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El trueno
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Tiempo de lectura: 5 minutos

—¿Se la tocaste? —le preguntó Andrea al oído a su amiga.

—Un poco —respondió Belén muy bajito. En un susurro apenas inaudible.

Las dos iban en el asiento de atrás de la camioneta, muy juntas, como si fueran una. Eran las tres de la mañana y en Buenos Aires llovía. Manejaba el padre de Andrea que estaba entretenido con su mujer en una charla sobre la fiesta de su ascenso en la empresa. Habían salido del festejo unos minutos solo para recoger a su hija y su amiga a la salida del boliche. Avanzaron por la calle Paraguay y al llegar a la esquina de Vidt, doblaron. A unos treinta metros frenaron y las chicas bajaron de la mano para entrar a la casona.

—En una hora volvemos —les dijo el padre de Andrea. Las vieron entrar a la casona y desde la ventana, Andrea les hizo la señal que todo estaba en orden.

—Voy al baño y nos contamos todo. Usa el otro si querés —dijo Andrea y salió dando saltitos como conejos desde la habitación. Se desvistió y sintió la humedad en su concha. ¡Qué calentura! Pensó mientras orinaba y después se lavaba en el bidé. Se paró, se terminó de quitar la ropa y vio sus pezones como pitones frente al espejo. Se los rozó con un dedo y un relámpago la atravesó. Se lavó la cara y se enjuagó la boca antes de volver a su cuarto.

En el otro baño, Belén se había quitado el pantalón y la blusa. Se sacó el corpiño y se puso una remera corta. También sentía la humedad en su vagina y se quitó la bombacha. Repitió el rito de lavado de su amiga, y antes de ir a la habitación, se pasó un dedo por los labios de su vagina. Ahogo un gemido y se tentó en tocarse más, pero se contuvo. Afuera, la lluvia ahora era un diluvio y el cielo se encendía con relámpagos que venían desde el rio.

Las dos volvieron a la habitación como sincronizadas. Llevaban sus bombachas en la mano. Se rieron. Y las revolearon.

—Somos unas asquerosas y unas putas —dijo Andrea, con una sonrisa pícara. Estaba desnuda y se había pasado por la piel una crema de leche. Dulce y floral.

—Oleme —le dijo a su amiga. Belén como un animalito adiestrado se acercó y la olfateó en el cuello. Se volvió a contener.

A sus dieciocho, Andrea y Belén eran amigas y compinches. Se lo contaban todo, hasta el detalle más mínimo. En realidad, era Andrea, la que provocaba aquellas tertulias intimas, que a Belén le costaban un poco al inicio hasta entrar en clima. Esa noche no iba a ser diferente. Estaban extasiadas y con toda la energía. La caldera de la casona daba a los ambientes una sensación de bienestar, que ponían a las dos adolescentes a salvo de cualquier frio, a pesar de la lluvia.

Andrea buscó en uno de los cajones del placar dos bombachas, mientras Belén adoraba con su mirada el cuerpo de su amiga. La firmeza de esas tetas, más grandes que las suyas, casi perfectas, con dos pezones marrones erectos. ¿Cuántas veces había soñado con esas tetas? Con cualquier pretexto desde que se habían conocido, Belén buscaba esos pechos como dos médanos. Los buscaba con la vista o rozarlos, en aparentes juegos inocentes.

—Se la toque por encima del pantalón. La tenía dura como una piedra. Podía imaginar el tronco y la cabeza de esa pija, mientras él me metía mano por todos lados como un pulpo. Me dejé acariciar las tetas y la concha. Estaba tan mojada que se me mojó el pantalón. Yo me había prendido a sus besos y no lo podía soltar ¡Como me hizo calentar! —dijo Belén mientras se calzaba tanga negra.

Aquella noche, Andrea y Belén habían elegido los sillones de los reservados del boliche Quantum, para transar con dos chicos que iban a primer año de medicina. Los habían conocido la semana anterior, en una peña universitaria. Les parecieron guapos y se lanzaron a la aventura.

—Yo casi se la chupo en la oscuridad. Me comió a besos y me desabrochó el pantalón. Lo quería parar, pero con poca resistencia —dijo con una carcajada Andrea —me toco las tetas y con los dedos me amasaba los pezones. Cuando me besó el cuello me volvió loca. Yo le desabroché el jean y metí la mano. Primero se la acaricié por encima del boxer, pero después se la agarré. Era como un hierro caliente. ¡Lo pienso y me mojo!

Las dos estaban frente a frente. Belén seguía el relato de su amiga, pero no le sacaba los ojos de encima a las tetas. Andrea se dio cuenta y se acercó.

—Si no llega mi viejo a buscarnos me lo hubiera cogido —dijo Andrea y se puso a centímetros de su amiga.

Belén la miró fijo sin moverse. Las tetas de las dos estaban separadas por pocos centímetros.

—¿Estás caliente? —le preguntó Andrea.

Belén asintió con la cabeza.

Andrea le tomó una mano. Enredó sus dedos en los de ella y después subió el brazo hasta la teta izquierda.

—Tocamela. Sé que siempre te gustaron —le dijo.

Belén le hizo caso. Se sentían chispeantes y muy femeninas. La acarició despacio y le pasó un dedo por el pezón.

—Si fuera varón, te juro que te cogería —dijo Andrea al oído de Belén —. Tu culo me calienta. Su amiga no respondió.

Después, sobrevino un beso. No un beso casto o breve. Andrea le comió la boca. Belén quiso resistir, pero tenía sus defensas sexuales bajas. Sintió como la lengua de su amiga se metía en la cavidad de la boca. Como se querían chupar las lenguas. Una mano de Andrea bajó hasta el elástico de la tanga de Belén. Unos centímetros más abajo, y no sabía cómo iba a responder su cuerpo. Andrea tenía a su amiga en el punto que quería: doblegada al deseo. Fue entonces que unos haces de luz iluminaron el barrio y se colaron por la hendija de la persiana. Después, sonó un trueno como una metralla que las hizo sobresaltar y despegarse. Las dos gritaron por el susto y el trepidar de los vidrios, hasta que el trueno se fue apagando.

Belén saltó hacia la cama y se tapó. Más para escapar de las caricias de su amiga, que por el miedo a la tormenta. Andrea también se replegó. Se metió en la cama y se cubrió con una sábana. La única luz de la habitación era un velador, sobre la mesa de noche.

—Mejor dormimos —dijo con vos de ruego Belén. Andrea estiró el brazo y apagó el velador. Las dos estaban acostadas de lado. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad cruzaron miradas. Belén vio que su amiga se había destapado. La mirada se le fue a las tetas.

—Contame cómo la tenía —dijo Andrea.

—Basta, ya te expliqué.

—Quiero más detalles. ¿Era grande? —le preguntó y llevó una mano hacia su concha. Belén vio en la oscuridad, los movimientos sutiles de su amiga bajo la tanga. Nunca se había atrevido a tanto. Primero el beso. Después le había dicho que se la quería coger. Ahora se masturbaba. Era demasiado.

—Si, la tenía grande y gorda —respondió Belén. Andrea aceleró los movimientos circulares sobre su clítoris, mientras con la otra mano estimulaba el universo del pezón.

—¿No te vas a tocar? —preguntó Andrea.

—No sé.

—Si te morís de ganas.

Belén se moría de ganas. No lo podía negar, pero jamás se había masturbado delante de nadie. Pero aquella noche, lo podía todo. Entrecerró los ojos e imaginó la dureza de aquel pene que tanto había frotado. Lo imaginó desnudo, con su piel rugosa, entre sus dedos. En especial, pensó en el glande. En la cabeza. La imaginó rozando los labios de su concha. Cuando abría los ojos veía a su amiga. Sus tetas y su mano mecanizada. La respiración de las dos se agitó. Ahogaban sus gemidos. A Belén le pareció escuchar el chapoteo de los dedos de su amiga en el interior de aquel mar, que debía inundar su concha. Ella deseó más. Resistió las ganas de cruzarse a la cama de Andrea. Ella la miraba como hechizada. La atraía. Los truenos ahora se alejaban, pero no cesaban. Los dedos de ellas tampoco tenían paz. Al mismo tiempo acabaron, en dos gemidos a coro, mientras un último trueno sacudió las ventanas. Después, Andrea de paró y dio dos pasos hasta la cama donde Belén respiraba agitada.

—Voy a dormir con vos —le dijo y se quitó la tanga.

—Estás loca, mirá si entra tu madre.

—Ella nunca, pero nunca entra a mi pieza —dijo con seguridad Andrea.

Belén se giró y quedó con su mirada clavada en la pared. Andrea le quitó la tanga.

—Mejor las dos desnudas —le dijo al oído.

Pegó sus tetas a la espalda de su amiga y su concha a la cola. La abrazó con fuerza. Belén en un movimiento inconsciente, arrimó su culo más al cuerpo de su amiga. El calor subía por la piel de ambas y así se durmieron.

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