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El parque
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Voy al parque de al lado de casa, para dar un pequeño pasero y desconectar un poco del curro.  Hace un día soleado y veo a una mujer muy atractiva sentada en uno de los bancos.  Sin pensármelo dos veces me siento en el banco que está a unos cinco metros frente al suyo y me dispongo a disimular ojeando el periódico. Ella está leyendo una revista, lleva gafas de sol, es morena, delgada, pero con buenas formas, y sus piernas son extraterrenales: bien moldeadas, elegantes y las medias negras que lleva le dan un toque de mucha clase. Viste una minifalda también negra, que deja al descubierto buena parte de su muslo izquierdo (está cruzada de piernas), una chaqueta granate y una blusa blanca. Sus labios están perfectamente delineados por el carmín rojo caoba y lamento por no poder ver sus ojos. Además, las gafas de sol suponen un contratiempo para mi labor de espionaje, porque no acierto a saber cuándo me está pillando, o cuándo puedo mirarla tranquilamente porque ella dirige su vista hacia otra parte.

Creo que se ha dado cuenta de mi interés mucho antes de lo que yo me imaginaba y eso me turba. Ella parece animarme a seguir observándola cuando cruza las piernas en el otro sentido con un gesto muy sensual. En ese momento, ella gira la cabeza, como mirando a su derecha y se humedece los labios con una actitud que pretende ser de ensimismamiento. Ante tal espectáculo, siento que alguien llama a la puerta de mi bragueta: se trata de mi polla que despierta de su letargo matinal. La dureza de mi paquete hace que tenga que cambiar de posición y la mujer vuelve a percatarse de mi situación. Ella no puede evitar una ligera sonrisa y entonces yo ya la miro sin ninguna vergüenza intentando descubrir de qué va la guapita esta.

La mujer vuelve a enfrascarse aparentemente en la lectura de su revista y yo no me decido a prestar atención al periódico (una atención por otra parte que nunca existió). La bella comienza distraídamente a rascarse el lateral del muslo de la pierna, por encima de las medias, y veo como, poco a poco, la mano va subiendo y ganando milímetros a la minifalda. La excitación recorre todo mi ser y casi me caigo del banco cuando me doy cuenta que la media se ha acabado y lo que aparece ante mis ojos es una maravillosa piel blanca y el tirante negro de lo que parece ser un liguero. La mujer, me mira directamente (o al menos eso creo a pesar de las gafas) y yo me escondo parcialmente tras el periódico, aunque sólo por un segundo.

Recupero mi campo visual favorito, ella esboza otra leve sonrisa y con el mismo aire distraído de antes descruza las piernas, las abre un poco (estilo instinto básico), alcanzo a ver un triángulo de tela blanca que contrasta con el negro de la minifalda y las medias y cruza las piernas de nuevo en la otra dirección. Mi ataque de cachondez y ansiedad me impelen a encenderme un cigarrillo y dejo definitivamente el periódico en el banco para dedicarme exclusivamente a una de mis pasiones favoritas: MIRAR. A esta tía está claro que le va la marcha: en el parque no hay nada más que algún perro despistado y yo llevo sin una buena ración de sexo (en la versión que sea) desde hace dos días. A todo esto, la mujer se ha dado perfecta cuenta de mi agitación y parece divertida. Vuelve a sacar su jugosa lengua, esta vez con su cabeza totalmente dirigida a mí y yo saboreo su recorrido por los labios como si estuviera viendo aterrizar un OVNI: absolutamente agilipollado.

Ahora, la bella decide buscar algo en el bolso que tiene a su lado en el banco y descruza sus piernas de nuevo para dejarme ver sus braguitas, esta vez con más generosidad. Mi polla ya no es una polla, es un miura, siento el impulso de saltar la distancia que nos separa y comerla entera, achucharla, gemir en su oído… pero me contengo. Mientras pondero la conveniencia de llevar a cabo semejante imprudencia, la calientapollas se levanta, se retoca un poco la falda… y en un movimiento relámpago ¡se baja las bragas hasta medio muslo!, se vuelve a sentar (a estas alturas yo ya no doy crédito) y acaba de sacárselas esquivando las afiladas aristas de los tacones de sus zapatos. En ese momento, la desconocida, se quita las gafas mirándome con absoluta lascivia, abre sus piernas, veo la pequeña mata negra de pelo de su coñito delicioso, cierra las piernas, me tira un beso, coge el bolso y se va dejando “olvidadas” sus bragas en el banco.

Yo me quedo alucinando y observo como ella se aleja con un caminar de gata sabedora de su atractivo, de mujer-mujer, de hembra que conoce sus poderes. Y cuando mi Fantasía abandona el parque y la pierdo de vista, me levanto como un resorte y voy a por las bragas como si fuera el grial del rey Arturo. Resulta que no son bragas, sino un minúsculo tanga de reina del porno. Inhalo su aroma embriagador, me las meto en el bolsillo y sigo la dirección de mi erótica musa. Nada más salir del parque, la distingo a lo lejos en la calle y acelero el paso para colocarme a una distancia prudencial. Cuando consigo acercarme a unos 10 metros de ella, veo que entra en la cafetería VIPS y yo no dudo en hacer lo propio. La gata se dirige hacia las mesas y allá que me voy yo. Mi tortura genital se sienta en una mesa de dos y yo, ni corto ni perezoso, me siento en la de al lado. La miro y ella me devuelve la mirada con una sonrisa (¡joder esta tía no se corta nunca!, pienso yo).

He ganado en proximidad, pero he perdido en ángulo visual. Ahora para mirarla tengo que girar la cabeza y su mesa me impide disfrutar del tesoro desnudo que yo (y sólo yo) sé que está ahí, casi al alcance de la mano. Pero ella parece dispuesta a consolarme, pues entre miro y no miro a la carta, su blusa parece ahora más desabotonada y mis ojos encuentran en su escote un nuevo espectáculo. El sujetador es también blanco, de encaje, se ve que es caro, y la presión que ejerce sobre sus tetas forma una raja muy sexy que me gustaría mordisquear mucho más que una tortita con sirope. Me toco el paquete sin disimulo por debajo de la mesa y por el rabillo del ojo me doy cuenta que la “observada” es ahora la que observa. Y sigo sin cortarme. También saco mi lengua y juego con mis gordezuelos labios. La miro. Me mira. Su mano desaparece debajo de la mesa y la mía busca en un bolsillo. Le enseño su tanga. Ella aprieta más su mano debajo de la mesa y no puede evitar lanzar un suspiro mientras cierra los ojos.

Viene el camarero a tomar nota (y a joder la fiesta) y escondo el tanga a todo correr, ella le dice como puede que todavía no ha decidido y yo la imito. Entonces, mi deseada se levanta y me hace una seña casi imperceptible para que la siga. El corazón salta a mi boca y yo salto del asiento. Vamos hacia los servicios y ella entra en el de mujeres. Tras pensar un momento, decido entrar y afortunadamente, no hay nadie. “Aquí”. Escucho su voz por primera vez y proviene de la única cabina que está cerrada. Giro el manillar, entro y… veo una imagen imborrable. La responsable de mi erección de 42 minutos está de pie, de espaldas a la puerta, con las manos apoyadas en la pared, inclinada hacia delante y lo primero que se me clava en las retinas es su culo soberbio y desafiante. La blusa y la minifalda descansan en un rincón de la cabina y su atuendo se reduce al sujetador, el liguero, las medias y los zapatos. Cuando me repongo de la impresión, acabo de entrar en el pequeño habitáculo, cierro la puerta y caigo de rodillas para adorar semejante culo.

(A partir de aquí va en segunda persona, para cada lectora)

Empiezo a apretar tus nalgas con deseo prohibido, con ansias proscritas, con un vicio casi ilegal por hacer lo que estamos haciendo donde lo estamos haciendo, y me deleito con la visión de tu coñito entreabierto y brillante por su humedad y de tu ojete coquetón. Lamo tus piernas como un perro vicioso y empiezo a explorar los laterales de tus muslos. Voy subiendo, juego con los alrededores de tus labios, mordisqueo la parte inferior de tus nalgas, alargo mi mano para sobar tus pechos… y lanzo mi lengua al centro de tu coño (tengo una lengua larga, fuerte y super virtuosa). Empiezo a oírte gemir y eso me anima a seguir ‘desayunando’ con más frenesí. Alcanzo el agujero de tu culo con mi lengua y me entretengo en repasártelo a conciencia. Si lo tenías sucio, ahora ya no. Te lo estoy dejando como los chorros del oro. He conseguido liberar mi polla y me la pelo como un bárbaro mientras sigo con mi particular festín coño-culo y pellizcándote los pezones.

Y algo que me excita mucho es que todavía no hemos cruzado palabra. De repente, te das la vuelta, me coges el pelo y empujas mi cara contra tu coño. Recorro toda tu raja, meto mi lengua bien adentro, te follo con ella para pasar a torturarte el clítoris con la punta de mi mojado tentáculo bucal, me encanta comerme un buen coño. Capturo tu botoncito del placer entre mis labios y lo succiono, lo vapuleo con la punta de la lengua encerrado en la prisión de mis labios. Jadeas como una perra, te retuerces, me agarras del pelo con cierta violencia, como impidiendo que se me ocurra moverme de allí. ¿A quién se le iba a ocurrir? Te corres en mi boca entre gemidos y grititos contenidos y yo aprovecho para lamerte de abajo a arriba tu raja como un San Bernardo goloso.

Mi polla toca la corneta de al ataque, me incorporo con urgencia te manipulo torpemente para que te des la vuelta y te la ensarto sin problemas y con muchas ganas en ese templo del deseo y del goce que es tu coño. Fuerte, certero, hasta la bola. Te aferro muy fuerte de la cintura para darte polla hasta lo último, con hambre de hembra, casi con rabia. Te agarro del pelo y te clavo con mi verga que ya no es una polla sino un tomahawk, un misil tierra aire, perforando un coño delicioso. El metesaca es frenético. Sé que te hago daño tirándote del pelo azotándote ese divino culo tuyo, pero también sé que eres muy zorra y que te gusta. Tu comienzas a tocarte el coño y yo vuelvo a palmearte las nalgas. Te corres como lo que eres, una puta viciosa, y a mí ya me queda muy poco. Ver tu culo enrojecido y bamboleante, oír tus gemidos y, de repente, recordar tu imagen en el parque en el momento de quitarte las gafas y mirarme, hacen que sienta el orgasmo venir desde lo más recóndito de los canales de mi polla, allá por donde acaba el culo. Entonces la saco, te doy la vuelta, caes de rodillas y me empiezo a correr por toda tu cara, tetas, pelo… y los últimos lecharazos consigo depositarlos en tu garganta de puta mamona. ¡Dios qué cantidad de leche he echado y qué pasada de polvo!

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