Te contaré una historia, es tu decisión juzgar si es una historia creada por mi imaginación, un recuerdo lejano, o un sueño prohibido. No importa lo que decidas, lo que realmente importa es que mientras vayas leyendo estas líneas te dejes llevar por las sensaciones y la imaginación, es el único pago que exijo antes de que continúes leyendo.
Hace mucho, mucho tiempo…
Días más o días menos. Un viernes a la víspera de la noche, me encontraba saliendo de mi casa. Bien arreglado, perfumado y con un aire de nerviosismo. Recuerdo que todos los viernes recorría el mismo camino, cruzaba las mismas calles y me detenía unos segundos detrás de su puerta, con mis latidos erráticos y con muchos nervios, siempre me debatía en si tocar, siempre existía esa expectación al verla una vez más. Mis ojos estaban fijos en un cielo totalmente despejado. No había nubes en el firmamento. Recuerdo que el cielo era un terciopelo oscuro, tachonado de brillantes estrellas. Brillaban en forma de joyas en todo su esplendor.
Una gigantesca luna coronaba el paisaje. Era tan grande y tan redonda que parecía sacada de un cuento de hadas. La brisa era fría, pero no era helada. Era fresca y tenía un toque de aroma a lluvia, el viento susurraba a través de la copa de los arboles como un ser antiguo que conoce muchos secretos.
Siempre tocar la puerta era lo más difícil, esperar no tanto, el tintineo de unas llaves hace acelerar mis latidos, las manos me sudan y mis nervios crecen a su máxima potencia. Verla me hace sonreír como tonto, besarla me hace feliz, inclusive si solo fue un pico. Los saludos son siempre iguales, piquito y preguntas por protocolos.
El morbo de un pervertido comienza con la esencia principal de la decadencia de un pensamiento decente. Empieza a través de las ventanas de mis ojos, se forma como un cataclismo en el núcleo de mis neuronas. Produciendo dopamina a nivel industrial. Es la antología de un deseo con aroma a expectación. La base fundamental del morbo de un pervertido es la imaginación, no importa que tan caballero seas, todo pensamiento te lleva a lo mismo, a imaginarla desnuda. No importa lo decente que seas, no importa si la has besado o no, no importa si la acabas de conocer, si te gusta, la deseas y si la deseas la imaginas.
Las horas con ella avanzaban de prisa era imposible no hacerlo me sentía demasiado a gusto en su presencia, mi reloj siempre marcaba en un parpadeo las nueve de la noche, la hora siempre de la despedida. Siempre le robábamos una hora más al día, pero siempre llegaba la inevitable hora de irse.
Los besos eran lo más geniales, esos que se dan por el puro deseo que ese es limite.
La besaba como si ella fuera la droga de mi adicción, como si fuera mi aliento de vida. Mi lengua exploraba su boca como poseso, mi deseo iba más allá de lo caballeroso, la besaba a lo primitivo, la besaba con todo el deseo no saciado.
Recuerdo el beso de ese viernes, no recuerdo porque estábamos recostados en esa pared, ni recuerdo porque sus piernas rodeaban mi cintura, lo que sí recuerdo es que mi erección palpitaba dolorosamente en mis pantalones, mi lengua se abría paso en su boca mientras mis manos exploraban los límites permitidos, en ese momento quería más, quería meter mis manos en esos shores de suave tela, quería saber si me deseaba, aunque tenía una clara pista por la forma en que me besaba que estaba excitada, su respiración al igual que la mía era desigual. El latir de su corazón era tan errático como el mío, no solo era mi cuerpo teniendo una reacción al suyo, éramos ambos danzando en esa danza llamada morbo.
Yo quería más, sabía que solo tenía que recorrer unos centímetros más abajo y encontraría la entrada a su sexo, mis manos ya recorrían sus muslos, mientras mis labios reclamaban su cuello. Sus grandes senos estaban pegados a mi pecho, nosotros nos amábamos, nos hacíamos el amor con la ropa puesta, nosotros hacíamos el amor con un simple y excitante beso.
Una de mis manos apretó sus caderas, masajeo sus nalgas y siguió más arriba recorriendo en suaves caricias sus costillas, alcanzó por debajo el borde inferior de sus senos. Mi erección palpitaba exigiendo atención, quería tomar su mano meterla debajo de mi pantalón y hacerla que me diera placer. Pero sabía que eso no sería suficiente para calmar mis ganas, tal vez si interrumpía nuestro beso la ponía de rodillas y metía mi erección en su boca quizás con eso calmaría un poco de mis ganas, pero sabía que también era inútil, mi deseo iba más allá… mi excitación solo podía ser calmada si me introducía en su sexo de un solo embiste.
Mi mano se coló por debajo de su brasier, toqué levemente su pequeño pezón y joder, creí morir, ese simple toque causó cortocircuito en todo mi sistema, el morbo y la excitación alcanzaron nuevos niveles. Ella seguía enroscada en mí, sus piernas se aferraban a mis caderas de la manera más erótica, su sexo estaba pegado a mi abdomen, mientras yo llevaba a cabo un asalto a su boca y a su seno. Mi mano libre buscó más allá de sus muslos, encontré la abertura de sus shores, y rocé el borde de sus pantis. Toqué esa frontera que une sus piernas y su sexo. Ese punto donde si me abusaba podía terminar yéndome al infierno si ella me rechazaba o a la gloria si ella me aceptaba. Mi deseo me decía continúa, pero mi pánico me decía detente, era difícil seguir una decisión lógica, cuando tu cuerpo estaba sobrecargado de sensaciones placenteras, donde solo querías penetrarla de la manera más vil y descarada, donde tus manos tenían vida propia y ya no querían obedecer al cerebro.
Tomé una decisión, llevé mis dedos más allá de lo caballeroso, y encontré la entrada de su sexo. Un sexo que estaba húmedo y deseoso de mí. Un leve gemido escapó de sus labios, interrumpiendo nuestro beso. Ese sonido, ese gesto. No sabía que lo causó… pero mis manos abandonaron su seno encontraron la bragueta de mi pantalón y mi erección quedó libre, mis dedos abrieron espacio entre sus shores y sus pantis. Guie mi erección a su sexo y la penetré desde la cabeza hasta la empuñadura, no fue suave, no fue delicado, fue tan primitivo como el deseo que recorría mi torrente sanguíneo. Me empecé a mover tan rápido como podía, su sexo babeaba por mí, ella me abrazaba, yo la abrazaba mientras la penetraba, el vaivén de mis caderas me llevaron rápidamente a ese filo inestable que me llevaría al orgasmo.
Tomé aire y aguanté, le debía eso, no había encontrado una cama, no la había desnudado, al menos le debía eso. Callé la sangre que nublaba mis pensamientos, escuché esos pequeños gemidos que ella producía, me dejé guiar por el compás de sus gemidos, por la sincronización de sus jadeos, cuando ella alcanzó el orgasmo aumente la velocidad de mis movimientos, la tomé por las nalgas en un firme agarre, me moví tal cual me gusta y estaba vez caí sin miedo en ese abismo llamado clímax. Y allí abrazados, unidos por la cintura me sentía completo más que nunca. Su frente estaba perlada de sudor, su respiración estaba desigual… pero allí en ese momento éramos ella y yo, ella se veía espectacular, como una diosa salida de un cuento de hadas, pero tan real y tan tangible que sabía que jamás la podría olvidar.