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Me cogí a la suegra de mi cuñada
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Tiempo de lectura: 7 minutos

La causalidad hizo conocernos en el deseo, ni ser familia, ni la edad importó, solo quería sentirse mi mujer, mi puta, entregar todo, volver con el recuero de estar bien cogida hasta el próximo encuentro.

Era una tarde de esas donde el aburrimiento te obliga a salir del agujero interior, el tiempo frio y lluvioso solo sirve para tomar mate y mirar la tv, de lo segundo no me agrada, entonces el mate fue compañía en la pc, abrir el Facebook para ver que traía de novedad.

Mirando las sugerencias de amistad, me llama la atención la de una mujer, Esther, y por esas cosas de la causalidad nos terminamos enredando en una “charla” que casi de inmediato derivo en una privada, amena y bien entretenida. Como suele pasar en estas situaciones donde dos extraños de conectan y hombre y mujer entre dos anónimos contribuye a que los temas de intimidad surjan con fluidez y facilidad.

La dinámica de la conversación nos fue llevando por el tobogán del erotismo y desembocar en la sexualidad pero nuevamente el azar juega sus cartas, aún con nombres ficticios y los cuidados en el aporte de datos, se nos fue revelando que había una relación demasiado cercana, era la suegra de mi cuñada.

De la sorpresa al temor de habernos confiado en contar ciertas intimidades que ahora se nos revelaban comprometedoras, pero la franqueza y prevención nos motivó a conservar estos contactos con prudencia y reserva y obviamente la complicidad en esta aventura de contarnos cosas bien privadas. Desde ahí el tono de la conversación pasó del face pasó al whatsapp y el teléfono fue la resultante obvia.

El morbo del parentesco incentiva el tono erótico de la conversación, la relación parental nos obligaba a encontrarnos con mayor frecuencia, había transformado lo casual en causal y los temas conversados a ser cómplices. A partir de ese momento éramos dos personas que comienzan a transitar el delicado equilibrio entre el morbo erótico y el deseo prohibido.

El morbo encendía el deseo, lo prohibido aviva las llamas para quemarnos en el infierno del pecado en familia. La charla trivial se iba encendiendo con el deseo, el calor del verano era la excusa para apagar ese fuego interior, saltar la valla de lo prohibido…

– Te animas a tomarnos un helado?

– Sí!!

Me parecía que la rapidez en responder fue como si estuviera esperando esa excusa para el encuentro. La respuesta derivó en una animada charla con la evidente intención de perdernos en comentarios más subidos de tono, casi eróticos.

Esos minutos de charla se fueron extendiendo en el tiempo y la intencionalidad, alabar y ensalzar sus virtudes físicas actúan como ariete de seducción que vulnera la indefensión de Esther que se va entregando sin lucharla. El instinto de cazador es la paciencia, hacer que la presa deje ser cazada.

La estrategia estaba armada solo falta la oportunidad. En mi casa la excusa de tomar unos tragos con los amigos me permitía tener todo el tiempo para intentar la seducción. Ella sabía que yo sabía del viaje del marido por eso cuando la invité para tomar ese helado prometido no hubo excusa ni dilaciones, nada más importaba que tenerla cerca, ni la diferencia de edades, los quince años que me lleva en vez de ser obstáculo actúa como incentivo para avivar los fuegos eternos del deseo.

La había citado en un lugar discreto de San Miguel, a mitad de camino de ambos. En el trayecto me iba “haciendo los ratones” su figura se recorta en mi memoria, tez bien blanca, cabello renegrido con muchos rulos. Apareció más exultante y coqueta, vestida discreta pero sugerente, el pantalón enmarca su figura y marca las formas de su culito bien firme, como es bien tetona (como me gustan) ella disimula algo con la camisa holgada, pero la turgencia de sus pezones se hacen notar por la brisa nocturna.

No se hacía desear, subió al auto y se acomodó, la sonrisa franca y el beso en la mejilla era hacía las veces de aceptación que lo de tomarnos un helado solo era la excusa para tener un encuentro en un lugar “más privado”

– Vamos? (asiente)

La sonrisa y un beso de ella en mi mejilla, bien próximo a la boca vale como toda respuesta a esa obvia pregunta, la sonrisa acepta y concede la invitación no formulada.

– El helado lo tomamos en “Paraíso” el hotel más cercano.

– Sí, por favor, donde vos me lleves estará bien.

Buen humor y atrevida predisposición abría las puertas a ese “paraíso” que nos aguarda, la calidez erótica del ambiente sube el clima del deseo tanto como para jugar con el nombre:

– Guau! Vos vas a ser el Adán en el paraíso…

– Y vos la Eva… pero sin la hoja de parra que cubra ese deseo…

– Deseo… que ya se está mojando. Decile al que atiende que tengo prisa, mucha prisa!!!

Entrar el auto a la cochera, correr la lona para ocultarlo y nos enroscamos en los besos más obscenos que nos podíamos dar, comernos la boca sin dejar de respirar. No bien nos soltamos, las bocas, tomamos un respiro y subimos los escalones de a dos para acortar el tiempo que nos separa del deseo.

Cuando la puerta se cerró la tomé por sorpresa para deshojar a Esther, pero ella tenía otros planes. – espera… déjame pasar primero por el baño…

La ansiedad se manifiesta en una erección atroz, para “hacer tiempo” pedí dos whiskyes con hielo y me tendí, desnudo y con esa incómoda erección, ella había bajado la intensidad de las luces, su figura se recorta en el vano de la puerta del baño, se muestra insinuante, acercándose, reptando desde los pies de la cama, por encima de mi hasta comerme la boca, parece un boa constrictor devorando a su presa, tiene una lengua activa como no he conocido. Tiene una forma de besar especial, de tal modo que nos hace respirar a uno en la boca del otro. el abrazo no evita que le vaya desnudando, primero la camisa y el sostén para liberar a esas dos bellezas con la opulencia de sus tetazas, exprimidas y sorbiendo su esencia, reteniendo con labios y dientes esos gruesos pezones que cuando se los “como” se enciende y agita vibrando todo su cuerpo.

Sin dejar de gemir ayuda a exprimir y ofrecerme el voluptuoso y lujurioso espectáculo de poder ver y comer sus delicias.

La desmonto para poder liberar sus caderas de la falda y deshacerme de la tanga, tendida las pernas flexionadas y separadas dejan expedito el camino a comerme esa conchita con el bello delicadamente emprolijado (como me gusta tanto). Despacio, sin prisa, con todo el tiempo del mundo para excitarla, moverla lengua y los dedos dentro de la cueva va creando la creciente excitación, su cuerpo comienza a vibrar al compás de mis lamidas, sus dedos enredados en mis cabellos presionan la cabeza para sentirla bien pegada a su sexo, incrustar mis labios entre los suyos verticales, agitarse y gemir, debatirse en una descontrolada agitación. Ese es mi momento, sé cómo hacerlas delirar, regulando la intensidad, aflojando la acción de los dedos, ralentizar las lamidas. Bajar el nivel de excitación para ser dueño de su energía femenina, retenida hasta que considero el momento oportuno de permitirle llegar al clímax.

Salirme de entre sus piernas, con toda la energía fluyendo dentro de ella, encendida en el deseo, me dejo poner de espaldas, para que sea ella quien se coma el trofeo que bien ganado lo tiene. Sube y baja los labios por el pene, recorre y reconoce, lengüeta y chupa con avidez y fruición. En una devolución de atenciones me deja a medio camino en la calentura, coloca ahorcajado sobre mí, sin dejar de mirarme con esos ojazos, se introduce la vega en su vagina, baja lentamente hasta que se la entierra toda.

La pausa y mirada expectante, sube y baja su cuerpo, los gemidos se intensifican y el subibaja toma velocidad y profundidad, desesperada se agita en cada evolución, los gemidos se producen en la angustia de esa energía retenida, más aún cuando la tomo de las caderas para ralentizar y contener, reprimiendo su deseo en angustiosos gemidos. Intenta zafar de mis manos, se angustia y lucha por alcanzar el triunfo de su deseo, los gemidos son gritos ahogados que no puede controlar, se pone muy loca, vocifera y grita su necesidad de llegar al orgasmo.

La calentura nos pudo a los dos, ella subiendo y bajando enloquece y grita, contagiados en el mismo ardor nos quemamos en deseo, su pasión controla y maneja las voluntades, estalla en un orgasmo desmesurado, me suma a su locura, siento una eyaculación abundante, profusa y sin tiempo de preguntarle si podía acabarle dentro.

Luego del temblor, el silencio, esa risa sin sentido, luego la calma, ella sigue ahorcajada sobre mi, empalada en la pija que sigue latiendo dentro de ella.

Desmonta de su empalada y se deja escurrir todo ese semen que le había acabado dentro, se arrodilla entre mis piernas y acerca su boca a la pija para recoger la leche que se escurría por la pija. Lo realiza con la precisión y cuidad de quien está degustando el mejor manjar.

Su actitud fue una reveladora sorpresa que esta mujer me ha regalado, el beso aun con restos de mi leche y se tiende a mi lado, acompañando el reposo del guerrero.

El receso del whisky y la ducha compartida con juegos de masturbación mutua, se insinúa, quiere aprovechar la lluvia para un segundo polvo. Separa las piernas, apoya las manos sobre la pared, echa el culo bien atrás para que entre en ella, tomada de la cadera voy al encuentro de su sexo, húmedo por dentro y por fuera, esperándome. Un par de sacudidas con el deseo chorreando por la piel. Gira la cabeza y pide:

– Hmmm, se siente rico pero… no por ahí… (indica por donde). La quiero ahí, sentirte ahí…

La invitación era más de lo imaginado, un regalo del cielo. La tensión, cuidad de nos resbalar en suelo mojado sumado a la forma impulsiva que me invade cuando me invitan al sexo anal, asirme de las caderas con fuerza apoyar la cabeza en el esfínter y empujar la cabeza del pene hasta entrarla toda dentro.

– Ahhh, así no… más suave, mas despacio

– Saca una mano de la pared para guiarla hasta el ano. – así sí, ves mas despacio…

Sin salirme de su cola nos fuimos desplazando hasta que se apoya en el lavabo, sacando el culito más atrás, se ofrece para recibirme todo dentro. Avanzando despacio, de a poco, hasta tenerla toda dentro, culo grande se contradice con la estrechez “del marrón”.

Menea las caderas para acomodarse al grueso pedazo que le entra, despacio vamos tomando buen ritmo, la vorágine de la calentura me hace perder las indicaciones de que fuera con cuidado, la cogida adquiere el contenido épico de un polvo algo brusco y salvaje. Ya perdió la esperanza de que atienda sus prevenciones, se aguanta el ímpetu y determinación de entrarle fuerte y profundo.

Los gemidos y gritos de Esther se amplifican con la acústica del baño, nada más importa, ella está entregada, yo perdido en esa calentura atroz de tener a merced ese culo tantas veces deseado y ahora siendo su dueño, abriendo esas carnes que parecían tener poco uso.

– Dale, dale! Acaba de una vez, me dueleee, dale, me estas rompiendo el culooo!

El ruego incita al desenfreno, quisiera demorarme dentro la eternidad, sigue rogando y pidiendo que le acabe. La entrega dócil le hacía sentirme más fuerte de lo pensado, tampoco era cosa de lastimarla, pero debía dejarla con ganas de más.

Con una mano atenazando la cadera y la otra tomada de los cabellos, echa la cabeza hacia atrás sin dejar de gemir y apurarme en acabarle.

Una brevísima pausa, tomar impulso y lanzarme con todo ímpetu dentro del culo, a fondo, hasta el fondo, hasta que ese gemido ahogado que me suele venir cuando estoy con t oda la presión y necesidad de eyacularle. Un bufido como de un toro bronco, el envión la sacude, a punto de caernos y… – Me viene, toma, tomate mi leche. Ahhh

Luego el silencio, un par de latidos bien el fondo, casi sin moverme, y el alivio de haber eyaculado con la vida escapando en esa leche que descargo en el fondo del ano.

Sin soltarla, unos segundos de latidos dentro de ella. Luego sacar la pija de esa deliciosa colita que acabo de eyacular dentro, la flatulencia lógica producida por el constante bombeo de verga viene acompañado de algo de la esperma espumosa como rastro de una cogida maravillosa.

Otro whisky, ducha y relax hasta que el conserje de “el paraíso” avisa: “señor, en 10 minutos termina su turno”. Es tiempo de volver a la realidad, me pide que la regrese a la casa de su amiga, en el camino me pide que me salga de la ruta por un momento. Entendía que sería por unos besos, y no me equivoqué pero además abrió la bragueta para sacarme en una mamada el resto de leche que quedaba.

– Ahora sí, llévame a casa de mi amiga, ya tragué lo que te quedaba de leche. No pensarías que te dejaría con ganas y que la uses con tu esposa, esta leche me pertenece. No tengo oportunidad de mamarlo, a mi marido no le gusta el sexo oral y del anal ni hablar. Ahora te tengo a mano… bueno a boca. Ja!

Retomé la marcha y prontito llegamos a la casa de su amiga. Un último beso de lengua y la recomendación para la pija: – Cuidala!!

Un beso y la despedida de una próxima vez.

Ahora estoy esperando que Esther la más gemidora me llame para pedir su leche

Esta historia me la contó Juan, y se la comparto a ustedes.

El Lobo Feroz quiere saber de esa calentona de cincuenta gloriosos amaneceres, que te ha parecido y lo comentemos, besos. [email protected].

Lobo Feroz

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