Me encontraba en la cocina, desayunando. Había llegado a una decisión durante la noche y aunque sabía que no le debía explicaciones a nadie, dentro de mí había algo que me advertía que si no las daba me arrepentiría en el futuro.
-Buenos días, Esmeralda.
Se me hizo raro llamarla por su nombre. Nunca le había llamado por su nombre ni tampoco le había llamado ama nunca, y sin embargo usar su nombre se me hizo rarísimo.
Ella sacó de la nevera unos cereales, echó leche y se sentó enfrente de mí.
Yo iba vestida como si fuera a la oficina. Una camisa, una falda hasta la rodilla, estaba tomando un café.
Ella iba vestida con una camiseta y un vaquero.
Estas formas tan dispares de vestirnos y comportarnos solo acentuaban mucho más la diferencia de edad que había entre nosotras y la diferente etapa en la que estábamos.
-Tengo que hablar contigo.
-Pues hablemos.
-No me gustó lo de anoche. No me gustó lo que me hicieron, no me gustaron sus risas mientras lo hacían y no me gustó que no me pudiera lavar al terminar.
-Podías haberlo parado en cualquier momento.
-Ya grité ferrocarril cuando me diste de comer y nada, seguí haciéndolo.
-Sí, porque en el fondo querías hacerlo. Mala ama sería si no fuera capaz de darme cuenta de ello.
-Pues anoche no quería. No me he sentido tan humillada ni tan usada en toda mi vida.
Esmeralda tomó una cucharada de sus cereales, como si eso no tuviera importancia.
-Sabes de sobra que lo hice por ti, por las posibles consecuencias si no lo hacía.
-Miguel y Pedro se dedican a rodar vídeos para adultos y saben de qué va esto. ¿De verdad pensabas que iba a traer a un par de niñatos ante una sumisa nueva como tú?
Pues sí, eso era exactamente lo que había pensado. Ese era el escenario que me habían puesto delante.
-La sumisión y el sado a tu nivel debe ser consentido, seguro y sano. Luego cada pareja es un mundo y cada relación una historia. Pero desde luego no te iba a meter la segunda noche con dos novatos en una habitación para hacerte eso.
Me dejó sin palabras.
-¿Alguna cosa más que quieras comentarme?
-No sé si tengo fuerzas para seguir adelante.
-Es lógico y normal que tengas dudas. Como mi sumisa harás cosas que te gusten y cosas que no te gusten, que harás simplemente para complacerme, pero siempre tienes la opción de parar. Como esclava ese derecho no lo tendrías.
-No lo pintas bonito.
-Debo exponerte como es la realidad a la que te enfrentas, ese es mi deber.
Ella siguió comiendo tranquilamente mientras yo me hundía en un mar de dudas.
-Además… Me gustan los hombres, me gustan mucho las pollas. Si tuviera que ser la esclava de alguien, algo de lo que no estoy segura aún, tendría que ser la esclava de un hombre, no de una chica.
-Te gané jugando al póker a mi padre y a mi abuelo, por eso eres mía y no de ellos.
-No soy una cosa que se pueda apostar.
-Cierto, aún no lo eres, solo eres una sumisa. Por lo tanto si tienes alguna queja de mí, puedes entregarte a alguno de los otros dos.
Entregarme a alguno de ellos, como si fuera tan sencillo. Cuando entré en esa habitación, estaba convencida de que tras explicarme, me iría. Pero tras hablar con Esmeralda, de lo único que estaba segura es que no la iba a abandonar.
-Es un asco ser sumisa.
Esmeralda se partió de risa ante mi comentario.
-Hoy usaremos pinzas contigo.
-Eso duele un montón. Ya intenté hacerlo una vez cuando era joven, a mis diecisiete cuando estaba llena de hormonas, y no aguanté ni un minuto con ellas puestas.
-¿En serio?
-Sí
-¿Y quieres repetir?
-No.
Sacó de su bolso unas esposas y un par de pinzas de la ropa. Yo me pregunté qué clase de mujer lleva en su bolso esposas y pinzas de la ropa.
-¿Estás segura?
-Ferrocarril – escupí sabiendo que no iba a servir para nada.
-No seas mala y déjate hacer.
Se acercó a mí como un depredador se acerca a su presa. Me agarró de los brazos suavemente y me esposó las manos por detrás de la silla de tal forma que no me podía mover.
Comenzó quitándome los botones de la camisa, botón a botón, despacio y suavemente, mientras yo miraba de reojo a la puerta.
-Mira lo dura que estás ya.
No era mentira, tenías los pezones duros como no recordaba desde hacía mucho tiempo.
Me quitó el sostén dejando mis hermosos pechos al aire.
-¿Lista?
Yo me mordí los labios mientras ella me colocaba la primera pinza.
A continuación me colocó la segunda.
Dolía, sí, pero era un dolor soportable y en cierto sentido, agradable.
-¿A qué no duele tanto?
-Ferrocarril – dije yo.
-Chist, calla.
Me besó.
Voy a repetirlo otra vez porque no me lo creía ni yo…
Me besó.
Y no un simple beso, no.
Un beso con lengua, demostrando una técnica qué a saber dónde había aprendido. Un beso capaz de lograr que me muriera del gusto.
La verdad es que en temas de sexo mi ama me dejaba muy atrás.
Sacó del bolso una mordaza de bola y un pequeño vibrador mientras yo me preguntaba que mierda más llevaba ahí dentro.
Me colocó la mordaza primero para introducir a continuación el vibrador en mi húmedo coño y lo encendió.
-Me voy a la uni. Vuelvo a las tres, perrita. Así que espera hasta entonces.
Me cague en su puta madre, no me quedó otra. Me esperaban horas por delante estando en una de las situaciones más incómodas de mi vida.
El maldito bicharraco que tenía entre las piernas no tardó mucho en arrancar de mi cuerpo el primer orgasmo.
En la cocina entró el abuelo acompañado de la criada que me había llevado hasta mi habitación.
-Hola, muy buenas.
-Humm.
El tío se puso a desayunar tranquilamente mientras a mí me estaban dando ganas de volver a correrme otra vez.
Intenté controlarme con todas mis fuerzas, claro, pues me daba una vergüenza tremenda correrme delante de él.
Pero fue imposible, un nuevo orgasmo no tardó mucho en inundar mi cuerpo sin tener en cuenta mis sentimientos. Pero lo peor no era eso, lo peor es que el maldito bicho seguía vibrando, sin parar, entre mis piernas.
-Tenías que haber gritado tu palabra de seguridad si no querías esto.
-Hummm, hummmm, humm – protesté yo.
-Bueno, voy a hacer lo que me ha pedido mi nieta.
Ni corto ni perezoso el viejo se sacó la polla, solo para pajearse y correrse encima de mí.
Mis pechos y mi cara quedaron pringados de semen y yo sin poder limpiarme.
-Hummm – protesté de nuevo.
Noté como otro maldito orgasmo comenzaba a subir de nuevo.
Yo nunca había olido mal en el sexo, pero después de unos cuantos orgasmos, apestaba.
Unas pocas horas más tarde yo ya no podía más. No podía más.
Mis pezones me dolían como nunca mientras que mi coño se corría sin control ninguno. Olía tanto que me habían sacado con la silla y todo de la cocina para meterme en la perrera y solo rezaba para que llegaran las tres de una puta vez.
Pero si creéis que mi tortura terminó cuando dieron las tres, es que no conocéis a mi ama.
Cuando llegó de la uni, aparte de hacerse notar, lo primero que hizo fue ir a comer, y luego hacer los deberes como la estudiante modelo que era.
Y me dieron las tres, las cuatro y las cinco y las seis… y me había meado encima porque ya no aguantaba ni un minuto más.
Pero cuando ella apareció yo me sentí el ser más feliz de la tierra al verla.
-Bueno, perrita, ¿Qué tal estás?
-Humm – dije yo.
-Sí, lo sé, lo sé, ha sido un día duro.
-Hummm.
-En fin, veamos qué tal estás.
Me quitó una de las pinzas de mis pezones y fue muy liberador, pero mi ama tenía otros planes para él.
Me dio un golpecito, y otro, y otro… mientras yo me cagaba en su puta madre porque me estaba doliendo un montón.
-¿Te duele?
-Hummm
-¿Y esto?
Me clavo las putas uñas.
Tenía el pezón hinchado y enrojecido y la muy hija de su madre me clavó las putas uñas del índice y del pulgar.
-Hummm
-Bien, vayamos con el otro.
Joder, joder, joder…
-¿O quieres abandonar ya? – preguntó quitándome la mordaza.
-Ferrocarril – grité yo cuando me vi libre para poder hablar
-Calla perrita tonta.
Y me besó con uno de los besos más increíbles que he tenido en mi toda mi vida.