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Trío en el parque
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Había oído hablar de aquel parque como punto de encuentro, pero jamás había estado en el punto exacto donde ocurría la acción. Quizás fuera que cada vez que visitaba aquel lugar iba acompañado, y por lo tanto no me animaba a investigar el lugar en el que sucedía todo. Era un tanto frustrante, si soy sincero, puesto que una de mis mayores fantasías era tener sexo al aire libre, y digo bien “era” por que como os cuento en este relato ya no lo es.

Cada vez que visitaba aquel lugar me imaginaba que debía ser fantástico tener sexo ahí, bajo el cielo azul, rodeado de la vegetación del lugar.

Aquella idea me excitaba sobremanera, y afortunadamente llegó el día en que pude hacer mi fantasía realidad, aunque al principio no sabía que en realidad también se me cumpliría otra fantasía a la vez.

Aquel día no tenía nada que hacer. Había salido a dar un paseo con una amiga, pero tenía toda la tarde libre, puesto que mi amiga debía trabajar. Iba de regreso a mi casa cuando me quedé pensando que solo necesitaba desviarme un poco de mi ruta para ir a aquel bosque. No me lo tuve que pensar dos veces.

Llegué más o menos por donde había oído que era y me puse a caminar por el lugar. Primero paseé por las zonas que conocía perfectamente, aquellas donde la mayoría de los visitantes paseaban. Había familias, parejas, amigos… lo normal en un lugar bonito y en un día que se presentaba cálido sin llegar al bochorno.

Después de un rato tomé una desviación que jamás había tomado. Yo solía pasear por la zona norte del bosque, pero bien sabía que la acción acontecía en la zona sur, por lo que me dirigí hacia allá. Al principio no me encontré con nada, solo con unos cuantos corredores y corredora que no parecían buscar nada, pues ni siquiera miraban a ver a los demás.

—¡Qué desperdicio! —me dije a mí mismo cuando una chica vestida con un short y una camiseta de color naranja fosforescente pasó junto a mí. Independientemente de la ropa llamativa, lo verdaderamente interesante de aquella chica era su rostro y su cuerpo rellenita. Si aquella chica me hubiera dirigido una mirada mientras se acariciaba la entrepierna la hubiera seguido hasta el fin del mundo.

Seguí paseando, aunque lo único que conseguía era frustrarme cada vez más. No parecía haber ni la menor señal de actividad sexual en la zona. Lo único que me topé aparte de los corredores al llegar al extremo sur de la zona fue a una parejita hetero (los cuales se estaban dando un apasionado beso que me hizo sentir celoso) y de una tipa al que no me la quise acercar, porque, aunque se agarraba la entrepierna me asustó el hecho de que estaba hablando sola.

—¿Dónde será la zona de ligue? —me pregunté a mí mismo mientras atravesaba una zona especialmente arbolada—. ¿O será que hoy no hay nadie?

La respuesta me llegó unos cuantos pasos más adelante, al bordear un árbol. Había una mujer que parecía contemplar el lugar sin mucho interés. No supe por qué, pero se me ocurrió que esa mujer, estaba buscando lo mismo que yo. O quizás fuera que tenía la mano en su entrepierna, aunque no se veía que estuviera apretando nada. Era una chica de estatura… poco más baja que yo, vestida con ropa holgada: pantalón corto de deporte y camiseta.

Me quedé parado donde estaba, como si yo también estuviera observando el lugar con desinterés. Mi mirada se cruzó con la de ella y después de un rato, y mientras me observaba yo me animé a sonreírla. Estaba a punto de apretarme la verga sobre el pantalón para ver su reacción, cuando me di cuenta que ella ya se me había adelantado. La razón por la que tenía sus manos dentro de su pantalón era porque la muchacha estaba masturbándose. Era una chica como la que antes vi pasar, rellenita, de pelo largo atado con una cola de caballo.

Mientras contemplaba a la chica que se hallaba frente a mí esta comenzó a masturbarse lentamente. Sacaba su mano, la miraba y luego a mí, como si me invitara a acercarme a ella y jugar con su sexo con mis propias manos. No obstante, me dio algo de miedo, pues aún nos encontrábamos en una zona donde éramos perfectamente visibles desde la pista donde pasaban todos los corredores.

Seguramente la chica notó mi inseguridad pues volvió a colocarse las manos de tal manera que apenas se notaba nada y me hizo señas de que la siguiera; cosa que hice sin dudarlo un segundo.

La chica no hizo más que internarse más en la espesura maleza de aquel lugar, hasta que quedó en un lugar donde no podíamos ya ser vistos desde la pista para correr. Volvió a meterse otra vez la mano por una de las perneras del pantalón, la cual se encontraba completamente rasurada.

Comencé a acariciar mi propio miembro por encima de mi ropa, aun manteniendo mi distancia. Si algo me gusta del sexo es el juego previo que puede haber. Odio a las chicas que en cuanto se excitan un poco van a saco, o que al contrario se te abren para que las penetres. No hay nada mejor que iniciar el contacto de manera visual, observando lo que el otro tiene para ofrecerte y también mostrando lo que tú puedes dar; para después pasar a la etapa de las caricias y los besos por cada pedazo de piel disponible para finalmente conseguir la compenetración de las zonas más íntimas de ambos…

Pero me estoy desviando de lo que contaba. En aquel instante me puse a acariciar mi miembro, resaltando su forma sobre mi pantalón para que la chica con la que me había encontrado viera lo que tenía para ofrecer. Ella seguía masturbándose de manera lenta, sin ninguna prisa, como si quisiera ofrecerme aquel espectáculo para que quedara grabado en mi memoria.

Con pasos lentos, y hasta podría decir un poco vacilantes, me fui acercando a esa muchacha que me ofrecía su cuerpo. Fui saboreando cada instante mientras yo mismo desanudaba mi pantalón. Cuando hube llegado justo al lado de mi acompañante ya tenía mi miembro fuera literalmente. Ahora que estábamos uno frente a la otra podía ver que sus dedos estaban empapados.

Decidí ayudarla a aquella chica con aquella humedad, yo quería más, así que deslicé mi mano izquierda hacia su sexo. Ella inmediatamente retiró su mano para que yo pudiera tomar el control en toda su gloria. Era fantástico sentir aquella humedad corriendo por mis dedos, entro uno, dos, tres dedos, sintiendo como mi acompañante casual disfrutaba de aquella caricia echando la cabeza hacia atrás dejando su cuello visible, el cual no tarde en empezar a lamer y besar.

Esperaba que ella me regresara el favor acariciando también mi miembro erecto y venoso dado el grado de excitación, pero en lugar de eso la chica de la ropa holgada aprovechó para meter mano por la cintura de mis pantalones. Su cara era un poema cuando descubrió que no uso ropa interior para comenzar y se dirigió a acariciar mi trasero. Aparentemente era de esas chicas que se las daba de viciosa, pero por mí estaba bien. Tenía unas manos suaves que producían un tacto excelente al deslizarse por la piel que recubría mis nalgas.

Para facilitarle las cosas al otro me ladeé un poco, de tal manera que quedáramos parados uno al lado de otro y yo pudiera seguir masturbándola mientras ella acariciaba mis nalgas con más libertad. Sin embargo, al darme la vuelta pude ver a una chica que estaba más allá (del lado contrario a la pista para correr) que nos miraba atentamente. Bueno, aquello no era del todo sorprendente. Cuando visitaba un lugar de cruising estaba acostumbrado a las miradas, los cuales a veces me parecía que abundaban más que los hombres que iban a meter mano. La chica que nos estaba viendo desde una distancia considerable era igual que mi amante de esa tarde, rellenita y morena; atractiva, diría yo. Vestía mallas ajustadas que dejaban ver como se estaba tocando su sexo mirándonos.

La muchacha que me acompañaba vio que andaba mirando algo más allá, y vio a la chica que nos observaba. La otra mujer ni siquiera nos veía a la cara, más bien creo que estaba entretenida contemplando directamente como mi mano masturbaba a mi “pareja”. Aun así, mi acompañante llamó su atención con un gesto de la mano y después con la cabeza le indicó que se acercara. No tuvo que repetir ese gesto, pues inmediatamente la mirona sonrió y comenzó a caminar hacia donde nos encontrábamos nosotros (aunque tuvo que dar un rodeo pues la maleza era traicionera entre ella y nosotros).

Ella llego y dijo que nos había estado observando desde un primer momento. No supe si fueron los nervios u otra cosa, pero aquella mujer me pareció bastante guapa. Que mi acompañante no estaba mal, pero aquella chica de facciones curvis, cuerpo rellenito y piel bastante blanca me pareció aún más guapa.

—¿Te animas o no? —pregunte mientras sacaba mis dedos del sexo de mi amante.

La respuesta fue inmediata mientras se paraba justo a mi derecha. Mis dedos fueron directamente a su boca mientras mi amante y yo nos besábamos. Las dos acariciaban cada una de mis nalgas, hasta que una se decidió a masturbarme a mi agarrando con suavidad mi miembro.

—Esto te gusta, ¿verdad? —me preguntó mi amante.

—Cierto —le contesté entre gemidos. La verdad me prendía bastante el cómo me estaban acariciando el culo.

—Interesante —comentó para después soltar una ligera risa, quizás por el juego de palabras que había hecho—. ¿Y a ti? —le preguntó finalmente a la otra chica.

—Desde luego —contestó mientras dejaba que la acariciara un pecho.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —dijo provocadoramente.

Y las dos se arrodillaron para empezar hacerme sexo oral mientras una agarraba mi miembro la otra se lo introducía en la boca. Se iban intercambiado, la compartían mientras ellas también se acariciaban.

Mi vista desde arriba era un completo espectáculo, era muy morboso.

Mi amante se levantó y empezó a pasar sus nalgas por mi miembro quedando entre ellas, se frotaba mientras la mirona y yo nos besábamos y la masturbaba. Se puso delante de mí amante y agarrando su pelo hizo que lamiera sus pechos mientras yo empezaba a penetrarla por detrás. Los gemidos eran audibles en todo el parque. He de reconocer que vi a otros 3 chicos mirándonos y eso me excitaba aún más. Mi amante acabo corriéndose dos veces mientras la penetraba, así que decidieron cambiarse y empezó la otra a tomar todo el placer.

Con aquella situación yo ya no podía más, tenía que soltar todo mi amor en forma de leche.

Niñas me corro, no puedo más, les dije.

Y arrodillándose las dos ante mí, no pude más que tocarme unos segundos para soltar todo mi esperma sobre sus pechos. Empezaron a jugar con mi leche entre sus tetas, mojadas, con los pezones duros.

La última chica se puso de pie y comenzó a vestirse

—Venís aquí habitualmente —pregunto mientras acariciaba la cara de mi amante.

—Yo suelo venir cuando mi marido no está, así que es posible que otro día nos encontremos los tres.

Así que nos despedimos y cada uno se fue para su lado.

Al cabo de unos días me encontré por la pista de correr a la que ese día fue mi amante y estuvimos hablando sobre lo que pasó y me dijo que sería estupendo quedar otro día, pero ella y yo solos en su casa cuando su marido no estuviera. Nos intercambiamos los números de teléfonos y hasta hoy.

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