Inma trabaja en una gestora financiera internacional como administrativa en la que lleva desarrollando sus funciones desde hace quince años. Yo trabajo como comercial en un concesionario de coches de una marca de alta gama, por lo que tengo un empleo algo flexible.
Después de haber visionado la grabación de la cámara de vigilancia, estaba más caliente que nunca, con una calentura que me consumía el cuerpo y deseando no obstante a Eva, la jefa de mi mujer.
Sucedió que debido a una huelga en el transporte público, tuve que acercar a mi mujer a su trabajo, así que la dejé a poco más de cien metros del edificio de oficinas con tal de no entrar en la calle dónde se encontraba ubicado ya que este hecho me ocasionaba tener que dar un gran rodeo. Al arrancar el coche de nuevo, miré por el espejo retrovisor y observé que Eva venía caminando por la acera y que recién se había bajado de un taxi, abrí la ventanilla del lado del acompañante y le hice el gesto de que se acercara. Asomó su cabeza por la ventana y sonriendo me dio los buenos días.
– Estás guapísima, le dije y sonriendo pícaramente contestó "Por algo será".
– Tengo algo que quiero que veas ¿cuándo podemos tomar un café?
– Recógeme aquí mismo a las 6 de la tarde, contestó.
Como en mi trabajo es habitual salir a enseñar y acompañar a clientes a probar coches, podía permitirme salir y no levantar sospechas.
El día transcurrió en general bastante aburrido, había cerrado una operación de venta a un nuevo cliente que se había encaprichado por otro modelo y había entregado el suyo con menos de un año porque le gustaba cambiar. Así que a las 5,30 recogí mi portátil y me marché.
A las 6 en punto apareció Eva puntual, se montó, me dio un beso y nos marchamos.
Fuimos a una zona alejada, a una cafetería típica de las afueras, tomamos ella un té y yo un vino blanco.
– Bueno, que era eso que querías enseñarme.
– Aquí no, vamos a un sitio más discreto, dije.
En enero a casi las 7 de la tarde ya es de noche y además comenzó a llover fuertemente. Conduje a una zona de un polígono industrial a medio construir con zonas con poca o nula iluminación y muy frecuentado por parejas en busca de intimidad.
Aparqué y activé el seguro de las puertas, saqué mi portátil del maletín y lo encendí.
Al momento le puse el vídeo.
Estuvimos viendo en silencio, yo con una erección más que considerable.
– Que cabrito, ¿Cómo los has grabado?
– Instalé una cámara oculta.
– Pues se lo han pasado muy bien, así el cabrón de mi marido me tiene abandonada.
No esperé a que dijera nada más, había recogido ya el portátil, así que me acerqué a Eva y le planté un beso sin fin.
Afuera la lluvia arreciaba, el sonido fuerte y monótono de la lluvia invitaba a arrimarse más. Con mucha dificultad, sin salir afuera primero se pasó Eva a la parte trasera del coche y después, haciendo verdaderos esfuerzos de contorsionismo me pasé yo.
Continuamos besándonos como dos adolescentes, encendidos y calientes, fuimos quitándonos la ropa y en cuestión de un momento estábamos completamente desnudos. Me fascinaba el cuerpo de Eva, la suavidad de su piel y su olor corporal embriagaban mis sentidos. Recorrí, sin prisas, cada milímetro de su piel con mi lengua y mis labios y ella con los ojos entreabiertos se dejaba hacer. Besaba su cuello, sus pechos y lamía suavemente sus pezones. Le daba mordisquitos y ella temblaba y gemía.
Cuando llegué a su entrepierna mi éxtasis fue in crescendo. Me esforcé en dar lo mejor de mis habilidades en el lugar más precioso de su cuerpo. Y mi repertorio de besos, caricias y masaje con lengua y dedos se quedó corto con la respuesta sin fin de su cuerpo.
Su clítoris se agrandó y sus jugos alimentaban mi voraz boca. Sus deseos se mezclaban con los míos y sus gemidos perpetuaban mis caricias.
Eva agarró mi cabeza con sus manos y me llevó a su boca. Se fundió su saliva con mi saliva y el sabor de sus jugos. Separó su cara de la mía y bajó lentamente por mi cuerpo, y si yo gocé su hermosura, ella dibujó un cuadro de placeres en mi piel. Su boca como pincel experto coloreó de sensaciones mi polla.
Sin decir nada se tumbó y agarrándome por las muñecas me llevó a su cuerpo y me invitó con un beso sin fin a entrar en su morada.
Y entré, y lo que encontré fue lo más maravilloso que había tenido en años. Y acoplados con la misma perfección que bailando un tango, gozamos ambos, lentos, sudorosos y agitados. Nos amamos sin fin y sin saber cómo aguantamos minutos interminables hasta que juntos explotamos yo dentro de ella y ella en mí.
Me besó de nuevo, esta vez suavemente como dejando caer una pluma de piel sobre mis labios y me dijo "Te quiero sólo para mí".
Afuera seguía lloviendo y dentro de mí se desató una tormenta.
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