Sólo hubo un momento de descanso. No importaba que hubiera tenido un orgasmo hacía un momento; Nerea enseguida empezó a dar muestras de que su excitación no había terminado y de que quería mucho más.
Por mi parte yo aún estaba con agujetas en la lengua por la comida de coño que le había hecho. Pero, al igual que ella, también necesitaba más.
– Sácate el tampón; quiero ver cómo lo haces, cómo va saliendo de tu interior poco a poco. Necesito sitio para metértela, para que la sientas dentro de ti, mi pequeña puta.
Con una sonrisa, Nerea nuevamente se puso de pie encima de la cama. Miré hacia arriba, hacia ese coño tan jugoso que me estaba esperando. Agarró el hilo del tampón y, suavemente, empezó a tirar de él. Lo que era blanco poco a poco se empezó a transformar en un color rojizo. Su vagina se iba dilatando para dejar salir ese objeto tan desconocido para mí. Ahí estaba; había absorbido bastante sangre porque se le veía como hinchado y su color era muy oscuro, como granate. Un último tirón y lo sacó del todo. Justo en el momento en que el tampón dejaba el húmedo coño de Nerea, de él salió un reguero de sangre, un pequeño chorrito de sangre, esta vez sí, de un color rojo vivo que cayó encima de mi estómago. La muy guarra de Nerea lanzó el tampón usado al suelo y de golpe, se sentó de nuevo encima de mi barriga, pasando su vulva por la sangre que se había desprendido y extendiéndomela por mi tripa.
– Te gusta esto, ¿verdad, cabrón? Era esto lo que querías, verme como una cerda, como una puta haciendo todas estas guarradas para ti – me dijo con una voz entrecortada por la excitación. Ahora, ¡fóllame por donde quieras, cabrón! Haz lo que quieras conmigo, hijo de puta, pero quiero tu leche dentro de mi chocho sangriento.
Yo estaba a punto de explotar. Mi polla palpitaba y la notaba dura como una piedra, algo que no había sentido en mucho tiempo. Agarré a Nerea de la cintura para levantarla un poco y colocarla justo encima de mi rabo. Noté el capullo en la entrada de su vulva; noté lo mojada que estaba por sus flujos y su sangre. Intenté ponerla a la entrada de su vagina, en ese orificio que desprendía tantos líquidos y, de un golpe, la penetré. ¡Oh, qué sensación y qué fácil entró! La vagina de Nerea no era estrecha, sin duda que ya había sido usada bastante por otros cabrones como yo. La polla se deslizaba fácilmente dentro de sus paredes vaginales, por la humedad que había dentro, con todo lo que allí había dentro. Empecé a follarla yo, pero Nerea decidió ser ella la que se moviera y empezó a cabalgarme rabiosamente. Subía y bajaba rápidamente, gimiendo en cada movimiento. Cada vez que mi polla se metía en su coño, unas pequeñas salpicaduras rojas saltaban sobre nuestros cuerpos, que ya, en esos momentos, mostraban rastros sanguinolentos por diferentes partes. Al tiempo que me follaba (porque era ella la que me estaba follando), intentaba agarrarle las tetas. En ocasiones se me escapaban, pero cuando las tenía en mis manos, las apretaba con fuerza, las retorcía incluso, provocando más gritos y gemidos en mi preciosa puta.
Cuando me hubo cabalgado un poco más la cambié de posición. La coloqué boca arriba y yo me puse encima de ella. Se abrazó a mí y nos besamos la boca, nos pasábamos la lengua como perros; quería comérsela, quería comerle todo. Me incorporé y le abrí las piernas lo más que pude. La visión de su vulva rojiza y mojada me volvió aún más loco y, sin pensarlo, me abalancé sobre su coño para chuparlo, para saborearlo. Saqué la lengua y la pasé por sus labios mayores, por su clítoris, que seguía sobresaliendo duro. Le abrí los labios menores con los dedos y metí la lengua en su cavidad. La metí lo más que pude y fui tragando su sangre menstrual. Me sentí como una especie de vampiro, pero no me desagradaba; lo único que quería entonces era limpiarle toda su vagina.
Nerea se estaba retorciendo de placer. Se estaba apretando las tetas mientras me decía que siguiera como el cabrón que era. Mi boca ya estaba llena de sangre, notaba ese sabor tan típico de ella. Imaginaba que tendría la lengua y mis labios rojos y quise, por fin, penetrarla otra vez. Pero antes de que mi polla invadiera de nuevo esa maravillosa cavidad, pasé la lengua por el otro orificio que iba a ser mío. Con sus piernas bien abiertas, usé mis dedos para abrirle bien el culo y lamérselo con lengüetazos fuertes, como si quisiera erosionarlo. Metí la punta de la lengua en su ano y la moví dentro de él. Pronto, ese agujero se volvió del mismo color que adornaba una parte importante de la cama y nuestros cuerpos. El esfínter se dilataba por la excitación que tenía Nerea; escupí dentro de él y volví a lamerlo y, cuando ya estaba muy mojado aproveché para meterle dos dedos. La estuve follando con ellos durante un minuto, dándole muy duro y noté que, a diferencia de su coño, el culo no lo tenía tan usado.
Saqué los dedos y me los llevé a la boca para chuparlos y sentir el sabor que tenían, un sabor que, como se podía imaginar, mezclaba muchas cosas: saliva, sangre, quizá algo de mierda… Pero, excitado como estaba, me supo delicioso.
La agarré de las pantorrillas y eché sus piernas hacia atrás. De esa manera, tenía ante mí perfectamente preparados sus dos orificios para poderla follar. Me tumbé encima de ella y la penetré el coño. Como he dicho, mi polla no es excesivamente grande y, en esa posición, lo que deseaba era que la punta de mi rabo llegara a lo más profundo de ella, que llegara a tocarle el útero. Daba unas fuertes embestidas, que hacían que mis huevos golpearan el culo de Nerea. Sentía lo fácil que entraba y se deslizaba mi polla dentro. Oía ese sonido que se produce cuando algo está encharcado, y notaba las salpicaduras de sangre que continuaban saliendo en cada penetración.
– ¡Ahhh! ¡Diosss! ¡Fóllame así, cabrón! Me estás destrozando el coñooo. ¡No paresss! ¡Fóllameee!
– Sí, cerda, mi puta cerdaaa. Te voy a destrozar el coño y también tu sucio culo.
En ese momento saqué la polla de su vagina, le volví a escupir en el ano y, colocándola a la entrada, se la empecé a meter. No, yo no era un experto en culos, pero notaba que el suyo no había sido tan utilizado como el coño. Noté que, aunque estaba excitado y aparecía algo dilatado, a mi polla le costaba más entrar; notaba que era más estrecho, que las paredes anales apretaban mi rabo más que las vaginales. Por eso, pese a que me habría gustado metérsela de un golpe para haberla destrozado, fui a poco a poco y, cuando vi que la mitad de mi polla había entrado, di un último empujón de caderas y se la enterré en su culo completamente. Esa estrechez daba un gusto especial, era como si su culo me dijera que no le abandonara, pero lo hice. Y comencé el mete-saca en ese agujero. Mi polla tenía la sangre y los flujos del coño de Nerea y, junto con la saliva que había utilizado, me ayudaban en esa penetración que, ahora sí, iba siendo más dura e intensa.
Nerea seguía gimiendo, a veces chillando, mientras se pellizcaba los pezones con una mano y se tocaba el clítoris con la otra. Su cuerpo tenía ya muchas partes rojizas: su cara, su boca, su estómago, la parte interna de sus muslos…
Yo continuaba taladrándole el culo, cada vez con más facilidad. Se la metía hasta el fondo de sus intestinos y, si le hubiera producido algún desgarro, no se habría notado en esa mezcla de sangre que mojaba sus agujeros. En ese momento decidí hacer algo que había visto en vídeos y que nunca había hecho.
Abierta ante mí como estaba, con su culo follado y su coño completamente expuesto, saqué mi rabo de su ano y, sin avisarla, se lo metí en el coño.
– ¡Ahh! Sí, cabrón, síiii, puto cerdooo.
Y ahí estuve follándole la vagina con todo lo que había salido de su culo y, luego de nuevo, volví al culo con todo lo que había salido de la vagina. Una, dos, tres cuatro, cinco embestidas en el coño; una, dos, tres, cuatro, cinco embestidas en el culo…
– Me voy a correrr, cabrón, me voy a correr – gritaba Nerea completamente excitada. Córrete en mi coño, cerdo, quiero sentir tu corrida, tu leche golpeándome dentrooo.
Era lo que necesitaba para el final. Una última penetración en su coño. Mientras los dos gemíamos y gritábamos, volví a notar la respiración más agitada de Nerea, noté unas contracciones en su vagina y, en ese momento, solté mi semen dentro de lo más profundo de ella. Cuatro chorros que golpearon su útero, ese útero del que salía su sangre menstrual. Sentí mucho calor y creo que la leche que había expulsado era bastante espesa. Con la respiración entrecortada me tumbé encima de Nerea.
– No, cabrón, no te tumbes ni te duermas. Quiero una cosa más.
– Pero, niña, me has dejado hecho polvo, estoy jodidamente contento pero agotado. ¿Qué más quieres que haga?; porque no puedo más.
– Esto es fácil, jaja. Antes de que se te baje la polla quiero que la saques y me la des para comer. Quiero dejártela limpia.
Aquello me dejó sin palabras, y me di cuenta de lo realmente puta y guarra que era esa cría que tenía junto a mí.
Lentamente saqué la polla, que iba perdiendo ya parte de su dureza, acompañada de una especie de salsa rosa que resbaló por los muslos de Nerea. Miré mi rabo y me di cuenta de que era una amalgama de muchas cosas. Se distinguía bien la sangre de la regla y mi semen, pero también sabía que ahí estaban los jugos de Nerea y seguramente algo de mierda que saliera de su culo.
Así, a media erección, se la introdujo entera en la boca y comenzó a chuparla cuidadosamente. Luego la sacó, me lamió el glande y pasó la lengua por toda ella hasta dejarla bastante limpia y, casi, brillante. Se incorporó y me dio un beso con partes de lo que me había limpiado, para que yo pudiera compartir con ella esa mezcla de sabores. Y lo compartí. Y lo tragué. Y me sentí más unido a ella.
– ¿Te gusta como ha quedado? – me preguntó traviesa.
– Me ha encantado todo y la limpieza de polla también. Pero… yo quiero limpiarte a ti si me dejas.
– ¿Sí? ¿Y qué tienes pensado, cabrón?
– Ahora lo verás.
La cogí de la mano y nos levantamos de la cama, que parecía un campo de batalla por el revuelo de las toallas y la sangre derramada sobre ellas, como en una auténtica guerra.
Fuimos al baño. Todavía le escurría por las piernas sangre de su regla, que no dejaba de salir de su preciosa vagina.
– Métete en la bañera – le pedí, mientras yo también entraba. Siéntate y abre las piernas hacia mí.
Nerea sonrió imaginando lo que iba a pasar. Abrió las piernas y, sin que se lo pidiera, de la misma manera se abrió los labios con los dedos. Otra vez la visión de ese coño sucio, aún húmedo, con los restos pegajosos de una tarde de sexo me excitó. Pero esta vez no la iba a follar. Me puse de rodillas ante ella y dirigí mi pene, ya fláccido a su vulva. Y, con las fuerzas que aún tengo pese a mi edad, empecé a mearla con bastante presión. La orina la dirigí a todas las zonas que veía manchadas: sus labios, el ano, el vello púbico que estaba un poco apelmazado, incluso apunté a la entrada del orificio vaginal para intentar limpiarla por dentro. Nerea ayudó con su mano frotando por todas esas partes y, así, la meada fue resbalando por la bañera llevándose con ella las pruebas de la mejor tarde de mi vida.
EPÍLOGO
Nos duchamos, esta vez sin más juegos sexuales. Nerea se puso otro tampón con la misma facilidad con la que había hecho todo lo demás. Pero, antes de colocárselo, cogió las bragas que se había quitado, se las restregó por la vulva y me las ofreció.
– Toma, son para ti. Así me recordarás para siempre – me dijo con una sonrisa. Luego sacó de su bolso otras bragas limpias, esta vez negras, y se las puso.
– Pero ¿no nos vamos a volver a ver? – pregunté extrañado.
– Bueno, si volvemos a coincidir en el chat en esos días, podemos volver a quedar.
– Pero si nos lo hemos pasado tan bien y hemos disfrutado, ¿por qué no me das alguna forma de contacto? No quiero perderte. Coincidir en el chat otra vez quizá no sea tan fácil.
– No doy datos míos, ni móvil, ni nada. Para mí el morbo está en esto. En que seguiré siendo una desconocida para ti, aunque yo sepa cosas tuyas, como dónde vives, jaja.
– Tendré que aceptar eso, ¿no?
– Sí.
– Me has hecho renacer, Nerea. Hoy he hecho cosas y me he comportado de una manera que jamás había vivido. Nunca pensé que me pasaría algo así, que actuara como un auténtico cerdo.
– No me conoces, pero si supieras cómo soy en mi vida, te sorprenderías también de lo que ha pasado hoy. Y mis amigas ni te cuento. Nadie se puede imaginar, siendo como soy, que pueda hacer esto. Pero me gusta el sexo, tuve un novio que me enseñó muchas cosas y, como has visto, cuando estoy con la regla me transformo. Me pongo tan cerda, me excito tanto que soy capaz de hacer las cosas que has visto y que no suelo hacer en otros momentos.
– Pues parecías una auténtica experta. No me puedo creer que tengas 18 años. Tu experiencia es de alguien mucho mayor, o eso creo. No tienes 18 años, ¿verdad?
– No, no los tengo … o quizá sí – contestó con una sonrisa traviesa.
Me dio un beso y se fue.
Y así estoy. Llevo dos meses entrando en los chats buscando a esa “chicamenstruante” sin éxito. Seguiré haciéndolo porque no quiero que esto sólo sea la experiencia de un día. A veces me pregunto si todo lo habré soñado pero, cuando me pasa eso, saco unas bragas azules que tengo guardadas cuidadosamente y las huelo.
Esta historia, aunque tiene partes retocadas por cuestiones literarias, está basada en hecho reales.