Me despertó una gota de sudor que se deslizaba en mi pecho. Hacía calor y había dormido hasta tarde, la luz del mediodía iluminaba el cuarto. Al darme cuenta de que estaba solita en la cama, me sentí incómoda. Él, seguramente se había despertado porque tenía cosas que hacer y, por amabilidad, me había dejado dormir. No quería molestarlo o ser intrusa en su cotidiano. Pese a lo que había pasado entre nosotros durante la noche, en realidad apenas lo conocía.
Busqué mi ropa y no la encontré en el piso, ni en el escritorio. Bajé de la cama y me puse en cuatro patas para mirar debajo.
—Qué hermosa vista me regalas apenas despierta…
Miré a mi espalda. Estaba en la puerta, sonriendo y guapo. Estaba sin polo, con un buzo gris oscuro y de tela delgada que me dejaba adivinar que no llevaba bóxer. Se dibujaba discretamente la forma gruesa y alargada de su verga. Llevaba una bandeja con un par de tazas y una cafetera italiana, como si estuviera en medio de su servicio en el bar. “Estoy en una puta película romántica…”, pensé.
Me senté precípitemente en la cama, escondiendo torpemente mi desnudez con la sábana. Con el sol que entraba en el cuarto, me parecía que sus ojos eran aún más celestes y claros, me intimidaba de nuevo.
—¿Por qué te tapas? Esta noche no te molestaba tanto estar desnuda frente a mí, ¿no? —me dijo, riéndose. —Acabo de preparar café y venía para ver si estabas despierta, parece que sí. Despierta y deliciosa.
—Lo siento, no me di cuenta de que te habías levantado. Gracias por el café, pero no te quiero molestar. Voy a vestirme e irme a mi casa.
—No, no te vas a vestir.
En un instante recordé las órdenes que me había dado en la noche y cómo le había obedecido, hipnotizada por mi propio gusto para este juego de sumisión.
—Ayer me dijiste que también tenías el día libre, —siguió. —Me agradaría que te quedes, si quieres.
Sonreí. La perspectiva de pasar el día en su compañía me provocó una sensación agradable entre las piernas, estas ligeras cosquillas que son el preludio de la excitación sexual. Si hubiera estado solita en mi casa, me hubiera dejado caer en el colchón para masturbarme y acariciar mis tetas, disfrutando de mi propia desnudez y del despertar de mi arrechura.
Puso la bandeja en el escritorio y sirvió el café. Me ofreció una taza y se sentó en la cama, mientras llevaba la otra a sus labios. La tomé y no pude resistir a las ganas de tocarle la espalda y recorrer algunas de las líneas negras que paseaban entre los lunares y pecas que la poblaban. Su piel era suave, quería besarla y morderla, mezclar su sabor con el café que me envolvía la lengua. Me acariciaba la pierna con una ternura, con idas y venidas ligeras, mirando por la ventana. Nos quedamos un rato así en silencio, tomando café, hasta que su mano subiera hasta mi sexo. Se dio la vuelta para besarme, agarrando suavemente mi concha con su mano, como si quisiera proteger un tesoro recién encontrado. Su lengua era exquisita y atrevida, era obvio que lamía como un rey.
—Me gustaría bañarme —le dije.
—Vamos.
Se paró para llevarme de la mano hasta el baño. La forma de su verga deformaba su buzo, ya la tenía bien parada. Tenía una ducha italiana, no iba hacer falta esperar que termináramos de bañarnos para que yo pudiera disfrutar de su erección. Nos metimos juntos debajo del chorro de agua tibia y volvimos a besarnos, abrazados. Pasé mi mano entre los labios de mi sexo, estaba excitada y mi jugo se mezclaba con el agua. La sensación de mis dedos en mi clítoris era una delicia. Él amasaba mi culo con fuerza, presionaba y jugaba con mi ano. Sentía su sexo duro contra mi pubis, con sus gestos, adivinaba que me la quería meter de nuevo en el culo y eso me arrechaba más aún. Me llené la mano de jabón y agarré su verga para masturbarlo, pero, como si no podía aguantar las ganas que me tenía, me volteó y me pegó contra la pared. Penetró mi concha de una vez, sin brutalidad, pero con fuerza, arrancándonos a los dos un gemido de satisfacción. La tenía dura y ancha y, así parados, me llenaba deliciosamente. Me había puesto de puntillas y me había arqueado para sentirlo más profundo aún y como me seguía tocando ya casi frenéticamente, subió rápidamente la ola del orgasmo. Él lo sintió y, en vez de metérmela más fuerte para hacerme venir, sus movimientos se pusieron más lentos.
—Todavía no, cariño…—me dijo.
Me agarró la mano con la cual me estaba masturbando, como a los niños que se sorprende haciendo travesuras, y la juntó con la que tenía más arriba, apoyada en la pared. Encerrando mis muñecas finas, me mantuvo las manos sobre la cabeza, impidiendo que me tocara más. Su otra mano me mantenía la barbilla ligeramente levantada y me presentaba un par de dedos a la altura de la boca, a modo de compensación de la frustración que me infligía. Los lamía y los chupaba con los ojos cerrados. Me excitaba estar a su disposición y estaba dispuesta a satisfacer cualquiera de sus fantasías. Sobre todo, estaba a punto de venirme. Con movimiento de caderas lo hubiera alcanzado, pero no me quería satisfacer en seguida. Sacó sus dedos de mi boca y los pasó en la zanja de mi culo. Cuando presionaron su entrada, mi agujero de zorra le dejó entender mi excitación. Se abrió sin dificultad para recibir sus dedos con los cuales formó un gancho que me obligó a arquearme más. De nuevo, estaba completamente suya. Me cachó en esta posición lento y profundamente, mordiéndome la nuca en la cual sentía el agua chorrear. Los movimientos de su verga y la sensación de sus dedos que me estiraban ligeramente el ano me procuraban un placer intenso. Era un maestro para mantenerme al borde del orgasmo.
—Ahora sí, —me dijo.
Se retiró ligeramente como para tomar impulso y me penetró con fuerza, mientras el rico gancho que formaba con sus dedos me jalaba el culo hacia arriba. Mis gemidos lascivos fueron reemplazados por un grito. Me vine al instante.
*
Me senté de rodillas en el piso de la ducha, bajo el chorro. Recuperaba lentamente después del terremoto de placer que acababa de sentir. Entre las gotas de agua que salpicaban, vi que seguía de pie. Me sonreía. Su verga seguía perfectamente parada y se pajeaba suavemente. Le devolví su sonrisa, lo miré a los ojos y acerqué mi boca de su sexo. Sin dejar de mirarlo, empecé a lamerle las bolas, acogiéndolas delicadamente con todo lo ancho de mi lengua. Soltó su verga para dejarme recorrerla hasta la punta, alternando lamidos y besos.
—Qué rica lengua tienes…—suspiró, cerrando los ojos.
En este juego de dominación que se había instalado entre nosotros, él no sabía todavía que acababa de perder el poder. Ya solo le quedaba dejarse llevar por mi boca y aguantar una larga e intensa frustración. Empecé por tomar la punta de su verga entre mis labios y a chupetearla. Sentí su mano ponerse detrás de mi cabeza y empujarla para invitarme a dejarlo entrar por completo en mi boca. Apreté a penas los dientes a modo de advertencia. Me soltó.
—Estate quieto y déjame hacer a mi manera —le dije.
—Lo siento, sigue, por favor…
“A mi manera” no era nada preciso, solo me excitaba invertir los papeles y tomar el control después de haberme dejado totalmente llevar en los confines de la lujuria, regalándole la más impúdica y obscena versión de mi misma.
Desde mis primeras experiencias sexuales, siempre me gustó el sexo oral. Cumpliendo 18 descubría la sensación de tener una verga palpitante bajo mis lenguazos tímidos y, un par de semanas después, empezaba a disfrutar de la sensación de tenerla en la boca. A los 30, mi lengua y mi boca se habían vuelto tan sensibles que sentía nítidamente un placer bucal mientras ofrecía mamadas apasionadas a mis amantes. En este dominio, no tenía límites, me encantaba lamer, chupar, sobar su verga en mis labios, llenarla de saliva, pajearla, volver a hundírmela en la boca hasta la garganta, enrollarla con mi lengua… Muy a menudo, me masturbaba mientras tanto y, por la excitación que venía directamente de mi boca, me las arreglaba para llegar al orgasmo, cuyo placer era duplicado por la sensación de una verga que me llenara la boca. Mi segunda fuente de satisfacción era obviamente llevar al otro al colmo del placer y sentir como brotaba la leche en mi garganta o abrir la boca y dejarla caer en mi lengua, pero no le iba a llevar a este final tan pronto…
Retomé su verga en la boca y la hice entrar por completo, aspirando ligeramente para presionarla con mi lengua y el interior de mis mejillas. Con un movimiento suave, mi mano la hacía ir y venir lentamente, disfrutando de la sensación de su masa dura en mi lengua. Repetí este movimiento regular durante largos minutos, modulando la presión y así sus sensaciones, regalándole olas furtivas de placer intenso. Me hubiera podido quedar así durante horas. Lo miraba con este contrapicado característico de esta posición, levantando los ojos para encontrar los suyos en los cuales se mezclaban goce, desprecio, ansias y súplica – ¡qué ricos pueden ser los ojos de un hombre cuando tiene placer! Me imaginaba que le encantaba verme así, esforzándome para sostener su mirada mientras su verga me deformaba la boca, dándome mi mejor cara de morbosa en celo. Sentía que quería más. Más rápido, más profundo, más apretado… Poco a poco, sus suspiros tomaban la tonalidad de una ligera queja, como si le empezara a costar la frustración que me aplicaba a imponerle. Desde la primera vez que le había visto en la universidad, había notado que tenía un culo particularmente bonito y me había quedado con ganas de conocer esta parte de su anatomía, sublimada por el pantalón que llevaba aquel día. Siempre pensé que no se le da la atención que merecen a las nalgas de los hombres, estas partes delicadas y sin defensa. Hasta podría decir que no se conoce – ni se disfruta – a un hombre por completo sin tomar el tiempo de descubrir su culo y darle el gusto de disfrutar las caricias en esta piel sensible. Sin soltar su verga, mi mano libre empezó la descubierta de estas curvas inexploradas y llenas de jabón. Eran musculosas y agradables de tocar. Las amasaba a mano llena y parecía que no lo dejaba indiferente. Extendió el brazo para cortar el agua. Sus suspiros eran más fuertes y me arriesgué a pasar mis dedos entre sus nalgas hasta llegar a su ano. En el mismo momento, presioné su verga un poco más con la lengua y aceleré mi movimiento. Cuando me atreví a entrar una falange en este estrecho agujero, se dejó llevar dócilmente con un gemido satisfecho. Movía apenas mi dedo, todavía precavida, era evidente que apreciaba mis gestos. Unos espasmos tenues empezaban a recorrer su verga, anunciando la paulatina subida de su goce. La retiré de mi boca para mirarla. Estaba totalmente vertical. Le di un par de lenguazos y me paré para llegar de nuevo a la altura de su mirada animada por una mezcla de desilusión y de frustración.
—Todavía no, cariño…—le dije a mi turno, burlona.
Salí de la ducha y agarré una de las tollas que estaban metódicamente dobladas en un estante. Me miró secarme, sonriendo y pensativo al verme, de la nada, tan cómoda como si estuviera en mi casa.
—¿No te quieres secar?
—Sí, sí claro —me contestó como si lo hubiera sacado de un sueño.
Lo envolví con la toalla que acababa de usar, abrazándolo. Si hubiéramos ocultado su impresionante erección y su manera de agarrarme el culo, medio impaciente, medio vengativo, era un momento de gran ternura. Nuestras bocas se encontraron en seguida y, rápidamente, el beso tierno se convirtió en una mezcla agitada de lenguas hambrientas. Me excitaba cómo me besaba, eran besos de abandono, calientes y húmedos. No pude resistir mucho al placer de tocarlo y volví a pajearlo, callando sus gemidos con mi boca. Bajo mis dedos latía una verga rígida y gruesa, me moría por sentirla llenarme de nuevo antes de seguir jugando con él.
—Échate.
—¿En el piso? —preguntó.
—Sí.
Sonrió, parecía agradablemente sorprendido que yo tomara las riendas. Se echó en piso de mayólica. Me puse a horcajadas en él y posicioné su verga a la entrada de mi sexo. Me senté lentamente, haciéndola entrar centímetro por centímetro para disfrutar completamente de la penetración que abría mi concha brillante. Moví un poco, no me hacía falta mucho en esta posición. Abrí mis piernas lo más que pudiera, hasta llegar a lo que quería, que me llenara todita. Estaba de nuevo a un par de movimientos de caderas del orgasmo y esta vez me iba a venir cuando me diera la gana. Me quedé inmóvil unos instantes para disfrutar plenamente de la sensación de tenerlo dentro de mí. Di un amplio y profundo impulso como para que entrara más aún, sobando mi clítoris. Lo miré a los ojos y mantuve mi mirada durante el largo orgasmo que me sumergió.
—Qué rica pinga, carajo…
Me apoyé en su pecho y me paré, dejándolo desconcertado en el piso, su verga brillante de mi jugo. Era la primera vez que me comportaba así. No me había preocupado ni un segundo por lo que él sentía y si lo disfrutaba. Lo había literalmente usado como juguete para llegar a un orgasmo delicioso y vergonzosamente egoísta.
—¿No quieres seguir? —me preguntó, mordiéndose el labio inferior por tanta frustración mientras había empezaba a corrérsela, impaciente.
—Vamos al cuarto.
*
Se tiró en las almohadas de la cama y me instalé entre sus piernas. Me acariciaba el cuello y los senos con delicadeza. Las ansias de sexo se habían apoderado de nuevo de su mirada celeste y me contemplaba con ojos furiosos que un esbozo de sonrisa se esforzaba en matizar. Hacía unos largos minutos que lo estaba frustrando y se había mostrado propenso a aceptar que fuera yo que controlara su goce, como me había controlado a mí. Volví a pensar en lo que había pasado en la noche anterior, todavía podía recordar el increíble orgasmo que me había regalado clavándome su verga en el culo. Toda la noche había sido una ascensión hacia la más grande obscenidad, había gozado que me masturbara en el bar, exhibirme frente a él sin pudor y dejar que me dominara. Ahora quería llevarlo poco a poco a este abandono total.
Escupí en su verga que había perdido de algo de su vigor para lubricarla y corrérsela. Gimió al recibir mi saliva. Incluso antes que lo empezara a tocar, su erección volvió a crecer con ímpetu, desvelando su gusto por este juego de desdeño. Parecía que sentía la misma excitación que yo, cuando me había escupido en el ano, esta chispa de deleite provocada por una ligera y consentida humillación.
—¿Te gusta que te escupe en la verga? —le pregunté, jugando a deslizar mi dedo sobre la piel suave de su sexo donde chorreaba mi saliva.
—Sí, me gusta, quiero que me la corras… —suspiró.
Le contesté escupiéndole de nuevo, sacándole otro gemido característico de frustración y de placer. Lentamente, encerré su verga en mi mano y empecé a masturbarlo. Se había vuelto a endurecer con orgullo, me excitaba verla así, sensible, palpitante, hinchada y mojada. La punta lisa y rozada parecía a punto de explotar y no me hubiera perdido este momento para nada. A la altura del placer que me procuraba chupar, la eyaculación me fascinaba y me podía llevar al colmo de la excitación. Cuando mis amantes no se venían en mi boca o en mi concha, siempre contemplaba este brote con satisfacción antes apurarme de lamer su semen como una muerta de hambre. Pensando en el rico final de la paja que le hacía, volví a colocar un dedo previamente mojado entre sus nalgas, las levantó un poco para facilitarme el acceso. Agradecida por su colaboración, le escupí de nuevo en la verga y empecé a lamerle los huevos. Sus gemidos se volvieron más regulares, hasta cuadrar exactamente con las idas y venidas de mi mano. A medida que lamía, mi saliva chorreaba de sus bolas a su culo que se abrió poco a poco para volver a acoger una primera falange. La masturbación que le regalaba era regular y continua, mis lenguazos y mamadas la acompañaban. Era claro que le encantaba lo que le hacía, estaba listo para disfrutar algo más y parecía que sabía lo rico que era. Metí mi dedo más profundo, penetrando suavemente su más grande intimidad. Escuché el susurro de un “Ay, eso sí…”, cuando mi dedo entró casi por completo, y empecé a hacerlo ir y venir suavemente. Sentí que su verga se contraía y que su cuerpo se ponía tenso, anunciando el orgasmo. Aceleré mis movimientos y mis lenguazos se volvieron más apoyados. Retiré totalmente mi dedo de su agujero que se había vuelto bien acogedor y lo volví a penetrar, pero esta vez con dos dedos. Gimió más fuerte. Lo miré a los ojos con morbo.
—Sigue, sigue, voy a venirme… —me dijo, jadeando.
Presioné su verga más aún para satisfacerlo con unas idas y venidas rápidas y fuertes, mientras le mantenía mis dedos profundamente metidos en el culo. Sentí su goce subir a lo largo de su verga y abandoné sus bolas para que me brotara en la cara. Su ano se contrajo sobre mis dedos y se vino con un grito animal y ronco, mirándome a los ojos mientras recibía su leche en las mejillas y en mi boca abierta.
La tarde empezaba muy bien.