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La misma dulzura con matices diferenciales (II)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Dos meses pasaron desde que iniciamos esa relación, tan poco común como placentera para ambos, cuando una tarde, al atender el llamado a la puerta, me encuentro a Beatriz con cara de pocos amigos que se niega a pasar.

– “Estás teniendo alguna relación íntima con mi hija?

– “Sí”.

– “Sos una porquería. Me has engañado y te prohíbo que la sigas viendo”.

– “Beatriz, estoy convencido que sos una buena mujer y que esto lo hacés creyendo protegerla. Me parece que hay algunos datos que no has tenido en cuenta. En primer lugar ella es mayor de edad. En segundo lugar te puedo asegurar que no la engañé, no la seduje, no le hice promesas y menos aún la violenté. La prueba palpable es que conserva su himen intacto. Mis palabras las podés confirmar hablando con Julia. Por último te recuerdo que sólo tenés autoridad sobre tu hija, y a tu hija podés prohibirle todo lo que quieras, a mí no. De todos modos te doy mi palabra que no voy a iniciar ningún acercamiento, pero si ella viene a mí no rechazaré a una dulce mujercita. Por último es patente que no te mentí. A tu pregunta la respondí sin vacilaciones. Lo único que hice fue aceptar la voluntad de Julia de mantener la relación en reserva”.

Unos días después de aquella conversación con Beatriz la tuve nuevamente ante la entrada de mi departamento. Su cara era otra. Aceptó pasar y el café que le ofrecí.

– “Espero que no vengas enojada, pues cumplí mi palabra.”

– “No, vengo a pedirte disculpas por haber sido grosera. Esa tarde venía además con el pesar de haber sido dejada por mi novio. Necesito de tu ayuda.”

– “Encantado en lo que esté a mi alcance.”

– “Después de hablar con vos el otro día, le pregunté a Julia, y me confirmó lo que me habías dicho. Entonces, enojada, le prohibí que te viera. Me contestó que iba a obedecerme y, para no encontrarse con vos, ni siquiera saldría de casa. Ni va a trabajar. Hoy, cuando le pedí que hiciera vida normal, me contestó que cerca de ti no puede hacer la vida normal que yo pretendo. Al preguntarle si estaba enamorada me dijo que no, que simplemente ejercés una atracción enorme y que va a volver al régimen de antes cuando no sienta la tentación del placer que le das. Más aún, dijo que como no está contribuyendo al sostenimiento del hogar va a comer una sola vez al día, y que disponga de sus ahorros hasta que vuelva a trabajar. Estoy segura que exagera para hacerme sentir mal y lamentablemente lo consiguió. No puedo verla hecha un despojo, sin lavarse, todo el día en su pieza con el camisón como única vestimenta”.

– “Y qué deseás que haga”.

– “Por favor, hablá con ella”.

Y fui. Que no me esperaba resultó evidente cuando toqué la puerta de su dormitorio.

– “Mamá, por favor déjame sola, quiero dormir”.

Entré silenciosamente. En la pieza a oscuras, se hallaba de costado con la cara casi hundida en la almohada.

Me senté sobre la cama del lado de su espalda, cuidando de no tocarla.

– “Soy yo preciosa, tu madre me pidió que hablara con vos”.

– “No prendas la luz, estoy fea y sucia”.

– “Nada que un baño y luego café cargado no puedan componer”.

– “Y qué te pidió”.

– “Que te diga lo que ella no sabe cómo decirte. De algo debés estar segura, y es que tu madre te quiere y todo lo que hace respecto de vos nace de ese amor. A veces sucede que una decisión no es la mejor, pero resulta producto de una mala apreciación y no de falta de cariño. En estos momentos no sabe cómo hacer para volver atrás, no encuentra la forma de pedirte que la perdones. Ve que día a día, sin protestar, sin rebelarte, te estás deteriorando y que es su culpa”.

– “Y qué pretende”.

– “Que olvides sus prohibiciones y vuelvas a ser la de antes”.

– “Lo intentaré porque te creo. Siempre me trataste con la verdad”.

Como es natural, el regreso a la situación anterior demandó tiempo, esfuerzo y paciencia. En ese lapso mi relación con ella no cambió en cuanto a cercanía y afecto, pero sin relaciones íntimas. Ella no me dio pie y yo respeté su posición.

Dos o tres semanas después, mientras almorzábamos juntos, nos dio una noticia sorpresa. Se había enamorado y el destinatario era un joven cuatro años mayor que había conocido en el trabajo. Por supuesto que su madre y yo nos alegramos, y más aún cuando contó que el amor era mutuo.

Uno de los días de viaje en tren se nos alteró la rutina. La formación del horario anterior tuvo un desperfecto y no pudo salir, por lo que esos pasajeros se sumaron al nuestro. Estando todos los asientos ocupados nos ubicamos en un rincón de manera que la previsible aglomeración fuera más llevadera. En dos estaciones más ya no entraba ni un piojo. Julia contra un tabique, Beatriz frente a ella y yo a espaldas de la madre. El contacto corporal, por cierto inevitable, hizo que mi miembro pegado a las nalgas de mi vecina fuera aumentando de tamaño, algo que a ella no le pasó desapercibido y que motivó mi pedido de disculpas.

– “Lo que me está pasando, te juro que no es intencional”.

– “Te creo, no te sientas mal, aunque tu cara no denota incomodidad. Me parece que estás aprovechando la ocasión”.

– “Si dijera que no me gusta mentiría, pero es verdad que no lo hago a propósito”.

– “Qué se están secreteando ustedes dos”.

-“Estoy tratando de seducir a tu madre. Ambos fuimos abandonados y estamos sin compromiso”

– “Hijo de puta, me estás creando un cargo de conciencia”.

Aprovechando un pequeño claro en el amontonamiento me arrimé a Julia y la abracé.

– “Es una broma, sabés que no mentí cuando te dije que me alegraba de saberte enamorada y te expresé mi deseo de una feliz y larga relación”.

En eso llegamos a la estación siguiente que tenía bastante gente esperando en el andén.

– “Parece que nos apretaremos más. Martín, por favor, ubícate de nuevo detrás de mí antes que otro lo haga. Prefiero malo conocido a bueno por conocer”.

– “Yo encantado de ayudarte, espero no ceder a la tentación si se presenta”.

– “¡Por favor, si estás deseando ser tentado y loco de ganas por someterte a ella!”.

– “Reconozco que me gusta, pero los culpables son el movimiento del tren y la gente que empuja”.

– “Claro, y ellos son los que guían tu miembro endurecido para apoyarse justo en mi ano”.

– “Es que la suave depresión entre las nalgas lo hace ubicarse ahí”.

– “Seguro, y esos dos movimientos impulsan tus manos, que tomándome de la cintura, oprimen mi cola contra tu hombría. Menos mal que estamos vestidos, de lo contrario te tendría dentro”.

– “Te tomo así para que no pierdas el equilibrio”.

– “Por supuesto, por eso ahora un dedo de tu mano izquierda está sobre mi sexo, oprimiendo rítmicamente mi clítoris”.

– “Es que sigue el compás de las ruedas sobre los rieles”.

– “Ahora tengo que creer que el dedo tiene oído musical”.

– “Desde luego, ahora, que está disminuyendo la velocidad, también mengua su ritmo”.

– “¡No, por favor, que estoy acabando, más rápido, más, más, me corrooo!”

Ahí se cortó el diálogo sostenido en voz baja y al oído. Después de tamaño orgasmo quedó laxa, por lo que la di vuelta, sosteniéndola abrazada, con su mejilla descansando en mi hombro. Julia me miraba como quien no cree lo que acababa de ver. Cuando llegamos al edificio fui al departamento de ellas pues me habían invitado a comer. Ya adentro, Julia nos increpó.

– “Ustedes son francamente insoportables. Ninguno quiere aceptar que arde de calentura y disimulan con esas charlas evasivas. Seguro que ambos están con su ropa íntima empapada y no por transpiración. Por favor sáquense las ganas de una vez. Me voy a mi pieza. Mamá avísame cuando esté la comida. Espero que la excitación no te impida cocinar bien”.

Mientras la hija iba hacia su pieza la madre enfiló para la cocina y yo la seguí. En tanto ella lavaba unas verduras me senté en un banquito y empecé a sacarme el calzado.

– “Qué hacés?”

-“Me estoy desnudando de la cintura para abajo”.

– “Estás loco?”

– “No, me preparo para cumplir las disposiciones de Julia”.

– “Claro, ella manda y vos totalmente obediente te sometés a sus órdenes. Si te acercás así te la corto”.

Cuando terminó de hablar ya me tenía detrás tomándola de la cintura y levantando desde atrás la pollera.

– “Soltame degenerado”.

Al ver que el único rechazo provenía de sus palabras, pues había apoyado el pecho sobre la mesada parando las nalgas, le bajé la bombacha haciéndola caer al piso. Era tal mi calentura que del ojo del glande pedía un hilito de líquido seminal sosteniendo la gota que lentamente bajaba. Con una mano separé los cachetes y con la otra moví el miembro separando los labios de la vulva.

– “No preciosa, no te voy a soltar, sería un crimen dejar pasar esta maravillosa oportunidad”.

– “Perverso, te estás aprovechando de mi indefensión; abusás de mi debilidad; seguro que te estás felicitando interiormente por tenerme en esta postura vergonzosa ¡Madre santa, metémela de una vez!”

– “Qué orden maravillosa, ahí va de un golpe”.

– “Así, así, bien fuerte, me encanta el sonido de tu pelvis contra mis nalgas, bien adentro, lléname de leche que mañana tendría que menstruar”.

– “No voy a durar mucho querida, desde el tren que vengo juntando ganas”.

-“No importa mi amor, yo también estoy al borde. Qué delicia, estoy sintiendo los latidos de cada escupida, me corro, me corrooo!”

Con toda suerte la interrupción se produjo luego de la culminación del placer.

– “¡Mamá, Martín, tengo hambre, hoy no se acaba el mundo, más tarde o mañana pueden seguir!”

– “Estamos cumpliendo tu orden”.

– “Por supuesto, yo soy la culpable de que ustedes, dos inocentes, sean presa fácil de la lujuria. Basta mamá, quiero comer”.

Días después, una tarde estábamos tomando un café con Beatriz cuando llegó Julia.

– “Hola mamá, hola Martín”.

– “Hola preciosa”.

– “Hija, algo te tiene inquieta, no tengo idea que puede ser, pero tu cara lo dice”.

– “Es verdad, y el asunto me está desequilibrado. Claudio está sufriendo una patología que le dificulta la erección, y cuando la logra eyacula precozmente; a veces ni llega a penetrarme. Trata de darme placer mediante caricias, pero se siente tan mal anímicamente que no logra el efecto deseado; y esto viene de antes de conocerme”.

– “Está en tratamiento?”

– “Sí, pero corporalmente no le encuentran nada. Parece que es psicológico. Mientras tanto vivo sexualmente insatisfecha, quiero pija, necesito verga, deseo que el sueño me agarre teniendo un miembro adentro y despertarme con una carne dura llenándome. Pero al lado de esta ansiedad se encuentra Claudio, a quien amo sinceramente y no quisiera que sea la mofa de alguien; que sin culpa sufra burla o desprestigio por no lograr satisfacerme y lo peor sería que por sacarme estas ganas cayera en manos de un desaprensivo que me chantajee”.

– “Y cómo puedo ayudarte”.

– “La solución está en tus manos y te tiene abrazada. Dejá que Martín me calme, obligalo a darme el placer que necesito, amenazalo con dos meses de abstinencia si no me hace gozar. Seguramente pensarás que exagero, pero no, míralo, te es más fiel que si estuvieran casados por el civil y por la iglesia, no va a mover un dedo salvo que lo impulsés. Él es incapaz de dañar a cualquiera de nuestra pareja, más aun, ni se le ocurriría pensar mal de alguno de los dos. Ayudame mamá”.

Estaba procesando lo escuchado cuando de pronto me encontré de pie, con Beatriz abrazándome y su boca cubriendo la mía. El beso delicioso, en que el movimiento de labios y lengua transmitía profunda ternura, concluyó cuando me dijo:

– “Por favor, hacé lo que pide. Llenala de carne por todos lados, hacela llorar de placer, no te detengas hasta que ruegue que pares, que tu leche le rebalse de los tres orificios. Por supuesto no los quiero escuchar, así que fuera de aquí”.

Apenas cruzamos la puerta de mi departamento ella se puso apoyada en rodillas y codos habiéndose desembarazado de la bombacha y recogido el vestido en la cintura.

– “Primero mi colita, que te extraña horrores, en la cartera tengo lubricante”.

– “Este reencuentro merece tratamiento especial. Primero un besito para que se sienta querido, luego caricias y líquido para que se sienta cuidado y, por último, rellenado lento por si perdió la costumbre”.

En el ingreso, sin prisa pero sin pausa, cada uno expresaba audiblemente sus sensaciones.

– “¡Ay querido, cuanto te necesitaba, haceme como a mamá, golpe y chasquido, ruido y empuje, ahora íntegra adentro y dejame rotar. Mi vida, no puede ser que me guste tanto, más, más, bien al fondoooo”.

El vaivén, saliendo despacio para luego entrar de golpe, no duró mucho. Evidentemente venía acumulando excitación, pues su estruendoso orgasmo se presentó en seguida quedando estirada y laxa sobre la alfombra. Suerte tuve de llevar pocas horas de abstinencia, pues la noche anterior habíamos tenido con la madre una intensa sesión. Ello me permitió aguantar bien el tramo anal con Julia, reservándome para el esperado ingreso en la vagina. Ahí sí pensaba dejar secos testículos y vesícula seminal.

La recuperación de ella fue con su cabeza en el hueco de mi hombro, ambos abrazados. Cuando movió la pierna para cruzarla por encima de mí se dio con mi miembro duro.

– “No gozaste?”

– “Sí, pero no me corrí. Todo lo acumulado dentro está destinado a tu conchita, de ser posible”.

– “Es mi deseo, sin condón, íntegramente al fondo. No hay peligro, ayer se me fue la regla”.

El beso, los dos saboreando, sorbiendo, chupando, explorando, fue el largo anuncio de que estaba lista para la próxima etapa. La ayudé a levantarse para sentarla sobre la mesa, y luego ponerla de espaldas con la cabeza sobre un almohadón. Yo sentado en una silla frente a los muslos separados, llevé la planta de sus pies a mis hombros produciendo una leve separación de los labios vaginales donde apoyé mi boca.

– “Dejá que calme mi sed de tus jugos”.

El trabajo bucal lo comencé desde bien abajo, en un recorrido pausado. Mi lengua, intentando saborear cada pliegue, me dio la sensación táctil de que el ingreso era estrecho. La subida por el canal, lamiendo y degustando, fue acompañada por la presión de ambas manos tomando mi cabeza, presión de intensidad creciente a medida que me acercaba al botoncito encapuchado. Cuando lo tomé entre los labios como si fuera un pezón, succionándolo con fuerza, la secreción de flujo llegó a catarata, y ahí sacié mi sed tragando todo.

Mientras bebía golosamente levanté la vista para encontrar una imagen nueva. Julia con las facciones desencajadas, encorvada hacia arriba, sostenida por sus manos entrelazadas detrás de mi cuello y profiriendo un sí larguísimo y ronco. Finalizado el orgasmo se dejó caer hacia atrás y yo me levanté para disfrutar viendo una preciosa mujercita desfallecida luego del placer bien culminado. Quieto permanecí, respetando su necesidad de relajamiento, hasta que abrió los ojos esbozado una pequeña sonrisa.

– “Lista?”

Su contestación fue afirmar con la cabeza. Nuevamente sus pies fueron a mis hombros mientras las nalgas quedaban al borde de la mesa.

– “Besame, quiero chupar tu lengua mientras vas entrando y llenándome”.

– “Primero quiero ver el ingreso de cada milímetro de pija, deseo grabar en mi cabeza la presión de tu conchita ante cada fragmento que aloja. Es probable que me corra antes que vos. Después te compensaré”.

– “No importa mi amor. No sé si aguantaría otra acabada en tan poco tiempo”.

El conducto era estrecho. A la sensación en el glande se unió un gesto de incomodidad en la cara, que desapareció cuando las pelvis chocaron y la sentí gritar:

– “¡Por fin estoy llena!”

Mi eyaculación fue tal que me sentí como un próximo paciente de terapia intensiva.

Tres meses pasaron desde esa memorable tarde en que me corrí como un animal dentro de la conchita apenas inaugurada de Julia. Mi relación de pareja con Beatriz seguía muy bien, sin convivir aún, lo cual no era obstáculo para dormir juntos en cualquiera de las casas.

Una noche las invité a cenar en un restaurant. Buena comida, mejor bebida y grata compañía dieron por resultado una reunión agradable, aunque la joven se mostraba un tanto apagada. Al término de la comida me invitaron a tomar el café en el departamento de ellas, después del cual mi deliciosa pareja dijo tener mucho sueño por haber bebido de más y se fue a dormir. Careciendo de información actual sobre el tema me atreví a preguntar:

– “Cómo va el tratamiento de Claudio”.

– “Bien, terminó hace dos semanas”.

– “Y dio el resultado esperado?”

– “Desde que te conocí has sido bueno conmigo y por eso me animo a pedirte esto. Mi respuesta es larga. Me dejás contestar según mi gusto?”

– “Con total libertad”.

Sin vacilaciones me desnudó íntegro, haciéndolo también ella. Con cada prenda que se quitaba mi miembro progresaba en erección y rigidez. Luego, mirándome fijamente, se sentó a caballo de mis piernas, tomó el tronco ubicándolo en el lugar preciso para después bajar los párpados, tirar la cabeza hacia atrás y, mientras pronunciaba un gemido de creciente intensidad y duración, se dejó caer hasta que ambas pelvis hicieron contacto. Vuelta a la normalidad y con la vagina totalmente ocupada de nuevo me miró.

– “Querido, con Claudio sigo sin gozar. No sé si será tamaño, aguante, destreza u otra cosa. Tampoco sé si será mala costumbre mía. Dos cosas son seguras, lo amo y no me satisface. Con vos es distinto, te aprecio mucho sin estar enamorada. El sólo pensar que me vas a tener entre tus brazos me lleva a un nivel de excitación tal que soy capaz de correrme apenas tus labios me aprieten un pezón. Voy a hablar con mamá porque no puedo estar muchos días sin tu tierno placer. Ahora dejame gozarte”.

Si alguien me pidiera detallar la semejanza entre ambas mujeres debiera decir que son dos damas. Femeninas mas no sumisas, delicadas mas no débiles, apasionadas mas no libertinas, suaves mas no pusilánimes. Las diferencias corporales y madurativas propias de cada edad son los matices que particularizan la base común.

Hoy puedo decir que soy un privilegiado del destino, mi ordenada vida tiene su sabrosa alternancia y, en esos momentos, me abandono a la voluptuosidad con aquella que se muestra receptiva, con la dulzura en ebullición y transformada en ávida hembra.

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