Pasó el invierno y el cambio de estación trajo consigo nuevas inspiraciones para mis fantasías incestuosas con mi hermana Cristina. Tenía claro una cosa: mi hermana no era consciente de lo tremendamente buena que estaba y de cómo lograba excitarme sin pretenderlo, ya que cuando la temperatura aumentó, era frecuente verla paseando en braguitas por casa (salvo cuando estaba mi padre por casa) o incluso cubierta con una pequeña toalla que dejaba poco a la imaginación, ya que podía verle parte de los pechos o de las nalgas. Antes de la experiencia narrada en mi primer relato ya paseaba de esa manera por casa, pero ahora la veía con otros ojos, como mi amor prohibido, y lo que más deseaba es que esas hermosas piernas estuvieran sobre mis hombros mientras le hacía el amor.
Antes también me fijaba cómo otros chicos, fueran de mi edad o mucho mayores que ella, la miraban con deseo por la calle, pero ahora yo me había transformado en uno más de ellos y estaba seguro de que si supieran cómo la veía en casa se morirían de envidia y darían cualquier cosa por ponerse en mi lugar. Lo cierto es que me gustaba morbosear sobre ella con algunos amigos del Messenger (allá por el 2008 aún existía), mostrando algunas fotos donde saliera sugerente o apareciera yo junto a la misma en alguna foto. Recuerdo el caso concreto de un ciber-amigo venezolano, bisexual, de mi edad, al que le pasé una foto donde aparecía junto a Cristina en una boda. Yo iba con traje negro y corbata roja, mientras que ella llevaba un vestido de una pieza de color púrpura que realzaba su figura. Además, como manda la ocasión, estaba maquillada y llevaba su larga melena negra rizada, cuando normalmente la lleva lisa. “¿No te gustaría que tuviéramos sexo con ella a la vez?”, le preguntaba. “Ufff, la verdad es que en esa foto está espectacular”, me decía, pero luego continuaba “pero creo que me gustas más tú”. Como veía que la atención hacia ella (que era lo que me excitaba), acababa siendo un tema secundario para que acabara hablando de mí, me aburrí con esa forma de alimentar mi morbo.
Llegó el verano, estación que me ayuda a poder contemplar a mi hermana con menos ropa. Íbamos a una piscina pública cercana a casa a bañarnos al mediodía. Cristina llevaba bikinis que realzaban sus enormes pechos, mientras que la braguita marcaba sus bonitas nalgas. Solía recogerse su larga melena en un moño. Muchos chicos la miraban en la piscina, lo cual, como ocurría en el primer capítulo, me provocaba sentimientos contradictorios, ya que por un lado me parecía una situación incómoda, pero por otra me daba mucho morbo, y el hecho de que los demás no supieran que era mi hermana lo más probable es que les causara envidia al creer, falsamente, que yo era su novio.
Al meternos en el agua hacíamos carreras, buceábamos… Pero lo que más me gustaba era meterme hasta el fondo con gafas de bucear y ver desde abajo cómo se movía aquel hermoso cuerpo. Recuerdo que cambiaba de bikinis, pero el que más fuerte viene a mi memoria es uno negro con rayas rojas, ya que era el que mejor le quedaba. Estar viendo con aquellas gafas aquella diosa desplazándose por el agua, con aquellas piernas y esos glúteos estirándose y encogiéndose con el movimiento, conseguía ponérmela muy dura. Al salir del agua siempre me ofrecía para ponerle la crema bronceadora. Si bien Cristina era de piel blanca, le quedaba bien su bronceado, quedándole la marca del bikini. Me gustaba untarle aquella crema por todo el cuerpo, sentir la delicadeza de su piel en mis manos. Primero por la espalda, descendiendo alguna vez las manos hacia sus pechos. “Eh, no te pases”, me decía con una sonrisa. Yo hacía como si nada y bajaba por su espalda. Después se la untaba por las piernas. Ella decía “por aquí no hace falta”, pero no hacía caso y lo hacía igualmente. Aquello era lo más cerca que había estado con una chica por entonces, ya que pese a mis dieciocho años seguía siendo virgen, por lo que para mí era como un equivalente de follar, aunque sin llegar a eyacular, teniendo que guardar el recuerdo de aquellas imágenes, aquel tacto e incluso aquel olor a crema como inspiración para mis masturbaciones en un momento de intimidad.
Otro recuerdo de aquel verano fue una escapada que hicimos con su novio a la playa. Ella lucía igual que en las descripciones anteriores, pero con un bikini rosa. Cristina y su novio jugueteaban mucho, y en un momento dado se le cayó aquel bikini al suelo, enseñando sin querer sus grandes tetas en todo su esplendor. Me quedé mirando aquellos pechos bronceados, con su marca de bikini que dejaba ver lo blanquitos que los tenía normalmente, y unos pezones marroncitos, con aureola pequeña. Mi cuñado, que al igual que nuestra familia es cristiano y algo puritano, abrazó a mi hermana contra él para ocultar de la vista de los demás sus pechos, mientras Cristina se reía en plan picarona. Me agaché para recoger aquel bikini y que pudiera ponérselo. “Menos mal que sólo te ha visto tu hermano”, dijo él. Pero es que su hermano era quien posiblemente más deseara verle las tetas en aquel momento. Ya se los había visto antaño, pero nunca desde que mi deseo sexual despertara de forma totalmente consciente hacia ella. Y aunque fueron unos segundos, aquel recuerdo me tiene excitado hasta el día de hoy.
Pero el mayor morbo hacia ella llegaría semanas más tarde. Mi abuela había venido del pueblo a pasar unos días a casa, por lo que Cristina le cedió su habitación para que estuviera más cómoda, por lo que tendría que dormir en mi mismo cuarto, aunque en camas separadas. Pese a que compartimos varias noches juntos en mi habitación aquel verano, tengo marcada una en especial: la vez que me masturbé teniéndola a menos de medio metro de mí. Antes de explicar cómo fue, convendría algunas descripciones: cada uno estaba en una cama, con un espacio estrecho que usábamos para poder levantarnos por la mañana o ir al baño por la noche. Mi cuarto es pequeño, así que no podíamos permitirnos una distancia entre una cama y otra mayor (algo que me vino bien aquella noche). Yo dormía de espaldas a la ventana, con los pies mirando hacia la puerta, mientras que Cristina, que era más calurosa que yo, dormía de espaldas a la puerta y de cara a la ventana para poder aprovechar la corriente de aire que entraba por la misma.
Estas eran las posturas en la que estábamos, cuando, en una noche en la que no podía dormir, pude ver a través de la luz de la luna llena a mi hermana dormida con una camiseta y una braguita negra de espaldas a mí, mirando a la pared. Verla así, tan cerca, con esa braguita que tan bien marcaba sus glúteos y esas piernas desnudas entrecruzadas delicadamente me provocaron una erección. Las veces en que me masturbé pensando en ella lo había hecho en el cuarto de baño o en una habitación, pero en casi todas esas ocasiones Cristina estaba fuera de casa. Hasta entonces había utilizado mi imaginación o algunas fotos para alimentar mi fantasía incestuosa al meneármela, pero ahora la tenía en vivo. Me dije “tengo que hacerlo ahora”.
Saqué mi polla erecta de aquel pantalón corto y empecé a meneármela, tratando de no hacer ruido con el líquido preseminal al agitarla. Contemplaba aquel culo, que tantas veces había logrado excitarme y pensaba cómo me gustaría arrancarle aquella braguita y frotarme contra él mientras acariciaba sus suaves piernas, como lo hacía en la piscina. A aquella vista excitante la acompañaba de imágenes mentales, como el recuerdo de sus pechos en la playa. “Dios, cómo me gustaría disfrutar de ese culo mientras le sobo las tetas”, decía en mi interior. Pensaba qué pasaría si ella en realidad no estaba durmiendo, como yo, y de pronto se diera la vuelta, y viera allí a su hermano masturbándose. ¿Se molestaría? ¿Gritaría? ¿O por el contrario, podría excitarse y “ayudarme” a “desahogarme”?
Fantaseaba cómo sería hacer la postura de la cucharilla tal y como estaba en ese momento, mientras olía su cabello y besaba su cuello. Me encantaría ser el más cariñoso con Cristina y hacerle sentir la mujer más hermosa. Me preguntaba, “¿por qué no puedo disfrutar de ese cuerpo como hace mi cuñado? ¿Sólo porque es mi hermana? ¿No podría haber nacido en otra familia y así intentar algo con ella?” Pero al mismo tiempo que me lamentaba por aquello, era consciente de que, si mi hermana me excitaba más que ninguna otra, era por el morbo de lo prohibido, por aquella especie de complejo de Edipo. De no haber sido mi hermana me hubiera excitado verla, sin duda, pero el hecho de que lo fuera le daba un plus a mi deseo sexual, lo potenciaba por diez. Por otro lado, de no haber sido mi hermana, no se hubiera venido a dormir a mi cuarto y mucho menos con braguita tan ajustada y sugerente. Seguro que mis amigos, que habían despertado aquel deseo por ella en el primer relato, me envidiarían si superan lo que estoy viendo ahora. Lo mismo que aquellos desconocidos que la miraban en la piscina.
Seguí agitándomela, hasta que me la imaginé sin braguita, abierta de piernas y con mi cabeza en medio, lamiéndole el clítoris, con aquel olor potente a hembra y Cristina con los ojos cerrados gimiendo de placer. No podía aguantar más, con la otra mano me tapé la boca para no jadear al intentar recuperar oxígeno y eyaculé, saltando mi semilla hasta mi cuello y cayendo la mayor parte sobre mi torso desnudo. Traté lentamente de recuperar el aliento, me limpié el torso con un clínex y poco después me dormí. Había sido una de las mejores pajas de mi vida, y a día de hoy pienso que fue la vez que más disfruté del sexo de manera no-acompañada.
Tiempo después, con 19 años, tuve a mi primera novia formal, con la que perdí la virginidad, y hubo otras después de ella. No he abandonado la práctica masturbatoria, pero he de reconocer que mi hermana Cristina, con el tiempo, ha ido adoptando un rol más secundario en mis fantasías, aunque nunca he dejado de desearla, ya que a sus 37 años, siendo ya esposa y madre de tres hijos, sigue manteniendo su gran atractivo físico, y el mayor regalo que puede hacerme, además de su amor y amistad, es venir a visitarme a casa con shorts o minifalda. Cuando tuve mi primera novia y me preguntó qué estudiaba (que dio la casualidad que era lo mismo que había estudiado ella), me dijo: “Es normal que te guste ese tipo de chicas, ya que siempre he sido tu modelo de mujer”. Vaya aquí mi pequeño homenaje a ella y cómo ayudó en momentos de abstinencia en alimentar mi apetito sexual.