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De casualidad
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Llegado el fin de semana, decidimos salir de casa para cambiar de ambiente. No teníamos nada programado, así que salimos a darnos una vuelta por ahí y relajarnos de la rutina diaria. Sin algo especial en mente, la verdad es que estuvimos abiertos a pasar el tiempo entretenidos en lo que la vida nocturna nos ofreciera.

Fuimos a visitar una zona muy frecuentada de la ciudad. Caminando por el lugar, nos llamó la atención entrar a un bar, tomarnos unos tragos y escuchar música. La iluminación era muy tenue adentro y el ambiente muy cálido, de manera que nos agradó a la primera impresión.

Para nuestra sorpresa, muy al fondo del lugar, además de música, los televisores proyectaban cine rojo y había muchas parejitas conversando, muy juntitas y al parecer muy enamoradas. En principio nos pareció el lugar equivocado, pero decidimos quedarnos y pasar un buen rato. Además, las películas eróticas que se proyectaban le daban cierto encanto al hecho de estar allí y ciertamente resultaban excitantes.

Sin embargo, más tarde, simplemente nos pareció monótono el ambiente y decidimos darnos una vuelta por otro lugar. Abandonamos el sitio un tanto excitados por la impresión que las películas habían causado en nosotros, pero, sin nada especial para hacer, empezamos a deambular por las calles sin rumbo fijo. Veíamos gente por doquier y disfrutábamos de la vista.

Nos llamó la atención otro bar, muy bien decorado e iluminado, así que decidimos entrar. Al igual que el anterior, el lugar tenía luces muy tenues, y, como entretención para adultos, se presentaban shows de striptease. Nos gustó la presentación que allí se estaba dando, así que nos acomodamos para pasar el rato. Pedimos bebidas y snacks y nos dispusimos a terminar de para la noche.

Habrían pasado tres shows cuando, en medio de la penumbra, nos pareció identificar una figura conocida en medio de las personas que ingresaban al lugar. Se trataba de un hombre negro, que, con tan poca luz, todavía más oscuro se veía. El tipo recorría el sitio, mirando con detalle, de mesa en mesa, a todas las personas que estábamos ahí. Y no tardó en llegar hasta nosotros. Al vernos puso cara de sorpresa y atinó a decir, admirado, ¡mire donde los vine a encontrar!

¡Hola! Dijimos mi esposa y yo al unísono. ¡Qué casualidad! ¿Qué haces por aquí? Hace días estaba con la intención de visitar uno de estos sitios y vine a darme una vuelta por estos lados y ver si ligaba algún programa. Y parece que estoy de buenas porque me los encontré a ustedes, comentó. ¿Los puedo acompañar? Sí, claro, respondí, mirando a mi esposa, quien no puso ninguna objeción. Wilson, su corneador habitual, y que casualmente llegó a ese lugar, rápidamente se ubicó al lado de ella y, hablándole al oído, le empezó a conversar.

Supuestamente estábamos entretenidos observando a las muchachas en los shows, pero aquellos, mi esposa y Wilson, bien pronto decidieron buscar su propia entretención. Cuando medí cuenta, ya mi esposa estaba inclinada mamándole la verga a su macho, totalmente indiferente de lo que allí pasaba y Wilson, claro, había encontrado su entretención en la noche. El estaba feliz, disfrutando el trabajo que hacía la boca de mi mujer con su pene.

¡Patrón! Me dijo, parece, que la patrona tiene ganas. ¿Hace cuánto que no le hace mantenimiento? La verdad, no mucho, le contesté, pero usted sabe que ella se prende de inmediato cuando usted aparece en escena. Sí, me estoy dando cuenta, comentó. Ustedes dirán. Yo no tengo nada que hacer esta noche. Espérese a qué termine lo que está haciendo y le preguntamos qué quiere hacer.

Un rato después, haciéndose la desentendida de todo, ella se incorporó para seguir viendo los shows y pareció dar a entender que nada había pasado. Y era evidente que la calentura ya se estaba manifestando, porque al minuto ya se estaba besando con Wilson de manera descarada, en frente mío, como si yo no existiera. Seguir como si nada hubiera pasado. Y nuestro amigo, seguro que su conducta era tolerada, se aprovechaba para estimular su clítoris sin resistencia alguna en medio de aquella oscuridad.

Creo que ya está bueno, dijo ella en algún momento, tratando de mostrarse cuerda y sensata ante la calentura a la que la tenía sometida su corneador. ¿Está bueno, de qué? Pregunté. Pues que ya están repitiendo los mismos shows y ya llevamos un buen rato aquí. Podríamos irnos a otro lado. Perfecto, respondí. ¡Vamos pues! ¿Y a dónde quieres ir? No sé, respondió. Vamos a otro lugar, dijo, pero no concretó a qué lugar exactamente. Suele mostrarse indiferente en estas situaciones y no dar indicios de lo que realmente quiere.

Wilson, cómplice en estas situaciones, comentó: No le gustaría ir a bailar un rato y así nos calentamos un poquito, porque está haciendo frío. Me parece buena idea. ¿Dónde? Pues, vamos y busquemos, por acá debe haber varios sitios. Y, dado que estuvieron de acuerdo en ese plan, salimos del lugar y emprendimos la búsqueda, que no fue difícil, porque, casi que al frente de donde estábamos había una discoteca. Así que prácticamente salimos de un sitio e ingresamos a otro, sin mucha demora.

El corneador tenía sus ideas claras con respecto a lo que se venía, por supuesto, y ella, por lo que vería a continuación, parecía que también. Entramos al lugar, nos acomodamos en una mesa y dado que había buena música, la invité a bailar. Así que salimos los dos a probar la pista de baile y calentar el ambiente. El lugar estaba animado y estuvimos danzando, tal vez, unas tres o cuatro piezas, mientras Wilson, en la mesa, bebía algunos tragos de licor y esperaba su turno con paciencia.

Al llegar a la mesa, yo venía con la intención de darme una pausa. Ella, por el contrario, ya insinuaba que quería algo más de acción y le hizo señas a Wilson para que la acompañara a la pista de baile nuevamente. Y él, sin duda alguna, de inmediato respondió a la invitación levantándose de la mesa como un resorte, siguiéndola sin reparo alguno. Al pasar a mi lado, comentó, como que tiene mucha energía la patrona esta noche.

Me quedé mirándolos y, como era de esperarse, muy pronto se les vio muy compenetrados, bailando con sus cuerpos muy juntos. Se diría que ya, desde ese mismo instante, copulaban, aunque con la ropa puesta. Era evidente que nuestro amigo hacía todo lo posible para estimular al máximo a su hembra, procurando que ella, por supuesto, estuviese motivada y lista para entregársele cuando llegare el momento. Y con ese propósito forzaba el contacto de su cadera con la de ella, de modo que tuviera presente la dureza de su virilidad en todo momento.

Observé cómo él le hablaba al oído mientras bailaban y recordé cómo, aquella primera vez, el contacto estrecho de sus cuerpos fue lo que desencadenó que ella tomará la decisión de tener sexo con él, apenas habiéndose conocido. Wilson me confesaría después que, mostrándose ella muy dubitativa y desconfiada, él le había puesto una de sus manos sobre su pene erecto y le había dicho: “Mamita, mira cómo me tienes. Ya nos conocimos, así que conozcámonos bien y no perdamos la oportunidad”. Y, más que las palabras, fue la textura y dureza del miembro varonil lo que desató en ella toda su lujuria.

Al cabo de un rato volvieron a la mesa. Ella, sin embargo, siguió de largo hacia el baño. El, por el contrario, se quedó conmigo en la mesa y me acompañó bebiendo un trago del vodka que había ordenado para pasar el rato. Patrón, me dijo, la patrona está muy activa y creo que está reclamando mantenimiento. ¿De verdad? Cuestioné. Sí, respondió él, usted y yo ya la conocemos y sabemos cómo se comporta. ¿Y es que ya concretaron algo? Pregunté. No, pero está claro lo que ella quiere, dijo. Y lo que ella quiere es que usted le dé su revolcada, comenté. Ciertamente, así es, respondió.

Pero, seguí, ¿le ha manifestado algo? No, pero yo sé que va a ser así. Uno lo intuye. Y, tratándose de ella, no es difícil percibirlo. Bueno, contesté, esperemos a que vuelva y definimos qué vamos a hacer.

Ella, de hecho, al poco rato apareció, maquillada y compuesta nuevamente, porque después del encontrón bailable con el macho de su predilección había quedado bastante desarreglada. Y ya, en sus cabales, se sentó a hacernos compañía y, mostrándose muy relajada y desinhibida, le dijo a Wilson que le sirviera un trago. Así que bebimos los tres. Y después de aquello, nuestro macho, experimentado en las lides de la seducción y muy embaucador, comentó: Les agradezco mucho el ratico, mañana tengo compromisos, así que los tengo que dejar.

Ella, de inmediato reaccionó. ¿Cómo así? Indagó. ¿No te puedes quedar otro ratico? Bueno, dijo, pero no mucho. Peguémonos la última bailadita, entonces. De modo que mi mujer se levantó, lo cogió de la mano y casi que lo arrastró camino a la pista de baile. Los vi entrelazarse y empezar a dar los primeros pasos de baile, pero casi que, al instante, regresaron a la mesa. ¿Qué pasó? Pregunté. Ella, sin más vueltas, se apuró a decir, ¿podemos irnos a otro lugar? Quiero estar con él antes de que se vaya.

Bueno, respondí, si quieres, ¿por qué no? Sí, respondió ella. La verdad, si quiero. Pero no le hemos preguntado a Wilson. ¿Será que si tiene tiempo? Pregunté mirándole a él pícaramente. Usted sabe, patrón, que por ustedes hago el sacrificio, contestó. Entonces, ¡vamos! Me apuré a decir. Váyanse adelantando a buscar el carro, que yo ya les alcanzo. Y procedí a acercarme a la barra para cancelar nuestro consumo.

Cuando llegué al parqueadero, ellos estaban abrazados, besándose apasionadamente, ajenos a lo que pasara a su alrededor. Así que yo, activando el dispositivo para abrir las puertas del vehículo, les dije, ¡menos espectáculo y arriba, pues! Adentro del carro hacen lo que quieran. Y, aunque lo dije a modo de broma, prácticamente así fue, porque ellos optaron por subirse en la silla trasera. Y ella, mi caliente y excitada esposa, no más estar adentro, optó por bajarle el pantalón a nuestro amigo y montársele en su dura y palpitante verga.

No había nadie más que nosotros en el parqueadero, así que aquellos empezaron su faena sin escrúpulo alguno. Yo me quedé contemplando por el espejo retrovisor cómo ella movía su cuerpo, estando sentada encima de Wilson, quien, entregado al momento, acariciaba su cuerpo llevando las manos por debajo de su blusa. ¿Van a hacerlo aquí o vamos para otro lado? Vamos para otro lado, respondió ella, que no quede muy lejos. Okey, respondí. Pero mientras maniobraba para salir conduciendo del lugar, ambos estaban entregados uno al otro, aprovechando el tiempo.

Conduje el vehículo fuera del parqueadero y me dirigí a uno de los tantos lugares que frecuentábamos, esperando no tener dificultad para el ingreso, que, a veces, por el día y hora, resultan un tanto congestionados. El trayecto no fue muy largo, tal vez unos diez minutos, porque, en el recorrido pude identificar un sitio que no nos era familiar, pero se le veía disponible. Así que ingresé sin dudar un segundo. Ya llegamos, dije. Así que ellos detuvieron sus escarceos y se comportaron un tanto mientras nos acomodábamos en una habitación.

No fue problemático, porque el vehículo entra en un garaje que conecta con la habitación, encerrados, lejos de la vista de cualquiera. Así que ellos sin darle importancia a las formas, bajaron un tanto semidesnudos. Mi mujer se había despojado de la falda y sus pantis, de modo que bajó vestida únicamente con su blusa roja, sus medias negras y calzada con sus zapatos de tacón. Y Wilson, más conservador, subiéndose el pantalón y ajustándose el cinturón. El encuentro ya había avanzado, de modo que no había mucho espacio para los preliminares.

A entrar al cuarto, ella no esperó un instante y terminó de quitarse las pocas prendas que aun la vestían, dejándose puesto, como siempre, sus medias y sus zapatos. El, en respuesta, se apuró a desvestirse, muy rápidamente, para no desentonar con la premura que ambos parecían tener por terminar lo empezado.

Ella, de inmediato, se acostó sobre la cama y abrió sus piernas coquetamente para recibir a su macho. Estaba realmente excitada y totalmente dispuesta a disfrutar de su hombre sin perder la ocasión. Me excitó sobre manera la forma como Wilson abordó a mi esposa. ¿Empezamos así? o ¿lo quieres hacer de otra manera? le preguntó. Así está bien, respondió ella, pero ¡ya!, pronunció casi que, en tono de súplica, De modo que, con su consentimiento, él la penetró con mucho vigor y a mi gusto un tanto brusco. Sin embargo, ella pareció esperarlo con mucha ansiedad y realmente disfrutarlo, porque, no más sentirse penetrada, empezó a contorsionarse y gemir de manera un tanto descontrolada.

Él ya sabe lo que le gusta a mi esposa y cómo le gusta, de modo que empezó a desarrollar su rutina y hacerla gemir como sólo él sabe hacerlo. Su verga, tiesa y erecta, entraba y salía del cuerpo de mi esposa a voluntad, mientras, para generar más morbo, metía y sacaba su lengua en la boca de mi mujer, haciéndola coincidir con sus embestidas. Y ella, encantada, respondía al gesto, saboreando la lengua del macho y gimiendo al ritmo de sus embestidas. Daba gusto ver como ella empujaba sus caderas en respuesta a las aproximaciones del macho, haciendo ver que disfrutaba de la aventura a plenitud.

Wilson es un mulato aguantador, de modo que dura imperturbable meneando su pene encima de la hembra por mucho tiempo, aumentando la excitación y placer de sus conquistas. Mi esposa, en este caso, disfruta que los momentos de placer se prolonguen y es ella, quien, casi siempre alcanza sus orgasmos y termina antes que su macho siquiera muestre signos de agotamiento. Eso es lo que más valora ella de sus encuentros sexuales con él. Y esta vez no era la excepción.

Ponte de perrito, que te quiero dar por detrás, le sugirió él. Y ella, más que obediente, de inmediato se dispuso en la posición que él quería y expuso su cola, meneándola y empujándola hacia él, que más temprano que tarde la volvió a penetrar. Esta vez, moviendo su cuerpo a placer para encontrar en ella la respuesta adecuada. No sé por qué, pero ella encuentra muy excitante que, recostada de lado sobre la cama, él la siga penetrando desde atrás. Cuando lo hace, él toma las piernas de mi mujer y las levanta a voluntad, tal vez buscando generar mayor contacto o presión sobre su pene. Lo cierto es que ella disfruta de lo lindo en esa posición.

Ayyy, ayyy, ayyy, te siento rico, ¡dale! ¡dale! ¡dale!… es la fórmula lingüística que utiliza mi esposa para darle a entender a su macho que la tiene al borde del clímax y que la está follando como ella quiere. Y Wilson, que ya sabe cómo es la vuelta, procura hacer que su rutina siempre funcione. Ella, entonces, empieza a gemir más fuerte, a mover su cadera descontroladamente, a llevar sus brazos por detrás de su cabeza y, finalmente, a denunciar su extremo placer con un sonoro Uuuyyy… Ahí sabe uno que la cosa alcanzó el grado máximo de excitación y disfrute.

Después de aquello, ella se relaja al punto de dormirse un rato, pero en esta ocasión, tal vez con la idea de que Wilson nos dejara, no quiso desaprovechar la ocasión. Se excusó un momento con el pretexto de ir al baño y, al volver y encontrar otra vez a su macho con su miembro enarbolado, no perdió tiempo y lo cabalgó para empezar nuevamente. Esta vez, ella tomó el control y empezó a mover su cuerpo acorde a la intensidad de las sensaciones que aquel contacto le producía.

Estás muy activa y motivada hoy, le decía Wilson. ¿A qué se debe? Preguntó. Hace rato que no nos encontrábamos y hay que aprovechar esta casualidad. No es de todos los días, le decía ella mientras seguía moviendo su cuerpo. Adelante y atrás, encima de él. ¿Y te ha gustado lo que hemos hecho? Insistía él. Mucho, contestaba ella. Ya sabes que me derrite hacer el amor contigo, así que no puedo desaprovechar la oportunidad. Y esa conversación, mientras ella lo cabalgaba, ayudaba a estimular mucho más su encuentro. Pues, mira no más, cómo me la tienes con solo verte… Y así como te mueves, todavía más dura se pone.

Ella, oyendo esas palabras, empezó a mover su cadera, todavía más, haciendo movimientos circulares. ¿Te gusta? Preguntaba. Sí, respondía él, lo haces muy rico. Me siento muy hombre ante toda una hembra. Me estás exprimiendo. Entonces, ella, enfocada en que su macho quedara satisfecho, le acariciaba la cara, los hombros, el pecho y seguía sacudiendo sus caderas, ahora ya muy vigorosamente hasta que él, la tomó por su torso y la tumbó a un costado de él, sobre la cama, se incorporó y apunto la expulsión de su semen en la cara de mi esposa.

Dame el gusto de ver cómo me llevas dentro de ti, le dijo Wilson mientras el chorro de su semen se esparcía por la cara de mi mujer. Ella, dándole gusto, saboreó los restos que goteaban en el glande y chupo su pene con vigor, terminando de complacerlo. Oye, le dijo, me has excitado como nunca. No me había visto así en mucho tiempo y verte comiendo mi leche me ha calentado mucho más. Tengo que compensarte. Y, dicho esto, se escurrió hacia abajo, sobre su cuerpo, hasta colocar su rostro a la altura de su vagina, para empezar a chuparla con gran dedicación. Ayyy… exclamó ella tan pronto él empezó su trabajo.

Wilson se dedicó a chupar y chupar el sexo de Laura, que, se sorprendía de ver cómo aquel hombre la seguía estimulando y calentando sobre manera. Ella apretaba sus piernas contra el rostro de su macho, que, insistente, seguía jugando con el clítoris de la hembra y estimulando el interior de su vagina con sus dedos. Ella, nuevamente estaba empezando a sentir cosas en su interior y así se lo hacía saber a él. Oye, no sé qué haces, pero se siente rico, decía. Hasta que ella, entregada a sus sensaciones, pareció alcanzar de nuevo su orgasmo, porque su rostro enrojeció y su cuerpo se contorsionaba.

Después de la tempestad llegó la calma. Wilson se corrió lentamente hacia arriba para besar a mi mujer. Quiero que sepas a qué sabe tu sexo, le decía mientras la besaba y la acariciaba por todas partes de su cuerpo. Ella, aun congestionada por la profunda emoción que había experimentado, solo atinaba a responder a los besos del macho con la misma intensidad con la que él lo proponía. El momento fue la culminación de aquel placentero y excitante encuentro. Ya, ambos, más calmados, y pasada la calentura, se dieron una pausa y quedaron allí, tumbados en la cama, charlando un rato.

Ufff, dijo ella, está vez nos pasamos de la raya. ¿Por qué? Preguntó él. No sé cuántas veces habré llegado, pero, de verdad, fueron muchas. Mirá cómo humedecí la cama. Me sentí chorreando líquido todo el tiempo y muy excitada. Algo sucedió esta noche, que todos mis sentidos explotaron de emoción. TE sentí muy rico, más que las otras veces. Estuvo super, de verdad. La pasé muy pero muy rico.

Laura, yo también la pasé bien, dijo él. Dicen que las causalidades no existen, así que hoy nos teníamos que ver. Era hoy o nunca. Y creo que valió la pena. Usted ¿qué dice, patrón? Pues yo estaba que me hacía pajas de la emoción de verlos a ustedes tan excitados disfrutándose el uno al otro. Vi a la dama muy emocionada con cada una de sus maniobras, así que valió la pena encontrarnos y pasar esta velada. Casualidad o no, pienso que todos quedamos satisfechos. ¿O, no? Y no sé si ella todavía tenga energía para darse un sexual adiós.

No fue más sino decir eso y ella, entusiasmada como estaba con su semental, se agachó para meterse aquel pene una vez más en su boca y, de a poco, sentirlo crecer y ponerlo a punto de nuevo. Le lamía el glande y masajeaba el tronco de arriba abajo. La verga de nuestro amigo se puso erecta otra vez, y otra vez surgió en ellos el deseo de compartirse. Wilson se montó sobre mi esposa, en la posición del misionero, ¿Me puedo venir dentro de ti?, le preguntó. Sí, respondió ella, no hay problema.

No hay problema es la aprobación absoluta para que el amante haga con ella lo que quiera y, en este momento, Wilson solo se limitó a penetrarla, y meter y sacar su pene de la vagina de mi esposa, que, encantada, rodeaba el torso de él con sus piernas, aferrándose con las manos a sus nalgas, sugiriendo que fuera más profundo dentro de ella y siguiera haciendo lo que estaba haciendo, al parecer más que bien.

Esta vez, el intercambio sexual tuvo un matiz más romántico y amoroso. Más que sexo desenfrenado, realmente se estaban agradeciendo por lo vivido y cada movimiento era sutil y delicado. Ya no había brusquedad en los embates del macho sino delicadeza en las atenciones con su hembra, que, agradecida, respondía con cálidos y amorosos besos las atenciones de su macho. Más pronto que tarde Wilson aligeró un poco sus embestidas y, en un momento dado, apretó su cuerpo contra el de ella, señal inequívoca que su trabajo había llegado a su fin.

Ella lo supo, porque, según ha dicho siempre, la textura de la piel en la parte baja de la espalda se altera, como piel de gallina. Y de esa manera ella identifica que el hombre ya eyaculó. Y ella, entendiendo la situación, agradeció a Wilson una vez más por sus atenciones y se prodigó en alabanzas por lo bien que la había hecho sentir. El, por su parte, le dijo que difícilmente podía olvidar todas las experiencias que han compartido porque, cada vez que se encuentran, él la encuentra más atractiva y excitante. Y él, siempre estará dispuesto a complacerla, así sea como hoy, que nos encontramos de causalidad.

Y así, después de caricias, besos y muchos abrazos, la velada finalmente terminó y todos para su casa. Fue una buena causalidad que desbordó en una excitante aventura. Y mi mujer, muy feliz.

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