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Viaje a la humillación
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Nota/Prefacio: Esta es una historia enteramente de ficción. El autor no comparte el maltrato o la vejación al ser humano en ninguna de sus formas. Es cierto que los fetiches y prácticas aquí descritos podrían tener cabida en un ambiente consensuado. Aun así, el que escribe estas líneas, prefiere dejar muchos de ellos encerrados en el mundo de la fantasía. La dignidad humana es demasiado importante para ponerle precio a la ligera.

El paquete de galletas tenía premio. Un viaje de cinco días para dos personas.

Susana soltó un grito.

"Pareces una cría, menos mal que estás sola" pensó solo un instante después.

Luego se rascó la cabeza. La lista de candidatos a acompañarla no era muy extensa. Era popular, o al menos lo había sido en sus años de universidad. Guapa, buen tipo e inteligente. Pero a pesar de todo no había tenido muchos pretendientes. Primero pensó en sus amigas, solo había un nombre en la lista, pero desgraciadamente había empezado a trabajar hace poco y la idea de ir de vacaciones estaba descartada. Probó a llamar Pedro y luego a Luis. Ambos por un motivo u otro declinaron.

"No me creo que no haya nadie que… sí, Juan. Se conocían desde hace tiempo, un tipo serio pero simpático. Entre ellos no hubo nunca nada pero después de todo ese era un viaje para ver cosas, disfrutar… le llamó y obtuvo, tras un breve titubeo, un sí."

Una semana después tomaron el avión. Juan no era muy hablador, pero cuando lo hacía, sus palabras parecían competir por el primer puesto de un certamen poético. Su voz era profunda y su timidez se disfrazaba de reserva y misterio, características que resultaban, a su modo, atractivas.

Los dos primeros días transcurrieron sin novedad. En aquel lugar se hablaba español y las gentes eran amables. Susana y Juan, hechizados por la gastronomía y la belleza del entorno natural, disfrutaban.

El tercer día fue el día del beso y los arrumacos en el sofá de la habitación del hotel. Luego fueron de excursión y…

La primera en oír el grito fue Susana quién, sin pensar y movida más por la curiosidad que otra cosa se acercó a aquel lugar. Juan la siguió. Dos hombres introducían en un coche, a la fuerza, a una chica de clase alta. Mientras tanto un tercero intercambiaba un maletín con un tipo enmascarado.

El tipo de la máscara dirigió la vista a dónde estaba la pareja. De pronto los dos captores corrieron hacia ellos. Susana y Juan echaron a correr, pero los tipos eran rápidos y pronto les dieron alcance.

Minutos después, tras caminar con vendas en los ojos durante un trecho. Los turistas recuperaron la vista. Estaban en una celda iluminada por luces de neón amarillentas. Un catre y un cubo de metal.

– ¿Dónde estamos? – dijo Susana nerviosa.

Juan trató de mantener la calma.

– No lo sé, pero seguro que dentro de poco alguien nos dice algo. Esto tiene que ser un malentendido.

Las horas pasaron.

– Tengo muchas ganas de orinar y me da vergüenza – dijo Susana.

Juan le cogió la mano y habló con calma tratando de tranquilizarla.

– Lo sé. Pero tenemos que mantener la calma. No sé cuánto tiempo estaremos aquí. Es mejor que orines y así estés más relajada. Es importante que podamos pensar con claridad.

La muchacha le miró y Juan se dio la vuelta colocándose en la esquina de la celda para darle algo de intimidad.

El sonido de un pedo, seguido por el sonido del pis rompió el silencio durante unos segundos.

– Ya puedes…

Juan se giró y miró a Susana.

– ¿Lo has oído verdad? – dijo ruborizándose.

– Es natural. Somos adultos y vamos a salir de esta.

La chica asintió pensativa.

– La próxima vez cantas. – añadió.

Juan la miró y a pesar de la situación ambos dibujaron una sonrisa.

Media hora después llegaron tres hombres con unas bolsas de deporte. Uno de ellos tenía bastante barriga, otra cara de pocos amigos y el tercero, alto y atractivo, iba enmascarado.

– ¿Quiénes sois? – preguntó el tipo de la máscara.

Los turistas contaron su historia.

– Mentira. Sois espías.

De nada sirvieron los intentos de razonar con aquellos tipos.

– Hablaréis. Tú primero. – dijo señalando a Juan.

Susana reaccionó nerviosa.

– ¿Qué van a hacerle? Déjenlo en paz por favor.

– Tranquila muñeca, que también habrá para ti.

El tipo gordo esposó a Juan, que fue forzado a ponerse a cuatro patas.

El otro tipo, separó las piernas y con los muslos sujeto el tronco de la víctima medio sentándose sobre él mientras el enmascarado sacó una vara de la bolsa.

– Bien. ¿Vas a decir algo?

– Pero, si ya les he dicho todo. – protestó Juan.

El tipo gordo desabrochó los pantalones de la víctima y tirando de ellos y de la ropa interior le dejó con el culo al aire.

– Tienes casi tantos pelos como yo. – dijo el tipo de la panza soltando una risotada desagradable.

Luego, el otro hombre, sin avisar, separó las nalgas y le metió un dedo en el ano.

– Aufff – se quejó Juan.

Susana intentó protestar, pero no le salieron las palabras. Aquello no podía ser real, era demasiado, y lo peor de todo es que todavía no habían hecho más que empezar.

Susana observó como la vara golpeaba las nalgas de su amigo e inconscientemente contrajo sus propios glúteos.

Los azotes se prolongaron durante un buen rato.

– Tienes el culo rojo camarada.

– Demasiado vello en esa raja.

– ¡Quítaselo!

El tipo gordo se inclinó y comenzó, uno a uno, a arrancar los pelos del culo de Juan.

– Dejadle. – imploró Susana tras diez tirones.

El tipo gordo, sudando profusamente, soltó una carcajada.

– Déjale.

Juan se incorporó y se subió los pantalones.

– Necesito orinar… necesitamos un cuarto de baño.

– Es cierto. ¡Antonio, trae otro cubo y vacía el que hay!

Juan meó en el cubo mientras aquellos tipos se burlaban del tamaño de su pene.

– Ahora te toca a ti nena… – dijo el enmascarado.

Susana empezó a temblar.

– Dejadla. – dijo Juan ganándose una bofetada.

– ¡Silencio! otra palabra y hacemos que tu amiga beba tu meada.

Juan miró al hombre con odio pero calló.

Susana observó al gordo. Sudaba y bajo sus pantalones se adivinaba una erección.

– ¿Te parezco un guarro asqueroso eh? – dijo acercándose a la chica.

– Abre la boca y saca la lengua… ¡vamos o lo lamentaras!

Susana obedeció y el tipo la beso metiéndole la lengua. Susana, forzada a ello, trató de resistir. Le faltaba el aire.

– Esto te parece asqueroso eh… pues espera a probar mi culo.

La chica fue obligada a tumbarse boca arriba en el catre mientras observaba como aquel guarro se bajaba los pantalones enseñando un culo pálido, sudoroso, con granos y con mucho vello.

Luego, ese trasero, quedo sobre su rostro, a escasos centímetros y Susana fue forzada a lamerlo.

– Abre la boca.

La mujer obedeció y el cerdo se sentó sobre su boca y dejó escapar una potente y ruidosa ventosidad. Susana tosió mientras aquel olor asqueroso se colaba por su garganta e inundaba su sentido del olfato.

El tipo se levantó y acercándose a ella la dio tres tortazos y luego le lamió la cara.

– ¿Algo que decir?

Susana, a punto de llorar, negó con la cabeza.

– Bien, pues aquí está mi pene. Ya sabes lo que hacer.

Terminada la felación habló el tipo de la máscara.

– Está bien, en una hora os traeremos de comer y beber y luego a la cama, pero no esperéis dormir mucho. Aún quedan muchas cosillas… a ver, azotes para la dama, penetración por todos los agujeros para la pareja, pellizcos en las tetas, enemas, electricidad y más azotes… y… y más de todo imagino.

Las vejaciones se prolongaron durante tres días más. Susana y Juan lloraron, gritaron y confesaron mil veces que no tenían nada que confesar. Al principio lo que más preocupaba a Susana era la humillación. El estar desnuda, el tener que mear y cagar en ese cubo, el tirarse pedos, el poner su vagina y su ano a disposición de esos tíos. También los azotes, el escozor y luego la electricidad, esas dolorosas corrientes que literalmente hacían que perdiese el control de su cuerpo y sus esfínteres y que incluso, tuviese orgasmos… eso la asqueaba, no concebía como su cuerpo podía sentir placer en medio de todo eso. Pero lo más extraño es que durante todo ese tiempo casi se había alegrado, alegrado de saber que esos tipos realmente no querían una confesión a cualquier precio… de hecho podían haberles torturado, solo pensar en usar fuego, en romper huesos, en arrancar uñas, en clavar agujas, en una ejecución… y por eso, a pesar de todo, se había despedido de ellos con un "gracias"… gracias por habernos perdonado la vida.

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