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Melanie
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Cuando escuché los toquidos en la puerta no sabía ni cómo me llamaba.

Poco a poco fui entrando en tanta razón como mi cerebro, apelmazado y entelarañado lo permitía.

Nuevamente los toquidos. Mi cabeza se sentía pesada. Pasé gran parte de la noche buscando ligar en un chat. El haber dormido con la ropa puesta y en mi casa hablaba de mi poco éxito. Me levanté pesadamente a la puerta antes de que los toquidos se repitieran. Abrí la puerta.

-Buenos días, tío- Me saludó mi sobrino. A sus veintidos años, sin oficio ni beneficio, era la vergüenza de la familia. No por no tener oficio ni beneficio. Algunos primos eran devotos de esa religión. Era la burla por su forma delicada y esbelta. Todos mis hermanos y yo, somos de espalda amplia, hombros altos y fuertes, con manos grandes y rasgos de gorila domesticado. Mi sobrino, para su mala fortuna, heredó casi todos los genes de su madre, que, si bien en una mujer son apetecibles (perdón, hermano, pero tu mujer se antoja), en un hombre se ven incluso molestos. Su cuello delgado y alto, sus rasgos delicados y brazos enclenques, mas unas piernas largas y lampiñas no le permitieron nunca encajar con sus primos.

-Buen día- Le dije -Pasa- cerré tras de mi la puerta. Quizá lo que más me molestaba no era su delicadeza de figura, era el modo en que se conducía, como si no se avergonzara siquiera. Vestía ropa negra pegada, con cabello casi al hombro y jeans ajustados. No me extrañaba entonces que nunca hubiera encajado: con esa facha parecía más una chica que un hombre.

Mi sobrino había venido a hacer limpieza en mi casa. No tener trabajo era pesado para sus padres y lo obligaban a venir cada dos semanas a trabajar para mí. No le pagaba gran cosa y eso, junto con venir a fuerzas, se reflejaba en su ánimo. Pasó y sin decir más, se dirigió a la cocina.

Regresé a la habitación. Decidí darme un baño para terminar de sacar la desvelada y el alcohol de la noche anterior. Ya en la ducha, decidí darme una buena jalada. A mi verga le costó menos tiempo despertar que a mí. Comenzaba ya la parte rica cuando el agua se puso tan fría que me sacó de mi ritmo.

-¡Hey! – grité- ¡Me estoy bañando, deja la pinche agua caliente!-

Salí a vestirme de muy mal humor. Un rato después, en jeans y playera, regresé a la sala. Mi sobrino había terminado con la cocina y estaba ahora en el baño limpiando. Nuevamente, toquidos en la puerta.

-Vecino, buenos días- me dijo la chica del piso de arriba. -Fíjese que me quedé sin gas y no ha pasado el camión. ¿Cree que sería posible que me permitiera darme un baño?- dijo juntando los codos en el modo que sólo las mujeres saben hacer. Su piel morena capuchino, su cabello negro, ese par de tetas deliciosas y esas mallas deportivas que definían sus piernas me hicieron recordar que me quedé a medias en la regadera.

En mi mente corrieron cien escenarios donde en todos me la cogía como perrita. No es que alguno de esos escenarios fuera probable, pero la sangre de mi cerebro estaba siendo redireccionada a otro lado y no pensaba con mucha claridad. Estaba a punto de emitir un atropellado asentimiento, mas gruñido primitivo que palabra, cuando un golpe y un grito se escuchó desde el baño. Ambos volteamos a tiempo para ver toda una cubeta de agua salir del baño y manchar la alfombra y a mi sobrino caer deslizándose con el agua.

-Ehm… Veo que está muy ocupado con su baño, no se apure, no le doy molestias- La vecina se fue dejándome a mí indeciso si correr tras ella o moler a golpes a mi sobrino. Al final, de nuevo, de pie pero sin funda, entré a la casa cerrando tras de mí.

-Perdón, tío.- dijo mi sobrino, empapado mientras intentaba secar la alfombra. Me iba a costar mucho más enviarla a lavar que lo que le pagaba a este imbécil en seis meses, -¡ésta me la vas a pagar, cabrón!- le dije sin levantar la voz, pero mirándolo fijamente. El modo en que se encogió y me miró con los ojos grandes me tomó por sorpresa -Ve a la recámara, busca algo de mi ropa que te quede y sales a limpiar.- le dije bajando un poco mi tono mientras respiraba profundamente. En otras condiciones me hubiera reído, el andar caliente y no poder venirme siempre me pone de malas.

Unos minutos después, ya respirado, salió mi sobrino. Llevaba una playera que le quedaba muy grande y un short muy corto que yo usaba en tiempos del kickboxing. Lo grande de la playera y lo corto del short (y mi calentura, supongo) me hicieron verlo con una nueva luz que me sorprendió por completo. Su feminidad se acentuaba con lo desprotegido. Su tono sumiso y su obediencia me excitaron para mi propia sorpresa.

Me senté en el sofá de la sala, tenía que sacarme esas malas ideas de la cabeza, pero elegí el peor lugar. Mi sobrino estaba ahora frente a mi en cuatro, limpiando la alfombra, pero con un culito bien redondo y levantado frente a mí. Lo estuve observando embobado por unos momentos antes de darme cuenta de la masiva erección en mis pantalones. Esto no iba por buen camino.

Me levanté del sofá y lo dejé limpiando la alfombra. O me iba de ahí o me le iba a montar a la mala.

Entré de nuevo a mi habitación. "A la fregada, me voy a buscarme una puta", pensé. Pero al abrir el closet para tomar una chamarra vi una caja abierta. Una caja que no debía ser abierta. Ahí guardaba mis trofeos.

-¡A ver, cabron, ven para acá!- mi sobrino entró despacio, con las manos juntas y la mirada baja. -¿Qué tomaste de aquí?-

-Es que nada me quedaba- dijo con voz apenas audible

-¿Cuál tomaste?- volví a preguntar, la voz más baja, el tono más frío

-Una panty azul que estaba casi hasta arriba- dijo tímidamente

-Muéstrame- mi sobrino no se movía -¡Muéstrame!- le repetí levantando la voz. Despacio, vergonzosamente, bajó el short. Una panty azul (de Lucía, si recuerdo bien), alargaba sus piernas y bajo su tela se adivinaba el paquete en el frente. Aún en mi molestia me di cuenta de lo perfecta de la vista frente a mí.

-Date la vuelta- le dije. Esta vez no tuve que levantar la voz. Él se dio la vuelta obedientemente e incluso se quitó la playera cuando se lo ordené. Su cintura era breve. Si bien no era redondamente femenina, si tenía las medidas apropiadas para sujetarla fuertemente desde atrás. Mi erección volvió con más ánimo. Tomé mi celular y le tomé una foto. -Date la vuelta de nuevo- le dije. Al voltearse se tapaba castamente los pechos. Abrió la boca con sorpresa cuando vio mi celular, pero ni siquiera lo dejé hablar.

-Voy a mandarle estas fotos a tu madre.-

-No tío, por f…-

-Silencio, puta, porque eso eres, una puta.-

-No tío, no hagas eso!-

-Ven acá.- le dije guardando el celular. Si tanto quieres vestirte de puta, te voy a ayudar.- Le dije mientras la tomaba por el cabello, sujetándolo firmemente, pero cuidando no lastimarlo.

-Ponte esto- le dije extendiéndole un corpiño sin correas azul a juego. Lucía era una chica de pechos pequeños que le iban muy bien, pero tenía el complejo de plana, que compensaba habiendose convertido en una virtuosa de la lengua.

-Pero tío- Le di una sonora nalgada. Mi sobrino se quedó paralizado un momento antes de ponerse rojo por completo. -¿Quieres más? – le dije pasándole el corpiño. Él se lo puso lo mejor que pudo. Un poco hacia un lado. A pesar de sus pechos planos, con un poco de maquillaje pasaría facilmente como chica. Me acerqué a él para acomodarle el corpiño pasando mis manos por su espalda. -Vas a hacer lo que te diga, como te diga, cuando te diga, o esas fotos van con tu madre, ¿está claro?- Él asintió.

La calentura me había ganado. Nunca me habían gustado los hombres, y siguen sin gustarme. Mi pequeño sobrino, en cambio, despertó en mí un lado que me era desconocido.

-Ahora ponte esto- Le pasé un vestido azul tambien, repegado, Apenas un poco más ancho que un cinturón. Ese era de Caro. Le encantaba vestirse como señora conservadora en la calle y después como puta ya en la habitación. Le encantaba bailar para mí e incluso usar el tubo cuando íbamos a un hotel así.

Por su estatura, a mi sobrino le quedaba el vestio apenas cubriendo el bra y apenas cubriendo el triangulo por el frente. Atrás no cubria nada. De la caja saqué también los zapatos que usaba Caro cuando bailaba para mí. Con correa en el tobillo y tacón continuo (para el equilibrio, me dijo algún día). Senté a mi sobrino en la cama y le fui colocando los zapatos subiendo una pierna a la vez, un poco más arriba de lo necesario. Él respiraba ansioso. Estaba asustado, así que decidí bajarle un poco. -vamos, aún tienes mucho que limpiar- le dije. Lo tomé por el talle y él se dejó llevar, inseguro con los zapatos altos. En más de una ocasión lo sujeté con firmeza por la cintura para evitar que se cayera.

-Sacude- Le dije poniéndolo frente al librero. Él obedeció muerto de miedo. Cada que se estiraba para alcanzar algún estante alto, su culo se descubría del vestido. Sus piernas estiradas, torneadas, con los zapatos marcando sus pantorrillas y su mirada tímida que me daba de vez en vez, alimentaban mi morbo. Mi celular no perdía detalle, ni yo perdía oportunidad de recordarle que mandar esas fotos a su mamá me tomaría sólo unos segundos si no me obedecía.

A momentos me paraba detrás de él, lo tomaba por la cintura y le decía al oído -eres una puta muy linda. – después le daba una nalgada más. Mi sobrino pasaba del rojo al pálido. Entre la vergüenza y el miedo. Mi verga, en cambio, pasaba del rojo al morado. Necesitaba convencerlo (y convencerme) de que fuéramos más allá de sólo restregarle mi verga sobre el vestido.

-Ahora la mesa de centro- le dije jalándola de la cintura una vez que completó el librero. La llevé sobre la alfombra frente al sofá. Primero la arrodillé frente a mí. Aproveché ahora para restregar mi verga en su cara. Sentí mi propio pulso acelerarse. Él no me repelió, pero tampoco puso de su parte. Después de unos (muy) breves momentos, le permití ponerse en cuatro para que limpiara la mesa. Yo me senté en el sofa detrás de él, admirando su hermoso culo.-eres hermosa- le dije -no entiendo cómo no tienes novio aún- Le dije mientras me arrodillaba detrás de él, sujetándolo por el talle para que no pudiera escapar mientras me restregaba más descaradamente.

-tío, no…- dijo, irguiéndose un poco en protesta, pero permitiéndome un mejor ángulo.

-O me dejas, o le mando las fotos a tu mamá- le dije al oído muy bajito. -Vas a ser mía, vete haciendo a la idea- le dije con una nueva nalgada. Le levanté un poco el vestido para acariciar su culo, tan redondo y femenino. -No tío, no le digas- dijo resignadamente. Su cuerpo se aflojó un poco. Yo comencé a usar ambas manos para acariciarla. Él se dejaba hacer ya sin tanta tensión.

-Despacio, quítate el vestido- le dije, él obedeció corriendo primero el cierre, después bajándolo. Ahí estabamos. Yo con tremenda erección, mi sobrino en ropa interior de mujer, sonrojado aún, pero también complaciente. Tapándose los pechos y su paquete.

Me acerqué despacio. Con una mano acaricié mi erección por encima del pantalón. Con la otra tomé su mano sin dejar de acercarme. Besé su mano y luego su muñeca interior. -Si te portas bien, saldrás con una propina, ¿Estamos?- Él asintió. Sus ojos a punto de lágrimas. Cerré el abrazo. Sus brazos sobre mis hombros, mi pelvis tocando la suya, mi boca en su oido, empujándolo suavemente contra la pared más cercana. Cuando él topó con la pared, no pudo evitar que nuestras entrepiernas chocaran. Mi enorme erección fue empujada contra su verga más pequeña. Un relámpago recorrió mis nervios al mismo tiempo que mis manos apretaban sus nalgas. Él gimió intentando zafarse, pero no tenía a donde ir. En su forcejeo, terminó abriendo más sus piernas. Yo no aguanté más y lo besé con todo. El resistió fuertemente, pero no se atrevio a morderme o golpearme, sabía que estaba en mis manos. Y mis manos en sus nalgas.

Seguí besando su cuello y su boca a momentos cerrada y a momentos abierta. Mi lengua explorándolo contra su voluntad, pero sin mucha resistencia. Poco a poco comencé a sentir lo que nunca creí: su verga comenzaba a ofrecer resistencia contra la mía. Su respiración se agitaba por momentos y sus piernas levantadas se abrían aún más.

-¿Te está gustando, perrita?-

-No, tío, ya déjame- dijo entrecortadamente.

-¿Y entonces esto?- Le dije poniendo mi mano en su erección. Nunca había tocado la de otro hombre, pero a mis ojos (y mis huevos) mi sobrino era una perrita a la cuál coger.

-Ahhh- dijo él mientras las rodillas se le doblaban. Aproveché el momento para bajar mi pantalón. Lo tomé por los hombros y lo empujé hacia abajo. Sus rodillas tocaron el piso abiertas en ángulo, su cara ahora frente a mi verga, goteante y alzada.

Tomé a mi sobrino por la nuca, sus ojos encontraron los míos, le sonreí y en el instante en que abrió la boca para protestar lancé mi estocada. Tiro directo. La punta de mi verga chocó con la parte de atrás de su garganta. Con un estertor, su cuerpo delicado se convulsionó. Pude sentir su saliva acumulándose rápidamente sin soltarlo de la nuca seguí embistiendo, pero muy despacio. Quería disfrutar de la sensación de mi verga entrando en su garganta. Cerré los ojos para concentrarme en la sensación. Sus manos se apoyaron en mis muslos empujando cada vez más fuerte.

Despacio, tomándome mi tiempo, saqué mi verga de su boca, un rio de saliva escurrió por su mentón y su cuello. Mi verga brillaba de tan mojada. Mi nueva mascota respiró profundo y a bocanadas. Sus manos bajaron a sus rodillas mientras intentaba recuperar el aliento.

-¿Te va gustando, pequeña?

-Es… Muy… Grande… – dijo respirando apurado.

-Verás que así te gusta más- Le dije sonriendo mientras lo volvía a tomar por la nuca.

-No! Tío! Espergah- se atragantó mientras mi verga lo volvía a penetrar.

Se acomodó con la espalda arqueada. Dejó de resistirse y acomodó su cabeza. Podía sentir su respiración pausada, pero profunda. Sus manos en mi cadera.

-¿Ves, linda? Si te relajas es más rico para todos. Ahora dime, ¿Te mueves tú? ¿O prefieres que yo me sirva a mi gusto?

Mi sobrino abrió sus ojos como platos, grandes, expresivos… Hermosos. Poco a poco cambió poco a poco su apoyo dejando a su cuerpo moverse sin cambiar mucho su postura. Mi verga se perdía en su boca hasta la raíz antes de salir casi por completo. Mi glande rozaba su campanilla y sentía sus arcadas cada vez menos, pero también sentía las paredes de su garganta completa.

Mi mástil cada vez mas duro, él cada vez menos tieso. Mi respiración más acelerada. Poco a poco fuimos encontrando el ritmo. Una voz en mi cerebro seguramente me decía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero con toda mi sangre concentrada en mi entrepierna, mi cerebro no tenía mucha autoridad.

De pronto tomó mi verga con su mano, la otra en mis huevos. Abajo, unos centímetros abajo del vestido corto pude ver la tela estirada de la panty. ¿Su la posición, o la tela, o, quizá, la excitación? El hecho es que se veía que la tenía tan dura como yo.

-Tío… – dijo tímidamente- si te hago venir ya me dejas?

-Si me dejas satisfecho con tu mamada, hasta te invito a cenar.- Dije sonriendo. Él cerró los ojos y sacó su lengua. De pronto mi columna vertebral recibió un rayo cuando su lengua me tocó. El morbo de verlo a mi merced, excitado y masajeando mi glande con su lengua fue suficiente par a perdonarle todas sus tonterías del día. Las del mes, incluso las de su vida.

-Sigue- le dije con voz áspera por el deseo- Vas muy bien, mi pequeña.

-Sí, tío- me contestó mientras su lengua se concentraba ahora en la base de mi pene y sus manos en mis huevos, masajeándolos con delicadeza.

Me asomé a ver el espectáculo. Sus ojos me miraron. Alejó mi verga y concentró su lengua en el borde de mi glande.

-No puedo creerte que sea tu primera vez. Dime, ¿Te gusta mamar, mi perrita?

-No tío, nunca lo he hecho- dijo tomando un respiro. -Pero así me gustaría que me lo hicieran a mí.

Sonreí ante su lógica sólida. Su verga, igual de sólida, decía otra cosa.

-Levántate- le dije. Desconcertado, se levantó apoyado en la mano que le tendí. Aproveché para abrazarlo y acercarme a su oído. -Te llamaré Melanie a partir de ahora. Es un buen nombre para una putita como tú- Ella (porque para mí era ya una mujercita) pareció sorprenderse, tanto que cuando la tomé por la cintura y la empujé de nuevo contra la pared, se resistió sólo decorativamente. Mi lengua exploró a su antojo su cuello, su boca, mordió sus oídos, besó sus hombros y mis oídos escucharon por fin sus gemidos.

Ese fue el momento en que mi verga, mojada de su saliva y mi pre seminal se pegó a su clítoris, enorme para una mujercita, pero igual de sensible. Comencé a tallarme levantando su cabeza para besarla mientras mi verga luchaba con la tela de sus pantys. Ella abrió un poco sus piernas mientras me abrazaba por la cintura.

-Tíoooh!- dijo ella en un gemido que sonó a gloria. Sin pensarlo mucho la tendí boca arriba en la cama. Sus piernas bien abiertas, sus manos sobre su cabeza. Mi lengua encontró sus pechos, pequeños, lisos, pero de pezones sensibles y duros, levantados esperando a mi boca. Abajo, mi verga bien erecta se repegó cabeza arriba sobre su clítoris bajo la panty. Mi verga y su verguita se juntaron, una a una. Sus piernas me abrazaron por la cintura mientras mis manos sostenían las suyas sobre su cabeza, ella dejándome hacer mi voluntad.

-Tío… Me… Encanta… – decía en cada embestida mía. Mi peso le entrecortaba la respiración. Sus piernas, bien entrelazadas en mi espalda no dejaba que nos separáramos. Mi lengua pasaba de su boca a su cuello, sus orejas y sus pezones, ella se dejaba hacer sumisamente.

En algún momento, sin darme cuenta, mi verga entró en su tanga por la pierna. Mojadas como estaban, nuestras vergas se juntaron resbalando piel a piel causándome una descarga de placer nueva en mi vida. Mi nueva mascota me miraba ahora con ojos y boca abierta, con la piel sonrojada. Permaneció así unos momentos hasta que poco a poco fui consciente de que ella estaba jalando aire. Cuando volvió a respirar, me beso, su lengua se disparó hacia mí, exploró mi boca y mi cuello, me sujetó por la cabeza. La chica sumisa que había sido hasta ahora quedó en el pasado, en su lugar tenía a una gatita en celo ronroneándome al oído.

Me sentí cerca de venirme, me detuve en seco, con una mirada decepcionada de ella. Sus ojos tristes me dolieron. Aún no quería terminar, pero si seguía por ese camino, me deslecharía muy pronto.

La tomé de las piernas. Me separé y le di la vuelta. Ella estaba ahora estómago abajo. Con su colita deliciosamente levantada, con las piernas abiertas. Me hinqué entre ellas y le di una gran nalgada. Pude sentir su tensión antes de escucharme a mí mismo decirle

-Mala!-

-Sí, tío, he sido mala, castígame- dijo quedamente. Una segunda nalgada en el otro lado la hizo jalar aire. Sus manos bajo su cuerpo, me entregaba las riendas de su castigo. Su enorme clítoris, cabeza abajo, seguía goteando sin perder dureza.

Decidí besarla poco a poco, detrás de su rodilla derecha. Comenzar a subir poco a poco por su muslo. Lamer la deliciosa línea que se forma entre el muslo y la nalga para pasarme a la otra pierna y comenzar el mismo descenso, por dentro de su muslo, despacio. Enloquecedoramente despacio.

Podía sentir su anticipación. Sus músculos tensos de placer, pero controlándose para dejarme hacer. Sus manos salieron de debajo de su cuerpo para bajar la panty y abrirme el camino a su paraíso. Terminé de bajar las pantys por ella. Ahora su culito era mío. Mi boca besó primero el punto donde la espalda se separa en sus lindísimas nalgas. Besé y lamí delicadamente. Ella suspiraba de placer. Tomé sus manos e hice que me abriera sus nalgas. Ella, obediente, las separó tanto como pudo. Mi lengua comenzó su bajada hacia su entrada.

Despacio, jugando de lado a lado, a momentos saliendo de su cañada, subía a veces a los montes de sus nalgas para lamer, besar y darle nalgadas, que agradecía con gemidos deliciosos. De pronto llegué a su entrada. Mi lengua exploró ese rincón íntimo. Abrió paso y se divirtió en los pliegues. Lejos estaba de ser la primera vez que me comía un culo; intenté darle el mejor servicio que pudiera. Sus gemidos fueron la propina anhelada.

Poco a poco comencé a bajar por su pliegue. Entre sus nalgas, en medio de ellas. Mi lengua rozando con su punta, despacio y tomándome mi tiempo. Ella abrió más sus piernas, compás completo, entrega total. La punta de mi lengua acarició sus huevos, la base de su verguita, su cuerpo… Finalmente su punta.

Nunca había probado una. Estaba seguro de que ninguna sabría como la suya, a deseo y calentura. Mi lengua jugó en su cabeza unos momentos antes de regresar a hoyito. A mojarlo bien, prepararlo para el clímax.

-¿Sabes?- le dije- Seguro te dolerá menos si está bien lubricada. Quieres lamerla un poco?- Sonreí pícaramente. Para mi sorpresa, ella se dió la vuelta para pasar de nuevo su hábil lengua por todo mi glande escupiéndole y distribuyendo su saliva. Después, obedientemente, volvió a ponerse en posición.

-Con cuidado, ¿si?- dijo mientras levantaba de nuevo su culito invitándome a poseerla. Volteando su cabeza me miró con esos hermosos ojos. -Es mi primera vez- me dijo quedamente antes de hundir su cabeza en la almohada.

Mi verga tomó vida propia y comenzó a explorarla poco a poco. Despacio, un milímetro a la vez. Ella, valiente, lo fue aceptando abriendo sus nalgas con sus manos. Aguantando el dolor, mordiendo las sábanas para no gritar. Como toda una guerrera aguantó hasta que mi raíz estaba firmemente recargada en sus nalgas.

-Es… Tan grande…- dijo ella.- Me encanta.

Despacio, delicadamente, comencé a bombear. Poco a poco, sólo unos milímetros. Extendiéndome poco a poco. Un par de centímetros. Ella jadeaba al compás, quedamente, recatadamente. Fui aumentando mi recorrido tomándola de la cintura para mantener el ritmo. Ella gemía, entre el dolor y el placer, pero siempre encontrando su cuerpo con mi embestida.

Nuestros movimientos y gemidos fueron subiendo en intensidad. Dejó de estar inclinada hacia abajo, subiendo poco a poco. La abracé sin salir de ella, rodeando su pequeño cuerpo, una mano en su cuello, la otra en sus diminutos pechos. Mi boca en su nuca, sus hombros, a momentos su boca, pero siempre sin dejar de bombearla.

-Me encanta, tío… Dame más, así- me decía ella, jadeante.

-¿Quieres montarme?- le pregunté. Ella, por respuesta, se separó y me empujó por los hombros hasta recostarme en la cama. Sin dejar de mirarme, se sentó a horcajadas en mi cintura. Apuntó la cabeza de mi verga a su entrada y entrecerrando los ojos comenzó a ensartarse despacio, disfrutándolo. Dándome todo el placer prohibido que podía.

Verla así, moviéndose despacio, rebotando cada vez más frenéticamente, con el bra a medio hombro, y su pequeña verga rebotando en mi estómago era un espectáculo de dioses. La tomé por la cintura para guiarla. Mi verga en su estrecho anito sentía cada milímetro de movimiento. El calor de su cuerpo se concentraba en mi pelvis. Sentía a mi verga más dura que nunca, y acumulando presión. El final no estaba lejos.

La tomé por las manos, nuestros dedos entrelazados. Ella cabalgando a un ritmo enloquecedor, su mirada de lujuria concentrada en mis ojos. Sabía que estaba a punto de estallar.

-Tiooo! Gimió cuando sintió en su colita mi primera palpitación. Un abundante chorro de leche la mojó por dentro. Ella se detuvo, con la boca y los ojos abiertos por completo, respiración detenida. Un segundo, un tercer espasmo. Pude sentir mi leche llenándola. Completándola.

Unos espasmos después, ella aún sin respirar, apretó mis dedos en sus manos y, abajo, en mi verga, sentí su primer espasmo. Un instante después su leche me mojaba el pecho y el estómago. Una voz grito desde atrás de mi cerebro que era algo asqueroso tener la leche de otro hombre en mí, pero, ahogado en endorfinas, mi cerebro acalló la alarma y disfrutó el momento. Cada nuevo chorrito me hacía sonreír cada vez más. Mi putita, con los ojos cerrados, estaba en el paraíso en ese momento. Ahí la dejé; se lo había ganado.

Ella se derrumbó sobre mí, agotada, feliz, completa. Ella se abrazó a mi pecho, yo la abracé por la espalda. Húmedos, empapados. Mi verga salió de ella. Mi leche escurriéndole. El mejor sexo que había tenido en muchísimo tiempo. Ella, a punto del desmayo, me dio un beso en los labios, pequeño, casto, inocente, de entrega. Nos quedamos dormidos.

Un rato después, abrí los ojos al escuchar la puerta de mi departamento. Después escuché sus pasos ligeros y descalzos entrando a mi habitación. Melanie entró, ya aseada y con su propia ropa normal.

-Era tu vecina- sonrió. -Que si querías subir a tomar café. Le dije que estabas algo ocupado.- se acercó besándome nuevamente. -Y… ¿qué mas tienes en tu caja?

FIN.

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