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Tiempo de lectura: 9 minutos

Las piernas se le aflojaron tras el contundente crochet de derecha y su cuerpo se desplomó en la lona. Cualquier intento por levantarse resultaba infructuoso, dado que su cuerpo era ahora un peso muerto que se negaba a obedecer órdenes. Estaba groggy y la cabeza le daba vueltas mientras escuchaba la cuenta de diez. Ese breve impasse actuó como mecanismo de defensa, y transcurrido ese lapso sus funciones motrices se reactivaron para poder levantarse.

El combate tan sólo duró dos asaltos y la única baza con la que podría haber contado era la contundencia de sus puños, sin embargo, no le sirvieron de mucho frente a la velocidad, la condición física y la juventud de su oponente. Los golpes le llovían por doquier desde cualquier ángulo sin que Gloria pudiese hacer nada para esquivarlos. El jab de izquierda encontraba todos los huecos y no le concedía tregua ni un instante. Intentaba cubrirse con sus antebrazos, pero seguían impactando tres golpes de cada cinco. Por su parte, los puños que lanzaba Gloria no hacían más que perderse en el aire sin que ninguno de ellos impactara en el blanco, de ese modo su energía se iba consumiendo en cada intento que malgastaba espantando moscas en el vacío. Tras dos asaltos de tortura del jab de su contrincante, el uppercut le dobló las rodillas y la mandó a besar el suelo.

La cara le ardía, el ojo se le hinchaba por momentos y en esos segundos que estuvo en la lona no pensó en que una niñata más en forma que ella la había tumbado, sus pensamientos estaban con Miriam y en cómo gestionar una relación que se estaba convirtiendo en tóxica.

Ya contaba treinta y tres inviernos, y si alguna vez pudo haber tenido una oportunidad de ser algo en el boxeo, no supo aprovecharla, dada su singular forma de entender la vida, sus malos hábitos y su indisciplinada conducta.

Después de que el árbitro proclamara campeona a su rival, Gloria se encaminó a los vestuarios con la cabeza gacha enfundada en la capucha. Su entrenador la acompañó cogiéndola del hombro, en tanto los abucheos de los asistentes la increpaban mientras desaparecían por el pasillo hacia los vestuarios.

Tenía el ojo izquierdo hinchado y amoratado y la ducha fría actuó como un bálsamo. Se vistió, encendió un cigarrillo e intentó engañarse a sí misma pensando en un imposible.

—Si le hubiese cazado con un solo golpe…

—¡Toma! —le cortó la frase su entrenador haciéndole entrega de un sobre. —¡Coge tu dinero! He estado pensando mucho estos días. Deberías dejarlo. No voy a seguir contigo. Hace tiempo que debí dejarte. Se acabó.

—¿Pero qué dices?… Somos un equipo.

Su mánager le arrancó el cigarrillo de la boca y lo echó al suelo cabreado.

—No somos nada. Quizás pudimos serlo alguna vez, pero, mírate. Estás acabada. No entrenas, bebes mucho, fumas, no te cuidas. ¿Cómo pretendías ganarle a alguien más joven y más rápida que tú? ¡Coge tu dinero y soluciona tus problemas! ¡Busca un trabajo, lárgate o haz lo que te dé la gana! Ya estoy harto de dar la cara por ti. Me largo, —dijo en tono airado, dando un portazo al salir.

Gloria quedó tocada ante el segundo knockout de la noche. Terminó de vestirse y abandonó el local cabizbaja sabiendo que todo cuanto había dicho su manager no andaba lejos de la verdad. Sus problemas eran muchos y sus ganas de resolverlos pocas.

La lluvia era intensa. Se enfundó la capucha y se dirigió a casa permitiendo que el chaparrón empapara su ropa, inmersa como estaba en sus cavilaciones, pero antes hizo su parada de rigor en el pub. No le apetecía volver con Miriam y dar de nuevo la imagen de perdedora.

El barman la saludó y Gloria le devolvió el saludo de forma poco efusiva. A continuación tomó asiento en la barra intentando vislumbrar un horizonte alentador, pero sólo alcanzaba a ver las botellas de licor que tenía enfrente.

—Parece que no te ha ido muy bien esta noche, —le expresó viendo el aspecto de su rostro.

—Métete en tus asuntos, imbécil, —le advirtió.

—¡Joder Gloria! No te pongas así. Sólo digo lo que veo, —le dijo poniéndole la cerveza en la barra.

—¿Sabes qué?… Me largo, —manifestó en un arrebato, dejando la cerveza intacta.

—¿No vas a beberte la birra? —le preguntó aun sabiendo la respuesta.

—Métetela donde te quepa.

—¿Y quién va a pagarla? —gritó mientras ella se alejaba a la salida.

—Tu madre, —replicó cerrando de un portazo.

Al entrar en casa se quitó la cazadora y se descubrió la cabeza. Miriam estaba ya en la cama viendo una serie. Gloria se acercó y le dio un beso.

—¿Te han vuelto a zurrar? —preguntó al verle el ojo hinchado.

—Tendrías que haber visto la cara de la otra.

—Tienes el ojo morado.

—No es nada, —afirmó con otro beso.

Llevaban casi dos años juntas y todos los días se hacía las mismas preguntas: ¿por qué Miriam continuaba enamorada si para ella, Gloria era un lastre? Rebuscó en su memoria los días en los que disfrutaba de la relación en su plenitud, si es que esos días habían existido alguna vez. Quizás los primeros e intensos meses en los que la novedad ocultaba cualquier otro defecto, ¿pero, qué le aportaba Gloria ahora? Absolutamente nada, pensó. En cambio, la joven de veintiocho años seguía tan enamorada de ella como en aquel minuto uno cuando la defendió de un sinvergüenza que pretendía aprovecharse de ella. Hubo un tiempo en el que idolatraba su carácter despreocupado e indolente, con ese pasotismo del que hacía gala en ocasiones, y en cierto modo, Gloria utilizó esa personalidad errante en beneficio propio teniendo claro que no era lesbiana. Eso sí, siempre le había gustado picar de aquí y de allá, y por eso nunca contempló la idea de que la relación se prolongase demasiado tiempo, aun así, ya iban a hacer dos años juntas.

Gloria era consciente de que sin Miriam no tenía donde caerse muerta, dado que era la única que trabajaba y la que aportaba una seguridad y una estabilidad al hogar, tanto afectiva, como financiera, y con todo ello, el conflicto para Gloria era importante, por lo que la respuesta a sus preguntas siempre había sido que la necesitaba para seguir llevando esa vida bohemia de la que no quería desprenderse, sin contemplar el daño que se estaban haciendo mutuamente. ¿Qué debía hacer, seguir chupándole la sangre y vivir en una mentira o aceptar un trabajo de ocho horas diarias, cinco días a la semana? O quizás la quería y no sabía demostrarlo, o lo que era peor, no quería aceptarlo. Tenía muchas decisiones que tomar y ninguna de ellas le gustaba.

Gloria se quitó la ropa mojada y se desnudó por completo con la intención de meterse en la cama, dormir, no pensar y quizás tomar las decisiones al día siguiente, si es que iba a tomar alguna.

Miriam la contempló deseosa, extasiándose de su cuerpo fibroso por un instante. Se incorporó en la cama, apagó la tele y dejó que su mano se posara en los pequeños pechos con su dedo acariciando el diminuto pezón, después descendió por su abdomen recorriendo cada corte y cada estría, dibujando con él los nervudos recodos del vientre musculado, mientras Gloria permanecía de pie sintiendo las caricias y dejándose hacer. La mano continuó su descenso por los oblicuos siguiendo el camino marcado por una pronunciada “V” que señalaba la ruta hacia un sexo depilado, exceptuando un triángulo de pelillos que lucía en su vulva.

El dedo patinó por la babosa raja con lentitud reiteradas veces y Gloria exhaló un leve gemido al sentir la extremidad deambulando por su humedad. Sintió lo que otras muchas veces, la necesidad de ser ensartada por una buena polla, pero simplemente se conformó con los dos dedos que se afanaban follándola cada vez más rápido, y con movimientos pélvicos buscó toda la longitud de las pequeñas extremidades. Gloria levantó la pierna y subió el pie a la cama para facilitarle la penetración. Miriam cogió con una mano sus duras nalgas y con la otra siguió penetrándola con fervor, mientras los flujos empezaban a deslizarse por su mano en un chapoteo constante. La lengua de Miriam buscó el pequeño botón y se unió en el empeño de darle placer a la mujer a la que amaba.

Los movimientos de cadera de Gloria se acentuaron, los jadeos se intensificaron y el placer la desbordó en sentido literal. Fue entonces cuando se sentó jadeante y Miriam compartió los flujos de su mano con ella. A continuación la besó con pasión buscando ser correspondida, pero el ardor de Gloria se había desvanecido y ahora sólo le apetecía dormir.

—Lo siento. Estoy hecha polvo.

Miriam se resignó una vez más sin poner objeciones.

Eran las cinco de la tarde cuando regresó del trabajo. Gloria continuaba durmiendo. Yacía desnuda en la cama, tal y conforme se había acostado la noche anterior. La contempló un instante y la deseó una vez más, ahora bien, llegó el momento que había evitado a toda costa durante meses. Tenía que tomar la decisión después de haber intentado que la relación funcionase, en cambio, era evidente que sus esfuerzos habían sido en vano y no estaba dispuesta a seguir manteniendo su holgazanería ni a recibir tan poco afecto a cambio de todo el que ella le proporcionaba, sin mencionar todo aquello a lo que había renunciado por ella.

Gloria abrió un ojo con gran esfuerzo y vio de pie a Miriam observándola.

—¿Qué hora es? —preguntó.

—Las cinco de la tarde, —respondió con frustración.

—¡Joder! Me duele todo el cuerpo, —se quejó mientras se incorporaba en la cama.

—Has dormido toda la noche y todo el día.

—Sí, —respondió mientras se encendía un cigarro.

—No quiero que fumes en casa.

—No seas tiquismiquis, joder, —le increpó.

Miriam quiso estallar, decirle lo que pensaba, pero no se atrevió. Quizás no era el momento, pensó. Gloria abrió la nevera y cogió una lata de cerveza.

—¿Vas a desayunar cerveza? —le preguntó molesta.

—Pareces mi madre, joder.

Una vez más se contuvo, dio me día vuelta y se fue al salón con la ira contenida.

No quedaba mucha gente en el gimnasio a las nueve de la noche, dos mujeres haciendo cardio y Chema dándole al saco.

—¡Eh, Gloria! ¿Cómo te fue? Me dijeron que te zurraron de lo lindo, —declaró sin dejar de zurrarle al saco.

—Pues te engañaron.

—Sí, ya veo, —dijo contemplando su ojo morado. —Cámbiate y echamos unos guantes.

Gloria asintió, se dirigió al vestuario, se puso unas mallas cortas y arriba un top, después se calzó las zapatillas y salió luciendo su fibroso cuerpo.

—¡Joder! Cada día estás más buena, Gloria.

Ella sonrió con desgana y se puso las protecciones.

—¡Átame los guantes, anda! —le pidió.

Chema se acercó a ella. Le pasaba una cabeza, se inclinó y la miró desde su posición. Aspiró su aroma y la deseó como otras muchas veces.

—¿Cuándo vas a variar tu dieta? —le preguntó con segundas.

—Ya te lo haré saber. Ahora vamos a hostiarnos, —dijo dándole un golpe laxo en el hombro.

—Sí, partámonos la cara, —respondió sonriendo mientras subía al cuadrilátero. Gloria le siguió, seguidamente golpearon los guantes y empezaron a desplazarse por el ring. Ella lanzó primero el jab y Chema lo esquivó, volvió a lanzar otro que se perdió en el aire, por el contrario, el de él impactó en su frente sin que lo viera venir.

—La bollera esa tiene que ser la hostia follando para que no quieras una buena barbacoa y dejar un poco de lado el pescado, —le dijo, mientras sonaba con fuerza otro jab que le alcanzaba el mentón.

Gloria quiso taparle la bocaza y empezó lanzarle golpes en el costado intentando quebrar su línea de flotación y eliminar sus reservas de combustible, pero Chema se protegía con sus brazos en todo momento y los golpes no surtían el efecto deseado, por consiguiente, Gloria perdió los estribos y empezó a golpear una y otra vez con determinación, pero dejando su guardia al descubierto, y con ello un crochet de derecha se estrelló en su rostro, que, pese a las protecciones, lo sintió con contundencia, y sin llegar a caer, se abalanzó sobre él golpeándole reiteradas veces sin darle respiro, pero bajando la guardia, por lo que otro directo de derecha reventó de nuevo en su cara, de tal manera que la cólera se apoderó de ella y arremetió sobre Chema como si estuviese en una pelea callejera. Chema perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, y con ello Gloria siguió encima de él golpeándole y liberando su ira, mas éste se zafó, le dio la vuelta, cogió sus brazos y la inmovilizó en el suelo quedando encima de ella sin que tuviera ninguna posibilidad. Después la miró fijamente.

—¿Qué coño te pasa? —le gritó.

Gloria sintió ganas de gritar de rabia, liberar la furia contenida, pero también sintió algo más que el peso de su cuerpo. Notó su entrepierna en su sexo. Una corriente eléctrica transitó por sus terminaciones nerviosas y un movimiento involuntario buscó la presión del bulto que empezaba a endurecerse y a presionar. Ambos se miraron dejando de lado las hostilidades y se lanzaron a la vez a comerse la boca. Se deshicieron de los guantes con dificultad y retozaron sobre la plataforma sin separar, ni sus sexos, ni sus bocas. Chema presionó con rudeza una y otra vez como si quisiera penetrarla a través de las mallas, de tal manera que Gloria podía notar la envergadura de su polla queriendo clavarse en ella. Abrió un poco más las piernas y se dejó hacer.

—Quiero follarte.

—Sí, —articuló ella.

—Debería haberte zurrado antes.

—¡Cállate y fóllame, cabrón! —le espetó.

Chema le bajó las mallas, separó sus piernas, se bajó sus shorts junto a los slips y una erecta y apetitosa polla buscó la entrada del coño. Gloria la cogió y la palpó para mostrarle el camino y de un golpe certero de cadera se la hundió hasta los higadillos, haciéndole exhalar un sonoro gemido que recorrió la sala sin que eso le importara demasiado. Se aferró a las nalgas de él y las presionó con fuerza arañándole hasta hacerle sangrar, queriendo sentir toda su hombría. Los embates se aceleraron mientras ambos amantes gozaban el uno del otro.

—¿No te gusta más la carne que el pescado?

—No hables y fóllame.

—Ya veo que sí, —afirmó resoplando.

Sin desacoplarse se dieron la vuelta quedando Gloria arriba. Le arrancó la camiseta y recorrió con sus manos el relieve de su torso, se apoyó sobre él y movió su pelvis en un vaivén sintiendo cada centímetro en su interior. Chema se deshizo de su top dejando libres sus pequeños pechos. Pasó su mano por ellos y los apretó, aunque no había mucha carne que presionar, retorció los pequeños pezones y Gloria inició una cabalgada como la mejor de las amazonas.

Desde la zona de cardio, ambas mujeres observaban atónitas la ardiente escena sin que eso fuese un hándicap para los dos amantes.

Las manos de él descendieron a sus nalgas sin que éstas dejasen ni por un momento de contornearse sobre el cimbrel, y sin abandonar la galopada, un gran placer irrumpió en su sexo para proyectarse rápidamente por las terminaciones nerviosas adyacentes en forma de un orgasmo que la hizo gritar sin contemplaciones durante quince largos segundos, después quedó inerte encima de él, pero Chema le dio la vuelta sin esfuerzo y la colocó boca abajo a fin de penetrarla desde atrás. Le abrió las piernas con las suyas, posicionó el glande en la entrada y se la volvió a ensartar.

El goce se instaló de nuevo en su sexo e intentó mover sus caderas buscando también el placer de él, sin embargo, sin buscarlo, un nuevo clímax empezó a despuntar para, en pocos segundos volver a correrse entre jadeos, en tanto que las convulsiones de su vagina llevaron a Chema a un orgasmo compartido, y de inmediato extrajo la polla de su coño para eyacularle encima en potentes chorros de esperma que se desparramaron por las nalgas y la espalda.

A continuación se hizo a un lado y terminó de restregar los restos del miembro en sus nalgas.

—Menudo polvazo, Gloria. ¡Vente esta noche a mi casa!

Gloria se levantó desnuda, dirigió la mirada impasible hacia la zona de cardio y las dos mujeres apartaron la suya. A continuación se limpió el semen con la ropa deportiva.

—Quizás otro día, —dijo mientras abandonaba el cuadrilátero para dirigir sus pasos al vestuario. Chema la contempló caminando desnuda sin ningún pudor con la elegancia de una gacela y volvió a tener una erección.

Gloria abandonó el gimnasio y caminó de nuevo bajo una intensa lluvia que parecía no querer dar ninguna tregua. Había gozado con Chema, de eso no cabía duda, pero, con todo ello no creía haber cambiado nada en su ánimo. Fue bajo la intensa y fría lluvia cuando se dio cuenta de que amaba a Miriam y que no quería perderla; fue el frío de la noche el que la hizo reaccionar y hacer ver que sin ella sería ese mismo frío su sustituto y próximo compañero de viaje; y fue el repiqueteo de la lluvia en sus ojos el que se los abrió queriendo devolverle el juicio. Dos años eludiendo responsabilidades y desperdiciando todo el cariño que Miriam le daba, a cambio de nada. Dos años sin “dar un palo al agua” exprimiendo su generosidad y su paciencia sin ninguna aportación por su parte. Pero no sólo se reprochó su comportamiento, sino también haber desperdiciado todo ese tiempo en busca de una quimera, en vez de aferrarse a lo que siempre había estado delante de sus narices siendo el motor de su existencia, y que sin embargo no supo ver ni valorar por su embriaguez de egoísmo e ingratitud. Dos años lanzando puños al aire buscando un culpable de sus miserias con la pretensión de desfogar su apatía, su desidia, su ira y su frustración.

Ahora lo veía claro. Siempre había estado huyendo de una realidad que no quería aceptar. No quería enamorarse, y mucho menos de una mujer. No quería ser lesbiana, tan sólo tenía que haber aceptado su bisexualidad y dejarse llevar por los sentimientos.

Entró en casa empapada y tiritando, pero, al mismo tiempo exultante y jubilosa de saber por fin cual era su camino. Cogió a Miriam de los hombros, la miró a la cara y le dijo:

—Te quiero.

—Demasiado tarde, —respondió Miriam.

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