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Un trabajo no apto para todos. Dominación y fetichismo
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Tiempo de lectura: 3 minutos

– Sara García. – preguntó el jefe.

– Sí. – respondió la candidata apartando con la mano un mechón de pelo rebelde.

– ¿Sabe en qué consiste el trabajo?

– Sí, secretaria.

– Sí, pero una secretaria especial. Necesito alguien que lleve la agenda pero también alguien que me relaje. ¿Entiende lo que le digo?

Sara negó con la cabeza.

– Se lo voy a decir claramente con un ejemplo. Necesito a alguien obediente pero con cierta iniciativa, por ejemplo si le digo que se desnude o le pido que pase su lengua por mis partes íntimas, ¿lo haría?

Sara enrojeció.

– Este no es un trabajo para cualquiera. Está bien pagado y el apartado profesional es de nivel pero, sinceramente, necesito a alguien capaz de plantarme un beso en las nalgas si así lo ordeno. No se preocupe, si no lo tiene claro lo comprendo.

– Para serle sincero, la oferta me llamó la atención, el rango salarial es como el doble de los que otros ofrecen… yo creo que puedo probar.

El hombre se levantó de la silla poniéndose frente a la entrevistada.

– Esta bien, probemos. – dijo bajándose los pantalones y los calzoncillos y dejando su pene al aire.

Sara observó el miembro masculino como hipnotizada durante unos segundos. Luego se agachó y levantó los ojos mirando al varón.

Este asintió con la cabeza y la futura empleada se metió la verga en la boca y empezó a chupar. De vez en cuando levantaba la vista para ver la cara de placer de su nuevo jefe.

– El trabajo es tuyo. Empiezas el lunes.

***************

Hasta el miércoles incluido la semana discurrió sin novedad. Sara desempeño sus labores de secretaria convencional.

El jueves, su jefe solicitó un masaje en los hombros que la mujer llevó a cabo con eficiencia. Bien es cierto que la calidez de las manos, el olor a perfume y la cercanía hicieron que el hombre que la había contratado tuviese una erección. Pero todo quedó ahí.

El viernes la situación cambió. Todo comenzó de la peor manera posible, con un cliente descontento que amenazaba con rescindir el contrato. Pero lo peor fue cuando el jefe revisó el informe elaborado por la secretaria y encontró un error, precisamente, con el cliente conflictivo.

– Desnúdate.

La mujer se quitó la ropa quedándose en cueros. En su rostro la sombra del temor, el miedo a enfrentarse al enfado.

El hombre la miró de arriba a abajo. Era hermosa, y el sentimiento de lujuria se mezcló con el de cabreo. Durante un instante le entraron ganas de abofetear a la empleada, incluso, si hubiera tenido a mano un látigo o hubiese pertenecido a otra época, no hubiese dudado en azotarla en la espalda o en las nalgas con cierta contundencia.

Sin embargo lo que hizo fue, incluso, más humillante.

Se bajó los pantalones y ordenó.

– Quiero que me beses en el ano, que saques tu lengua y la metas en mi ojete.

Se dio la vuelta y se inclinó sobre el escritorio ofreciendo su culo, su raja generosa y humedecida por el sudor, una raja con largos pelos negros.

Sara observó el trasero, suspiró y se puso de rodillas. Con las manos separó las nalgas y sacando la lengua comenzó a lamer el agujero.

Al minuto o así paró un segundo para retirar de su boca un pelo.

– Sigue.

Sara reanudó la tarea lamiendo y chupando con avidez.

Entonces llegó la humillación.

Su jefe se tiró un pedo sin avisar.

Instintivamente la mujer se retiró, tosió y arrugó la nariz.

– ¿No te gustan mis gases? Mete ahora mismo la nariz en mi culo y respira hondo.

Sara obedeció y olisqueó.

– Mete la nariz y estate quieta.

– Así está bien. Prepárate que viene otro. Abre la boca y no te muevas.

La mujer obedeció y cinco segundos después la pestilencia en forma de ventosidad inundó sus fosas nasales y se coló en su boca. Una lágrima cayó resbalando por su mejilla derecha.

El jefe se incorporó, pellizcó los pezones de Sara y luego la invitó a que, como el primer día, cuidase de su crecido miembro.

El lunes de la semana siguiente Sara presentó la carta de dimisión.

Su exjefe se sentó en la silla, abrió el portátil y en la página web de la empresa republicó la suculenta oferta de trabajo, que, evidentemente, no era para todo el mundo.

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