Faltaban veinte minutos para que la biblioteca cerrara y yo seguía leyendo mi libro favorito, sexo en la librería.
De pronto, Shara se levantó de su mesa y se dirigió hacia los libreros, llevaba puesto un pequeño vestido azul, que le hacían resaltar su corto cabello rojizo y sus labios carmesí; el halo de luz del ocaso que se filtraba a través del ventanal, bañaba de claroscuro sus blancos y sensuales hombros, pasó muy cerca de mí aromatizado el lugar con su dulce aroma a durazno y me miró de reojo como diciéndome "ven conmigo Ethan, que tengo algo que darte".
En ese instante comprendí que debía ir tras ella, y como ladrón sigiloso, seguí sus pasos, ella continuaba contoneando sus caderas, y de vez en cuando, volteaba sutilmente la cabeza para confirmar que yo estaba muy cerca, cerquita a sus deseos.
Al llegar al fondo, con una mano la tomé por la cintura, la otra la metí en su escote y comencé a manosear con delicadeza sus senos.
Ella no podía articular palabra, ni tampoco apartar mi mano, eso nos estaba excitando y gustando, nos dejamos llevar por la situación. Su pecho se aceleraba y mi garganta se secaba, mi piel se erizaba y su sexo se humedecía al escuchar mis susurros en su oído.
La alcé hacia mí, ella rodeó mi cintura con sus piernas y comenzó a besarme, pude saborear su respiración mientras le subía su corto vestido, la senté en la mesita y bajé sus pantys, ella comenzó a frotar con sus dedos su entrepierna y la melodía de sus susurros atravesaban mis sentidos, luego con una sonrisa pícara los puso en mi boca y pude degustar los más profundos sabores cálidos de sus deseos.
Ya no podíamos más, la desnudé por completo y ella abrió sus hermosas piernas, entregándose a mis ojos, entregándose a mi lengua, entregándose a la disposición de hacerlo todo, todo lo que ella quiso que le hiciera, le hice, y todo lo que ella quiso que le diera, le di.