Al próximo día me levanté a las 7 de la tarde, no sé qué me pasó, si ella me había drogado, si tuve un sueño muy profundo. Cuestión, me puse una remera, un bóxer, un pantalón de jean y unas zapatillas. Anen ya estaba preparando un matambre de cerdo, con una receta de internet impresa. Cuando me acerqué a ella y la abracé por atrás, me dijo:
—Hola, cielito mío.
—Hola, amor. ¿Qué estás haciendo?
—Matambrito de cerdo.
—¡Qué bueno!
—¿Viste que no sos el único que cocina acá?
—Ya me lo demostraste con las pizzas que hacés que quedan riquísimas, como vos.
Empecé a besar su cuello e iba buscando su mejilla.
—Pero ahora te quiero demostrar que aprendo.
—Ya sé que aprendes y bastante rápido además. Escuchame una cosa.
—Te escucho.
—Me gustó muchísimo lo que hiciste ayer.
—¿Sí?
—Sí, me encantó.
—Está bueno que te guste lo que te hago, así puedo ir mejorando.
—Por cierto, ¿dónde conseguiste ese aceite?
—Mientras vos estabas con tu amigo yendo a hacer una sabe qué cosa, yo estaba en una dietética comprando eso.
—¿Cómo lo pediste?
—Aceite 100% puro de lavanda natural para terapia, 30 ml.
—Ah, mirá.
—Sí, a ver. Es para terapia ocupacional, para el cutis, para mejorar enfermedades respiratorias, para calmar el ánimo o la ansiedad, para relajar los músculos, se puede usar como antimicótico, como bactericida, como antireuma, antiacné. ¿Qué más?… Bah, creo que eso es todo.
—¿Y cómo sabés vos todo esto?
—Lo estudié en la secundaria, yo hice bachiller biológico.
—Anotado, otra cosa que no sabía de vos y me acabo de enterar.
—Jajajaja
—Mi pequeña niña nerd.
Lamí su cuello y dijo:
—No empieces.
—¿Que no empiece con qué?
—Dale, estoy cocinando boludo, decía riéndose entretanto cortaba una papa.
—Dejá eso un segundo y vení acá.
La agarré suavemente de las manos, la llevé al centro del comedor y puse desde su celular "Nothing´s Gonna Change My Love For You", de George Benson, un lento en inglés de los 80'.
—¿Me podés dejar cocinar, por favor?, preguntó sonriendo.
—Vení a bailar conmigo, un ratito.
—Bueno, pero un rato nada más, que después tengo que seguir cocinando.
—¡Bien!, dije alzando el puño por lo bajo.
Nos pegamos los dos y arrancamos a bailar al ritmo de la música.
—Uy, Dios.
—Está bueno, ¿no?
—No es de mi época, pero si, está más o menos…
—¿Entendés que a veces está bueno hacer este tipo de cosas?
—Sí.
—Uh, pará. Escuchá esta parte.
Tan pronto como llegó el estribillo, lo canté lo mejor que pude. Cuando terminó la canción, nos quedamos mirándonos a los ojos, en silencio, parecía que nos comunicábamos por telepatía. Me agarró con una mano la cara, con la otra el hombro y dijo muy despacio, con una voz y un tono muy tiernos:
—Podría estar todo el día así, pegada a vos bailando esta canción.
—El sentimiento es mutuo.
Y nos dimos un beso para la eternidad, tan cálido y con tanto amor, que casi me derrito de lo fogoso que fue. Cuando el beso se terminó me pidió:
—¿Me vas a dejar cocinar tranquila ahora, amor?
—Ahora sí, andá, dale.
—…
Se estaba por ir, cuando anuncié:
—Esperá…! Anen.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Te amo, nunca me voy a cansar de repetírtelo.
—Igualmente, flaquito.
—Dame otro abrazo.
—Obvio.
En lo que duró ese abrazo, le dije:
—¿Sabías que si tuviera más años encima de los que tengo te pediría matrimonio?
—¿En serio me decís?
Se largó a llorar. Pobre, me daba pena. Sentía que era la primerísima primera vez que le decían algo así en todos sus 25 años.
—Sí, te juro. Hasta querría tener un bebé con vos.
—¿Y entonces por qué no nos casamos ahora? ¿Por qué no me dejás embarazada?
—Soy muy joven para esas dos cosas.
—Tenés razón, ¿que estupidez estoy diciendo? Soy una tarada.
—Ey, no sos una tarada. Nomás tenés el corazón partido completamente a la mitad. Es normal, ¿ok?
—Es que vos no pasaste por lo que yo pasé.
—Lo sé, pero lo voy a tener que pasar en alguna instancia, ¿o no?
—Vos sos inteligente como para no tener que pasar por eso, yo no.
—¿Por qué decís eso? ¿Ves? Eso sí que es una estupidez. Estás por hacer una carrera de Fisioterapia en la UBA, sos locutora.
—No me refiero a eso. Me he metido con cada hijo de puta y me han lastimado tantas veces. Tengo poco amor propio.
—Pero te metiste conmigo, un hombre de verdad, uno que te cuida, te da placer, te hace sentir bien, te da regalos. Y la que dio el primer paso fuiste vos, en este sillón de acá. ¿Te acordás? De hecho, la que da siempre el primer paso sos vos conmigo. Yo jamás di el primer paso. Si me lo preguntás, me siento culpable por eso.
—Vos me hacés sentir especial siempre. Eso es verdad. Como que valgo de algo.
—Es que vos valés mucho, sos especial no sólo por lo de afuera, este cuerpo hermoso que tenés, sino por lo que tenés acá adentro.
Señalé su corazón con la palma de mi mano y puse la suya sobre la mía.
—Sí.
—Tenés un gran corazón, uno que siempre se preocupa por si me hace falta algo, ya sea amor, ya sea sexo, ya sean caricias, ya sea lo que sea.
—Te quiero agradecer y no sé cómo.
—Tal vez quieras, no sé… bailar otra vez conmigo.
—Sí obvio, se emocionó de golpe.
Entonces puse desde su celular "Say you, Say me", de Lionel Richie.
Nuevamente, mi mano derecha se fusionó con su izquierda, su derecha con mi hombro, mi izquierda con su cintura y bailamos. Entonces, pegó su cabeza a mi pecho, pude sentir sus lágrimas por encima de la remera que tenía puesta y me dijo:
—No te cambiaría por nada en el mundo.
—Y yo menos a vos, le dije.
—…
—El que tiene que decir gracias… a lo mejor soy yo.
—¿Por?
—Por vos haber entrado en mi vida.
—Sos lo más hermoso que hay.
Ni bien terminó la canción le dije que era libre.
—Terminá de cocinar, vamos.
Asintió y fue a la mesada. La ayudé a cortar papa, cebolla, batata y a poner la mesa.
Nos sentamos en la mesa mientras se hacia el matambre y todo lo demás.
Sólo nos mirábamos y nos tomábamos de las manos.
—¿Te dije que te amo?, pregunté como si no supiera.
—Sí, una y mil veces.
—Ah, ok. Perdoname. No sabía.
Se quedó en silencio por un minuto y luego de eso, dijo:
—Sos lo único lindo que tengo.
—Ya lo sé, vos…
La alarma del horno nos interrumpió y ella fue ansiosa a sacar el matambre. Se agachó para sacar la bandeja, la extrajo y seguidamente la puso sobre un posa pava que ya había sobre la mesa. Destapó el aluminio y el olorcito a cerdo me conquistó.
—Me salió bien me parece ¿no?.
—Sí, eso se ve.
—Bueno, agarrá. Dale, dijo mientras se sentaba.
Pinché con el tenedor y la carne estaba re suavecita, hasta parecía que se cortara con cuchara.
—Che, está re bien esto.
—¿En serio?
Intenté cortar con el cuchillo y era una manteca, se deshacía. Metí un bocado y no estaba re bien, estaba perfecto, por tanto, solté una lagrima en mi interior.
—Sí, está riquísimo.
—Ah, esperá un segundo.
Se paró de la silla y fue a nuestro cuarto.
—Anen, vení. Sentate. ¡Anen!
Pensé para mis adentros: ¿Qué estará haciendo que sea más importante que cenar conmigo?
Volvió con unas velas, apagó las luces, agarró un encendedor y se sentó en la mesa. Puso las velas y las prendió con nervios, temblando. Me morí del amor.
En ese momento, entendí que de verdad era especial. Que lo que esta chica tiene adentro es sólo amor hacia mí, amor, amor y amor. No habían celos, ni rencor, ni odio. Comprendí que era la mujer que me iba a acompañar en toda la vida, a como dé lugar, pase lo que pase, sabía que siempre podía contar con ella para lo que sea.
Cuando terminó de encender las cuatro velas. Me miró con una sonrisa hermosa. Me quedé con una expresión neutra. No podía creer lo que estaba viendo.
—¿No te gusta?, inquirió cuando su sonrisa se apagaba, lentamente.
Mi cuerpo empezó a tiritar, no sé si era de angustia, de rabia, de impotencia o de emoción. No sé de qué carajos era, hasta el día de hoy sigo sin saberlo.
Empecé a llorar en silencio, mirándola directamente a los ojos.
—¿Qué me está pasando?, me pregunté a mí mismo.
—¿Qué sucede?, preguntó.
Me levanté de la silla y por encima de la mesa, le pegué el abrazo más grande que le di a alguien jamás en mi vida.
—Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, repetía una y otra vez.
Estaba medio confusa.
—¿Qué te está pasando, Tomás?
—¿Que qué me pasa? Que te amo muchísimo con toda mi alma. Eso me pasa. Compraste estas velas para mí, todo lo que hacés es amor. No hay aunque sea una mota de rencor, ni de odio hacia el mundo viniendo de parte tuya, dije intensificando mi llanto a medida que iba diciendo todo.
—Bueno, tranquilo.
Ahí fue cuando recién sentí sus manos suaves en mi espalda y éstas comenzaron a mimarla. Lloré abrazado a ella durante unos cuantos minutos.
—Comamos de una vez, dije.
—Claro, está bien.
Comimos a la luz de las velas y cuando terminamos de comer, nos fuimos a sentar al sillón.