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Aprendiendo a conocerme y a aceptar mi cuerpo con los amigos
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Poco antes de empezar mi relación con Helena, hice amistad con un vecino de la misma calle donde yo vivía llamado Luis. El vino a Bogotá buscando mejores condiciones de trabajo y trajo a su familia y con el tiempo nos hicimos buenos amigos. Su esposa Damaris inicialmente no quería venir a esta ciudad por distintas razones, sin embargo no tenía opción.

Como éramos vecinos yo iba seguido a su casa y a veces hacíamos planes con su familia.

Luis y Damaris son un matrimonio con 3 hijas y son oriundos del Urabá antioqueño, una región en la costa caribe colombiana cerca de la frontera con Panamá.

Fuimos vecinos por espacio de dos años y medio tras lo cual ellos decidieron regresar a su lugar de origen. Después de ese tiempo nuestra amistad estaba bien afianzada y ya éramos como de una misma familia.

Damaris es una mujer de piel morena, delgada, 1.60 m de estatura, cabello ondulado estilo afro y unos hermosos y brillantes ojos color miel. Luis es moreno, 1.65 m de estatura y cabello corto.

Algún tiempo después que ellos partieron de regreso quise ir a visitarlos a su casa y programé un viaje para mitad de año.

Luis tenía entonces 42 años y Damaris 45, yo tenía 26.

Su pueblo natal y donde estaban viviendo ahora nuevamente es un lugar pequeño y de clima cálido rondando los 30 – 35 grados de temperatura media todo el año, su economía está basada en la agricultura y no es un lugar turístico, tampoco están acostumbrados a recibir visitas de gente de ciudad por lo que cuando esto sucede es visto casi como un acontecimiento. Por su clima veraniego y su idiosincrasia, la gente suele vestir de manera muy sencilla y descomplicada con atuendos ligeros y poca ropa.

La casa de Luis y Damaris es pequeña y de una sola planta. En el frente tiene un pequeño porche y dos sillas mecedoras. Nada más entrar a mano izquierda está la sala, enseguida la cocina, luego el baño y al fondo un pequeño patio trasero donde colgaban la ropa lavada para que el viento la secara. A mano derecha están las habitaciones, tres en total. Luis y su esposa duermen en la primera habitación desde la entrada, sus hijas en la habitación del medio y a mí me daban la habitación del fondo, que queda justo enfrente del baño y al lado del patio trasero.

En esta casa la única puerta es la de la entrada, las habitaciones al igual que el baño solo cuentan con una delgada cortina a manera de puerta y cuando el viento sopla se levantan dejando ver hacia el interior.

La primera vez que fui a visitarlos me costó trabajo acostumbrarme a la poca privacidad de la casa pero para ellos era algo completamente normal pues como mencioné, por el clima cálido no era buena idea colocar puertas o ventanas interiores para que el aire pudiera circular libremente y refrescar la casa, por lo mismo la gente suele andar con ropas muy ligeras, incluso yo permanecía todo el día en la casa apenas con una pantaloneta.

La gente tomaba el hecho de andar en ropa ligera con toda naturalidad y en el día a día podía darme cuenta de que en todas partes era más o menos lo mismo. Damaris por ejemplo, acostumbraba a vestir con ropas holgadas como vestidos claros de una sola pieza con escote pronunciado y falda un poco encima de la rodilla y una tanga debajo pero sin usar sostén, y con ciertos movimientos que hacía podía verse perfectamente la redondez y el buen tamaño de sus senos a flor de piel, o también podía usar una camiseta con pantalón corto igualmente sin sostén.

La rutina diaria de mis amigos era simple: Luis salía a trabajar a las 5 am y volvía alrededor de las 3 pm, la hija mayor estudiaba una carrera técnica en el día y regresaba entre las 4 y 5 pm, la segunda hija estaba terminando la secundaria y regresaba pasado el mediodía y Damaris se quedaba en casa con la niña pequeña, preparando el almuerzo y atendiendo los quehaceres de la casa.

Yo me levantaba por lo general alrededor de las 8 am, rápidamente me quitaba la pantaloneta y me colocaba la toalla en la cintura y pasaba a darme un duchazo mientras Damaris me servía algo para desayunar, después me iba a dar una vuelta por el pueblo con alguno de sus parientes o me quedaba conversando con ella y de vez en cuando echándole una mano con sus tareas.

Por el calor y la humedad que hace allí, pues este lugar queda cerca del mar y de la selva del Darién, la gente acostumbra a bañarse dos y tres veces en el día.

A pesar de la comodidad de estar en su casa y de volver a compartir con mis viejos amigos, para mí fue muy traumático desde el primer día acostumbrarme a utilizar un baño prácticamente abierto donde podía quedar expuesto a la vista de cualquier persona de la casa, y de hecho muchas veces me sucedió que mientras estaba tomando una ducha o haciendo mis necesidades, soplaba el viento y levantaba completamente la delgada cortina plástica que hacía las veces de “puerta” del pequeño baño y si en ese preciso momento Damaris estaba en el patio, o justo iba pasando frente al baño, quedaba yo totalmente expuesto ante sus ojos a cosa de tres metros de distancia o menos.

La primera vez que ella me vio así me dio mucha vergüenza, se me subieron los colores al rojo e intenté taparme angustiado, me hubiera escondido pero estando en la ducha no había adónde ir y ni que decir al día siguiente cuando por accidente me encontró orinando. Eran como las 7 am y yo me desperté porque tenía muchas ganas de ir al baño. Damaris en ese momento estaba en su habitación así que no nos vimos. Entré al baño que quedaba enfrente de mi habitación y empecé a orinar y de repente se levantó esa cortina y ella ya estaba ahí en el patio de frente a mí a unos tres metros de distancia bajando una ropa, volteé a verla y ella también me miró, me saludó normal como si nada y yo quedé en shock. Corté automáticamente el chorro, no podía orinar si ella me estaba mirando, incluso si solo escuchaba el sonido que se hace al orinar, así que tuve que esperar a que ella se retirara de allí para poder terminar de orinar tranquilo, me sentía verdaderamente avergonzado.

Damaris, que por naturaleza siempre ha sido una mujer muy relajada y descomplicada, que dice las cosas como son, por supuesto se dio cuenta de mis apuros y entendió mi situación, y tomando las cosas con calma me dijo que me tranquilizara y me olvidara de eso, que no había pasado nada. Me explicó que en esa zona del país las costumbres son diferentes de la ciudad, que un cuerpo desnudo no tenía por qué ser necesariamente sexualizado, me dijo que la desnudez estaba un poco más normalizada desde la casa paterna tanto para hombres como para mujeres y que ella aparte de su marido, sus parejas anteriores, un par de amigos y alguno que otro vecino descuidado, también había visto desnudos a sus hermanos y su papá, entonces que no me asustara porque ella estaba segura que yo entre mis piernas no tenía nada que ya no hubiera visto antes, aunque obviamente todo tenía sus límites, tampoco era cosa de andar desnudo todo el día ni todas las veces por la casa, era algo así como un naturismo pasivo, no activo, aceptado implícitamente aunque no promovido abiertamente. Del mismo modo me dijo que tampoco me avergonzara por el hecho de orinar estando ella cerca porque al fin y al cabo es un proceso completamente natural y que no me dejara afectar por eso.

Ella que ya venía siendo casi como una segunda madre para mí desde que nos hicimos amigos, me dijo que conocía una terapia sencilla para perder el miedo a orinar en presencia de otras personas, que era un proceso paso a paso, y que según ella ya lo había utilizado pocos años atrás con un amigo suyo al que le pasaba lo mismo que a mí. La idea era primero superar el miedo a que alguien mas me escuchara orinar y después hacer lo mismo si en alguna circunstancia alguien pudiera verme en un momento así.

Primero, ella se ubicaría en un lugar lejano como la sala mientras yo empezaba a orinar normalmente en el baño y luego, mientras íbamos hablando de cualquier cosa, ella se iría acercando hasta la entrada del baño o lo más cerca posible mientras yo continuaba orinando. La idea era que yo fuera consciente que ella me oía orinar mientras hablábamos y aun así no dejara de hacerlo.

Segundo, ella estaría ubicada en un lugar más cercano como el patio mientras se repetía la operación anterior.

Tercero, ella estaría justo detrás de la puerta cortina del baño desde afuera haciéndome alguna conversación mientras yo empezaba a orinar.

Cuarto, ella estaría conmigo en el baño acompañándome desde el principio. Inicialmente ella estaría de espaldas hacia mí pero una vez yo empezara a orinar ella podría acercarse a un lado del inodoro y observarme mientras yo terminaba. También debíamos hablar cualquier cosa en todo momento.

Quinto y último y más difícil, nos colocaríamos de pie frente a frente a ambos lados del inodoro y hablando de cualquier cosa para ayudar a mantener un ambiente neutral, yo debía bajar mi pantaloneta hasta las rodillas, retraer el prepucio para descapullar el glande y comenzar a orinar delante de ella. Al terminar debía limpiarme con un pedacito de papel, soltar el agua y volverme a subir la pantaloneta.

Es claro que pude haberme dedicado a orinar sentado pero la idea era vencer esa fobia y para eso en la terapia debía hacerlo de pie.

No fue nada fácil en realidad, me tomo todos los 15 malditos días que estuve ahí, y aunque fue un poco humillante, fue por mi bien y me ayudo bastante. Poco a poco íbamos avanzando del primer paso al segundo y así progresivamente, cada paso era repetido varias veces para ir afianzándome y perdiendo el miedo para poder pasar al siguiente nivel. Al final el quinto paso logré hacerlo en los últimos 4 días, una o dos veces al día. Fue el más difícil de todos.

Acepté su propuesta por varias razones: Ya teníamos una buena amistad de tiempo atrás, además por la diferencia de edades y la confianza que había entre nosotros, ella para mí representaba un papel de una madre sustituta o consejera, aparte de eso si se daba el resultado lograría vencer mis temores internos y me ayudaría a estar un poco más seguro de mí mismo, pero en el fondo también obviamente todo este escenario para mí resultaba un poco excitante a diferencia de ella que lo tomaba con toda naturalidad y por las noches podría masturbarme en mi habitación para liberar la tensión pero durante el día intentaba asimilar sus palabras y normalizar la situación.

Debo aclarar que a pesar de todo y en contra de lo que se pudiera creer, nunca se presentaron situaciones de carácter sexual con ella, las cosas habían sido y fueron tal como me había dicho en ese momento, además ella era 19 años mayor que yo y nunca la vi como objeto de deseo y yo tampoco quería arriesgarme a dañar la amistad y tener problemas con ellos si de pronto me dejaba llevar por mis hormonas.

Después de todo no me quedaba de otra que aceptarlo pues la situación que me perturbaba seguiría repitiéndose con toda seguridad durante los días que yo estuviera allí y era enfrentarla o seguir dejando que me afectara.

Decidí entonces seguir asumiendo a Damaris como si fuera mi mamá, oír su consejo, tranquilizarme y tomar las cosas con toda naturalidad así como era costumbre para ellos y la gente en ese lugar.

A decir verdad yo también pude verla a ella desnuda ocasionalmente varias veces mientras se duchaba puesto que mi habitación quedaba justo frente al baño y como ya había explicado, esas casas no tienen puertas internas ni cortinas en la ventana, y eso también me ayudó psicológicamente a aceptar esa nueva normalidad. En esos momentos ella me decía: “Ves como no pasa nada? Tú también me ves mientras me baño y yo no me asusto por eso. Debes separar el instinto y el deseo de lo básico y de lo natural…”

A sus 45 años su cuerpo conservaba una muy buena figura aún después de sus tres embarazos, sus tetas eran grandes casi del tamaño de un melón y de un color más claro que el resto de su cuerpo pero conservaban su redondez y no estaban caídas, los pezones negritos y erectos por el contacto con el agua fría aún apuntaban al frente, su zona púbica se encontraba bastante poblada con un abundante vello negro que sin embargo mantenía recortado dándole la forma ordenada de un triángulo invertido y su culo redondo y nalgas firmes dejaban entrever de vez en cuando si la cortina plástica lo permitía y ella estaba en la posición adecuada, un ano ligeramente mas oscuro que el resto de su piel.

Todo esto parece una locura pero nada hubiera pasado si ese día no hubiera tenido ese accidente con la cortina del baño dejándome en evidencia ante ella.

Esto pasó durante mi primer viaje de visita a su casa, pero ya hacia el final de las dos semanas que pasé allí había aprendido a restarle importancia al asunto y normalizar mi cuerpo. Ya me daba igual si ella me encontraba sin ropa en el baño o en mi cuarto. Incluso un par de veces tuvimos alguna breve conversación en el patio o en mi cuarto estando yo así como recién llegado al mundo. A la larga esa aceptación de mi noble humanidad sirvió como referente para poder llevar a cabo el quinto paso de la terapia.

Al final regresé a mi casa y me sentía diferente, casi como si fuera otra persona, con mucha mas seguridad de mí mismo. Definitivamente ese viaje me había servido bastante mas de lo que habría podido imaginar.

Seis meses después fui a visitarlos por segunda ocasión gracias a unos días acumulados de vacaciones que tenía pendientes por tomar. Para ese momento yo ya había logrado superar cualquier trauma por situaciones bochornosas así que pude sentirme mucho mas relajado y tranquilo que la primera vez.

Sin embargo en esa segunda visita, un día sucedió algo que por poco echa por el suelo todo mi trabajo de fortalecimiento personal.

Estábamos ya en el tercer día de ese nuevo periodo de vacaciones y recuerdo que era un lunes porque Luis ya se había ido a trabajar, yo me levanté a eso de las 8 am como siempre, me quité la ropa que tenía puesta y me coloqué la toalla en la cintura, al salir del cuarto encontré a Damaris en la cocina y fui directo a refrescarme con un duchazo, Las dos hijas mayores ya estaban en vacaciones de estudio pero se encontraban en casa de una tía a unos 15 minutos de allí. Todo normal hasta ahí.

Ya cuando me estaba secando y alistándome para salir, sopló una de las acostumbradas brisas y se volvió a abrir el pedazo de cortina plástica que hacía las veces de improvisada puerta y pude ver a Damaris que estaba en el patio agachada a un lado de la lavadora con una canasta de ropa sucia para lavar. La máquina era una de esas de carga frontal. Ella se encontraba de frente hacia mí y me vio también en ese momento y me llamó al patio para que llevara mi toalla para lavarla de una vez. Estaba todavía en pijama, una levantadora rosada de abotonar mal apuntada que se abría dejándole las enormes tetas casi completamente al aire y un diminuto hilo dental blanco de un material transparente que en esa posición como se encontraba, acurrucada de frente, se podía ver perfectamente el vello púbico y hasta la apertura de sus labios vaginales. Enseguida desvié la mirada para no llegar a caer en tentaciones.

Para entonces yo ya había logrado superar el trauma de la vez anterior y me sentía más natural y sosegado respecto al tema y empecé a caminar lentamente hacia ella pero con tranquilidad y determinación mientras terminaba de secarme el cabello. Y con un toque de alegría mirándome de pies a cabeza y al verme así caminando tan seguro de mí mismo, Damaris no perdió oportunidad para hacer notar mi cambio de actitud pues ahora me veía calmado y sin complejos y yo agradecí su comentario también con una sonrisa.

En ese momento yo ya estaba de pie a su lado y le había entregado mi toalla para lavarla y ya iba a devolverme a vestirme en mi cuarto pero entonces me di cuenta de que ella se había quedado mirándome directamente y sin disimulo mis genitales, y me dice con una ligera pero sincera curiosidad que me veía un poco diferente respecto de la vez pasada, que algo había cambiado, que qué cosa me había hecho porque definitivamente no andaba igual que hacía seis meses…

Yo me sentí sorprendido por su pregunta pues me dio a entender que sí se fijaba en detalles, y nunca me imaginé que iba a recordar cómo estaba yo seis meses atrás. Sin embargo todo seguía bajo un contexto normal como en familia. Ella ahora tenía un grado de confianza sobre mí como si realmente de mi mamá o de mi abuela se tratara y mucho más después que habíamos bajado el telón de la vergüenza sabiendo que el rincón del baño no ocultaba nada y ambos conocíamos ya nuestros cuerpos.

Reconozco que no soy un tipo dotado, más bien estoy en el promedio, mi pene cuando está flácido mide unos 8 o 9 cm hacia abajo y en erección alcanza 16 cm y no está circuncidado, y para esas épocas yo acostumbraba a mantener mi vello púbico muy largo, de hecho habían pasado más de 7 años desde la última vez que lo recorté y ya debería tener unos 5 cm de largo al estirarlo y me gustaba tenerlo así además que era de color negro, grueso y muy abundante y denso especialmente en la zona encima del pene y así me había conocido ella seis meses atrás, pero esa vez para ese segundo viaje decidí rasurarme únicamente los testículos dejando el resto intacto porque en alguna parte vi un hombre así y me encantó como se veía.

Entonces estando ella ahí agachada en la puerta de la lavadora y yo de pie a su lado, le expliqué mi nueva moda y con una mano me recogí el pene para que pudiera observarlos bien.

Cayó en cuenta entonces de mi nuevo estilo y sin dejar de mirármelos, y sin ningún problema alzó una mano para tocarlos y mientras los agarraba con delicadeza entre sus dedos me dijo que se me veían muy bonitos así, que se veían más grandes y redondos y se sentían muy suaves al tacto y que le había gustado mucho el cambio porque nunca antes había visto que un hombre se rasurara únicamente los testículos.

Luego me dijo que quitara la mano con la que me estaba sosteniendo el pene para poder ver bien todo en conjunto y ensortijando suavemente un mechoncito de mis vellos púbicos en su dedo índice me aconsejó que siguiera manteniendo el resto del vello así porque hacía un buen contraste y se veía muy varonil y masculino y que a ella personalmente le gustaba mas así cuando el hombre conservaba el vello púbico porque era visualmente más atractivo… Cuestión de gustos. Enseguida soltó el mechón y sujetando mi pene sutilmente con sus dedos índice y pulgar echó para atrás el prepucio dejando todo el glande expuesto a la vista y con un gesto de satisfacción me aseguró que así se vería mucho mejor…

En ese momento me dio risa su comentario y la situación en la que estábamos pues me pareció algo cómico, loco y extraño, sin embargo todo pasó en menos de un minuto y dentro de un contexto familiar, sin índole sexual. No iba a excitarme con una mujer que era casi como mi mamá y que me había enseñado a tener seguridad como para lograr orinar delante de ella.

Finalmente y mientras aún mantenía retraído mi prepucio con sus dedos y observaba el conjunto, me sugirió contemplar la idea de hacerme una circuncisión al menos por estética porque según ella el glande es la parte mas seductora del cuerpo masculino y que cualquier pene indudablemente se veía mucho mejor cuando llevaba el glande a la vista. Y que también le diría a Luis que se rasurara los testículos porque se veían muy bien.

Ya en ese punto yo en lugar de sentir excitación me encontraba invadido por la risa. Ella me soltó para terminar de cargar la ropa en la lavadora y repetir lo que ya me había dicho. Se puso de pie y caminamos hacia dentro de la casa, ella venía tras de mí. Al llegar a la cocina y antes de entrar yo a la habitación para vestirme volteó rápidamente para echarme un último vistazo y dijo: “Eso si… Mira como se ve de bonito así, ves como yo tengo razón…?”

Hasta ese momento no me había percatado pero todavía tenía el prepucio retraído y el glande expuesto. Eso sucede porque al retraer la piel, la humedad de la zona se seca y el prepucio no puede regresar automáticamente a su posición original.

Me dio risa, le dije que no me molestara más y me fui.

Los siguientes días sucedió algo completamente distinto a todo y que ni por error hubiera imaginado que podría suceder, pero ese asunto lo narraré en otro capítulo aparte.

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