Los que siguen mis relatos sabrán que hasta ahora, todas mis fantasías y experiencias sexuales han sido con mujeres. Nunca había sentido atracción hacia alguien de mi mismo sexo hasta el pasado año 2020, precisamente coincidiendo con el estado de alarma a causa de la pandemia por el coronavirus. Entre el teletrabajo y la escasa vida social que llevaba en aquel momento, necesitaba aliviar un poco las tensiones en la que todos nos veíamos envueltos, por lo que era frecuente que me masturbara un par de veces al día como mínimo.
Por aquel entonces compartía piso con un estudiante de audiovisuales más joven, llamado Daniel. Mientras que yo era alto (1,82 m), delgado (quizás algún kilo de más), ojos marrones, moreno, velludo y con barba, él era más bajito (1,65 m), también delgado, ojos azules, rubio y sin apenas vello en el cuerpo. Se podría decir, además, que parecía físicamente una chica por sus labios carnosos, su culo respingón y su media melena rubia que le llegaba un poco por encima de los hombros. Yo tenía 31 años, mientras que él tenía 26.
Pienso que debió saber de mi afición por las pajas, ya que en cierta ocasión por la tarde me invitó a ver con él una película protagonizada por Christina Ricci, una de mis actrices favoritas y con la que más fantaseaba. No le di mucha importancia al hecho de ver una película juntos en el mismo sofá, pero en una escena donde mi musa salía desnuda él, ni corto ni perezoso, se sacó el pene y comenzó a agitárselo. Allí estaba yo, un católico devoto del sur andaluz viendo cómo mi joven compañero de piso se la meneaba justo a mi derecha. Aquella situación me creó cierta confusión, como en un estado de shock. Por un lado, pensaba que aquello estaba mal, pero por otro lado, esto me excitaba. Ya estaba excitado de ver a esa hermosa actriz desnuda en pantalla, pero ver a mi compañero erecto por ella elevó la potencia de mi erección.
Me miró y me dijo “No te molesta que haga esto, ¿verdad? Los de Letras sois muy liberales”. No supe que responder y acto seguido me dijo: “¿Por qué no haces tú lo mismo?” No supe que responder, pero por dentro me dije “¿Y por qué no?” Me abrí la cremallera de aquel vaquero y saqué mi miembro viril. Daniel pareció muy excitado de verlo. “Oh, sí, veo que ella te gusta”, y no sé si ahora estaba excitado por Christina Ricci o de la situación en general, pero empecé a respirar de manera muy rápida. Daniel detuvo la película en un determinado fotograma y me dijo: “Corrámonos juntos por ella”. Y empezábamos a agitárnosla mientras que cada X segundos gemíamos de placer. Oír gemir a Daniel y que él me oyera gemir a la vez sobrealimentaba mi excitación, hasta que al fin llegamos a eyacular. Pero no una eyaculación cualquiera, sino una de estas corridas que saltan en el aire. Él se corrió antes y yo segundos después. “¿Te ha gustado?”, me preguntó. “Sí, ha sido muy excitante”, le respondí al tratar de recuperar el aliento.
Aquello había sido una de mis mejores pajas, pero la culpabilidad de mi fe cristiana me hacía cuestionarme si la masturbación acompañado de un chico era algo pecaminoso o no. Pero como ocurrió en otros casos, me adentré en el abismo para comprobarlo por mi propia experiencia. Lo cierto es que ahora veía a Daniel con otros ojos: él alimentaba mis caprichos lujuriosos y bien mirado, su aspecto femenino no era muy diferente al de algunas chicas con las que había estado (salvo por el tamaño de los senos y el miembro viril). ¿Por qué no volver a experimentar algo como lo ya vivido?
Al día siguiente, me dijo de ver una película con Scarlett Johansson. En ella, daba vida a una “choni” que se liaba con un adicto al porno. En determinada escena, Scarlett y el chico practicaban “petting” o magreo y esa escena me encendió. Esta vez, fui yo quien se la sacó primero para meneármela. “Menudo toro estás hecho”, me dijo Daniel mientras me miraba y sacaba también su pene, “¿quieres disfrutar más aún?” Y, sin preguntar, me cogió la mano derecha y la puso sobre su polla mientras la sustituía por su mano izquierda. Noté cómo el pene de Daniel se endurecía con el contacto de mi mano, mientras que él sonreía al ver mi polla en su mano. Ya ni siquiera prestaba atención a la escena de la película, sino que quien me excitaba realmente era Daniel al 100%. Sin más, le agarré por la nuca y acerqué su cara hacia la mía para besar aquellos labios carnosos. Al hacerlo, mordí su labio inferior y fue cuando me corrí sobre su mano, haciendo él lo mismo segundos después en la mía. Daniel se puso encima de mí y siguió besándome, intentando estimularme sexualmente de nuevo. Pero seguía confuso respecto a todos esos nuevos sentimientos que se despertaban ante mí, por lo que le dije que no era el momento para dar ese paso en mi sexualidad.
Pasé el resto de la tarde solo en mi habitación, pensando en las repercusiones de mis nuevos deseos sexuales. Por una parte, siempre me habían gustado las mujeres y nunca, hasta ese momento, me había sentido atraído por un varón. Por otro, mi fe católica me había enseñado que los actos sexuales homosexuales estaban mal, teniendo como sostén de ello el Antiguo Testamento, San Pablo y la tradición de la Iglesia (bulas papales, etc.). Sin embargo, comprendí que aquellos sentimientos no dejaban de ser naturales, al igual que mi atracción hacia las mujeres. ¿Por qué aceptar que aspectos de la Iglesia Católica resultaban, desde mi punto de vista como creyente, pero a su vez persona racional, como arcaicos respecto al sexo prematrimonial a día de hoy en el caso de las relaciones heterosexuales y no aceptar lo mismo con las homosexuales? La Ciencia, a través de la OMS, sacó a la homosexualidad fuera de la lista de enfermedades mentales en 1990, luego si no es una enfermedad, debe ser una tendencia natural.
Así mismo, dentro de la Iglesia Católica y de las diferentes religiones (el Premio Nobel Desmond Tutu dentro de la Iglesia Anglicana, por ejemplo) había sectores que deseaban venerar a Dios y vivir acordes a su condición sexual como homosexuales, igual que los heterosexuales. Justo un año después de descubrir mi lado gay, centenares de sacerdotes católicos, desafiando la postura oficial del Vaticano, bendijeron de manera pública relaciones de parejas homosexuales. Algunos sectores más conservadores empezaron a hablar de un hipotético cisma dentro de la Iglesia. Pensé también en diferentes homosexuales ilustres que manifestaron su devoción por la Iglesia, como el poeta y dramaturgo Federico García Lorca, el artista Andy Warhol o Pasolini, que siendo ateo le dedicó su película “El evangelio según San Mateo” a Su Santidad Juan XXIII.
Aquel conflicto interior tuve durante aquella tarde y parte de la noche, de manera que ni cené. Pero una vez que lo hube resuelto, fui a la cocina, tomé una botella de agua, algo de fruta (una especie de macedonia con trozos de fresas y plátanos) y me dirigí con todo ello a la habitación de Daniel. Encendió la lamparilla de la mesilla de noche y me vio cómo depositaba aquello allí. “¿Qué estás haciendo?”, me preguntó sorprendido. “Calla, y hazme sitio en la cama”. Me metí entre aquellas sábanas y mantas y me bajé el pantalón del pijama y el calzoncillo, colocándome un preservativo. Daniel estaba de lado, inclinando su cabeza hacia atrás para ver qué hacía.
Él dormía simplemente con un calzoncillo, por lo que, para calentarme, empecé a acariciarle la piel de la espalda, de su torso, de su cuello, de sus muslos… Al mismo tiempo que me frotaba contra aquellas nalgas, de las que sólo me separaba su calzón blanco. “Cómo me pones, perra”, le dije. No pude resistirme más y le arranqué el calzón y coloqué mi pene contra su ano. “Espera, que con eso me vas a destrozar”, me dijo Daniel, “toma lubricante y úntalo hasta que pueda entrar”. No sabía mucho de lubricante para las relaciones anales, porque nunca lo había practicado, ni siquiera con mis amantes mujeres, ya que nunca me había llamado la atención y no había pasado más allá de frotarme contra sus culos. Cuando Daniel me indicó que ya estaba listo, comencé a metérsela mientras él seguía de lado, gimiendo de placer. “Dame más, dame más”, me pedía. Le agarré de aquella media melena que tenía mientras seguía penetrándole analmente.
Así estuve hasta que finalmente me corrí dentro de él. Me coloqué a su lado mientras él se abrazaba a mi torso desnudo, me quité el condón, bebí agua y tomamos algo de fruta de aquella macedonia para reponer fuerzas para el acto siguiente. Y ya que Daniel me había dado el regalo de abrirme a nuevas posibilidades sexuales, le quise agradecer aquello con una felación, igual que les practicaba sexo oral a mis amantes mujeres.
Al no ser su pene demasiado grande, pude cogerlo y metérmelo entero en la boca sin problemas, pero decidí sostenerlo a modo de micrófono y darle pequeños besos en el glande para posteriormente introducírmelo en la boca y pegarle pequeños lametones. Daniel sostuvo mi cabeza mientras me empujaba para que me lo metiera más y más en la boca. Cuando noté que este se iba a venir por sus gemidos y la rigidez de sus piernas, le solté la mano de mi cabeza y me lo intenté sacar rápido de la boca, pero acabó corriéndose dentro, escupiendo su espeso semen a un lado. Me tumbé de nuevo a su lado, me besó, y le dije “ahora quiero que esos labios carnosos, tanto como los de Scarlett, hagan su trabajo ahí abajo”.
Se metió entre las sábanas y así lo hizo. No sabría explicar la gran excitación que sentí. Si bien yo era primerizo con las felaciones, al punto de que sólo imitaba lo que algunas mujeres me hicieron en el pasado, Daniel actuaba al mamarla como un profesional, se notaba que no era la primera que hacía por el manejo de sus labios y su lengua. Pero lo que más me excitaba de todo aquello era cómo me miraba mientras lo hacía con aquellos ojos azules. Aquella mirada tan excitante y que consiguió hacerme eyacular sobre su boca. Daniel se puso a mi lado y posó sobre mi torso su cabeza, usándolo a manera de almohada. Apagué las luces y nos dormimos.
Esta fue mi primera experiencia homosexual, que sirvió para definirme como bisexual.