David llegó a su piso después de una larga jornada de trabajo en la oficina y se dirigió a su habitación con cierta premura. Cerró la puerta con llave, dejó el maletín sobre una silla y empezando por la chaqueta y siguiendo por los pantalones se quitó todo, ropa interior incluida y se dejó caer boca arriba sobre la cama.
Los muelles protestaron.
– Por fin en casa. – susurró hablando para si mismo mientras se rascaba distraídamente su velluda nalga derecha.
Un minuto después, su mente se centró en el recuerdo de su nueva jefa, una excompañera de trabajo, una mujer cinco años mayor que él, años que no la habían hecho perder su atractivo. Cierto es que sus pechos de mediano tamaño habían perdido algo de frescura y su trasero no era tan firme como fue cuando se conocieron, pero sus ojos transmitían pasión y su voz era capaz de seducir.
Casi sin querer, David agarró su pene y comenzó a masturbarse.
En la tripa, durante la jornada, se habían acumulado gases.
Ahora era el momento. Notó como el aire se abría camino y estaba a punto de salir.
Se oyó el sonido de la puerta de la calle al abrirse.
David contrajo los glúteos cerrando el ano y evitando, en el último segundo, recibir a su compañera de piso con estruendo y fanfarria.
Su pene creció mientras el semen se empezaba a acumular en su interior.
Un nuevo sonido llegó desde el exterior mientras una gota de sudor resbalaba por la frente del inquilino.
David suspiró aliviado, la chica había entrado en su habitación. Poco después el sonido del agua de la ducha. Sonido que serviría de pantalla.
El empleado reanudo el movimiento de la mano que agarraba su miembro y, esta vez sí, se tiró el pedo. Lo hizo en tres partes, jugando a contraer y relajar su orificio anal.
Luego todo sucedió muy rápido, las imágenes de su jefa y su compañera de piso sin ropa, el juego con el esfínter y como colofón, una nueva ventosidad. El semen saltó cayendo en sus peludos muslos, su vista se nubló durante unos instantes y el efímero placer recorrió su cuerpo.
Después llegó el relax.
Sin pensar en nada se tiró un tercer pedo, largo, ruidoso y con olor.
En la habitación de al lado. La inquilina había cerrado la ducha durante unos segundos. Oyó ruido en la habitación de al lado.
Podía ser cualquier cosa, desde una silla arrastrándose hasta… sí, hasta un pedo.
Pensó en ello y llegó a la conclusión que aquello había sido un pedo.
De repente sintió calor y se llevó la mano a sus partes íntimas. Jugueteó con los largos pelos que nacían en su coño y se metió el dedo.
Lo sacó y lo volvió a meter. Jadeó.
Su mente se llenó de imágenes absurdas… Su compañero de piso y ella desnudos sobre la cama. Besándose. Las manos de él sobando sus nalgas y ella, siempre tan pudorosa, dejando escapar un pedete y luego otro, en forma de silbido, de colchoneta perdiendo aire. Su rostro rojo de vergüenza mientras David decía. "Sigue, tírate otro y otro. Tus pedos son poesía."
Fin