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Siempre estaré para ti, Marian (5)
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Tiempo de lectura: 14 minutos

A los pocos días nos mudamos al Pent House y Marian llamó a una amiga de ella, de la juventud, llamada Roxana para ver si le interesaba alquilar nuestro apartamento, totalmente amoblado. La señora vino a ver y le gustó y más aún el monto que Marian le fijó. Sin depósito de garantía y una mensualidad muy por debajo del valor de otros apartamentos similares y en nuestro mismo edificio. De manera tal que así se resolvió ese asunto. El siguiente fin de semana, bajamos a tomar posesión del apartamento de Macuto, lo último de nuestra repartición de bienes. Estaba en buen estado de conservación, cómodo y en buena zona. Ubicado en el piso 4 de un edificio de 8 pisos, con cuatro apartamentos por piso. Una piscina de regular tamaño en un jardín bastante bien diseñado y mantenido, con mucha vegetación.

El apartamento en sí, constaba de dos habitaciones, una con baño interno y otro baño en el pasillo, una sala comedor y una cocina americana, bien equipada. Tenía A/A individual y un balcón amplio, cerrado con ventanales de vidrios oscurecidos. En la sala cabían 4 hamacas y en el balcón dos más. Teníamos dos sofá camas, una mesa de comer con seis sillas. Y en la piscina se veían unos culos maravillosos…

El viernes en la noche, ya instalados en el apartamento que hacía dos o tres años que no visitábamos, nos dispusimos a ver una película en Beta, sentados en el sofá, ella en shorts y franelilla y yo en bermudas, A/A a buena temperatura y una botella de un vino tinto español de regular calidad. No había ninguna esperanza, por mi parte, de algo más que ver una película. Sin embargo, al finalizar, ella me preguntó si no había traído una porno y le dije que no. Que lo único porno que teníamos allí era yo. Ella se rio de mi ocurrencia y empezó a coquetearme:

– ¿Te gusta el apartamento? Ahora es solo nuestro, nada que ver con Abelardo. Podemos venir con tus amistades o las mías y divertirnos, ¿cierto? – mientras así me decía, me pasaba uno de sus pies por mi pecho. – ¿No te gustaría traer invitados?

– La verdad, me basta con tu compañía pero si quieres traer a alguien, por mí no hay problema.

– Te decía para que tuviéramos un poco de vida social, porque últimamente estamos muy retirados, solitarios. Yo podría invitar a Roxana, que es una buena persona y muy sociable y tu podrías traer a Jesús María o a Carlos, que son tus mejores amigos. No sé, digo yo…

– A mí me agrada Roxana, bastante, además está bien buena. Yo le “jugaría un quintico” sin pensarlo mucho. ¿Y tú a cuál de mis amigos le jugarías uno?

– A mí de tus amigos, el que me gusta e… eres tú. Solo tú, pero no debemos. No podemos…

– Pero ¿No te gusta Carlos? Es un poco más alto que tú, él mide 1,75 y es muy simpático. Te adora, siempre me dice que está enamorado de ti y es buena persona y muy respetuoso.

– Déjate de cosas, si me voy a empatar con alguien no va a ser con un muchacho. Yo necesito un hombre, adulto y muy capaz.

– ¿Capaz de qué?

– Ay, tú sabes muy bien de qué… – y continuaba rozándome los vellos del pecho con su pie, juguetonamente.

A eso de las 2 de la madrugada, ya nos habíamos bajado dos botellas de vino y estábamos casi que dormidos en el sofá. Con mis últimos arrestos de sobriedad, decidí llevarla a su cama, para que durmiera. La cargué y fui hasta su cuarto, pero le dije que tenía que hacer pipí antes de acostarse. Me pidió que la llevara al baño, porque no creía poder sola. La llevé, le tuve que bajar los shorts y la tanguita y sentarla. Me quedé a su lado mientras orinaba, para evitar que se cayera, luego la sequé por allá abajo. Estaba bastante ebria. Al terminar, la llevé nuevamente a su cama, la acosté y le quité toda la ropa, salvo la tanga. La arropé y en eso me pidió:

– No te vayas, duerme… con… migo, no quiero estar… -hip- sola esta noche.

– De acuerdo, pero ¿te vas a portar bien?

– Segu… ro -hip- me voy a -hip- portar muy maaalll.

– Está bien, borrachita, pero recuerda: si te portas mal, mañana vas a tener ratón moral…

A los pocos minutos estábamos dormidos, abrazados como en otras ocasiones. Ella se restregaba contra mi pecho, ronroneando y arañándome con sus uñas, pero dormida.

Despertamos a eso de las 8 de la mañana, totalmente desnudos los dos. Yo no recordaba haberlo hecho así, pero con tanto vino en la cabeza, pues… pero entonces ella:

– Buenos días, mi amorrr. ¿Dormiste bien? Anoche traté de portarme mal, te quité los interiores para abusar de ti, pero me quedé dormida.

– Bueno, estamos parejos, porque yo también tenía intenciones de abusar de ti, te desvestí toda antes de acostarte, pero también me quedé dormido. Ya sabes, rascao no se vale, no señora. Pero, una cosa, no recuerdo haberte quitado la tanguita…

– Me la quité yo, antes de intentarlo contigo y te la puse en la nariz, para que me olieras, pero no sé qué pasó. Creí que eso te despertaría… será que estoy perdiendo mis encantos.

– ¿Y cómo recuerdas eso si estabas tan borracha?

– Porque no lo recuerdo… lo estoy inventando ahorita, para divertirme con la cara que pones, tonto.

– Con razón, porque si me la pones en la nariz se me quita la pea.

– ¿Porque lo dices, por el mal olor? ¿Es tan desagradable?

– No, querida mía, por lo maravilloso de esa fragancia. Es aroma de mujer sensual, de hembra. Y eso es algo muy poderoso.

Nos levantamos a desayunar y luego bajamos al boulevard cercano, a caminar. Al regresar, fuimos a la piscina, donde casi no había nadie. Dos parejas con niños pequeños y una señora madura, dueña de unas tetas enormes pero hermosas, sujetas por un sostén de bikini que debía de ser de una talla menos. Nos apoderamos de una mesa con parasol, dos sillas y dos tumbonas, para pasar la mañana. Ella me solicitó le pusiera el bronceador, todo un suplicio, pero que logré sin mayores daños a mi configuración física, vale decir, sin erección visible.

La señora de los grandes melones nos observaba mientras le frotaba las piernas a Marian y enseguida sacó su bote de bronceador para untárselo ella misma. Cuando había terminado con mamá, ella le dijo a la señora:

– Vecina, si necesita ayuda, mi hijo es un experto en poner el bronceador.

– Hay, si, muchas gracias, me encantaría que ese muchacho tan bello me ayude, no llego yo sola. – así que no me quedó más remedio que ir a frotar a la doña, pero al menos disfrutaría de la visión cercana de esas dos maravillas de la naturaleza que le adornaban el pecho a la mujer.

Tendría unos 40-45 años, estimaba yo, piel muy blanca, rubia de ojos grises y buen cuerpo en general, pero su rasgo prominente eran sus tetas. Deliciosas. “Ojalá me pida que le ponga el aceite en esos dos melones”, pensaba mientras la sobaba por la espalda. Pero no, nada. Se lo puso ella misma, con mucha sensualidad, de modo que di por terminada mi labor de auxilio. Solo la espalda. Pero nos conocimos, su nombre era Simona, hija de italianos, divorciada y con dos hijas ya grandes, de 22 y 18 y una nieta. Tal vez algún día cercano, quien sabe…

El fin de semana transcurrió en calma, en la noche del sábado salimos a cenar a un restaurante de playa y regresamos al apartamento, donde descorchamos otra botella de vino y nos la bebimos en un santiamén. Cuando me disponía a descorchar la siguiente, Marian me detuvo:

– No, mi amor, por favor, otra no, porque es muy peligroso. Puedo perder el control y después vendrían las lamentaciones. El alcohol y mi vagina nunca se han llevado bien.

– No temas, yo no te permitiré despelotes. Tranquila.

– No, mi cielo, de verdad. Si quieres, bebes tú solo, yo no te acompaño. – y se fue a su habitación, a acostarse. Un rato después, mientras me fumaba un cigarrito en el balcón, la escuché llamarme:

– Papi, ¿puedes venir?

– Si, dime, ¿para que soy bueno?

– ¿Crees que podrías acompañarme? Ya sabes, dormir conmigo…

– Si, claro, ya vengo. Voy al baño y regreso.

Cinco minutos después me acostaba a su lado y pude notar que solo tenía puestas las tanguitas. En cambio, yo estaba en pantalón corto de pijama, con interiores puestos. Mi pudor, claro está. "Que vaina con mamá, le gusta ponerme tenso" pensé. "Parece que quisiera pelea, pero no se atreve a decirlo y entonces se insinúa. No, no puede ser, porque paró de beber. Puso control. Pero, entonces ¿porque quiere dormir conmigo y semidesnuda? ¿Quién coño puede entender a una mujer?"

Al siguiente fin de semana repetimos y cuando el sábado en la mañana paseábamos por el boulevard, tomados de la mano, de pronto ella se puso a llorar. Yo no entendía la razón, íbamos conversando normalmente y de pronto se desbordó el Niágara. Nos detuvimos, la abracé, de frente a mí y traté de tranquilizarla. En eso, una atractiva mujer se nos acercó y la saludó muy cariñosamente:

– ¡Marian!… ¿Eres tú? – le dijo, sorprendida. Mamá se desprendió de mi abrazo, volteó a verla y su rostro mostró enseguida una amplia sonrisa:

– Carola, mujer, pero si eres tú, que sorpresa.

– Si, amiga, Carola, tu compinche del colegio y la universidad. ¡Te ves estupenda! ¿Pero porque lloras?

– Ay, amiga, cosas de la vida, veníamos caminando y de pronto se me aflojaron las piernas y las lágrimas. Pero no importa, ya pasó. Me da mucho gusto verte.

– A mí también, amiga. ¿Y éste galán, es tu novio o tu amante?

– Coño, tú nunca cambias, éste galán es mi hijo Juan Antonio. Juan, ella es Carola, mi amiga de siempre.

– Mucho gusto, Carola, encantado de conocerte. – le dije.

– ¿Y qué haces por aquí, sola? – le preguntó Marian.

– Buehhh, estoy con dos vecinas en un apartamento en aquel edificio blanco que se ve allá, al fondo. Pero esta mañana se aparecieron sus marinovios y se metieron a los cuartos a tú sabes, jugar pico-pico y yo me salí. ¡Imagínate!, el más salido quería hacer un trío con la suya y conmigo y si me daba nota, después con el otro. Bajé a caminar un rato y no sabía cuándo iba a regresar porque me sentí muy incómoda.

Si por lo menos hubieran sido tan buenosmozos como tu chico, aquí presente, tal vez estaría allá, pero nada…

– Gracias por lo que me toca. – le respondí, con una sonrisa de satisfacción en la cara, solo para ella. Marian me miraba a mí, luego a ella y dijo:

– Hummjú, ¡Está bueno, pues! ¡Ya le vas a echar los perros a mi hijo, bandida! Jejeje.

– ¡Tú sabes como soy yo, Marian, no me gusta perder el tiempo!

– Bien, si estás incómoda allá con tus vecinas y sus marinovios, vente con nosotros, solo estamos él y yo y te garantizo que no vamos a montarnos un trío, jejeje. – le ofreció Marian.

– Gracias, amiga, pero te digo que con ustedes dos no tendría remilgos para nada, me lo montaría de una. Con éste chico tan divino y contigo, que no estás nada mal, hasta bisexual me comportaría. Jajajaja. Ahora, hablando en serio, ¿De verdad me puedo quedar con ustedes? ¡Porque allá sobro!

– Claro que sí, chica, eres mi amiga y parece que al tipo éste le has caído bien, no sé si será por tantos piropos que le has tirado. Vamos, busca tus cosas y les dejas un papelito, diciendo que te vas con nosotros y ya. Te aseguro que la vamos a pasar bien. Vamos.

Nos fuimos caminando hasta el edificio y mientras ella subía a buscar sus cosas, mamá y yo la esperamos abajo, fumándonos un cigarrito.

– Dime con sinceridad, ¿Te gusta? – me preguntó, así, como disparo a boca de jarro.

– Si, está buenísima, es linda, divertida. Me gusta.

– ¡Pero no te la vas a coger conmigo allí en el apartamento! ¡Me avisas y yo me voy a otra parte, los dejo solos!

– ¿Pero qué te pasa? ¡No me voy a coger a nadie! Solo eran juegos de palabra, más nada. Estoy contigo y no te voy a faltar el respeto, mamá, por favor.

– Porsiacaso, porque ella es más salida que nadie y tú andas encendido.

Allí cortamos porque había regresado Carola. Nos fuimos a nuestro apartamento, caminando por el boulevard y conversando y riéndonos de las ocurrencias de la amiga de mamá. Era terrible, de verdad.

Esa noche, luego de cenar y bebernos dos botellas de vino, Marian se estaba quedando dormida, así que se fue a su habitación a acostarse, pero antes de retirarse, me dijo que tuviera mucho cuidado. Me dio la bendición, se despidió de Carola y se acostó.

Yo me asomé por el balcón, desde donde se veía abajo la piscina y toda la extensión del jardín del edificio, más una buena vista del Boulevard y a lo lejos el mar. Con una copa de vino en la mano y un cigarrillo en la otra, Carola se paró a mi lado, a contemplar el panorama y entonces:

– Juan, me encanta haberme venido con ustedes. Marian y yo éramos uña y carne en el colegio y en la universidad, como ya te dije y la pasábamos re bien juntas. Una vez hasta intercambiamos los novios, porque a mí me gustaba más el de ella y a ella más el mío. Ni les preguntamos a ellos, simplemente nos impusimos. Así éramos de lanzadas y nos divertíamos un montón. Pero luego ella se empató con tu papá y se acabó. Cambió, se transformó en toda una señora y nos fuimos separando un poco, luego yo también me casé e inmediatamente tuve a mi primera hija que nació apenas 10 meses después de haberme casado; ha pasado el tiempo, aunque el cariño siempre se ha mantenido. Fíjate con la alegría con la que me reconoció y eso que estaba triste, lloraba cuando me les acerqué.

– Si, estábamos caminando, hablando pendejadas, alegres y de pronto estaba llorando y no supe por qué. Tu interrumpiste en ese momento y cayó de perlas porque se alegró y se olvidó del motivo de su llanto. Pero yo me quedé sin saber nada. El resto del día lo ha pasado de lo más divertida contigo y eso me gusta. La habíamos pasado bastante mal con lo de su divorcio, especialmente por mi enfrentamiento con papá, como ya te contó. Ella sufrió mucho por eso.

– ¿Y tú preferiste a Marian por sobre tu papá? Él es tu sangre, ella no.

– Pero es mi madre, la mujer que me crio y ha estado conmigo siempre. Papá es solo una persona que se mantenía siempre distante. Ella no, me ama… y yo a ella.

– Que lindo, ojalá yo tuviera un hijo como tú, que me quisiera así… y que estuviera tan bueno, mi vida, jajaja, porque me lo comería… jajaja.

– ¿Y tus hijas, que?

– Juan, yo estuve casada con ese hombre, mi marido, por 14 años, soportándolo y criando a nuestras dos hijas, portándome como toda una señora, una dama, una madre, una esposa; pero un buen día, harta de sus desplantes, sus maltratos y sus cachos, me arreché y le quise devolver uno, al menos. Me cité con su mejor amigo y me lo tiré, cual puta. Quería darle en la madre, pero entonces el muy cabrón -su amigo- se lo contó todo como una hazaña, un chiste y sin darse cuenta que mis dos niñas, de 12 y 14 años, lo estaban escuchando. Le dijo que yo me lo había cogido descaradamente, como buena puta que era y que él me había dado hasta por el culo. Que chillaba que daba gusto, que en el hotel todo el mundo nos había escuchado. Todo eso lo oyeron mis hijas y quedé marcada para siempre. Para ellas, su padre es una maravilla y su madre una puta desgraciada. Por supuesto, nos divorciamos y ellas decidieron quedarse con su padre, porque me odian desde ese día. Cuando los veo a ustedes dos, Marian y tú y la relación tan bella que tienen, siento envidia. – y se puso a llorar.

Yo traté de consolarla, la abracé y la pegué a mi pecho y le daba palmaditas suaves por la espalda. Poco a poco fue calmándose y al fin dejó de llorar. Entonces me abrazó casi que con desesperación y me miraba a los ojos.

– ¿Tienes una idea de lo que duele que tus hijas te odien? Cometí un error, uno solo, pero lo perdí todo, mi marido, que no me importó y mis hijas, cosa que me tiene contra el suelo. Pero nada, tengo que cargar con mi error. Ahora ya nada me importa, si me gusta un tipo, me lo tiro y después lo aparto, sin más. Ya no tengo más nada que perder.

– Si tienes, tienes una vida y si luchas, podrías recuperarlas a ellas. Quizás al crecer y madurar un poco puedan entender lo que pasó. No te rindas, no tiene sentido. Por lo otro, tirarte a un tipo que te guste no tiene nada de malo, siempre y cuando sepas escoger, porque si te metes con cualquiera, puedes salir malparada…

– ¿No te parezco muy puta? ¿No me juzgas mal?

– Para nada, no soy quién para hacerlo. Yo también me tiro a quien me provoque, siempre y cuando no le haga daño a nadie, empezando por mí mismo.

– Gracias por escucharme, Juan, me hacía falta descargarme un poco y no he tenido con quien.

Me seguía mirando a los ojos y de pronto, empezó a acercar su cara a la mía y nos besamos, al principio suavemente, para ir aumentando la intensidad poco a poco. No pude evitarlo, me provocaba mucho esa sensual boca. Pero le advertí que no quería aprovecharme de ella, de su bajón del momento.

– No, cariño, si la que se quiere aprovechar soy yo de ti, mi amor. Me gustas, estás para comerte y me encantaría…

– Espera, espera. A mí también pero no hoy ni aquí, porque en esa habitación está mamá y no le voy a faltar el respeto. Pero podemos ponernos de acuerdo para venirnos el próximo fin de semana, solos tú y yo y entonces, que viva La Pepa…

– ¿Y esperar tanto tiempo? ¡No, mi amor! Podríamos vernos el martes en la noche, en Caracas. Nos ponemos de acuerdo, me pasas buscando y salimos por ahí… ¿No te agradaría?

– Claro que sí, ahora me das tu teléfono y hablamos. Ahora mejor nos vamos a dormir, porque la tentación es grande.

Nos fuimos a dormir, ella en la otra habitación y yo en el chinchorro del balcón, sin A/A, solo con el fresco de la noche. Más tarde, ya de madrugada, sentí a mamá acariciándome, mientras estaba casi dormido. Me preguntó al oído si quería dormir con ella, pero le dije que no, por Carola. Entendió y refunfuñando se volvió a acostar. ¡Que broma con mamá y el vino!

El martes en la noche pasé buscando a Carola y nos fuimos directo a un hotel de paso en la carretera del Junquito y la pasamos de lo mejor. Buena hembra, bonita, buen cuerpo y muy necesitada de cariño y… de una buena verga que la hiciera feliz. Quedó encantada, me recibió por todos sus agujeros y sin quejas. Quedó más que satisfecha e ilusionada con el próximo fin de semana que sería para los dos, solos, en la playa.

Al siguiente día, en la noche y después de cenar, estaba sentado con mamá en el sofá, mirando la tv. No había nada interesante y entonces ella la apagó y me dijo:

– ¡Cuéntame! ¿Cómo te fue con Carola? ¿Dónde fueron? ¿Te la tiraste? ¿Está buena? ¿Es muy zorra?

– Caramba, señora, estas convertida en una chismosa de primera. Nos fue bien, fuimos a un hotel de paso hacia el Junquito, está muy buena, casi tanto como tú y no sé si sea muy zorra, pero le gusta mucho la vaina… ¿Satisfecha?

– ¡Estoy celosa! Anoche estuve todo el tiempo pensando en que le estaría haciendo esa zorra a mi hijito. No me podía estar quieta.

– ¿A tu hijito? Mejor imagínate lo que tu hijito le hizo a ella… jajajaja.

– Eso mismo me dijo ella, esta mañana, cuando la llamé. Necesitaba saber, estaba muy celosa…

– ¿Porqué? No te voy a abandonar, no tienes por qué estar celosa. Ella solo es una diversión. Una amiga necesitada de cariño y yo se lo ofrecí.

– ¿Ya la consideras tu amiga? Así, tan pronto.

– ¡Si!, ya somos amigos con derechos especiales.

– ¿Qué significa eso?

– Que somos amigos y tenemos permiso para caernos a polvos cada vez que nos provoque, sin necesidad de estar con muchas cómicas. Si estamos disponibles, a gozar.

– ¿Cuántas mujeres llevas ya?

– No sé, no las cuento. Pero Carola me gusta. Y quiero que vayamos a la playa pronto con Roxana, porque esa también está más buena que nadie. Y si se me resbala, pierde.

– Bueno, será en dos semanas, porque la próxima te vas con Carola, sin mí y yo me seguiré muriendo de los celos, porque la Roxana también me dijo que tú estás para comerte.

– Pero ¿Celos, por qué?

– Porque eres mi hijo y esas mujeres malas abusan de ti.

– Si, como no, pero la verdad, no creo que sea porque soy tu hijo. ¿No será por otra cosa?

– No me busques, Juan, que ya tenemos claro tú y yo que no se puede. Pero me gustaría… que… no sé si quieres…

– ¿Qué cosa, que duerma contigo ésta noche?

– ¡Siiii! Acertaste, te mereces un premio.

– De acuerdo, pero con derecho a hacerte cariños. Si no, entonces no duermo contigo.

– Pero si no te pasas…

Con ese acuerdo, nos acostamos a dormir juntos, en su cama, como a ella le gustaba. Ella estaba solo con una tanguita minúscula y yo con un bikini ajustado. Una vez acostados, ella se semi subió a mi cuerpo y puso su cabeza sobre mi pecho y allí, al poco rato, estaba dormida. Yo seguía acariciando su cabeza y su espalda, hasta que también me dormí, pero unas pocas horas después me desvelé y empecé a acariciarla como la primera vez. Su cadera, la pierna, el brazo, su espalda. Ella se bajó de mí, se volteó y puso de cucharita conmigo, sobre su lado izquierdo. Entonces mi mano derecha se fue a su nalga derecha y la estuve sobando y acariciando por largo rato. Ella suspiraba suavemente, gemía quedamente. Su piel se sentía cálida, tersa, agradable al tacto. Y mi erección era descomunal. De su nalga pasé a su teta derecha, suave, turgente, deliciosa. Su pezón se hinchaba mientras lo acariciaba. Al rato, me sentía tan pero tan excitado, que me levanté y me fui a mi baño, para atender mi dolorosa erección. Estaba en eso cuando la sentí por mi espalda, me abrazó y sin decir palabra me aferró el pene y empezó a pajearme suavemente, con habilidad y cariño. Yo mantenía los ojos cerrados por el sumun del placer que estaba recibiendo y no me di cuenta hasta que sentí su boca engullir mi glande. Estaba arrodillada frente a mí, con ambas manos en mi falo y dándome chupadas y lametones que me llevaban al cielo. En ese momento yo gemía más que ella, porque ella con la boca llena no podía emitir ruidos. De esa manera, llegué al orgasmo un rato después, con una eyaculación fuerte y pringosa. Ella se bebió una parte, otra cayó en su cara y tetas. Con sus dedos la recolectaba y se la llevaba a la boca y se relamía. Se veía tan sensual, tan erótica haciendo que mi pene no disminuyera su tamaño ni grosor. Ella se dio cuenta y en un arrebato de pasión lo agarró fuerte con una mano y me dijo:

– ¡Sígueme, esto no se puede desperdiciar y yo me estoy quemando! – y me llevó a su cama. Yo le decía que no, que ya habíamos acordado que nunca más, pero me respondió, tajantemente:

– ¡Al carajo los prejuicios del demonio! ¡Necesito que me apagues este incendio, que tú mismo encendiste! ¡Si no me coges bien cogida, voy a tener que tocarle el timbre al vecino para que me haga el favor! ¿Me comprendes?

– ¡Fuerte y claro, mi señora! ¡Vamos, que te voy a coger hasta que me pidas cacao!

Nos metimos en la cama y allí quedaron tiradas todas la buenas intenciones de gente civilizada, principios, valores y demás mierdas que no nos servían para nada en ese momento. Solo éramos dos seres humanos muy excitados cada uno por el otro. Una hembra maravillosa y un hombre sediento de sexo, del mejor.

Al amanecer, después de tres polvos maravillosos, uno de ellos por la retaguardia, nos despertamos, un poco derrotados, pero con una gran sonrisa en la cara. La miraba y me parecía mentira que hubiéramos flaqueado, tal era nuestro compromiso. Entonces, con cierta aprehensión, le pregunté:

– ¿Te sientes bien? ¿Quedaste satisfecha o me vas a echar de la casa por abusador?

– Mi amor, creo que la que abusó fui yo, perdóname. Soy la adulta y debí haber mantenido el control y el buen comportamiento, pero no. Te busqué y te sonsaqué. Y aquí estamos… me siento más que satisfecha, bien cogida… Perdóname. Pero creo que debemos regresar al redil, al buen comportamiento, al compromiso que tenemos… lo siento, fui débil. – me quedé de una pieza, sin entender nada. Para ella solo fue una flaqueza del momento, pero pedía perdón y listo. Y nuestras necesidades y nuestro amor, al carajo…

Me duché, me vestí y salí del apartamento como alma que lleva el diablo, sin esperar a que me convenciera de nada. Estaba desconcertado, pero también furioso con ella. Ya era demasiado. Sabía que era prerrogativa de las mujeres el cambiar de parecer, pero ¿Tanto?

Regresé a casa ya tarde en la noche y me la encontré sentada en el sofá, esperándome. Había estado llorando, se le notaba en la cara. La saludé, le pedí la bendición y seguí de largo para mi habitación, pero me dijo que necesitaba hablarme.

– Cuando tú me dices que tenemos que hablar, yo tiemblo. ¿De qué se trata ahora?

– Ven, mi amor, sentémonos aquí afuera en la terraza, que hace un poquito de fresco. Verás, yo… no sé cómo explicarte… anoche… fui débil. Tú salida con Carola, tu deseo de buscarle la vuelta a Roxana, tus visitas periódicas a nuestras dos vecinas… yo soy de carne y hueso, no de piedra… estoy celosa… anoche te necesitaba, necesitaba… tus caricias tan ricas. Hasta quería que me dieras un masaje, pero… me pareció demasiado. Entonces nos acostamos juntos y nos dormimos, luego tú te despertaste y empezaste el suplicio. Se que te había autorizado a hacerlo, comedidamente, pero cuando me tocaste el pezón… coño, papi, soy muy sensible por ahí… y tú lo sabes… luego te fuiste para desahogarte y no me pude contener más… lo siento, me disculpo contigo, pero debemos volver a nuestro acuerdo, porque somos personas decentes, madre e hijo.

– No quiero hacerlo… no me interesa nada de eso. Te quiero a ti, ¿No lo entiendes? Puedo hacerte un informe descriptivo y detallado…

– Yo también te quiero, mi amor, pero eso es prohibido. Quiero que te mantengas como un hombre de principios y valores, diferente a tu padre. Que puedas tener esa diferencia moral sobre él.

– Al carajo mi padre, ese señor ya no forma parte de mi vida, pero tu sí. Eres la mujer que amo. No puedo creer que amar a alguien sea malo, sea prohibido. Nadie escoge de quien se enamora. Yo te amo y te deseo. ¿No lo entiendes?

– Si, pero no puede ser. Es mi última palabra.

– Está bien, te respeto y te obedeceré, porque eres mi madre, pero no estoy de acuerdo. A la única mujer en el mundo a la que seré capaz de decirle lo siguiente es a ti: Siempre estaré para ti, Marian. No lo olvides. Si se te pasan esos “pruritos”, estoy en la habitación de al lado. Hasta mañana.

Y volvimos a la “normalidad”. ¡Que vaina!

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