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Tiempo de lectura: 9 minutos

Isabel es una mujer atractiva. A sus cuarenta y dos añazos sigue conservando un cuerpo envidiable, sus ciento setenta centímetros de altura la vuelven imponente detrás del mostrador de la farmacia que dirige. Adorna su figura con una melena negra que le llega hasta el hombro y alguna cana furtiva que la hacen más interesante si cabe; un busto de buena talla y sobre el cual la gravedad no se ha cebado, y un culo redondo y respingón que vuelve loco a José María, su marido. Risueña y con un don de gentes que la ha hecho famosa en el barrio. Pero de puertas adentro, las cosas no son tan perfectas, su vida matrimonial ha caído en una tediosa rutina de la que sólo José María parece darse cuenta. Da la sensación que ella tiene su vida plena con su farmacia y sus hijos. Hasta aquella tarde de un mes de octubre.

Ariel es el nuevo delegado de zona de la farmacéutica Irrelevant Pharma. Campeón de boxeo en la categoría de peso Wélter en su Cuba natal, y médico graduado por la Universidad La Habana. Físicamente un portento, su metro ochenta y cinco, su piel negra, su sonrisa cautivadora con una fila de dientes blancos perfectos, un culo redondo, espaldas anchas, pectorales definidos…más de alguna mujer había vuelto la cabeza para mirarle en la calle. Y para qué hablar del personal femenino del polideportivo donde entrenaba todas las tardes. Se podía ganar la vida ejerciendo de gigoló, sin embargo su objetivo era trabajar y hacerse un hueco en nuestro país.

* * * * *

Isabel estaba distraída ordenado recetas y albaranes de pedidos que la cooperativa farmacéutica le había dejado por la mañana. La puerta automática de cristal de la entrada se abrió y entró un chico joven negro que se presentó como el nuevo delegado de un proveedor con el que Isabel había empezado a trabajar recientemente. Dejó lo que estaba haciendo, llamó a su empleada, y pasó con Ariel a un despacho en la parte de atrás de la botica. Ariel desplegó todos sus encantos para conseguir que Isabel aumentara la cantidad de productos de su laboratorio. Dejó algunas muestras, catálogos, e informó a Isabel de las promociones para los clientes distinguidos, que incluían viajes al Caribe, o fines de semana en hoteles de superlujo en Cádiz y Málaga. Pero Isabel no se dejó impresionar por todo aquello, le llamaba más la atención la forma de hablar de Ariel, ese acento cubano meloso mezclado con el hablar español. Una sucesión de palabras terminadas en “L”, con ces y zetas que a Isabel le hacía mucha gracia. Una especie de interruptor se activó en su cerebro, la líbido que parecía dormida se activó de repente. A Ariel algo se le activó también en su interior, aquella mujer que tenía delante le inspiraba. Intuyó que era mayor que él, pero tenía mucho morbo. Pensó en invitarla a tomar un café, pero recapacitó y antepuso el trabajo al ligoteo. Cuando dieron por terminada la visita se despidieron dándose la mano, pero Isabel tiró al suelo accidentalmente una carpeta que estaba encima de la mesa. Ariel muy solícito se agachó a recogerla, e Isabel de forma instintiva hizo lo mismo. Los ojos de Ariel se fueron directamente al escote de Isabel y pudo deleitarse con un hermoso canalillo y un sujetador de encaje negro. Isabel aspiró profundamente el aroma de Ariel, “Le Male”, de Jean Paul Gaultier” pensó, “buena elección”.

Las visitas de Ariel se prolongaron durante todo el mes, siempre por las tardes y a la misma hora. Isabel no sabía la razón, pero esos días antes de llegar Ariel a la farmacia, se arreglaba el pelo, se desabrochaba un botón de la camisa, o dejaba la bata abierta para poder lucirse por entero. Un día Ariel se decidió y la invitó a comer. Como excusa puso la disculpa de un viaje a Alemania y para no faltar a su cita semanal con ella, en una comida podrían hablar de negocios sin que ninguno de los dos faltara luego a su trabajo. Durante la comida hablaron lo justo de trabajo, y dedicaron más tiempo a hablar de banalidades. Salir de la rutina diaria relajó mucho a Isabel, tanto que bebió y rio como hacía tiempo que no hacía. Y cuanto más tiempo pasaba, más se sentía Ariel atraído por aquella mujer. Ariel se ofreció a llevar a su invitada de nuevo a la farmacia, abrió la puerta derecha de su flamante Alfa Romeo Stelvio cortesía de la empresa, y condujo hasta su destino. Sin meditar antes las consecuencias, se despidió de ella con un beso en la boca. Sus gruesos labios abrazaron la boca de Isabel, y la punta de su lengua entró en la boca de la farmacéutica. Isabel tampoco reflexionó mucho, y siguió el juego. El beso duró unos segundos, pero fue lo justo para despertar un ansia, un arrebato. Repitieron el beso una y otra vez, la lengua de Ariel entraba cada vez más en la boca de Isabel, y ella permitía que llegara cada vez más adentro. Cerró los ojos sin pensar en las repercusiones, mientras la mano de Ariel subió por su muslo. El corazón de ella iba desbocado, sentía una mezcla de miedo y deseo, al contrario que Ariel, que cada segundo que pasaba se sentía más seguro.

Eran las dos y media de la tarde, y aquel día la farmacia no abriría hasta las cinco. Isabel invitó a Ariel a pasar por una puerta lateral del local. En la parte de atrás había un cuarto con un baño y una cama, que usaban cuando la farmacia estaba de guardia o abría las 24 horas para descanso del personal. Entraron de forma atolondrada, tropezando con todo pero sin despegarse el uno del otro. Isabel se agarraba al cuello de su amante, y él no dejaba de apretar el culo de ella por encima del vestido. Isabel se había puesto ese día un vestido camisero de color verde, que le llegaba a medio muslo, una fila de botones desde el cuello hasta abajo, y un cinturón que le estilizaba mucho la figura. Sin dejar de besarse y enredar sus lenguas, se desnudaron mutuamente y tiraron la ropa sin mirar donde caía, hasta que ella quedó únicamente con sus bragas negras, y Ariel con su bóxer azul. Ariel recorrió el cuerpo de ella hasta quedar de rodillas. Empezó por el cuello, los hombros, se detuvo en las tetas de Isabel y chupó los pezones. En su lengua notó el tacto duro de los mismos. Isabel apretó la cabeza de su amante negro contra su pecho, mientras se le aceleraba la respiración. Hacía tiempo que no sentía aquella sensación, sentirse deseada, esa especie de arrebato que hace que todo te dé igual. Tenía curiosidad por saborear una piel desconocida y furtiva.

Ariel bajó las bragas hasta los tobillos, y frente a su cara apareció el sexo de Isabel. Hundió su cara entre las piernas de ella, paseó su lengua mientras agarraba con fuerza las nalgas de la mujer. Isabel jadeaba, y mirando hacia abajo para no perder detalle de lo que hacía Ariel, sujetó su cabeza en un intento de que no escapara. Abrió un poco las piernas para facilitarle la labor. Estaba fuera de si, no se había tan siquiera parado a pensar en lo que estaba haciendo o lo que estuviera por venir. Sin aviso previo Ariel se puso de pie y empujó a Isabel sobre la cama, terminó de quitarle las bragas, y se deshizo de sus bóxer. Ante ella se presentó un Dios de ébano, se incorporó para quedar sentada al borde de la cama y pudo ver de cerca el dibujo de sus abdominales como el mapa de una ciudad perfecta, líneas verticales y horizontales que formaban cuadros simétricos. Los muslos perfectos con los cuádriceps y los femorales marcados, y los pectorales perfectamente definidos. Y qué decir de su verga, a Isabel le pareció perfecta. Con poco vello, unos testículos redondos y un glande al descubierto y brillante. Una erección descarada y soberbia que no se merecía caricias, sino engullirla con falta de decoro. Instintivamente sus labios abrazaron la punta de aquella erecta polla, mientras sus manos sujetaban las caderas del hombre que le estaba regalando uno de los momentos más locos de su vida. Introdujo el falo duro caliente en su boca, sintió como chocaba en su paladar pero advirtió que era imposible tragarlo por entero. Sus labios se dilataron y abrazaron aquella polla oscura, a la par que apretaba aquellas nalgas masculinas que le parecieron duras como el mármol. Ariel no se movía, puso sus brazos en jarras, bajó la cabeza para ver con claridad como Isabel se deleitaba con aquella mamada, y con unos leves vaivenes de cadera, introducía su miembro en la boca de Isabel.

Él parecía no tener prisa, por el contrario ella aceleró el movimiento de su cabeza como si quisiera acabar con aquello cuanto antes, pero la idea de Isabel no era esa realmente; quería más, y quería que durara toda la tarde a ser posible, pero la pérdida del hábito y el ansia le hacían ir más deprisa de lo que deseaba. Cuando Isabel se tomaba una pausa para respirar notaba como la saliva le salía de la boca por la comisura de los labios, y le caían gotas por la barbilla. Miraba detenidamente la polla de su amante, y la veía lustrosa y mojada, embadurnada con sus babas. Ariel puso sus manos sobre los hombros de la mujer y la empujó sobre la cama. Acto seguido se arrodilló, subió las piernas hasta sus hombros, y volvió a meter su cabeza entre las piernas de Isabel. Sujetó los muslos suaves fuertemente, y recorrió con su lengua todo el camino que va desde el culo hasta el clítoris. Chupó los labios vaginales, mojó la entrada del ano, estimuló con la punta de la lengua el botón del clítoris, y todo eso con una lentitud que exasperaba a Isabel a la par que la hacía gozar. El placer que sentía le llegaba con oleadas, sentía la necesidad de revolverse, de agitarse, pero Ariel la sujetaba con fuerza y a ella no le quedaba más remedio que arquear la espalda, jadear y agarrarse con fuerza al edredón que cubría la cama.

-¡Joder!, no te pares cabrón, sigue, sigue, -le apremiaba a gritos. -¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!…

Pero Ariel no se dejaba llevar por las prisas, le estaba regalando a Isabel un placer indescriptible. Hasta que le llegó el primero de los muchos orgasmos de aquella tarde.

-¡Aaaah!, ¡aaaah!… me corrooo, -gritó mientras tensaba la espalda. -¡Ah!, ¡ah!, joderrrr.

Pero Ariel no iba a tener piedad. Sin esperar a que esa mujer blanca totalmente entregada recuperara el resuello, se elevó quedando en cuclillas lo justo para encarar su polla frente al coño de Isabel y la introdujo con un golpe de cadera. Ese trozo de carne entró sin dificultad taladrando a Isabel, que lo recibió con un gemido. Ariel comenzó a bombear con fuerza en cuanto advirtió que el sexo de Isabel se había adaptado al grosor de su polla. Los jadeos de ambos se mezclaron con el sonido de sus cuerpos chocando. Ariel no había soltado las piernas de la mujer, y a ella la sensación de estar a merced de ese semental, de no poder moverse, la volvía más loca aún. Ella, acostumbrada al misionero, a cuatro patas y poco más cada vez que follaba con su marido, aquello era irresistible, pero aún le quedaba más que experimentar. Ariel se levantó sin sacar su miembro, subió a Isabel en volandas y la dejó subida empalada a su polla. Ella se abrazó con fuerza al cuello del macho y sentía como la penetraba con fuerza, hasta que Ariel caminó hasta la pared, apoyó a Isabel contra ella y siguió percutiendo.

-¡Joder cabrón!, fóllame, fóllame más, -gritaba Isabel sin vergüenza ninguna. -Ostias joder, méteme esa polla entera.

-Tu marido no te ha follado nunca así, ¿verdad?, -le susurraba él en su oído, -toma polla puta.

Cuando Isabel le iba a gritar que no se corriera dentro, ya era tarde. Ariel descargó un buen chorro de semen tibio acompañado de un gruñido. Siguió metiendo y sacando su verga sin tomarse un descanso, pero el bombeo ya era más lento. Su polla lubricada con una mezcla de semen y flujos se deslizaba fácilmente. A Isabel el corazón se le salía del pecho, y sentía sus tetas bailando al compás de la danza de Ariel. Le pidió que la bajara porque quería ir al baño, lo que él hizo de buena gana. Cuando volvió del pequeño aseo, encontró a su amante recostado sobre la cama. Una pierna colgaba fuera del colchón y la otra flexionada; una mano sobre el pecho y la otra detrás de la nuca como una almohada. Ella admiró el cuerpo desnudo de Ariel y se quedó pensativa. Durante años había escondido en el fondo de su cerebro estas fantasías que esa tarde estaba haciendo realidad. Se acercó a la cama y sin mediar palabra, se sentó a horcajadas sobre el hombre que la recibió de buen grado.

-Quiero más, -le dijo Isabel mirándolo fijamente, -otro antes de que tengas que irte.

-Y parecías una mosquita muerta cuando te conocí, -contestó Ariel con su inconfundible acento caribeño. -¿No te ha bastado?

La respuesta de Isabel fue situar su sexo sobre la verga negra de su amante, y bajando suavemente sus caderas, la introdujo dentro de ella. Ariel flexionó ambas piernas para bombear y le dio a Isabel dos sonoros azotes. Para ella aquello era nuevo, inusual, no sabía si era bueno o malo, si procedía o no, pero si tuvo claro que el placer de los dos azotes y la polla de Ariel entrando y saliendo de su coño, le provocaron un placer enorme. Gritó con fuerza, se desahogó como si hubiera tenido reprimido un sentimiento durante mucho tiempo. Se puso erguida, apoyó ambas manos sobre el pecho de Ariel y aceleró el movimiento cerrando los ojos, y percibiendo las sensaciones que le provocaba aquel trozo de carne caliente y duro rozando las paredes de su sexo. Él le masajeaba los pechos y los estrujaba con sus manos, le pellizcaba los pezones, y a Isabel se le mezclaba dolor y placer a la vez. Ariel decidió ir un paso más allá, y llevó su dedo corazón hasta el culo de ella, estimuló el esfínter y lo introdujo lentamente. Isabel quiso decirle que no, pero algo le impidió decírselo. Nunca le habían follado por el culo ni estimulado de ninguna forma, siempre le dio la sensación de que aquello aparte de doloroso, no era bueno. Pero algo la atenazó y no fue capaz de poner un límite. Es más, al igual que con los azotes, se le mezcló una sensación de placer con un cierto dolor pero sin llegar a un límite que le hiciera pedir basta. Ariel entendió la falta de rechazo por parte de ella, como algo bueno, y con un movimiento lento, volteó a la mujer colocándola boca abajo. Pasó su mano por la vagina y mojó la entrada del ano de Isabel con sus flujos.

-Espera, -dijo ella, -ponte algo porque me vas a hacer daño.

Se levantó y trajo de la estantería un tubo de vaselina.

-Lo siento, pero es que no tengo otra cosa más a mano, -le dijo a Ariel mientras le embadurnaba la polla con la pomada grasienta.

Se colocó a cuatro patas, y dejó que Ariel le untara el esfínter con la vaselina, al mismo tiempo que aprovechaba para introducirle un dedo primero, y luego dos.

-¡Aaaah!, -gimió Isabel en una mezcla de dolor y placer.

Ariel repitió la acción varias veces, ampliando el movimiento de su mano hasta llegar a la vagina y el clítoris de Isabel. Cuando creyó que era el momento, guio con su mano la polla hasta el hermoso culo de Isabel y apoyó el glande en la entrada. Hizo unos suaves movimientos intentando hundir su verga dentro de ella, hasta que fue entrando lentamente, buscando la dilatación. Isabel se dejó caer, extendió los brazos hasta tocar la pared con las manos y exponiendo más su culo. Ariel la sujetó por la cintura y empezó un lento baile, sodomizando a Isabel. De forma lenta y pausada pero con determinación Ariel movía sus caderas bombeando y provocándole a la mujer un placer hasta entonces desconocido. Como una corriente eléctrica, el orgasmo invadió el cuerpo de ambos, uniéndose todo en sus zonas genitales. Ariel volvió a eyacular su semen cálido dentro de ella al mismo tiempo que lanzaba un gruñido. Ella lo recibió con un prolongado gemido, cerrando los ojos y apretando los puños.

La vida perfecta y ordenada de Isabel sólo le dejaba sitio para lo desconocido y lo furtivo.

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