El siguiente jueves Marcelo se dejó perder y yo me ofrecí a ayudar. Ese día yo iba vestido con jeans y polera negra. Si me viera al espejo, vería a un cuarentón de un metro ochenta, con barba, peludo. Mi contextura no es tan gruesa, pero ya se ve el estrago de la cerveza en mi cintura. Marcelo iba con bermudas y una polera verde, mide un metro setenta y es de contextura delgada. Se cuida mucho ya que va al gimnasio.
Esperamos a que todos se fueran y comenzamos a ordenar y asear. Estaba terminando de lavar los vasos, cuando siento un abrazo por detrás y una boca que besa mi cuello. Sentí su excitación apretándose contra mi trasero. Me di vuelta, con las manos mojadas y le tomé su cara mientras nos besábamos.
La última vez fui tu putita, hoy tú serás la mía.
Me tomó de la mano y me llevó a la habitación. Ya habíamos puesto el pestillo en la puerta del departamento, no queríamos que nos volvieran a sorprender. – Desnúdame, me dijo. Y yo, obediente, lo fui desvistiendo, primero su polera, dejando a la vista su pecho depilado, sus pezones ya estaban duros y los comencé a besar y chupar, mientras mis manos bajaban a su pantalón que fui desabrochando y bajando el cierre y metiendo mi mano para acariciarle sobre el boxer.
Terminé de bajar su pantalón, para ello tuve que agacharme, hasta quedar de rodillas frente a él. Bajé sus boxer de un tirón y su verga parada quedó frente a mi cara. Él ayudó levantando los pies para que sus pantalones y boxer salieran y yo lo miré, de rodillas. -¿Así que quieres que sea tu putita? ¿Y qué quieres que haga tu putita? – Cómemelo, chúpalo como si tu vida fuera en ello. Yo comencé a lamérselo y meterlo dentro de mi boca, su pene de 20 cm cabía completo y yo lo tragaba, evitando las arcadas, pero sintiendo sus pelos como cosquilleaban en mi nariz y se enredaban con mi barba. Lo saqué de mi boca para lamerlo por el lado hasta llegar a su base y luego bajar a sus testículos, los metí en mi boca y seguí bajando hasta su perineo. Marcelo se dejó caer en la cama y levantó sus piernas poniéndo sus pies en mis hombros. Me acerqué para seguir lamiendo esa zona y finalmente su culo, el que violé con mi lengua y le hice sacar gemidos de placer. Con mi mano lo masturbaba y podía sentir lo duro que lo tenía. – Voy a terminar, dijo en jadeos y yo subí rápido hasta meterlo de nuevo en mi boca y sentí como explotaba, sentí su semen salir y llenar mi boca, fui tragando todo lo que pude pero una gran parte me chorreaba. Yo, todavía vestido, me quedé viendo como su pene se iba poniendo flácido, pero seguí masturbándolo y mirándole su sexo, sus testículos, sus nalgas.
Estuvo así tirado un rato, hasta que se levantó y me vio, todavía en el suelo. Buscó su pantalón y sacó algo del bolsillo. Me lo mostró y vi una botella de lubricante. – Mi putita, te voy a tratar muy bien, mejor de como me trataste tú a mi. Diciendo eso, ayudó a desnudarme. Gentilmente me llevó a la cama y me puso en 4. Luego, con sus dedos, fue aplicando lubricante en mi ano, empujándolo un poco, metiendo un dedo y luego dos. Se puso un poco más en su falo y lo sentí acomodarse. Me tomó de las caderas y trató de meterlo, pude sentir su miembro tratando de entrar, ayudé abriéndome y le dije: – No lo hagas tan fuerte, es mi primera vez. – La semana pasada también fue mi primera vez, cabrón. Con eso, sentí una fuerte presión en mi culo, pero con el lubricante, no duró mucho. Mi ano se abrió para dejar paso a su verga, lentamente, hasta que sentí como sus caderas se pegaban a mis nalgas y supe que entró completo. Comenzó a meterlo y sacarlo, bombeando y yo a mover mis caderas al ritmo. En un momento, paró, con su miembro completamente dentro de mi. Estiró su mano hasta que me agarró mi miembro y comenzó a masturbarme. – Diablos, no puedo terminar, dame tu a mi. Y con eso, se salió de mi y se puso en 4, justo al lado mío. Sin perder el tiempo, me puse detrás y apliqué lubricante en su culo y mi miembro. Comencé a metérselo, solo la puntita y le di dos palmadas en sus nalgas, fuertes, sonoras. Vi como levantaba la cabeza en sorpresa y placer y aproveché de tomarlo por el pelo y le hundí mis 18 cm completos en su culo. Soltó un gritito de dolor, pero también de placer y comencé a meterlo y sacarlo, mientras seguí tirando su pelo y dándole palmadas. Se giró a la derecha y se puso de espaldas levantando sus piernas, invitándome. Yo me puse en posición y tomé las almohadas de la cama para ponerlas debajo de sus caderas, él ayudó lo más que pudo, acomodándose.
Lo vi, ahí, caliente, excitado, tomándose las piernas, presentando su culo para mi. Puse sus piernas en mis hombros y esta vez, con gentileza fui entrando en su culo, viendo cómo lo iba disfrutando. Su pene estaba mojado con lubricante, pero también pude ver como le salía líquido. Se lo tomé y comencé a masturbarlo al mismo ritmo que iba yo entrando y saliendo, sus caderas en movimiento, sus manos tomaron sus propios pezones y los pellizcaba. Por instinto subí mi otra mano hasta su garganta y comencé a apretarla, ahogándolo y viendo como perdía el aliento. Lo solté pero me dijo que lo volviera a hacer, que no parara. Así que cumplí y lo asfixié, dándole bocanadas de aire en donde escuchaba sus gemidos de placer. En un momento, sentí su miembro endurecerse al máximo y tuvo un orgasmo largo, mientras yo seguía entrando y saliendo. Su semen brotaba de su miembro, increíble la cantidad considerando que era su segunda terminada de la noche. Me concentré en mi propio placer, olvidándome por completo de él, solo sintiendo el roce de mi pene en ese culo apretado hasta que obtuve mi premio. Mi orgasmo fue como si hubiesen abierto una llave, parecían litros de semen saliendo y llenando sus entrañas. Me salí y rodé en la cama quedando boca arriba, él me siguió hasta que su cabeza quedó apoyada en mi pecho.
No es justo, me dijo, yo quería que fueras mi puta y volví a ser la tuya.
Jajaja, quizás es lo quieres. Quizás deba ponerte un nombre de mujer. María o Marcela.
No, hombre, no juegues con eso. Tú sabes que tengo esposa.
No te preocupes, yo también tengo esposa
Nos fuimos a bañar y quedamos de vernos la siguiente semana. Ana solo podría venir una vez al mes, así que teníamos dos semanas más para estar solos. Decidimos suspender el partido de póker de la siguiente semana, para tener más tiempo para nosotros.
Cuando llegué el siguiente jueves, Marcelo ya estaba en el departamento. Desde el dormitorio me preguntó si era yo y le respondí que sí. – Puedes servir un par de tragos? Te tengo una sorpresa.
Yo serví dos tragos y me acomodé en el sillón. Estas sesiones con él han sido un quiebre en nuestras rutinas. Mi vida sexual mejoró muchísimo y mi esposa estaba feliz. Nunca pensé en estar con un hombre. Nunca pensé en ser bisexual o nada parecido. Pero aquí estaba, listo para tener una sesión de sexo con mi amigo.
Marcelo había entrado a la habitación, pero quien salió, no era él.
Quien entró al living era una mujer rubia, maquillada. Vestida con una blusa blanca con escote que dejaba traslucir un sostén con encajes, una minifalda negra y unas medias con liguero, en sus pies, unos zapatos negros de taco no tan alto, porque se veía que tenía algunos problemas para caminar.
Guau, dije yo. ¿A quién tenemos aquí?
Hola, me dijo, tendiendo su manos, en la que lucía unos guantes de seda. Soy María.
Marcelo se había llevado la idea de nuestra conversación la semana pasada. Y había preparado esta transformación para mi.
Ese atuendo es muy lindo, ¿qué tal si lo modelas para mi?
Esta bien.
Y con eso, comenzó a caminar sensualmente avanzando con un pie delante del otro, moviendo sus caderas grácilmente. Puse música lenta, un jazz suave, y me acerqué a ella. Le tomé las manos y la atraje hacia mí, suavemente, puse sus manos sobre mis hombros y la tomé de las caderas comenzando a bailar. Estuvimos mirándonos mientras nuestros cuerpos se movían al ritmo de la música, mis manos subían y bajaban de sus caderas a sus nalgas y vuelta. Ella se apretó más, nuestros rostros se juntaron, sentí su aliento y nos besamos. Por segundos, minutos, solo podía sentir su lengua junto a la mía. La calentura fue subiendo, mis manos se deslizaron bajo su falda, pero ella se alejó. Me pidió que me sentara en el sillón y luego movió otros muebles para dejar un espacio al frente. Usó su celular para escoger otra canción y comenzó a bailar, sensual, dando la vuelta y agachándose, contoneándose y disfrutando la música. Luego cambió la canción por una más lenta, bajó las luces hasta dejar solo una lámpara. Comenzó a bailar nuevamente, pero esta vez, soltando los botones de su blusa, su baile sexy y acompasado, su sonrisa maliciosa, peluca moviéndose al ritmo. Su blusa cayó a mis pies, cuando la lanzó juguetona. Luego, bajó el cierre de su minifalda y ésta cayó, dejando lucir su tanga, que hacía juego con los encajes de su sostén. Sin dejar de bailar, se fue acercando a mí y como una bailarina de club nocturno, me dio un lap dance perfecto. Sus caderas moviéndose, frotándose contra mis piernas y vientre.
Yo estaba en la gloria, disfrutando sus caricias y el espectáculo de sus nalgas en ropa interior. Comencé a acariciar sus caderas y trasero, separando sus cachetes para ver el hilo de la tanga que estaba usando. Mojé un dedo y moví el hilo a un lado, luego lo puse en la entrada de su culo, sin meterlo, solo acariciando, pero pude sentir el cambio en sus movimientos, como presionaba su cuerpo contra mi dedo, así que lo introduje. Una falange, otra más, sintiendo como se nos acelera el pulso a los dos. Sus manos buscaron mi pantalón, desabrochado, abriendo el cierre y sacando mi pene duro y mojado. Sin preámbulos, se sentó sobre él directamente, buscando introducirlo en su culo. Apoyó sus manos en mis rodillas hasta que encontró el ángulo perfecto y se sentó. Por un segundo sentí que mi miembro se iba a quebrar o algo así, pero entró completo en ella. Sus caderas empezaron a subir y bajar.
Dámelo todo papi, hazme tu perra que quiero ser tuya. Hazme mujer, hazme tuya
Ella empezó a pedir más y más y yo la agarré de las caderas para metérselo con fuerza, luego me paré y sin sacárselo, la apoyé contra la pared, mis pantalones y boxers cayendo hasta mis tobillos. Comencé a embestirla con fuerza, con ganas, dándole palmadas en las nalgas, hablándole al oído diciéndole puta, maraca, perra, eres mi hembra, mi mujer, nunca serás de nadie más. En ese momento sentí su orgasmo y ni un segundo adicional sentí el mío, nuestras piernas se doblaban con cada sacudida, mi semen llenando su culo. María podía sentir el fuego en sus entrañas, como la llenaba y la complacía, su propio semen mojando la pared, ya que su miembro se había salido de la tanga.
Hicimos el amor varias veces más, aunque con menos energía, ninguno de los dos era tan joven, pero ese día la hice sentir mujer y cada jueves, luego de jugar póker, esperaba a que Marcelo se fuera a preparar y María hiciera su aparición.
Me encantó que en la segunda parte aparezca Marcelo como María, es que como a mí me gusta ponerme lencería y ropita de mujer, pues me identifique con María