back to top
InicioFantasías EróticasMi fantasía médica hecha realidad (real)

Mi fantasía médica hecha realidad (real)
M

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 6 minutos

Antes de comenzar este relato me gustaría aclarar que todo lo que voy a contar es totalmente real y que me sucedió a mí en primera persona. Solo el recordarlo para este relato me vuelve a poner los pelos de punta.

Mi nombre es Fran y tengo 34 años. Desde que empecé a vivir mi sexualidad, hay un tema que inevitablemente desencadena en mi mente una sensación erótica, y es todo aquello relacionado con el mundo médico: guantes, batas blancas, reconocimientos médicos, etc. Desconozco el origen, pero es algo que no puedo evitar.

Y esto es lo que os quiero contar: cómo después de mucho tiempo pude cumplir la fantasía erótica que nunca había salido de mi cabeza.

Contacté con la doctora por mail, aprovechando que por tema de trabajo tenía que pasar por la ciudad donde tiene su “consulta”. Quedamos a una determinada hora y me indicó la dirección en la que se encontraba.

Desde que quedamos, no podía pensar en otra cosa, en cómo iba a sentirme en ese momento, en si sería capaz de soportar lo que me quisiera hacer. Llegué antes de tiempo y tras localizar dónde tenía que ir, me senté en un parque a esperar, intentando dejar la mente en blanco mientras pasaban eternos los minutos.

Por fin llegó el momento y me levanté decidido hacia la dirección que me indicó. Llamé al timbre y se abrió la puerta. Avancé hacia el interior y tras la puerta me encontré con la doctora. Delgada y madura, vestida con una bata blanca, me recibió con dos besos.

– Hola Fran.

– Hola doctora. – dije balbuceando.

– De modo que vienes a pasar un reconocimiento.

– Así es.

– ¿Hay algo que quieras que haga o que no haga en particular?

– No doctora, me quedo en sus manos. Obedeceré sus decisiones.

– Muy bien, acompáñame.

La doctora avanzó por su local y me indicó que bajara unas escaleras, su consulta estaba en el sótano.

– Pasa por aquí, te enseñaré la sala.

Abrió una puerta y pasamos a una gran habitación llena de aparatos médicos. En el centro, una gran camilla de ginecólogo, preparada para mí. Tragué saliva. Me imaginé expuesto en esa silla, sintiendo lo que siente una mujer cuando pasa por las manos del ginecólogo. Se me pusieron los pelos de punta y un sudor frío recorrió mi espalda. Una parte de mi quería salir de allí y la otra estaba deseando someterse a la doctora.

Además de la camilla, había distintas estanterías y muebles con todo tipo de aparatos y material médico. Yo solo era capaz de mirar a mi alrededor sin decir nada, con la boca seca, hasta que la doctora pronunció las palabras que me hicieron reaccionar:

– Muy bien, vamos a empezar. Pasa por aquí y desnúdate por completo.

Me indicó un pequeño vestidor que había junto a la sala. Obedecí. Me quité el jersey, la camisa, los zapatos, y los pantalones. La doctora me observaba mientras lo hacía. Quedaban mis calzoncillos. Dudé, volví a tragar saliva y los bajé, quedando totalmente desnudo delante de ella.

Me hizo un gesto para que la siguiera, autoritaria, y así lo hice, desnudo, mientras instintivamente tapaba mis genitales con las dos manos. Me acompañó hasta la camilla de ginecólogo y la señaló para que me subiera. Me senté en el borde, sin saber muy bien cómo debía tumbarme. Ella me empujó en el pecho para que tumbara mi espalda.

– Tranquilo Fran, sube aquí las piernas.

Me sujetó una y la subió al estribo, luego la otra. Yo seguía tapando con mis manos mis testículos, cosa que sabía que iba a durar poco tiempo… La doctora ajustó los soportes de las piernas a mi altura y después de esto me ató a ellos por los tobillos. Mis piernas quedaban inmóviles.

Después, cogió mis manos por las muñecas, dejando al descubierto mis genitales depilados para la ocasión, y las ató también a unos soportes que tenía la camilla en la parte inferior. Estaba paralizado, sabía que ahora sí estaba bajo su completo control, sin poder mover las piernas ni los brazos.

– Muy bien, antes de empezar, necesito que avances tu culo hacia el borde de la camilla.

– Vale. – acerté a decir…

Con el poco margen de movimiento que tenía, avancé mi cuerpo en la camilla hasta que la doctora consideró. Mientras, ella se levantó y fue a por el primer material, me di cuenta de que frente a mí, en la pared, había un gran espejo donde podía ver mi cuerpo desnudo, expuesto y atado. Nunca había tenido una visión similar, y será una imagen que nunca podré borrar…

La doctora acercó un pequeño carrito metálico con una bandeja que desde mi posición no podía observar por más que lo intentara. El hecho de no saber qué me iba a hacer hacía la situación aún más excitante. Primero cogió unos guantes de látex blancos y se los enfundó. Una vez hecho esto, pellizcó mis pezones para ver como reaccionaban y fue bajando por el abdomen hasta llegar a mis testículos. Estuvo examinando un rato mis genitales sin decir nada, mientras mi pene aún no decidía reaccionar, sabiendo que le esperaban momentos de placer, pero también de dolor…

– Muy bien Fran, primero voy a dilatar tu uretra para ver cómo reacciona. Iré probando distintos tamaños de dilatadores hasta llegar a ponerte una sonda que vaciará tu vejiga por completo.

– ¿Es esto necesario doctora? ¿Será doloroso? – Respondí con miedo.

– Será molesto, pero voy a utilizar mucho lubricante. Tranquilo, he hecho esto mil veces. Mira, primero empezaré con esta.

La doctora cogió de la bandeja una varilla metálica, con algo de curva y me la enseñó. Empecé a temblar, ¿cómo iba eso a entrar por mi uretra? La volvió a dejar en la bandeja y buscó entre los aparatos un pequeño envoltorio. La incertidumbre de no saber qué hacía me volvía loco, pero a la vez estaba disfrutando como nunca.

Quitó el envoltorio a una pequeña jeringa, la cual llenó de lubricante. Mientras miraba mi cara de miedo, cogió mi pene con una mano mientras acercaba el lubricante.

– Voy a llenar tu uretra de lubricante.

Abrió el orificio de mi pene e introdujo primero la jeringa y luego el lubricante. Notaba en mi interior cómo se llenaba mi uretra con el frío líquido. Repitió la acción un par de veces y volvió a enseñarme el dilatador.

Contuve la respiración. Muy despacio, introdujo la larga varilla en mi uretra. La sensación era muy extraña, no era doloroso, pero sí molesto. Sobre todo, saber que estaba entrando toda la longitud dentro de mi pene. La sacó y volvió a la bandeja donde soltó esa y cogió una más gruesa.

– Vamos a ver con la número 6. Respira hondo…

Aguanté la respiración, agarrando los soportes de la camilla con las manos, mientras introducía toda la longitud del dilatador en mi uretra. Aquí sí sentí dolor porque además entró mucho más honda. Hice un gesto que ella notó y paró.

– Veo que todavía no estás preparado para seguir. Lo dejaremos aquí y la próxima vez continuaremos…

Respiré aliviado, aunque reconozco que la sensación no se puede comparar con algo que hubiera sentido antes. Volví a recuperar la respiración, habían sido unos minutos muy intensos, en los que mi cuerpo no tenía margen para moverse o reaccionar.

La doctora quitó sus guantes y se volvió en busca de un armario que estaba algo separado. Volví a verme en el espejo, mientras no podía mover casi ninguna parte de mi cuerpo. La doctora volvió a los segundos con un bote de suero de un litro que colgó en un soporte de hospital.

– Muy bien, vamos con el enema…

– ¡¿1 litro?! No lo voy a poder aguantar.

– Lo aguantarás. – Me respondió tajante. – Pero antes vamos a comprobar cómo está tu ano.

Lubricó sus dedos y empezó a masajear la parte externa de mi ano. Aquí las sensaciones eran muy placenteras. Poco a poco fue introduciendo su dedo mientras observaba como yo lo disfrutaba. Mi pene también.

Una vez lubricó mi culo, buscó en otro armario la sonda para conectar el bote de suero con un gotero al soporte elevado. Antes de que me quisiera dar cuenta, había metido en mi ano uno de los extremos de la sonda y había abierto el gotero. Noté como el líquido empezaba a fluir en mi interior.

Pasaron los minutos y el nivel iba bajando lentamente. Poco a poco notaba cómo me llenaba del líquido y cómo aumentaba la sensación de que no aguantaría todo lo que quedaba.

– Doctora, no voy a poder aguantarlo.

– Por supuesto que lo harás… Ya queda menos.

Cada vez me fue costando más, pero aguanté. Notaba mi cuerpo lleno, con gana de vaciarse. Aquí pensé que la doctora me desataría para poder ir al baño y tener un momento de intimidad, pero tampoco fue así… Continué atado y expuesto a sus manos. Preparó una bolsa debajo de mi culo y me obligó a vaciarme allí, con las piernas abiertas.

Aunque la situación no era nada cómoda, no pude aguantarme más y solté todo el líquido que había en mi interior, mientras lo oía caer en la bolsa y me agarraba con fuerza a la base de los estribos para poder soltarlo todo.

Cuando por fin terminé, la doctora lo recogió todo mientras yo seguía inmovilizado en la camilla.

– Perfecto, ahora que estás limpio, vamos a revisar esa próstata.

No pude responder, solo tragué saliva una vez más. La doctora cambió sus guantes otra vez, lubricó su dedo y me penetró analmente sin compasión. Estuvo unos segundos papando mi próstata mientras mi pene crecía. Primero con un dedo, luego con dos, mientras gemía de placer.

Una vez consideró que la exploración había terminado, buscó entre sus aparatos un pequeño vibrador que lubricó e introdujo en mi ano, dejándolo dentro mientras masajeaba mi pene. Primero con sus manos, pero luego buscó otro vibrador más grande y potente que utilizó para continuar con el masaje.

Fue recorriendo con el segundo toda la base de mi erecto miembro. Pasaba por el perineo, testículos, el glande y prepucio… Todo mientras el pequeño continuaba en la próstata en una sensación de placer extremo.

– Tienes prohibido correrte aún. No lo harás hasta que te lo ordene.

– Sí doctora, lo intentaré…

Las vibraciones iban en aumento y el placer también. Llegó un momento que solo pude cerrar los ojos y disfrutarlo, sintiendo como mis piernas temblaban en los estribos, y poco a poco, todo el cuerpo. Era la primera vez que estaba viviendo una sensación así, notando cómo temblaban de placer hasta los músculos de la cara.

– No puedo más doctora. – Decía temblando

No me respondía. Las sensaciones eran tan espectaculares que quería aguantar más, pero no podía. No me masturbaba, pero las vibraciones que recorrían desde mi prepucio hasta mis testículos daban todo el placer que podía imaginar. Solo paraba para lubricar mi miembro con distintos geles que solo hacían que el placer se multiplicara.

No pude más. Pero antes de explotar en un clímax inmenso, me pasó algo que nunca había vivido. Fue como un orgasmo doble. No pude verlo porque mis ojos estaban cerrados, pero tuve la sensación de expulsar un chorro de esperma sin terminar el orgasmo. Y unos segundos después, el orgasmo más intenso y brutal que he sentido nunca.

Tardé unos minutos en recuperarme, en que mi cuerpo dejara de temblar. Cuando por fin me desató y bajé de la camilla, mi cuerpo no era capaz de dar un paso, pero había disfrutado del mejor orgasmo de mi vida.

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.