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El primer pecado es siempre el mejor
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Muchos de mis lectores me han pedido este relato, pero la verdad es que al ser una historia 100% real, no sé si porque me da algo de vergüenza escribirla o porque me pone demasiado, siempre que la empiezo termino dejándola para ponerme manos a la obra en otros menesteres… Pero quería recibir el año nuevo con un relato y que mejor que este para hacerlo.

Primavera de 2019, cuando nadie llevaba mascarillas, todos nos hablábamos a centímetros de la boca sin miedos, viaje de fin de carrera. Cuba, un sueño, 4 años de relación con mi novio y ningún desliz por mínimo que fuera. En la cama funcionábamos bien, estaba satisfecha, no necesitaba encontrar nada fuera de esa estabilidad sexual… Y entonces aterricé en esa isla.

Hasta que llegué a la facultad nunca había sido una chica digamos, popular. Mi grupo de amigas del colegio éramos mas bien las “empollonas”, las que hacíamos todo bien, las buenas. No era exuberante, más bien una chica menuda, cuyas tetas no crecían a la velocidad de otras chicas y cuyo cuerpo era más bien parecido a un “bicho-palo”. Todo eso fue cambiando durante la facultad, donde el deporte convirtió mi cuerpo menudo en fibroso y donde mis tetas minúsculas ya eran más bien vistas como bien proporcionadas… Todo eso unido a la suerte de pertenecer a un grupo de chicas monas, me hacía sentir mejor conmigo misma, mas segura, más confiada, pero hasta el aterrizaje, solo mi novio había aprovechado esto…

En mi mente no estaba nada de lo que iba a pasar allí, aunque por supuesto que la conversación del tema “cubanos” había salido en algún que otro botellón con mis amigas, imaginando la cantidad de hombres “bien dotados” que habría de haber por allí. El caso es que una vez allí todo fue normal, como un viaje más, excursiones, playas… Hasta que llegó aquella noche. Estábamos invitados a un “local” llamado “La Cecilia” en La Habana para presenciar un concierto de música local, donde después del espectáculo los asistentes se quedaban bailando en la pista de baile. Se rumoreaba que los autóctonos de la zona iban a este tipo de eventos para “cazar” a señoritas europeas con ganas de pasarlo bien, pero eso a nosotras no nos echó para atrás, teníamos muchas ganas de bailar y pasarlo bien y esa noche iba a ser nuestra, así que opté por un vestido negro, bastante ceñido al torso, pero con falda de vuelo para mover las caderas y no dejar indiferente a nadie. Además, hacía mucho calor así que elegí el vestido con la espalda al aire, aprovechando el moreno logrado a base de horas al sol cubano. Como siempre, mi ropa interior era elegida con cuidado y finura y elegí un tanguita lila de encaje para evitar molestas marcas en mi vestido. No éramos el único grupo de universitarios que íbamos al evento, pero la verdad es que nuestra mente no estaba en universitarios como nosotras si no más en aquellos morenos que a buen seguro nos iban a buscar con tantas ganas…

Que equivocada estaba…

En cuanto llegamos nos dimos cuenta de que éramos la atracción la atracción de la noche. Los chicos autóctonos estaban allí esperándonos como si no hubiera visto una chica en años. En la entrada hacían grupos para mirarnos y “piropearnos” sin ningún tipo de cuidado. Nosotras estábamos allí para disfrutar, y siendo sincera alguno de aquellos cubanos estaba bastante bien. Más de una, encontrándome yo entre ellas, confesó la noche siguiente que no había podido evitar echar una ojeada a un par de entrepiernas notándose que entre aquellos cubanos lo de ser dotado no era cuento chino… pero ese ambiente tan de “presa” no ayudaba en que nos sintiéramos a gusto. Así que nos hicimos a un lado de la barra y allí comenzamos a bailar. Fue en ese momento cuando lo vi. Se notaba que no era de allí, pero que llevaba tanto tiempo por la zona que se podría confundir si no fuera por el color de la piel. Era maduro, pelo algo largo, camisa abierta casi por el ombligo y una seguridad en su mirada del que se sabe que no necesita hacer esfuerzos para conquistar a nadie. Era el camarero y desde que nuestros ojos se cruzaron, su sonrisa lasciva y traviesa no auguraba nada bueno. Mientras, iban llegando más universitarios de distintos países, franceses, italianos, alemanes. Mis amigas no perdían detalle de los nuevos invitados, pero yo no podía dejar de mirar al camarero. Me estaba divirtiendo el juego. Al tiempo que bailaba con mis amigas, nuestras miradas se cruzaban y aprovechaba para agarrarme el vestido y hacerlo volar al aire para dejar a la vista mis muslos, ya en ese punto brillante del sudor y la humedad del ambiente.

– Tía, deja de jugar con ese tío. Es un viejo y no tiene pinta de andarse con tonterías.

Mi amiga Elena me había pillado.

– Anda ya Eleni, no estoy haciendo nada malo, solo bailo. Es más, vamos a ir a pedirle que nos ponga una copa.

– Yo paso tía, que no me da buena espina, míralo, si parece un mendigo. Además, mira los tíos que están entrando ahora, yo quiero uno de esos.

– Haz lo que quieras, ahora vuelvo.

Me dirigí hacia la barra intentando aparentar una seguridad que no tenía. Mirando al frente, pero nerviosa como una colegiala. Notaba la mirada de aquel señor sobre mi cuerpo. Me esperaba, se sabía ya ganador…

– Perdona, ¿Me pones un mojito?

– Pídeselo a mi compañero, estoy ocupado.

Me señaló a su compañero. Otro señor que, aunque tuviera su edad, su barriga y su calvicie le hacían parecer 10 años mayor. Lo miré y una especie de rabia interna me sacudió el cuerpo.

– No, quiero que me lo pongas tú. (Me clava sus ojos, sonríe, yo aún no lo sé, pero me tiene donde quiere)

– Eso no va a pasar.

– Te he dicho que me pongas una copa, por favor. (Justo en el momento en el que mis labios dicen por favor, el camarero me agarra una muñeca y la aprieta contra la barra).

– Mira, nena, será mejor que vayas a jugar con los de tu edad, es lo mejor. No quiero malos entendidos con niñatas como tu… (En ese mismo instante reduce la presión de tu mano y la retira despacio, acariciándome la palma de la mía con tanta suavidad que una punzada de placer recorre mi espalda…).

– Tía Ana vamos, que empieza lo mejor. (La voz de mis amigas llamándome me hacen recuperar la cordura y me giro para volver con ellas).

En el sitio, había comenzado un festival de baile entre todos los asistentes, guiados por un grupo de música cubano. La verdad es que estaba empezando a ser un auténtico fiestón, con todos los universitarios. Había una cantidad de gente tan grande que al poco tiempo de empezar a bailar una amiga y yo nos perdimos del grupo, acabando entre un grupo de lo que parecían italianos por la forma de hablar, y no estaban nada mal. Mi cuerpo seguía un poco en shock después de la conversación con aquel tipo tan interesante y prohibido a la vez. Empecé a bailar con un tipo, sin dejar de pensar en aquel camarero. Bailábamos uno enfrente del otro con mis manos en sus hombros y las suyas en mi cintura. Mi mente intentaba recordar el acento de su voz, una mezcla de acento andaluz y cubano, mientras aquel italiano empezaba a bajar sus manos sobre mis caderas, pero algo en mi no ponía resistencia, imaginaba que era ese camarero con alma de macarra el que bailaba conmigo. Y así empecé a sentirme como en una nube, me contoneaba para él, dejando que nuestro baile cada vez fuera más subido de tono. La música no dejaba oír a nadie, había tanta gente que mi cuerpo chocaba con unos y otros. Mi mente no estaba realmente allí, seguía en aquella barra. El baile estaba comenzando a salirse de contexto y sentí como aquel chico me agarraba la barbilla para besarme. Reaccioné girándome para evitar acabar comiéndome la boca con cualquier tio sin venir a cuento, pero rápidamente sentí como agarraba con una mano mi cadera y con la otra mi hombro para pegarme a él. Ahí pude notar unas manos grandes. Me acomodé entre su cuerpo y sentí que era realmente alto. Retomamos el baile, pero esta vez sus rodillas conseguían hacer que las mías se flexionaran, quedando mi culo en contacto con su entrepierna. Me gustó, y seguí el baile. Meneé mis caderas a su ritmo, se movía bien, me gustaba como me marcaba el baile. Mi cuerpo se relajó y sus manos se colaron entre mi falda. No quise ni pude oponer resistencia. Es más, abrí mis piernas al tiempo que mis manos agarraban la nuca de aquel chico que ni siquiera sabía como se llamaba. No sé cuánto tiempo nos llevábamos bailando así. Sentía como sus manos pasaban desde mis rodillas al interior de mis muslos, introduciéndose por debajo de mi falda, sin ir a más.

– Ti piace?… (No podía entender que era lo que me estaba diciendo, y me giré para intentar comprender, entonces con un claro acento italiano dijo… “te gusta”, y asentí…)

Tomó mi asentimiento al pie de la letra y empezó a ascender por mis piernas. Notaba sus manos directas a mi entrepierna justo en el momento en el que mi mirada se cruzó de nuevo con él. No podía ser, cerré los ojos y al abrirlos ya no estaba. Solo en mi cabeza. Me aferré más al cuerpo de aquel chico que se estaba beneficiando de mi estado de subconsciencia y él lo tomo como la carta libre que le quedaba por descubrir. Sus manos pasaron del límite de mis muslos hasta sentir como la yema de sus dedos topaba contra mi tanguita. Miré hacia abajo y la tela de los volantes de la falda tapaba lo que estaba pasando debajo. Suspiré, apoyé la cabeza en su torso y sus manos subieron hasta quedar clavadas en mis ingles. Joder, sabía lo que hacía, sus dedos índices rozaban la tela de mi tanga apretándomelos contra mis labios, ya en esos momentos algo hinchados. Así seguíamos bailando entre la muchedumbre, mientras mi cuerpo cada vez sentía más pegada la tela de mi vestido a mi piel a causa del sudor. Mi excitación era tal que empecé a mover mis nalgas contra su entrepierna, rozándome, frotándome hasta sentir que mi compañero de baile empezaba a ponerse muy duro debajo del pantalón. Notar su dureza entre mis nalgas me hizo perder el control y directamente lleve mi mano a su boca para que chupara mis dedos. Sentí como me los lamía con ganas, con deseo, llevándolos hasta dentro de su boca al tiempo que la presión de sus dedos en mí ya empapado coño hizo que la tela de mi tanga entrara sin compasión dentro de mi sexo. Arqueé mi espalda, pegué mi cabeza contra su pecho, sentía mis pezones arañando la tela de mi vestido, cuando empecé a mover mi cadera en círculos encima de sus dedos que se clavaban en mi coño presionando la tela cada vez más en mi interior. Sentía tanto places con el roce de la tela frotando mi clítoris, que sentía que me iba a correr sin importarme nada más.

– Ecco fatto, muoviti, cazzo…

– Para por favor… (Suplicaba sabiendo que no me escucharía, porque en realidad, no quería que escuchara mis suplicas, si no que acelerara la estimulación de mi coño…).

Notaba como mi pelvis se contraía al ritmo de sus dedos, como mis caderas daban pequeños espasmos buscando el placer. Mis dedos jugaban con su lengua, caliente y húmeda, hasta que sin remedio mi cuerpo se convulsionó. Mi otra mano agarro la tela de su pantalón hasta retorcerlo y mi coño liberó una cantidad de flujo que no supe calcular… Mi cuerpo cayó sobre sus manos, relajada… Y el chico comprendió que sus caricias habían dado resultado. Me giré, avergonzada, incapaz de mirarlo a la cara.

– Lo siento yo…

El me miraba, claramente excitado. Intento besarme, pero giré la cara. Me gustaba físicamente, pero eso no podía ser. Tenía novio, y aunque todas las amigas sabíamos que Cuba era un sitio con riesgo, dentro de mi no pensaba en traspasar la línea… Línea que ya era tarde…

Durante toda la noche intenté sobreponerme. Pensaba que no tenía porque pasar nada más, todo podría quedarse en un baile sin más. Aunque dentro mi cuerpo ardía en deseos de terminar aquella locura, mi mente necesitaba resetear, pensar en otra cosa. Me refugié entre mis amigas, ya que notaba como aquel joven no cesaba en su intento de seguir con aquello y no le culpo pues fui yo quien lo había dejado a medias de algo que sobrepasaba los límites del morbo en unos jóvenes de viaje de fin de carrera. Y después estaba aquel camarero. Siempre había sido una chica fácilmente impresionable por los chicos mayores y malotes, pero lo de aquel maduro era especial. Que mirada, que semblante, que seguridad… Sabía que sería el típico maduro español que lleva años aprovechándose de su situación en Cuba para malvivir y tirarse a cualquier jovencita extranjera que pisaba la isla. Sabía que en su pose de duro inalcanzable, me deseaba. Lo notaba.

La noche pasando entre pensamientos de remordimiento, deseo y beber. El autobús que pasaba a recogernos llegaría en breve y no quería llegar tarde porque no había asientos para todos y no me apetecía ir de pie dando tumbos. Me estaba meando y no iba a aguantar todo el camino hasta el hotel, así que fui a los baños. No pude evitar mirar hacia la barra en busca de otro intercambio de miradas con aquel camarero, pero para mi desgracia no estaba, aunque bien pensado… Mejor. Mientras hacía pipi decidí echar un vistazo al whatsapp y vi que mi novio estaba “en línea”, seguramente estaría levantándose para ir a la Universidad. No sabía que hacer, si llamarle, hablarle. Quería resarcirme conmigo misma. Limpiar mi pecado… No sabía que hacer, por otro lado, me sentía verdaderamente mal por haberme dejado llevar de esa manera. Haber sentido ese orgasmo furtivo, de tal intensidad me impedía pensar con claridad, no sabía que hacer… Apagué el móvil, me levanté y fui al lavabo a echarme agua en la cara.

– “No tienes buena cara preciosa, y eso que bailando se te veía de lo más entonada…”

Se me heló la sangre al sentir la presencia de él en el marco de la puerta del servicio. Lo vi reflejado en el cristal, apoyado, fumando, mirándome como un depredador mira a su presa…

– “No me pasa nada, gracias…”

– “Tranquila jovencita, que tu novio no se va a enterar de nada”.

– “Que sabrás tu si tengo novio o no…”

– “Bueno, o tienes novio o vas para monja, porque después de semejante baile si no te has ido con ese tío a pegar un buen polvazo es porque te ha comido la conciencia…”

Puso especial énfasis a la palabra “polvazo”, cosa que erizó mi piel. Se descompuso la cara, bajé la mirada avergonzada, dejando al descubierto la verdad.

– “Tranquila nena, que tu novio no se va a enterar de nada. La pena es que te vayas de Cuba con la culpa. Aquí se viene a disfrutar, a dejarse llevar y no tiene nada de malo…”

A medida que iba hablando, sus palabras se acercaban detrás de mí. Aunque mis ojos seguían clavados en el suelo, podía sentir su presencia cada más cerca. Hasta que de repente sus manos se posaron en la parte superior de mis muslos por delante, su pecho en mi espalda y su boca en mi cuello.

– “He visto como bailabas con ese chaval, y quiero que bailes conmigo…”

– “Por favor, no sigas, tengo que coger el autobús…”

Sus manos despacio arremangaban mi falda entre sus dedos, levantándomela.

– “No se cuanto tiempo crees que has estado en el baño, pero al autobús le quedan 2 minutos para salir, y yo puedo llevarte a donde quieras en mi coche…”

Giré mi cabeza, vi aquellos ojos profundos, intensos, que me deshacían.

– “¿Bailamos?”

Aún no recuerdo si sus manos empujaron mis muslos hacia él o si fui yo quien pegó mi culo a su entrepierna, pero cuando miré al espejo, sus ojos expresaban verdadera felicidad al sentir mis nalgas en su cuerpo. No hubo preludios, me pegué a él como si lo deseara desde la primera vez que lo vi. Frotaba mi culo de arriba abajo, sintiendo ya una gran dureza a lo que el respondió subiendo por completo mi falda dejándola enrollada en mi cintura. Su boca se apoderó de mi cuello, lamiéndolo con una maestría que nunca antes había experimentado. Suspiré al sentirla de un lado a otro pasando por mi nuca. Sus dedos comenzaron a sobar mi tanga dejándolo en un minúsculo hilo de tela que se clavaba en mi coño aportándome un placer brutal. Mis manos agarraron su cuello arqueando mi espalda a lo que el respondió subiendo una mano por dentro del top, sobando mis tetas con fuerza y deseo.

– “Estás muy buena jovencita”

– “¿Así bailas con todas…?”

– “Solo a las que me voy a follar…”

– “No puedo… Tengo que irme…”

Su mano derecha apretó más la tela entre mis labios, quedando completamente estirado provocándome una sensación entre el placer y el dolor antes desconocida, que hizo que buscara con más ansias el bulto de su entrepierna con mi culo, lo movía desesperada, meneándoselo de lado a lado.

– “Joder…”

– “Ya es tarde jovencita”

Mi mano agarraba su nuca para guiarlo por mi cuello mientras el besaba y mordisqueaba los lóbulos de mis orejas. Sus manos estaban completamente apoderándose de mi cuerpo. La derecha bajaba a duras penas lo que quedaba de mi tanga, reliado en un tubo de tela notaba como lo deslizaba por mis muslos al tiempo que mis piernas se abrían para él. Mi cabeza ya descansaba en su hombro rendida al morbo y al placer del momento cuando sus dedos índice y corazón, arqueados en perfecta sintonía se abrieron paso por los labios mayores de mi vagina, pero sin llegar a meterlos para terminar rozando mi abultado clítoris, a lo que yo respondí con un … “Si…”

– “¿Quieres más, jovencita? Estás empapada…”

– “Si, por favor…”

Sus dedos se movían despacio, pero sin pausa, como si recogieran todos los jugos que emanaba mi coño a la vez que terminaban apretando mi clítoris entre ellos, haciéndome sentir cada vez más ganas de sentirlos dentro de ahí que mis caderas buscaran sus dedos. Él se dio cuenta y apretaba la palma de la mano contra mí, haciendo que sus dedos rozaran por completo la piel de mi coño, pero sin meterlos. Jugaba conmigo, jugaba con mi placer, y yo quería más. Mis caderas se meneaban buscándolos.

– “Quieres que te los meta?”

Asentí en su hombro con los ojos cerrados abandonada al placer.

– “Fóllatelos tu solita, vamos, eres capaz de eso y de más, te he visto, se nota que eres una autentica fiera, vamos, móntate en mis dedos y fóllatelos”.

Apoyé ambas manos sobre la encimera del baño y sin rechistar me monté en sus dedos. Sentí como me los introducía con maestría dentro de mí, arqueados, rozando la pared superior de mi vagina dándome un placer increíble. El resto era cosa mía, abrí los ojos, miré en el espejo y vi como aquel hombre me sobaba mas tetas mientras su mano se perdía entre mis muslos. El morbo me podía y lo hice. Empecé a moverme, gozando esos dedos. Meneaba mi culo dándome placer con sus dedos. Mis gemidos cada vez eran más intensos. El solo miraba, mientras apretaba cada vez mas mis pezones entre sus dedos. Disfrutaba de mirarme, y yo disfrutaba de sus dedos. Sentía que el orgasmo era inminente… Entonces me clavo sus dedos mas adentro, me agarró fuerte del cuello con la otra mano y susurró…

– “Para correrte no quiero que uses mis dedos”

Yo estaba paralizada por el placer. Entonces me subió encima del baño y se preparó para agacharse. Todo estaba yendo según lo que él preveía y quise cambiar las tornas. Puesta a cruzar la línea, quería cruzarla del todo. En el momento en el que me subió, le desabroché la bragueta y me incliné hacia su polla.

– “¿Te crees que solo mandas tu?”

No lo esperaba y creo que le hizo gracia mi atrevimiento, o bien estaba deseando que le hiciera una mamada. El hecho es que me dejo agarrarle la polla, y manosearla con más nerviosismo del que mi cara expresaba. Me moría de ganas de metérmela en la boca, pero quería transmitirle seguridad. Así que la agarré y empecé a lamerla por todos lados, desde los huevos hasta arriba, disfrutaba pasando mi lengua por sus venas a medida que se iban hinchando. Disfrutaba del olor que emanaba de su polla, humedeciéndose a medida que mis dedos lo masturbaban sin dejar de lamerle la polla. Los sonidos de su respiración acelerada me daban seguridad, le estaba gustado. Así que le mire.

– “¿Te gusta mi polla?”

– “Si…”

– “Abre la boca”

Lo hice, quería sentir su polla dentro de mi boca. Pero lo que iba a recibir era mucho mas que eso. Agarro mi nuca y me metió la polla despacio, pero sin pausa hasta que topó con mi garganta. La dejo unos segundos que me parecieron interminables, pues no estaba acostumbrada a eso. La saco y me golpeo los labios con aquel trozo de carne.

– “¿Quieres más, jovencita?”

No me dejo contestar. Me la volvió a meter esta vez con un mete-saca sin llegar tan profundo como la primera vez. Yo cerré los ojos labios alrededor de su polla y fui consciente por primera vez del término “follar una boca”. Sus huevos rebotaban en mi barbilla. Él agarro mi nuca y se saciaba con mi boca. Y a mi me encantaba. ME sentía poseía por un morbo y un placer enorme al estar mamando o, mejor dicho, al dejar que aquel tipo me follara la boca. Gozaba de sentir mi saliva cayendo por su polla, de mirar hacia arriba y verlo tan cachondo por mi culpa. Hasta que quería más. Y yo quería más. Me sacó la polla de la boca y me miró. Lo rodeé con mis piernas y bajé mi tanga reliada en un rollo diminuto de tela hasta uno de mis tobillos. Solo nos miramos, el agarró su polla y nada más dejarla a la entrada de mi coño me agarré a su nuca, elevé mi culo y me la metía hasta dentro. Un aire de placer me lleno las entrañas al notar como el agarraba mi culo y me la clavaba aún más.

– “Que ganas tenía de follarte hija de perra”

– “Fóllame joder, fóllame cuanto quieras”.

Agarrada por su culo empezó a follarme como un animal. Yo solo podía agarrarle la espalda y lamer su pecho metiendo mi cabeza entre su cuerpo, dejando que el placer me llenara. Notaba como entraba y salía por completo de mi dándome un placer indescriptible cada vez que su polla se perfilaba para entrar en mi coño. Mis manos arañaban su espalda dando a entender que no iba a tardar en correrme. Lo entendió y aminoró el bombeo, para agarrarme y subirme encima suya. Llegamos a la pared, donde me deje caer lo justo encima suya. Me miró y me comió la boca, estaba desatado. Su mano busco mi ano. No me lo podía creer. Sin más preámbulos sentí como un dedo se incrustaba en mi trasero. Gemí de placer en su boca. Follada por ambos lados, sintiendo su lengua contra la mita. Me corrí. Sentí como mi vagina estrangulaba su polla, sentía la presión que me daba y grité en su boca como autentica posesa… Él me la sacó para verme.

– “Eso es joder, como me gusta verte disfrutar…”

Nos dejamos caer en el suelo. Aterricé encima de él y por unos segundos creía que había llegado al cielo. Mi entrepierna gozaba de un placer nunca antes experimentado. Sus manos tocaban mi espalda y aun sentía su polla dura en mi tripa. Sentía como mi cuerpo se frotaba despacio por el suyo, intentando alargar la sensación del orgasmo. El abrazaba mi cuerpo, pasando sus manos desde mi nuca hasta la espalda rozando con sus dedos mis tetas cuando pasaba por mis costados. Seguía con la polla dura, caliente, se notaba que no había terminado. Se frotaba contra mi intentando no bajar su erección, procurándose el placer de mi piel caliente contra su miembro. Una de sus manos fue hasta mi boca, rozándome los labios con su pulgar.

– “¿Satisfecha?”

– “Uff demasiado…”

– “¿Hemos acabado…?

Claramente era una provocación, me estaba desafiando. Me levanté como pude, subiendo con mis rodillas hasta erguir mi cuerpo delante de él. Su polla quedo entre mis piernas y sin pensarlo, la agarré. Le dediqué unas caricias entre mis dos manos. Masajeando aquel pedazo de carne que tanto placer me había dado. El suspiró. Me miró.

– “¿Hay riesgo…”?

Yo me elevé y me dejé caer sobre su polla. Estiró el cuello, buscando aire. Me la clavé. Mi coño recibió su polla como agua de mayo. Arqueé mi espalda y dejé que su polla llegara hasta lo más profundo de mí. Apoyada en su pecho cogí confianza a medida que sentía como mi cuerpo volvía a ser una fuente de flujo. Él solo podía agarrarse a mi culo y ayudarme al movimiento. Poco a poco la lentitud se volvió deseo, mis caderazos eran mas fuertes. Sus manos me agarraban con mayor presión. Entonces recibí un azote inesperado que casi me despierta del sueño.

– “Sigue zorra” ZAS, un nuevo azote, un nuevo rico azote….

– “¿Así joder?”

– “Que sigas”

ZAS, otro, y otro, y otro. Recibir aquellos golpes solo me ponían más cachonda. Quería más, agarró mis tobillos y me hizo ponerme en cuclillas. Agarrándome por ellos elevó su cadera y comenzó a follarme como un autentico animal. Su mirada clavada en mis ojos. Con una mano me agarró la cabeza y obligó a que mirara como su polla percutía en mi coño. Solo se oía el choque de sus huevos contra mí. Jadeó y en un tiempo que para mi fueron milisegundos, sentí como un chorro de semen inundaba mi coño. Instintivamente llevé mi mano a mi clítoris y comencé a masturbarme. Otro chorro caliente salió a presión y mi orgasmo llegó sin poder contenerlo. Sentí como mis muslos perdieron fuerza y tuve que dejarme caer contra su cuerpo, perdiendo el contacto con su polla. Noté como se la agarraba y se masturbaba provocando que uno, dos y hasta tres chorros de semen caliente cayeran sobre mi espalda…

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