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Verano del 84 (Capítulo 3)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

La rutina cambió entonces a masturbación mutua. Nos acomodábamos lado a lado en la angosta cama, y había cierta cuestión de quien iba de qué lado, ya que ambos somos diestros. A veces también uno solo pajeaba a ambos, e inclusive mientras otro leía en voz alta (o baja mejor dicho) los tramos calientes de La Segunda Dama. Pero siempre en simultáneo, ya que seguíamos con la pulsión de compartir el placer, y tratar de llegar al orgasmo juntos.

– Viene Cami el finde – suelta un día.

– ¡Que bien! Si hay pileta y bikini, voy a llegar al lunes cargado.

– Y nos vas a tener cerca. Nos vamos a dormir a la habitación huéspedes de abajo de la casa de la abuela. Mas cómodo para todos. – Su casa era chica, y eran tres hermanos.

– ¿Y no da para un encuentro nocturno? Los abuelos duermen profundo y a puertas cerradas.

– Si, ¿y Cami?!

– Ahh claro…. Que boludo.

Cami era alta como yo (un poco más que Susi), algo robusta, de caderas amplias, mas no era gorda, de hecho era bastante delgada para su contextura. Siempre con la excepción de sus lolas, grandes, firmes y abundantes. Su pelo era castaño largo ondulado y ojos color miel. Su rostro era muy atractivo y portaba tenues pecas en las mejillas. Verla en bikini resultó mejor de lo anticipado. Nos divertimos mucho los tres, aunque en la pileta generalmente tenía que maniobrar con inteligencia para ocultar mis evidentes erecciones. Jugamos ajedrez en serio, en el tablero de “cubierta” de mi cuarto. Cami era una excelente jugadora. Después de un par de noches, en un momento que por aparente casualidad nos quedamos a solas con Susi, me dice:

– Hoy quédate despierto hasta tarde. Tipo las 2. – Me latió con fuerza el corazón.

– ¿En serio venís? Qué bueno, esto ya me estaba matando.

– Yo no. Cami. – Me quedé helado. – Hablamos la otra noche de sexo, y le confesé algunas cosas. – agregó luego de un silencio.

– ¿Qué cosas? O sea, hasta donde le contaste.

– Sin la parte del ehh… contacto físico. ¿no querés? no te quise joder, si no está todo bien, ella va a guardar el secreto.

– No, digo si, si, está todo bien. Es re linda y me gusta. Solo es la sorpresa.

– Si, y me queda claro que ella gusta de vos también.

Fue extraño el resto de la tarde. Por un lado pretender indiferencia frente a la familia, por otro las miradas cómplices con Cami. Ambos nos sonrojamos más de una vez, nos sentamos al lado en la cena, y en la sobremesa de la cena, en determinado momento se respalda en la silla con sus manos en sus muslos, y oculto por la mesa coloqué mi mano sobre la suya. Se sobresaltó al principio, pero luego entrelazamos nuestros dedos, sin mirarnos.

¿Quedarme despierto hasta las 2? ¡Qué problema! Ni con un sedante de elefante me dormía. Me quedé recostado en la cama con mi velador encendido, pretendiendo leer mas no avanzaba ni una página. Llegó la hora convenida, pasó la hora convenida, y mi ansiedad me carcomía. ¿y si bajo? ¿se habrán quedado dormidas? Veo moverse el picaporte de la puerta, se abre con un click apagado, y entra Cami en camisón y cierra tras de sí la puerta.

– Hola.

– Hola.

– ¿C-como hacemos? – dice de pie en el medio del cuarto.

– Tranqui – Sonrío. Me levanto hacía ella y caigo en cuenta que bien pudo haber intimidante y brusco, ya que estaba con mi pijama corto, sin calzoncillos, y mi bulto ya sería bien perceptible. – Primero esto – agrego pasando a su lado y cerrando con llave. Ser encontrado con la puerta cerrada con llaves ya hubiera resultado sospechoso, pero al menos daría tiempo a apagar la luz y que Cami se esconda en el baño. Luego me vuelvo y me paro frente a ella.

– Nos desnudamos, vos te sentás en la cama contra el respaldo, yo en frente y nos hacemos la paja.

– D-dale… e-empezás?

Me saco la remera y luego el pantalón de mi pijama, quedando desnudo frente a ella, mi verga levantándose rápidamente. Ella hace una pausa, y se saca el camisón por sobre la cabeza. No llevaba corpiño, y hoy todavía tengo grabada en mi retina la belleza de esa imagen. Esos senos perfectos, subiendo ligeramente con sus brazos y acomodándose de nuevo frente a mí. Mi expresión debe haber le dicho todo (y mi verga rígida también seguramente). Tenía una bombacha blanca, que bajo a continuación de un movimiento, para dejarme a la vista su pubis cubierto de vello a tono con su pelo. Nos miramos en silencio un momento, y luego sin mediar palabra, nos acercamos el uno al otro, nos abrazamos y nos fundimos en un beso. Ni ella ni yo habíamos besado antes, y nuestras lenguas se enredaron primero torpes, pero luego nos entendimos y disfrutamos largo rato comiéndonos con pasión, hasta casi ahogarnos. Mi verga se sentía como un hierro, aplastado contra su vientre tibio entre nuestro abrazo. Mis manos pronto bajaron a su culo, estrujando sus nalgas y presionando su pelvis contra la mía. Rompí el beso, la incliné hacia atrás, y sin dudar me prendí a uno de sus pezones con mi boca. Cami comenzó a gemir. Nos acostamos en la cama y quedamos de lado, frente a frente, alternando entre nuestros besos en la boca y los míos en sus tetas. Sentía mi glande tocando su ombligo, su vientre y su vello, y en un momento lo tomé y lo acomodé en su entrepierna, sin penetrarla. Juntamos nuestras pelvis y comenzamos a bombear despacio, mi verga resbalando en esa humedad suave, tibia y celestial. Seguimos así un rato, abrazándonos y besándonos o simplemente mirándonos a los ojos, ambos jadeando y transpirando. Pero sentía mi clímax avanzar de forma potente e indetenible. Traté de contenerme, y de encontrar los resortes adecuados para llevar a Cami al orgasmo, pero fue en vano.

– ¡Ahhh! -Grite con un grito sordo. Empujé mi pelvis contra la suya, y de atrás hacia mí con la mano en su culo, hasta que sentí el glande descansar en la unión de sus nalgas. Me tensé y temblé largos segundos, derramando vaya a saber cuánto semen entre sus piernas. Cuando el orgasmo cedió y me relajé un poco, suspiré y la miré a los ojos.

– Fue lindo – me dice.

– ¿Fue? Todavía faltos vos Cami. Perdón, fui muy apasionado, pero poco caballero. ¿Tuviste un orgasmo alguna vez?

– Si, cuando me pajeo.

– Quiero que tengas uno conmigo.

La giré más de espaldas, comencé a sobarle una teta, y a alternar con su concha, mientras mi boca pasaba de la suya a su otra lola.

– Te falta una mano – Ríe.

Claro, mi brazo izquierdo continuaba rodeándola por debajo. Mi imaginación compensó mi experiencia. Me moví hacia el centro de la cama, la ayudé a colocarse arriba mío y se sentara a horcajadas sobre mi verga. Está apoyada contra mi vientre, y bien dura por cierto. Pero su clítoris podía frotarse contra mí de esa manera y comenzó a mover la pelvis suavemente hacia adelante y atrás. La gloria de sus lolas quedó a mi vista y al alcance de mis manos. Me deleité sobándolas y acariciando sus pezones, evidentemente sensibles porque gemía suavemente en respuesta y aumentaba el ritmo de su pelvis. También me salió acariciarle muy tenuemente con mis uñas el contorno de sus pezones bamboleantes, siguiendo la caricia por sus costados, sus muslos y su culo hasta donde llegaban mis brazos. La hizo estremecerse suavemente, entrecerró los ojos, y comenzó a jadear un poco. Ahora si la estaba descifrando, y aceleraba en el camino a su orgasmo. Repetí caricia con las uñas en la cara interna se sus muslos, su bajo vientre y su pubis, bajo el cual mi glande aparecía y desaparecía con sus movimientos rítmicos. Con mi pulgar masajeé sobre la unión de sus labios mayores, para estimular más su clítoris. Humedecí mis dedos con algo de tanto jugo que había sobre mi vientre, y tomé con delicadeza sus duros pezones entre mi índice y pulgar, y eso la llevó sobre el borde. La sentí venir. Profunda. Intensa. Abrí mi mano y apreté con fuerza sus tetas. Cerró sus ojos, tembló todo su cuerpo y sus jugos empaparon mi verga y mis huevos. Se aflojó y bajó sobre mi pecho. Nos besamos mientras le acariciaba la espalda (con las uñas, como le gustaba eso) y se estremeció un par de veces más.

– Ahora, ¡eso sí fue lindo! – dije, y simplemente me miró con su hermosa sonrisa.

Se incorporó de nuevo y miró mi pene duro aún bajo ella.

– Supongo que eso no puede quedar así, ¿no?

– Por favor no.

– ¿Cómo hago?

– Lo que te salga seguro funciona.

Levantó su pierna derecha, descansando sobre su rodilla izquierda para hacer algo de espacio, tomó mi verga y comenzó a pajearme con alguna torpeza.

– Así, ¿no?

– Así.

Tomé su mano, la ayudé a cerrarla sobre mi verga, y a acompañar algunos movimientos. Comenzó a masturbarme con más destreza, pero luego comenzó a jugar con fuego. Levantó un poco más su pelvis y comenzó a frotar mi glande por su ranura. La sensación era sublime. Sentía la protuberancia de su clítoris sensible adelante, y luego como se hacía más suave hacia atrás, llegando a la humedad invitante de su entrada. Reemplacé su mano para maniobrar yo mismo mi verga, el ángulo me lo hacía más fácil. Frotando suavemente mi glande, deteniéndome más en su entrada, y pronto me quede allí con mínimos movimientos circulares, hasta que mi cabeza fue avanzando un par de centímetros en la entrada. En parte porque yo inconscientemente levantaba mi pelvis, pero también en parte porque Cami no apartaba la suya. Pero lo cierto es que en el umbral de la virginidad las hazañas viriles son para los cuentos y, la verdad sea dicha, mi orgasmo que ya veía reteniendo desde hacía rato me ganaba por goleada. Me pajee más fuerte con mi glande todavía apoyado en su himen, luego lo traje hacia mí, y me deje ir, descargando sobre mi vientre.

– Que enchastre hicimos. Venís, vamos a limpiarnos un poquito.

Fuimos al baño, hicimos pis, se sentó en el bidet, hice correr agua, y con jabón y ternura le lavé su entrepierna. Hizo lo mismo conmigo, nos secamos y nos tiramos lado a lado en la cama. Charlamos largo rato, de esto y de aquello. A todo esto es importante agregar que mis conversaciones con Cami no eran huecas, nos gustaban más o menos las mismas cosas, nos contábamos nuestros sueños, descubrí por ejemplo esa noche que le gustaba esquiar (mi deporte favorito) y hablamos largo rato sobre montañas, la Patagonia y demás. Alternado con alguna risa, algún beso y constantes caricias. En un punto coloca su mano en mi pene, ya erecto de nuevo, y me pajea suavemente. Listos para otra vuelta, nos dijimos con una mirada. La besé, bajé a su cuello, me detuve un buen tiempo en sus lolas, y seguí bajando para ensayar en la práctica lo que había leído en La Segunda Dama. Me dejo entre sus piernas flexionadas, que mis brazos rodearon, mientras alcanzaba su clítoris. Ensayé varias cosas, mi lengua más ancha, paleteando como un helado, o bien explorando con la punta más rígida los varios sectores. Esto último, en especial jugando así con su punto sensible, casi como si fuera un dedo, produjo la mayor excitación en Cami. Me lo delataban sus gemidos y contorsiones, y los pequeños temblores y la tensión de sus músculos que podían sentir en la palma de mi mano presionada en su pelvis.

El trámite pronto se volvió algo incómodo para mí. Sus piernas se cerraron cada vez más fuerte sobre mi cabeza, la cual también me sujetaba con ambas manos, y apenas conseguía respirar por mi nariz que por momentos también se apretaba contra su concha. ‘Que valga la pena’ pensé mientras continuaba con ahínco. Sin duda que así fue. Se tensó con vigor hasta levantar la cola de la cama, sus flujos inundaron mi boca y tembló violentamente. Los temblores se volvieron espasmos, apartó mi cabeza y se cubrió con las manos para que no la siguiera estimulando. Gradualmente fue relajándose. Sus piernas dobladas cayeron fláccidas a los costados, abriéndose ante mi entregadas. Aparto sus manos, y tuve la idea picara de un último beso en su punto mágico.

– ¡No!, ¡Jajaja! – dijo dando un respingo.

Me trepé sobre ella y la besé.

– Ahora supongo que debo devolver la atención… – su mirada entre lujuriosa y temerosa.

– Nada, pero nada me gustaría más.

– Recostate – Ordenó corriéndose de abajo mío.

Cambiamos posiciones, ella arrodillada entre mis piernas se recostó sobre mí y comenzó a imitar mi recorrido lingual. Me estremecí cuando me besó los pezones, desconocía que eran sensibles, y también cuando siguió en mi abdomen, pero también porque sus generosas ubres frotaban mi miembro rígido como un mástil. Finalmente dio un beso suave sobre la base de mi glande, y no me fui allí mismo porque era el tercero. Mirándome a los ojos me tomo con su mano e introdujo la cabeza en su boca. No estaba segura bien de qué hacer, ni yo. Pero pronto me di cuenta de lo que me generaba más placer, y Cami prestaba mucha atención a mis indicaciones bastante incoherentes balbuceadas entre suspiros, y me llevo pronto al cielo. Mi verga entraba y salía de esa cavidad cálida y resbalosa, y… y…

– ¡Cami! ¡Cami! ¡Me salta!

Lejos de sacarla de su boca, la sujetó adentro mientras acababa. No habría eyaculado mucho a esta altura, pero algo saboreó y tragó sin mucho disgusto. Se recostó al lado mío mientras me recuperaba, mirándome con una sonrisa, que súbitamente cambió.

– ¡Jojo, son las cinco! – el tiempo había volado. Cami se tenía que levantar a las siete, ya que a las ocho los padres de Susi la llevaban a su casa de camino al trabajo.

– Calma, estas a tiempo. Nada vas a dormir, pero decime que valió la pena.

– Si que valió la pena – dijo sonriente mientras se ponía su bombacha y su camisón.

– ¿Cuándo nos volvemos a ver? – dispare sin pensarlo.

– Tengo que volver antes que termine el verano. – respondió.

Me miro fijo, nos besamos, y se fue sigilosa en la noche.

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