída o Sonia?
– Caramba, tu debes tener un radar, ¿por qué dices que andaba con alguna de ellas?
– Porque cuando saliste de aquí, desde aquí arriba me fijé mientras se subían a tu carro, pero por lo alto no pude saber cuál de ellas era.
– ¿O sea que tú me espías? Porque sabes que salgo con una u otra. ¿No podría ser otra mujer del edificio?
– No, no te espío, pero las mujeres tenemos algo que se llama intuición y con ella averiguamos mucho sobre nuestros hombres. ¿Quieres que te diga una cosa? Yo lavo tu ropa y le presto especial atención a tus interiores. Los reviso y noto las manchas de semen. Por eso sé cuándo has follado y cuando no. Esta semana, solo el lunes no follaste. Eres todo un verdugo, caramba. Se te va a gastar.
– ¿Y cómo sabes que fue solo el lunes?, ¿acaso mis interiores tienen la fecha del día en que los usé?
– ¡No! Pero yo revisé la cesta el martes y el único que estaba allí era el del día anterior, porque el lunes en la mañana la había vaciado para lavar. Luego esta mañana revisé de nuevo y todos los interiores salvo uno estaban manchados. ¿Qué tal?
– Ok, me tienes pillado. ¿Celosa?
– Un poquito, pero nada que pueda molestarte.
– Si fueses mía, no saldría con ninguna otra. Me dedicaría a ti, solamente.
– Eso me prometió tu padre cuando se casó conmigo, que sería solamente yo, pero ya ves… y tú eres persistente, ¿no? Por cierto, mi amor, quiero decirte algo, hace poco conocí a alguien en el banco, un señor muy apuesto y varonil, parece una buena persona, todo un caballero y me ha invitado a salir esta noche, ¿no te importa?
– Si a ti te parece, no tengo objeciones, pero me gustaría que te venga a buscar aquí para conocerlo y valorarlo, si no te molesta.
– ¿Ahora el celoso eres tú?
– Nada de eso, solo quiero saber con quién va a salir mi madrecita adorada, la mujer que más quiero. Mi princesa. Solo eso. ¿Es mucho pedir?
– No, está bien, le diré que suba, que mi hijo adorado desea conocerlo. No hay problema.
Esa noche el supuesto galán de mamá llegó a la hora ofrecida, tocó el inter y subió. Se presentó ante mí como supuestamente debe hacerlo un caballero que pretende salir con una dama, no una cualquiera. Fue respetuoso y cuando le pregunté a qué hora pensaban regresar, sin problemas me dijo que iban a cenar y a tomar unos tragos y antes de las 12 la traería. Mamá estaba espléndida, en un vestido ceñido, a la rodilla, sin escote, sin mangas, que dejaba todo a la imaginación, nada a la vista. El hombre sonreía de satisfacción al verla tan bella. Pensaba yo que ya estaría saboreando lo que se iba a comer luego. Se despidieron y les deseé una feliz noche, que yo la esperaría despierto.
Efectivamente, poco después de la medianoche, Marian regresó. Traía cara de haberla pasado bien, satisfecha, pero un poco pasada de tragos. Tuve que llevarla a su habitación, desvestirla, llevarla al baño y luego acostarla. Entonces me pidió que durmiera con ella. Le dije que no, ni de broma, pero insistió. Le propuse que le prepararía una sal de frutas para que no tuviera revoltillo estomacal por lo bebido y regresaría, que no se durmiera. Fui a la cocina, lo preparé y regresé lo más rápido posible, pero ya estaba en brazos de Morfeo. La desperté y se lo di a beber. Luego la recosté pero me agarró por un brazo mientras me suplicaba que me acostara con ella, que me necesitaba a su lado.
Ni modo, me desvestí y me acosté con ella. Al poco rato, solo se oía su respiración agitada mientras dormía. La abracé y me quedé dormido. Antes de amanecer, ella se montó sobre mi cuerpo y me acariciaba el pecho con sus uñas. Yo, medio dormido, respondí a sus requerimientos con caricias por sus nalgas y espalda y la cosa se fue calentando. Pronto sentí su humedad vaginal sobre mi pubis y mi miembro tratando de escaparse del bikini. Empecé a separar los cachetes de su trasero y a introducir mis dedos por su ardiente raja, para acariciarla. Ella me daba besos por el cuello, me mordía suavemente, me lamía y me chupaba. Llegó un momento en que temí que ya no me podría controlar y la penetraría, pero mi lado bueno me decía que no debía aprovecharme de ella, que tal vez seguía medio ebria; sin embargo, mi bichito malo me decía claramente que lo hiciera, que no fuera pendejo. En ese dilema moral me encontraba cuando la señora se enderezó sobre mí, puso una rodilla a cada lado de mis caderas y tomó con una mano mi pene, bajando un poco mi interior y lo puso entre sus labios vaginales y se dejó caer suavemente, hasta metérselo todo, hasta el fondo. Ni modo, allí empezó el folleteo en regla, sin restricciones. Me cabalgó como una jinete de rodeo, con una mano se apoyaba en mi pecho y con otra se sujetaba el cabello y la cabeza le daba vueltas. Tuvo un primer orgasmo delicioso y siguió su cabalgata. Tras unos 15 minutos de haber comenzado, su segundo orgasmo la derrumbó, mientras yo explotaba dentro de ella. Perdió el conocimiento y cayó sobre mí. Me asusté. Enseguida la desmonté de mi pene, la volteé en la cama y entonces poco a poco la sentí regresar. Abrió los ojos y me sonrió, me lanzó un besito y se quedó dormida. Cuando despertamos, por la mañana, estaba feliz, pero me rehuía la mirada.
Después de levantarnos y ducharnos, cada quien por su lado y vestirnos para empezar un nuevo día, nos encontramos en la cocina para desayunar. Ella estaba parada frente a la cocina eléctrica cuando le llegué por detrás y la abracé cariñosamente. Le di un beso en el cuello y gimió. Se volteó y me dijo, de frente pero sin mirarme a los ojos:
– Por favor, no me hagas eso que se me abren las piernas sin yo querer. Compadécete de mí.
– Si, pero ésta madrugada tu no tuviste compasión conmigo, me montaste como si yo fuese un potro y tu una domadora hasta que me dejaste seco. Sin compasión. Sin miramientos. ¿Qué pasó?
– No estaba segura de sí había pasado o si lo soñé, creo que hasta me desmayé al final, ¿fue así? Perdóname, me dejé llevar, había bebido de más y estaba muy caliente… lo siento.
– No hay nada que perdonar, sabes que siempre estoy para ti. Y si, te desmayaste y me diste un gran susto, gracias al cielo que volviste pronto.
– Creo que eso es algo que llaman la pequeña muerte. Nunca antes lo había sentido, pero sí había oído decirlo. ¿Te asustaste?
– Si, mami, si, creí que te había hecho daño o algo parecido. Pensé que era mi culpa.
– No, mi amor, no. Fue el resultado de todo el placer que me diste. Fue algo maravilloso, de verdad. El orgasmo fue tan potente que se me fueron los tiempos. Pero te juro que al levantarme creía que había sido un sueño. Después, mientras me bañaba, me lavé por allá abajo y me encontré llena de semen. Ahí supe que había sido verdad.
La abracé de nuevo, simplemente un abrazo cariñoso, sin tonos sexuales, porque me parecía muy agradable hacerlo. Un abrazo de mi madre valía mucho. Era algo grandioso. Una verdadera transmisión de energías positivas, de ella para mí, que me recargaban las pilas. ¿Sería por esos abrazos que siempre andaba excitado sexualmente? Tal vez tenía una sobrecarga. Pero, no, este abrazo no tenía nada de sexual, era cariño, simplemente.
Durante la semana siguiente continué con mi actividad sexual en auge, salí con Carola el lunes en la noche, con Roxana el martes, con Nía -Estefanía, mi compañera de clases- el miércoles, con Leicht -mi otra compañera de clases el jueves y ya el viernes deseaba quedarme solo en casa, para descansar. En la noche, después de cenar solo, mamá volvió a salir con su nuevo pretendiente y yo me quedé mirando tv hasta que ella regresara. Como a la una de la madrugada llegó, pero esta vez no venía bebida y si bastante insatisfecha. Apenas me vio esperándola, se lanzó a mis brazos y me dijo que me necesitaba urgentemente, porque se estaba quemando, literalmente. Me llevó a su habitación de la mano y se empezó a desvestir de inmediato, mientras yo la observaba.
– No seas mirón y desvístete tú también, estoy desesperada. Me dejaron con las ganas. Salvador es muy agradable, pero se quedó en el aparato. Casi ni se le paraba. Que desesperación, yo acostumbrada a mis dos sementales… apúrate.
Una vez desnudo, me lanzó de espaldas a la cama y se me encaramó, lista para que la penetrara y ella cabalgarme. Era su posición preferida, siempre lo quería así. Yo deseaba tener algunos preliminares pero la señora no me dejó. Me dijo que no quería hacer el amor, que solo quería follar salvajemente. Y la complací. Me pedía que le diera duro y le di duro, que la besara y la besé, quise ponerla en cuatro y se dejó, la penetré profundamente y… después de tres estupendos orgasmos, me hizo eyacular copiosamente. Fue demoledora, me permitió disfrutar de una hembra en magnifica forma, de una manera algo fuerte, para mi gusto. Pero a ella le complació. Lo disfrutó y eso era lo más importante.
Luego de descansar un poco y recuperar el ritmo respiratorio normal, me dijo que si quería, podíamos tener ahora todos los preliminares que quisiera, pero le dije que ya para qué. Ya había más que calentado los motores, ahora solo deseaba una cosa: su maravilloso culito. Se fue al baño, buscó el aceite y sacó un condón de la gaveta de la mesita de noche, me dio una mamadita para terminar de levantarme la bandera y me lo puso, le untó aceite, bastante y a su huequito también y en su posición preferida, ella sobre mí para cabalgarme, se ensartó ella misma, sin prisa. Despacio, hasta el fondo. Y empezó la fiesta de sus orgasmos encadenados. Por el culo, era como una cascada de sensaciones, uno tras otro. Gocé de ese espectacular culito y de sus nalgas como nunca. Se las apretaba tanto que terminó con marcas de mis dedos en ellas. Se me pasó la mano, pero ella lo quería duro, me lo pedía:
– Dame más duro, mas, siii, dameee masss… asíii, que rico. No te pares, siii me lo sacas, lloro.
– No te preocupes, es todo tuyo, mi amor, date con gusto… tú misma… no te lo voy a sacar, solo te lo meto y te lo saco, para que goces… – al rato, ella tuvo su enésimo orgasmo, yo acabé menos copiosamente y caímos derrotados, pero felices.
Por la mañana, ya descansados, la misma historia. Estaba radiante, pero no me miraba a la cara, avergonzada.
– Marian, ¿vamos a vivir ahora así, siempre? Tú te mantienes en tu posición pero en cualquier momento nos lo montamos de nuevo, tu gozas, yo gozo, pero te arrepientes y te avergüenzas. Supongo que ahora me vas a decir que no podemos volver a hacerlo. Y la semana próxima, de nuevo. Es divertido, si, muy divertido. – apenas terminé de decirlo, sus lágrimas brotaron. Me sentí un canalla, de repente.
– Mami, ¿qué pasa?, solo estaba bromeando, no te quería molestar, perdóname…
– No, no me querías molestar pero estás descubriendo mi lado oscuro. ¿Te acuerdas que te dije que lo tenía? Una parte de mí exige cordura, decencia, buen comportamiento, como me enseñaron mis padres y te enseñé a ti, pero mi diablito personal me habla al oído y me dice que eso es aburrido, que lo que no haga hoy tal vez no pueda hacerlo nunca más… y con lo caliente que soy como mujer… pues ya vez lo que pasa. Estoy perdiendo tu respeto, porque digo una cosa con la boca y hago otra con la cuchara. Y tú me coges tan rico, que no dejo de pensar en eso todos los días, a toda hora. Necesito follar contigo, mi cuerpo me lo pide, pero no sé qué hacer…
– Mami, te quiero y te respeto. Yo haré lo que tú quieras, te lo aseguro.
– Lo sé, mi amor, lo sé… y yo también te quiero, demasiado y tú lo sabes, pero estoy mal, no puedo mantenerme en una posición, parece que mi líbido puede más que mis principios.
– No te preocupes, lo que pase entre nosotros, con nosotros se queda. Lo sabes bien. No sufras. Poco a poco encontraremos tranquilidad, sin arrepentimientos.
Nos levantamos y pasamos el resto del día juntos, conversando, pero nuestras miradas decían mucho. Yo leía en sus ojos deseo y pasión y supongo que ella en los míos ídem. La verdad, yo no la comprendía. ¿Qué importaba que tuviéramos una relación clandestina? ¿Eso me iba a igualar con mi padre en el plano moral? Jamás. Mi padre era un hombre ruin y yo no, un descarado y yo no. Un hombre que engañaba y yo no. En fin, tendríamos que dejar que el tiempo calmara las aguas, que solo ella veía turbias, porque para mí estaban tranquilitas y cristalinas.