La primera vez que fui a un club de caballeros o bar de bailarinas eróticas fue a mis 45 años en la apertura de un club que abría mi amigo Bob. Realmente nunca me había llamado la atención entrar a uno de ellos pues eso de pagar para solo ver a chicas desnudas como que no tenía sentido para mí. Inclusive, esos bailes privados donde te meten a un pequeño cuarto y la chica se va desnudando y poniendo su cuerpo junto al tuyo y te da la oportunidad de tocar su cuerpo me parece hasta cierto punto masoquista… es una tortura no hacer nada más que eso. Yo lo experimenté por primera vez no porque lo haya pagado, Bob el dueño les pidió a dos chicas que me dieran ese servicio. Obviamente y siendo una apertura y con toda la publicidad que Bob había hecho, aquello estaba para reventar. La verdad que las chicas estaban hermosas, pero la que me atrajo en aquella noche estaba y se mantenía vestida detrás de un mostrador donde servían las bebidas.
Me acerqué y pedí algo para tomar y con los minutos conocí que su nombre era Natalia. Llevaba un pantalón de mezclilla de color blanco bien pegado a su bonito atlético cuerpo, una blusa o camiseta negra que dejaba que uno viera su abdomen plano y ombligo al descubierto. Debería de medir quizá el metro sesenta en zapatos tenis y tenía unos atributos muy bien formados; dos meloncitos que se le miraban muy firmes y esas nalguitas redondas que sobresalían armoniosamente desde esa base de su cintura que se le miraba muy sensual. No pasaba de los veinte y tenía un rostro muy atractivo, una sonrisa muy coqueta de una boca pequeña y de labios gruesos. Era poco lo que se podía hablar ahí, pues el ruido era ensordecedor y Natalia se miraba ajetreada por lo conglomerado de este tipo de clientela salvaje. Tanto me llamó la atención de esta niña, que decidí regresar el siguiente día y poderla ver una vez más. Por suerte yo no pagaba la admisión, pues mi amigo era el dueño.
Pregunté por Natalia y me dijeron que ahora se encontraba en esa faceta de bailarina y que la podía encontrar en algún lugar del salón o quizá en la pista de baile. Regularmente estos lugares son de poca luz y lo único iluminado es el escenario donde estas chicas bailan provocativamente mientras se van quitando la ropa. Para mi sorpresa con los minutos anuncian la presentación de Natalia, nombre de esta chica en este ambiente laboral que la mayoría estigmatizamos. Veo aparecer a esta chica con un vestido rojo y muy elegante, obviamente con zapatos de tacón y ahora con un maquillaje muy provocativo. Hace su primera rutina de baile donde se despoja de su vestido y su sostén, donde descubre unos pechos de una copa entre la B y la C. Se le miran sólidos, firmes, algo de esperar en una chica de cuerpo atlético. Era una delicia ver a esta chica solo vistiendo esa tanga roja, que hermoso culito tenía y para poder apreciar más su belleza me acerqué a las sillas alrededor del escenario, pues eran como las cuatro de la tarde y no había mucha gente.
Para llamar su atención cuando comenzó a bailar la segunda melodía y mientras ella hacía ademanes de bajarse la tanga y todos los ahí cercanos le dejaban billetes que ellos ponían ya sea en su tanga o a la orilla del escenario, yo le puse un billete de veinte dólares y ella me señaló que se lo pusiera en la tanga. Ya a mediados de la canción, Natalia se había quitado su tanga y con sus movimientos seductores nos mostraba ese hermoso culo firme que tiene y esa conchita delicadamente depilada y cuando se acercó a mí, ella se tocaba dejando ver como abría sus labios dejando al descubierto un pequeño clítoris. Obviamente estas chicas están ahí por el dinero y es obvio que se fijan en quien les deja una buena propina. La mayoría les dejan unos dos o tres dólares y creo que Natalia se fijó en el billete de a veinte que me dejó poner en el hilo de su tanga. Tenía una carita deliciosa y olía rico su perfume embriagante y con los minutos la veo en la sala y se acerca a mí poniendo su mano sobre mi hombro. Se acomoda y coquetamente se sienta sobre mis piernas y me pregunta:
– ¿Te ha gustado mi baile? Es primera vez que lo hago y estaba super nerviosa.
– Difícil de creer… parecías profesional. Me gustó mucho tu baile pero me fascinó la bailarina.
– Gracias… eres todo un caballero.
– ¿Gustas un baile privado?
– Disculpa mi ignorancia… es primera vez que vengo a un lugar como este. ¿Qué es un baile privado? – Natalia contesta y me sonríe.
– Ves ese pasillo… allí hay varios cuartos. Tú te sientas mientras me ves bailar… lo mismo que ves aquí en el escenario, pero en este caso es solo para ti. Tú podrás sentir mi cuerpo mientras me desnudo para ti. Son dos canciones y cuesta veinte dólares.
– ¿Y uno puede tocar?
– Bueno… si pero solo un poquito.
Ya Bob me lo había explicado un día antes, pero se lo preguntaba para escucharlo de la boca de Natalia. Incluso Bob me había dicho que tenían cuartos que promocionaban y que tenían yacusi donde por cien dólares te dejaban en privado por quince minutos o doscientos por treinta con una chica que uno escogía. Los cuartos no tenían puertas más que una cortina negra, pues por ley en estos cuartos no pueden tener puertas para evitar promover la prostitución, cosa que inevitablemente sucede en lugares como estos. Este tipo de servicios adicionales la chica y la casa van al 50% cada uno y es por eso por lo que se me ocurrió decirle a Natalia, pues estas chicas eso es lo que buscan, como sacar la mayor suma de dinero de los clientes.
– ¿Qué te parece si te quedas aquí? Estos veinte dólares no los tendrás que compartir con los de la casa. -Y le había extendido otro billete.
– Está bien… pero tendrás que ir por lo menos una vez conmigo a un baile privado, pues aquí nos observan… ellos quieren hacer dinero también. -me dijo.
– Está bien… en la próxima ronda me das un baile privado.
La verdad que no había nada de diferencia ir a un baile privado, pues allí estaba Natalia sentada en mis piernas y me restregaba su hermoso culo que me tenía bien parada la verga. Y como estos lugares son bastante oscuros, le tomaba las piernas y por unos segundos la convencí de que me dejara mamarle las tetas, con la promesa que iríamos al baile privado. Ella en ese afán de excitarme y sacarme todo el billete posible, mientras me besaba los lóbulos me decía y hacía la pregunta:
– Se siente grande tu verga… ¿Cuánto mide? – me preguntó.
– Veinte centímetros más o menos. -le contesté.
– Ahora tú me tienes excitada… me gustaría que tú me hicieras un baile privado.
– Cuando tú quieras.
La verdad que estas chicas son toda una tentación. Natalia en ese momento solo vestía un pequeño bikini rosa, zapatos de tacón, una camiseta sin mangas y obviamente no llevaba brasier. Se sentó a un lado en el mismo sillón y me comenzó a masajear la verga sobre el pantalón. De repente se agachó y me dio un pequeño masaje con su boca sobre mi verga aun cubierta por mi ropa. Obviamente me tenía al borde, pues no solo su cuerpo es rico, esa carita coqueta es un complemento de todo ese erotismo. Llegó el turno de ir al baile privado que le había prometido y nos encerramos en un cuarto donde me hizo sentar en una especie de banco y había espejos alrededor, inclusive en el techo tenía espejos para no perderse ningún ángulo de este erótico espectáculo. Por los minutos transcurridos y por lo que habíamos vivido hasta el momento tenía más confianza para tocarla. Me puso ese rico culo cerca de mi cara y podía ver esos micro vellos sobre su piel, que le besé sus nalgas y ella me dijo.
– Ten cuidado, que nos pueden ver y no quiero tener problemas con el dueño.
– Disculpa… es que tienes un culo muy hermoso que se me antojó hacerlo.
– Solo ten cuidado. – me repetía.
La segunda melodía comenzó y fue en ese instante que Natalia quedaba totalmente desnuda y me di gusto chupando sus tetas que se sentían firmes con un pezón mediano y redondo. Luego llegó el momento sorpresa que esta chica me ofreció, se paró con sus piernas abiertas sobre la banca y encorvó su cuerpo sosteniéndose con un poste de metal que atravesaba el techo y que es pensado para estos propósitos y me puso su panochita frente a mi cara. Se la chupaba mientras Natalia movía su pelvis como si se estaba cogiendo mi lengua. Creo que el guardia de seguridad que caminaba el pasillo nos vio, pero me importo poco, me di el gusto de meterle la lengua a esa panochita que sabía a dulce y con un olor mezclado al perfume que vestía Natalia. Por más está decir que tenía la verga bien parada y mis huevos a punto de explotar.
Ya a esta edad de 45 uno tiene más control y en mi caso disciplina con las finanzas, pues cualquiera se vuelve adicto a este tipo de experiencias. Ya le había dado 60 dólares a esta chica en término de veinte minutos y tenía como refuerzo que no pagaría más de eso para que me dejaran con las pelotas hinchadas. Salimos del privado y yo ya tenía la idea de despedirme de Natalia y nos sentamos en el mismo rincón y pensándolo estaba cuando ella me dijo al oído:
– Aquí hay unos cuartos que rentan para bailes más privados y le dan quince minutos de tiempo. Si usted los paga y me da unos cincuenta más a mí, le doy una mamada.
– La verdad que me gusta tu oferta, pero no me conformaría con una mamada. Te doy cien si me das la panochita. – Natalia se quedaba pensando.
– Mire… me gustaría, pero yo no me cuido y asumo que usted no tiene un condón a mano y yo no me cuido… Deme $150.00 y dejo que me de por el culo. ¿Quiere?
Para mí era como música a los oídos, pues soy adicto a los buenos culos y esta chica me los ofrecía de esta manera. Le dije que iría al banco por el dinero, pero ella me dio a conocer que allí en ese lugar había una maquina bancaria. Fui por el dinero y pagué por aquella pequeña habitación. Entramos y había un sofá de cuero de color negro, frente a este una pequeña yacusi, espejos por todos lados y, como dije; no había puerta más que una cortina negra que cualquiera podría abrir, pero lo que me llamó la atención, fue un reloj digital que estaba en cuenta regresiva de esos 15 minutos.
Ya Natalia me tenía a mil, y el hecho que sabía estaba a punto de darle a ese culito, mi verga escurría ese liquido preseminal. Viendo ese reloj, permití que Natalia me diera un breve oral de dos minutos y ella había alabado mi verga por lo grande que le parecía y enseguida la puse con las piernas abiertas en el sofá y sin mucho que hablar comencé a comerme su panocha la cual estaba ardiente y bien mojada. Natalia estaba tan caliente que podía sentir en mi lengua el vibrar de su clítoris. Ella hacía ese vaivén con esa ansiedad de querer llegar al abismo de una caída al vacío de la excitación. Sentí cuando se corría, pues un manantial de sus jugos salió de repente y ella había gemido del placer. Vi cómo se apretaba sus pezones cuando poco a poco se reponía y, sin mucho tiempo que esperar, pues habían recorrido nueve minutos, se puso de perrito sobre el sofá para que la sodomizara.
Ese culo tenía solo dieciocho años y con la ayuda de Natalia se lo fui perforando después de unas breves lamidas a su ojete y dejarle ir una escupida a ese ojete al cual miraba como lo contraía. Le puse el glande y Natalia me ayudó con su mano para que se lo penetrara. Fui despacio, pues esta chica me asustó cómo temblaba cuando la penetraba y quise hacer una pausa, pero ella me dijo que continuara. Fue por ese gemido que creo alguien llegó y se acercó a las cortinas. Creo que nos espiaban, pero me importó poco, pues ver ese culo y ver cómo mi verga se hundía en él, era más emocionante que la preocupación de sentirme observado. Comencé con un vaivén lento y donde mie bolas pegaban en su panocha y Natalia solo gemía. Estaba a los trece minutos y creo que Natalia también había visto el reloj y me dijo: -Córrete.
La halé de sus brazos que ella los había extendido hacia atrás y fue cuando le di uno de esos embates que en ese minuto me hizo sudar. sentir cuando mis huevos se comprimían y expulsaron una corrida que parecía no había cogido por todo un año. Apresuradamente Natalia se limpió y yo me limpiaba al igual. Antes que nos vistiéramos esa alarma sonó y dos minutos después hemos salido. El guardia de seguridad que era un chico joven y algo obeso, solo me quedó mirando, como diciéndome… “Qué culo mas rico te has quebrado”.
Estuve con Natalia por alrededor de unos diez minutos más y luego nos despedimos con un beso y con la falsa promesa que en esa misma semana iba a volver. No me acerqué por ahí por más de dos años, pues sé lo tentador y adictivo que esto puede ser. He conocido de gente que a perdido a su familia y negocios por no saberse controlar en estos menesteres. En mi caso les soy sincero en decirles que desde que cumplí mis 48 años he prescindido de estos servicios más a menudo pues me gusta probar mujeres distintas y en mi entorno social tengo algunas con las que cojo de vez en cuando, pero la mayoría son casadas y entonces esto depende de cuando se les pueden escapar a sus maridos. Es por eso por lo que algunas veces recurro al sexo de paga y por suerte, me ha ido bien en mis negocios que me doy el gusto de pagar. No tengo hijos menores, no tengo esposa, mis casas están pagadas y todavía tengo ingresos de mis inversiones que me da para pagar a chicas realmente hermosas.
Con Natalia ocurrió algo inusual, pues esto de volverme a encontrar con una puta que cogí, solo me ha pasado una tan sola vez, si bien recuerdo. Alrededor de cinco años después me la encuentro en uno de esos cafés de renombre internacional tomando ordenes y sirviendo café. Luego descubriría que aquello solo era una pantalla que camuflaba a lo que realmente ella se dedicaba. Cuando la vi no estaba tan seguro, pero su compañera de trabajo me disipo la duda:
– ¿Cómo se llama tu amiga?
– ¿Le gusta? ¡Esta muy bonita la muchacha! Su nombre es Natalie y ya tiene más de dos años trabajando tiempo parcial.
– ¿Está casada?
– No… es madre soltera y ahora esta con muchos apuros, pues su mamá quien cuidaba a su hijo, quien es un niño especial, murió hace algunas semanas.
– ¡Qué lástima! Dile que quiero hablar con ella… quiero ver si tu amiga se recuerda de mí.
– ¿Usted la conoce?
– Creo conocerla, pero no sé sí es la misma, pero se parece a la hija de un buen amigo que dejé de ver por varios años.
Aquella mujer se fue a darle el mensaje a Natalia o Natalie y en minutos ella se me acercó con una mirada sorprendida y llena de curiosidad.
– ¡Hola Natalia!
– ¿Usted me conoce? – dijo sorprendida.
– Creo que te conocí… tú trabajas para Bob. – y ella se sorprendió.
– ¿Dígame de qué se trata esto?
– No te preocupes… Te vi y me recordé de ti en ese privado y luego en el cuarto privado.
– Ya lo recordé… mi primer baile privado… mi primer cliente en ese negocio.
– ¿Recuerdas lo que pasó esa tarde?
– ¿Cómo no recordarlo? Me rompió el ojete ese día.
– Quiero hacerte una propuesta la cual no la voy a repetir. O la tomas o la dejas.
– Dígame… ya me puso intrigada.
– Te doy $10,000.00 si me das tu culo por lo menos tres veces por semana durante todo el mes.
– Tendría que ir a su casa o algún hotel.
– No… en tu apartamento para que no tengas que dejar a tu hijo.
– Veo que está bien informado. ¿Y cómo me pagaría?
– Cinco en el primer encuentro y cinco al final del mes.
– Está bien… ¿Y cuando comenzamos?
– Esta noche… ¿Te parece bien?
– Como usted quiera… este es mi domicilio y llegue cuando guste llegar después de las siete.
– Perfecto… yo llego a las siete esta noche.
Era la misma Natalia de años atrás y a pesar de tener ya un hijo se miraba igual que cuando la conocí. Por más está decir que culeadas le di, pero esta chica era sexualmente viva de cómo yo lo era. Cogíamos de todas las formas posibles y nos pasamos del mes cogiendo sin ella reclamar más de lo que le había prometido. Sospeché que aquel hijo era sin lugar a las dudas la sangre de Bob, mi amigo el dueño de aquel lugar que les mencioné. Nunca se lo dije a Natalia pero se lo comprobé a Bob y él a sus 85 años aceptó mi propuesta. El debería de pagar $20,000.00 por la manutención de su hijo cada mes y eso pasó por los siguientes diez meses, pues Bob murió de complicaciones pulmonares. Le dejó una buena cantidad de dinero como herencia a su hijo, y no sé si Natalia se alejó de aquel menester pero por esos días cogíamos sin que ella me cobrara por sus servicios. Un día decidí dejarla de ver y no sé que pasó con ella y con su hijo y solo espero que les haya hecho bien el par de millones que les dejo Bob, mi buen amigo.