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Paja en las duchas del gym con el mirón
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Tengo 27 años y mido 1,70. Soy delgado, moreno, con el pelo negro y rizado. Mi cuerpo es atlético porque me dedico a ir al gimnasio y al yoga a diario. Tengo una novia bastante atractiva y me gustan las chicas, sin embargo, los hombres siempre han despertado en mi gran curiosidad y morbo. Fantaseo constantemente con los chicos guapos del gym y con hombres que veo por la calle o las redes sociales. He tenido algunas experiencias sexuales con tíos pero ninguna como la que viví aquel día en el gimnasio al que voy.

Era un día cualquiera, lluvioso, solía ir tarde al gym dos horas antes del cierre para evitar las horas picos a las que no se podía entrenar a gusto por la aglomeración de clientes. Llegué a las 8 de la noche, todavía había mucha gente y el armario estaba hasta arriba de hombres cambiándose. Se me iba a la mirada en los tíos desnudos, sobre todo aquellos que venían de la piscina pues eran los que menos pudor tenían en enseñar su culo para ir a las duchas. Siempre tenías el placer de ver cuerpos increíbles en el gym, hombres que parecían salidos de la tele, definidos, altos y con mucha belleza. Pero a mí, los que más me atraían, eran los jovencitos. Esos que todavía conservan esas inseguridades adolescentes, los cuerpos lampiños y delgados, que iban al gimnasio a pasarlo bien. Esos chicos de 21 años, cuando se desnudaban delante de mí, causaban toda clase de fantasías en mi cabeza. Más de uno pillé mirando mi culo mientras me cambiaba y uno que otro con la polla morcillona mientras se cambiaban en los vestuarios.

Al acabar de entrenar, estiré como normalmente hacía y luego fui al vestidor para ducharme pues ese día había sudado un montón. En el vestidor hay múltiples espacios para guardar las cosas y cambiarte. Yo solía ponerme en el del medio para tener mayor campo visual de los tíos que allí estaban. Esta vez, por la hora, parecía que estaba solo. Procedí a quitarme la camiseta y el pantalón, quedando en calzoncillos. Como soy vergonzoso, antes de quitarme los calzoncillos sacaba la toalla de la mochila antes para taparme. Saqué la toalla de la mochila, pero como pensaba que estaba solo, ese día no me tapé y dejé mi culo al aire. Cuando de repente, escuché detrás de mí una puerta de armario abrirse. Al voltear, vi a un chico de 24 años aproximadamente, habíamos coincidido varias veces entrenando en sala. Era más bajo que yo en estatura. Cabello liso y rubio, con un poco de barba en la barbilla. Muy guapo. Con un cuerpo muy definido y trabajado, sin tanto músculo, varonil. Era uno de aquellos chicos que había visto mirando mi culo en alguna ocasión.

Ahí estaba el, haciéndose el indiferente, quitándose la ropa para ir a las duchas. Yo me esforzaba por no desviar mi mirada a él. Inconscientemente, la situación me puso muy cachondo. Mi polla empezó a ponerse morcillona, mi corazón se aceleraba y yo nervioso, trataba de disimular. El chico, había visto mi culo quién sabe durante cuánto tiempo. Yo, listo para ir a las duchas, me tapé con la toalla y cogí mis cosas para marcharme. Fue entonces que escuche unos pasos detrás de mí, era él, que se dirigía a la misma zona de las duchas que yo. Trataba de ignorarle, pero mi mirada se iba a su cuerpecito maravilloso. El con seriedad, hacía lo mismo, no me miraba descaradamente sino con gran disimulo. Sin embargo, noté sus intenciones ya que justo se colocó en el cubículo delante de mí para ducharse.

Mi polla ya estaba cañón, dura como una piedra. Dándole la espalda abrí la ducha y procedí a enjabonarme todo. De manera disimulada, con el corazón a mil, empecé a darme la vuelta para probar enseñar mi machete al chico. Noté que él también estaba palote, pero se dio la vuelta para disimular. Su espalda marcaba cada fibra muscular que acababa de entrenar. Su culo parecía esculpido por Miguel Angel, sin pelos en las nalgas, pero un poco en la zona del ano. Notaba como sus huevos colgantes se veían por debajo cuando abría las piernas para enjabonarse. Ya al darme cuenta de que estaba duro, directamente me quité la vergüenza y empecé a mirar descaradamente y con el jabón me tocaba la polla de arriba abajo para calmar mis ansias de masturbarme. Al darse la vuelta, notó mi cambio de actitud y fue mi sorpresa que hizo lo mismo. Empieza a enseñarme su dura herramienta de unos 18 cm aproximadamente, con pelos arriba. La cabeza era rosita y se marcaban las venas de la erección que tenía.

Tuvimos que cortar el ritmo de esta caliente escena pues un tío pasó delante de nosotros para ir a ducharse, ambos nos hicimos los locos y escondimos nuestras erecciones dando la espalda. Cuando ya el hombre fue al otro lado de las duchas. Seguimos con nuestro juego de miradas. Allí estuvimos unos cuantos minutos, gastando agua, pero disfrutando de las sensaciones que esa experiencia producía. Mi polla no aguantaba más y el líquido preseminal era notorio en la punta de mi verga. Cuando el hombre de la ducha siguiente se marchó (imagino que algo raro habrá notado por la duración de aquella ducha). Aproveché para acercarme a él. Primero mi polla junto a su pierna, luego mi cuerpo abrazando por debajo de la espalda. A lo que él me cogió de la polla para empezar a masturbarla. Yo cogí la de él y la restregué junto a la mía. Acerqué mi nariz a su cuello para olerle y su aliento caliente me ponía más cachondo aún.

No contábamos con mucho tiempo y la adrenalina de la posibilidad de ser pillados en las duchas, me calentaba más y más. El siguió a un ritmo perfecto para llegar a un orgasmo increíble. Mi respiración se aceleraba y trataba de jadear silenciosamente para no ser escuchado por nadie. El arqueaba su cabeza hacia atrás con los ojos hacia arriba del placer que le producía mi mano masturbándole. Con mi otra mano en su nalga, le apreté su hermoso culo para dar más energía sexual al momento. No duramos mucho tiempo hasta que no aguantábamos más para corrernos. Le dije: «me corro, ¡Me corro”! y él aceleró el ritmo de su mano que bajaba y subía sin parar. Fue entonces cuando descargué toda mi leche sobre su abdomen, pubis, polla y piernas. Y él, me cogió de la cabeza para acercar mi boca a su miembro. Le pregunté: «¿Y si nos pillan?» a lo que contestó: «estoy a punto, déjame correrme en tu cara». Y así fue, acerqué mi nariz para oler su miembro que enrojecido palpitaba frente a mí. En cuestión de segundos, noté como disparada salía su líquido seminal en mi cara. Lo noté caliente y aunque me había corrido, la situación de sentir como se había corrido en mi cara me había puesto la polla dura una vez más. Al correrse flexionó las rodillas y no aguantó el gemido del placer, el orgasmo había sido tan fuerte e intenso que había perdido las fuerzas y no le quedó más que aguantarse de mi hombro para mantenerse en pie.

A los pocos segundos, ambos volvimos a ese espacio y ya recobramos la cordura. Mirándonos a los ojos nos dimos un gesto de agradecimiento. Y cada uno fue a su rincón a cambiarse como si nada. Me fui a casa a cenar y dormir como un bebé. Luego de esta experiencia, pasaron unos días hasta que lo volví a ver entrenando con sus amigos. Me miró. Lo miré, con complicidad. Nadie dijo nada. Hasta el día de hoy no hemos repetido, aunque aún de solo pensarlo me excito y me dan ganas de volverlo hacer.

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