La situación era delicada para los siete empleados, incluyendo a la jefa, que tenía la sucursal de la empresa en Valencia. Se intuía que habría despidos en las próximas semanas y la situación del mercado laboral no invitaba al optimismo para aquellos que perdieran su empleo.
Eva, la directora de aquella oficina, abrió el portátil y ojeó los asuntos de los correos que se acumulaban en la bandeja de entrada. Uno de ellos llamó su atención, era del jefe de la oficina central, el holandés Marcus. Rezaba así: "Estimada Eva, el miércoles acudiré a su oficina para revisar las cuentas y tomar decisiones. Atentamente, Marcus”.
La mujer tragó saliva. Estaba preocupada por el futuro de aquel proyecto en el que seis meses antes se había embarcado con toda la ilusión del mundo. El camino para llegar ahí no había sido fácil y la idea de que todo se fuese al garete la llenaba de ansiedad. ¿Qué ocurriría con la gente que trabajaba allí?, ¿qué futuro la esperaría a ella?
Miró de nuevo el correo y se dio cuenta de repente que la fecha era ese día, tenía unas horas solamente. En su agenda tenía marcada una cita con el doctor. La salud era lo primero, pero no tenía tiempo de ir a la clínica.
Decidió llamar.
Al colgar su rostro reflejó frustración. La mala suerte se estaba cebando con ella y de nuevo la obligaban a decidir, a menos que…
Allí estaba, en el cajón, el curriculum de Juan, su esperanza.
La idea hizo que se ruborizara, pero no era momento de dejar que la timidez o la vergüenza la detuvieran. Era la jefa, la responsable de todos, y no se detendría ante tan poca cosa.
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– Cierra la puerta. – dijo cuando entró el joven empleado.
Le observó durante unos segundos, mirándole fijamente.
– Tengo un favor que pedirte.
– Lo que quieras. – respondió Juan intentando agradar.
Eva forzó una sonrisa. La respuesta de aquel chico, con un matiz de ansiedad incluido, era reflejo de la situación de incertidumbre de la compañía. Por lo menos, sus empleados, a su manera, lo estaban dando todo… no podía defraudarles.
– Esta tarde tenía que ir al doctor a… a ponerme una inyección. Pero no puedo porque viene nuestro jefe y bueno, ya sabes como está el patio.
– ¿Una inyección?
– Sí, una inyección intramuscular. Creo que tú tienes experiencia en enfermería.
– Sí, fue hace tiempo pero sí, ayudé a mi tío un verano.
– Entonces puedes.
– Sí, ¿cuándo sería?
– Ahora. Tengo todo lo necesario en el cajón. – dijo la aludida sacando la caja con los viales, una aguja envuelta en plástico y una jeringuilla desechable.
– También tengo algodón y alcohol.
Juan recorrió con la vista la habitación como si buscase algo.
Eva le interrogó con la mirada.
– Nada, es que en la clínica de mi tío teníamos una camilla donde se tumbaba el paciente… es más estable creo.
La jefa pensó durante unos instantes y tomó la palabra.
– ¿Te sirve el escritorio? Es bastante amplio.
Juan asintió y sin más demora comenzó a preparar la medicina.
– Bájate los pantalones y túmbate boca abajo sobre la mesa.
Eva, con valentía, se desabrochó el cinturón y tirando de la tela desnudó medio culete.
Luego se encaramó a la mesa tumbándose sobre el estómago, su cabeza descansaba sobre los brazos cruzados, la vista fija en la imponente aguja que coronaba la inyección.
– Preparada.
– Sí. – dijo la paciente disfrazando su nerviosismo al tiempo que, de manera involuntaria, contraía los glúteos.
El empleado observó durante un segundo el trasero de su jefa. Eso tenía que ser un sueño, pero por si acaso no lo era intentaría no pifiarla.
– Relaja la nalga. – dijo mientras frotaba la piel con el algodón empapado en alcohol.
Eva percibió el olor y notó, casi al mismo tiempo, el picotazo. Luego, mordiéndose el labio y tratando de relajar el culo, aguantó la sorda presión del líquido entrando en su cuerpo.
– Ya está. – dijo el chico extrayendo la aguja y frotando con suavidad el lugar de la perforación.
– ¡Ya!, ha sido rápido. Se te da bien pinchar.
– Es también mérito de la paciente.
– Muchas gracias, me has salvado la vida. – añadió Eva mientras, ya de pie, terminaba de abrocharse el cinturón.
Juan se quedó pensativo. Ayudar a su jefa le daba puntos, pero ella todavía no sabía nada. Pensó que le había llamado para eso. Con un poco de suerte quizás…
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La reunión con Marcus fue mejor de lo esperado. Solo peligraba un puesto de trabajo.
Luego llegó el email, buenas noticias, un nuevo cliente.
Eva sonrió, estaba contenta.
Pero la alegría es efímera.
El teléfono sonó, la conversación fue de todo menos cordial. Al menos había conseguido una reunión.
De repente se sentía cansada, hasta le molestaba la nalga del pinchazo.
Salió de la oficina y llamó a Vicky, una chica de tez pálida y cabello rubio que llevaba falda. También llamó, otra vez, a Juan.
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– Me ha llamado Cristina, quiere cancelar el contrato. – comenzó yendo directa al grano.
Luego, mirando por turnos a Vicky y a Juan lanzó la pregunta sin disimular un tono de irritación en la voz.
– ¿Por qué no me habéis dicho nada?
Vicky contestó.
– No queríamos preocuparte, no pensamos que fuese importante.
– Es un capricho de Cristina, una excusa para… – añadió Juan.
Eva le cortó.
– Es la cliente y nos toca tragar. Viene esta tarde.
– ¿Qué vas a hacer?
– Todo lo posible.
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Cristina se reunió con Eva en privado.
Luego, a petición de la primera, entraron los empleados.
Eva tomó la palabra.
– Cristina está dispuesta a reconsiderar su posición. Entiende que un fallo lo puede tener cualquiera. Sin embargo… exige un castigo ejemplar.
Vicky puso cara de alarma y su compañero pensó en el despido.
– ¿Nos vas a despedir?
La clienta tomó la palabra.
– No, he pensado en un castigo físico. Vuestra jefa se ha ofrecido a recibir el castigo como máxima responsable. Pero no lo veo justo… todo depende de vosotros.
– ¿Qué clase de castigo? – preguntó Juan con perplejidad.
– Unos azotes en el culo. – respondió Cristina.
La incredulidad se reflejó en el rostro de Vicky y Juan notó como el calor subía por sus mejillas.
– No estáis obligados a hacer esto. – dijo Eva.
– ¿Y… y si no lo hacemos?
– Tal y como comenta vuestra jefa, esto es voluntario. Una alternativa que ofrezco. Si no queréis pues nada, cancelo el contrato tal y como tenía pensado y busco otra empresa. – respondió con tranquilidad Cristina.
Vicky y Juan se miraron.
– Está bien, acepto. – dijo Vicky.
Juan notó la presión del momento. Todo dependía de él. Sentía mucha vergüenza, la idea de que esa mujer le calentase el trasero delante de su compañera y su jefa… pero no había otro remedio, no solo por él, sino por ella, por Eva y por todos.
– Está bien.
El resto sucedió muy rápido, sin tiempo para pensar.
Cristina se hizo con una regla de madera y se sentó en una silla.
Siguiendo órdenes, Juan se bajó los pantalones y los calzoncillos hasta la altura de los tobillos cubriendo, instintivamente, su pene con las manos.
Las tres mujeres echaron un vistazo al culo del varón, dos nalgas firmes, una raja larga y glotona y bastante vello.
– Bonito culete. – comentó Cristina para mortificarlo.
– No seas tímido, las manos a los lados, eso es, enséñanos lo que cuelga entre las piernas.
Juan obedeció.
A continuación, siguiendo instrucciones, se tumbó sobre el regazo de la clienta.
Un par de caricias y enseguida las nalgadas. Primero con la mano, para calentar la zona, luego con la regla.
El correctivo se prolongó por espacio de unos diez minutos entre tandas de azotes y humillantes comentarios.
Terminado el castigo, Juan se incorporó. Para su vergüenza el miembro había crecido fruto del calor.
– Ciertamente el pompis es una zona erógena. – comentó Cristina.
Luego, se volvió hacia Vicky.
– Tu turno princesa.
La chica, mecánicamente, se quitó la falda y se bajó las bragas de un tirón dejando a la vista un culito pálido realmente hermoso.
– Ven aquí y túmbate sobre mis piernas, eso es. Empezamos vale…
Sin esperar respuesta golpeó con fuerza con la mano abierta el trasero, dejando marcada la silueta de los cinco dedos. Luego, para vergüenza de la azotada, introdujo un dedo en la vagina que, a pesar de la tensión, estaba húmeda.
– Ya estas mojadita… ¿te gusta esto de los azotes eh, pillina?
– Yo… – balbuceó la aludida.
Cristina lanzó una carcajada y se centró en la tarea entre manos.
A base de reglazos los glúteos iban cogiendo color.
– Bien, esto ha sido todo. Lo prometido es deuda y seguiremos colaborando, pero sin errores ¿vale?
Los tres trabajadores asintieron, prometieron y dieron las gracias a su cliente.
Cuando Cristina se fue. Eva agradeció a los empleados el compromiso.
– Gracias a ti. – dijo Juan.
– Gracias Eva. – dijo Vicky frotándose las nalgas.
Eva, al borde de las lágrimas, asintió.
Cuando todos se fueron, sola en su despacho, repasó los acontecimientos de aquel día. La inyección, la conversación con Marcus, la propuesta y los azotes. Podía haber sido ella la que hubiese estado allí, con el culo al aire, en privado, con Cristina. El pensamiento tornó en algo más, de alguna manera aquello la excitaba. Se desabrochó el pantalón y metió la mano bajo las bragas. Sus dedos comenzaron a jugar con los pelos del coño. Pronto sintió placer, mucho placer.
El orgasmo no tardó mucho en llegar.