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Karina y el pastor ingles
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Tiempo de lectura: 7 minutos

—Cierro mis ojos y es a ti a quien veo, es tu voz la que escucho, es tu olor el que huelo, eres tú la elegida…

Aún estoy desnudo en la cama con el corazón acelerado disfrutando los olores… sabores del sexo recién terminado fue algo espontáneo y fugaz que ni tú y mucho menos yo imaginé, ahora te observó desde tu propia cama, la habitación es grande y ordenada aunque nuestras ropas estan en estos momentos esparcidas por aquí y por allá tiradas en la alfombra te observó en el reflejo del espejo.

Tú también vas desnuda te levantaste de la cama sin ningún complejo ni pudor para deleite de este afortunado que te acaba de conocer…

Tienes un cuerpo perfecto, estás desnuda de pie frente al espejo desenredas un poco tu pelo pensativa, luces hermosa y lo sabes, sabes que te miro pues tu mirada se encuentra con la mía a través del reflejo, tus movimientos se vuelven más sensuales y simples, tus caderas me tienen hipnotizado pongo un poco más atención tu reflejo veo tus ojos rasgados, con esos exóticos rasgos orientales que deben ser la perdición de cualquier idiota que se cruza en tu camino, baje la vista hasta tu nariz respingada y me detuve en tu boca esos labios carnosos que apenas hace unos momentos fueron míos, mire tu cuello largo y sugerente vi como el hueso de tu clavícula resalta sobre tus hombros, mi viaje visual continuó por tus pechos ese par de tetas listas para la batalla su pezón oscuro estaba relajado no como cuando la tenía entre mis manos, baje por tu abdomen hasta poder ver tu vello púbico, pero de pronto mi vista está perdida; no tiene ojos más que para ese exquisito culo que tienes.

Te abracé desde atrás pegando mi erección a tu cuerpo, aspiré el aroma de tu cabello y lo hice a un lado para beber de tu cuello, acabo de descubrir lo que eso provoca en ti y lo pienso aprovechar al máximo, casi puedo sentir como tu corazón se acelera mientras tu respiración se agita…

El contacto con su piel me enciende mientras que noto que a ella la relaja así que acarició suavemente su trasero, una nalga a la vez; sigo subiendo por la ruta de su espalda sintiendo cada vértebra hasta alcanzar su nuca donde enredo un poco mis dedos de su pelo y jaló.

Me sé dueño del momento y repito las caricias varias veces antes de inclinarme sobre ella hasta alcanzar con mi boca su oído.

Imagine de nuevo su deseo líquido escurriendo entre sus labios mientras se deja querer, mi mano bajó por la parte delantera su cuerpo recorriendo la piel, me detuve en sus suaves pechos acunados en mis manos, mi mano tenía un destino así que continúe bajando hasta el, metí mis dedos entre la delicada pelusa que cubre tu pubis, sentí el roce de sus vellos contra la yema de mis dedos cerré los ojos cuando noté sus labios húmedos contra mi piel sin pensarlo comencé con leves y sutiles movimientos circulares en su lugar más sensible…

El pequeño gemido que dejó escapar me alentó a continuar, fui más atrevido al abrir con mis dedos su intimidad; entre fácilmente en ella, estaba dispuesta de nuevo su calor y humedad me cobijaron, estaba caliente y comenzaba a mover sus caderas buscando más, mucho más y se lo di, su orgasmo baño mis dedos que nos bebimos en un beso.

Empuje de ella sin darnos cuenta llegamos al borde de la cama donde cayó vencida bajo mi peso, mientras le susurraba lo mucho que la deseaba.

Cuando caímos al colchón ya somos uno solo…

Y todo gracias a Churchill un enorme y hermoso perro ovejero que encontré en la calle, le hable y dócilmente vino obediente a mí, tenía sed y hambre así que le di un bocado de el sándwich de dos quesos que llevaba junto con un poco de agua, vi que tenía collar con su nombre y datos de su dueña Karina Gómez por un momento pensé en llevarlo hasta mi domicilio y hacer como que era mío pero luego de ese pequeño sueño indecente fui caminando con Churchill a mi lado hasta dar con la calle Los Robles 539 una enorme barda de casi tres metros dividía la calle de lo que fuera que había adentro, cochera para un automóvil y a un lado la puerta de hierro sólido, me sorprendió gratamente la manera artesanal del número en la puerta, una artesanía de madera oscura que contrasta con tornillos plateados hecha a mano.

Toda la gente que encontrábamos en el camino se giraba para ver al perro, no puedo creer que nadie antes que yo se acercara a él para tratar de llevárselo parece que es un perro muy caro.

—Bueno amigo parece que llegamos a tu casa.

Churchill menea la cola contento por estar ante la puerta de su hogar lo que me demuestra que en verdad quiere estar aquí, jajaja!!! Tenía la pequeña esperanza de que al llegar a casa el perro simplemente se negara a estar ahí y salir corriendo con él hasta mi hogar.

Pulse el botón del interfon y esperamos a que abrieran tuve que volver a insistir un par de veces antes de que una joven morena que me dejó con la boca abierta por su belleza apareciera.

Se miraba altiva, un aire de soberbia reflejado en sus facciones, tal vez solo está harta de tipos como yo que abren la boca al verla.

Me lanzó una mirada de superioridad que me dejó perplejo y con ganas de irme de ahí de inmediato.

Todo eso en el microsegundo que se dio cuenta que no iba solo, su mirada cambió en cuando vio a su perro.

Me di cuenta que la primera impresión de ella fue errónea tan solo es su fachada ante el mundo, pretender ser fría y distante para mantener alejados a los morbosos que sólo quieren intentar en vano tener entre sus manos su cuerpo.

En cuanto la vi sonreír iluminó mi día y cuando me devolvió la mirada…

Bueno, sentí un choque eléctrico recorrer mi cuerpo, creo que a ella le pasó lo mismo.

—Gracias!!! muchas gracias!!!

Me abrazó sin decir más, olía fresca, sutil, femenina una suave fragancia de coco y vainilla. El perro al sentirse libre entró de nuevo a su casa y fue directo al plato de croquetas que lo esperaba.

—No fue nada, simplemente lo encontré y venía de paso así que lo traje.

Hacían una pareja hermosa, si cualquier otra chica fuera caminando por la calle con ese perro ni siquiera voltearían a verla y si ella fuera caminando con cualquier otro perro al perro ni lo voltearían a ver.

Karina

Parece tan altiva, tan soberbia, con ese aire de superioridad que denota en su mirada, pero creo que no es más que un escudo que tiene para enfrentar al mundo…

Es hermosa, un color de piel exquisito y su rostro, por dios si París perdió la razón por Helena ahora lo comprendo, su cara es la de una diosa aunque sus ojos siempre reflejan tristeza yo mismo iniciaría una guerra por ella.

Su rostro es seriedad y dureza, aparte de sonreír a Churchill ni una sonrisa o algo que pueda mostrar debilidad. Si supieras mi cielo (sí ya sé, apenas nos conocemos, pero me doy el permiso en silencio de llamarte así) que la sonrisa en tu rostro ilumina el mundo ya serias la monarca de todo.

Siempre sola, caminando por las calles con su fiel amigo, un pastor inglés enorme y hermoso que parece salido de una película para cuidar a su reina.

Algo en el ambiente cambió, de pronto el aire se puso más espeso, lo sentí en su mirada y en la forma que mordía sus labios cuando me miraba, yo no podía dejar de ver su boca, imaginar besarla, estaba tan cerca que podría hacerlo.

—Pasa te invito un café.

—¡Con gusto!

Al entrar vi un pequeño jardín que rodeaba al edificio principal, a la derecha un automóvil estacionado y una franja de pasto al final de la cochera que divide el espacio hasta el muro de la casa, a la izquierda otro pedazo de jardín y un tapete de yoga tirado sobre el césped, seguí a Karina por las losas de cemento entre las plantas y el césped.

Abrió la puerta de madera; una casa moderna de esas de enormes espacios abiertos y amplios como las que salen en las revistas.

Una sala totalmente amueblada era lo primero que mirabas al entrar, la pared izquierda de un tono gris oscuro iba desde la sala hasta la cocina ubicada al final del enorme espacio, los pisos blancos hacen juego con las demás paredes. Las escaleras flotantes están en la pared derecha e inician unos dos metros detrás de los sillones que delimitan la sala.

No llegamos a la cocina, me perdí en la profundidad de sus ojos, Karina y su embriagador aroma se acercaron demasiado al punto de sentir su calor corporal y encender el mío. La ola de electricidad me cruzó todo el cuerpo, la tomé entre mis brazos y besé su boca, un beso prolongado sin lengua ni manos recorriendo su cuerpo, solo dos bocas reconociendo nuevas sensaciones.

Luego sus ojos de nuevo, ardían y soñaban me tomó la mano y me deje guiar por los espacios de su casa limpia, pulcra, ordenada. La sala enorme con paredes altas de unos seis o siete metros y pintura clara, los sillones neutros con algunos toques de color en sus cojines, una pared enorme debajo de la escalera dedicada a jarrones artesanales, enfrente del sofá una enorme fotografía de ella envuelta de las caderas para abajo en unas sábanas blancas, su espalda totalmente desnuda en una invitación a viajar por su piel estaba parada en una ventana como viendo el paisaje, de fondo las luces de una ciudad que me pareció era Nueva York.

Subí detrás de ella cada uno de los 19 escalones hasta llegar al ático que es su habitación, baño, closet y estudio, unas claraboyas en el techo dan una enorme luz en su cama y en el lugar donde tiene su mesa de trabajo.

Y mientras afuera el mundo seguía su curso, dentro el tiempo se detuvo, nuestras bocas se buscaron, no eran besos tiernos, no eran besos de amor… Eran besos cargados de deseo, cargados de intención, besos lujuriosos.

Karina tomó la iniciativa y comenzó a jalar de mi playera hacia arriba, mis brazos se levantaron en un movimiento para facilitar su camino, sentí sus uñas explorar mi cuerpo, araño con dulzura mi nuca y logró erizar mi piel cuando rozó con sus dedos mis pectorales.

Lo último que vi fue a ella poniéndose de rodillas y desabrochando mi pantalón, me dejé llevar y cerré los ojos…

Su boca hizo poesía sobre mi dureza, lamía y chupaba, mordisqueaba y succionaba. Me llevaba a la gloria a pasos agigantados poco a poco.

Abrí los ojos y la detuve, aún no era tiempo de correrme, aún no quería que eso terminará así que ahora tomé el control y le devolví el favor.

El instinto me llevó a empujarla contra la pared, tomar su cuello y lamerlo.

El brillo en sus ojos me excito y bese sus labios de nuevo hasta perder el aliento, saqué su ropa, primero su pantalón admire sus piernas, fuertes y torneadas, seguí con su blusa. Sus pezones estaban duros se notaban aún con la ropa puesta los deje libres admire sus senos hermosos, suaves, moldeables, perfectos.

Un segundo después metía uno en mi boca mientras mi mano acunaba a él otro, luego intercambie, me di mi tiempo para conocer las reacciones de Karina, lo que su cuerpo me pedía y me exigía, así que fui lento besando y tocando hasta finalmente llegar a su empapado sexo.

Mis dedos tocaron su vulva, estaba húmeda y tibia, subi y baje mis dedos por sus pliegues hasta tocar el botón más sensible de su flor, introduje un par de dedos de mi mano libre mientras ella se retorcía de placer contra la pared y mi cuerpo.

Le susurre al oído lo que disfrutaba de ella y reaccionó apropiándose de mi boca. Su sexo estaba caliente y cada vez más mojado mi verga estaba dura y palpitaba pidiendo y rogando por entrar en la gloria.

Mi rodilla se abrió paso entre sus piernas saque mis dedos, posé mis manos sobre sus caderas, la levante un poco y empujé mis caderas contra ella…

Entre en ella viéndola a los ojos, fue mágico su calor, su humedad, mi dureza, su boca entreabierta, mis ojos sin perder detalle. Los primeros movimientos fueron lentos buscando el ángulo y la profundidad adecuada, sintiendo como se abría ante mí invasión, disfrutando y admirando sus reacciones.

No me di cuenta a qué hora llegamos a la cama solo sé que la penetre con furia, con fuerza, más rápido, sus caderas pidiendo mayor velocidad, la necesidad surgiendo de lo más profundo de su sexo, la certeza del placer acumulado a punto de escapar líquidamente de entre las piernas…

Casi podía sentir surgir su orgasmo desde lo más profundo, escucharla al momento del éxtasis provocó el mío apenas tuve tiempo de salir de ella y correrme sobre sus piernas.

Poder y fragilidad reunidos en un solo acto.

Verdugo y Salvador en una misma persona.

Besos y un abrazo para el alma, porque los cuerpos ya estaban satisfechos por lo menos por unos minutos antes de volver a comenzar.

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