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Ver algo prohibido nunca se sintió tan bien
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Es imposible olvidar aquella noche que ha formado parte de mis sueños más secretos. 

Esa noche de diciembre mi amiga y yo habíamos caminado hasta su casa, en donde nos quedaríamos viendo alguna película antes de que llegara su novio, Damián.

Todo marchaba bien. Habíamos llegado para luego recostarnos cómodamente en su cama frente a la televisión. Ev hizo palomitas. Todo parecía normal y supuse que sería una noche como habían sido tantas otras. Obviamente, estaba totalmente equivocada.

Me quedé dormida en medio de la película para luego despertar y, somnolienta, notar que todo se había quedado en silencio excepto por unos… ¿Gemidos?

Abrí mis ojos y los vi. Mi mejor amiga sin su camiseta, revelando unos pechos más hermosos de lo que había imaginado. Sus pezones estaban erectos y sabía que no era por el frío. Evelyn jadeaba mientras estaba con los ojos cerrados y echaba la cabeza hacia atrás. Su novio le rodeaba su suave cintura con su brazo y había metido su mano debajo de su falda haciendo movimientos tan, tan lentos y tentadores.

¿Debería irme? ¿Por qué estaban haciendo esto justo frente a mí?¿Y por qué estaba pensando tanto en esto en lugar de moverme e ir a otra habitación, simplemente?

Estaba a punto de incorporarme y salir de allí lo más rápido que mis piernas me permitieran moverme. Pero entonces Damián deslizó su lengua sobre uno de sus pezones. Lo saboreó. Se acomodó contra Ev y comenzó a mecerse contra ella, buscando alivio. Buscando follarla.

Me quedé allí paralizada sintiendo que era una tonta tan, tan, tan mojada. Casi me horrorizó descubrir que entre las piernas el calor se hacía cada vez más mayor y sólo quería tocarme para encontrar una liberación.

Damián besó el cuello de Ev antes de chuparlo. Ella ladeó su cabeza, dándole más acceso, y pude ver su rostro con claridad. Sólo había deseo en su expresión mientras su respiración se hacía cada vez más rápida y fruncía el ceño a la vez que se movía con él.

Entonces, abrió los ojos y me vio observando el acto íntimo entre ellos. Me pregunto qué tan patética debo haberme visto allí recostada en el dosel de la cama temblando, y no exactamente de miedo.

Evelyn me dio una suave sonrisa. Atrajo el rostro de Damián hacia ella y lo besó con pasión, metiendo su lengua en su boca y chupando su labio inferior. No cerró sus ojos en ningún momento y su vista permaneció en mí.

Lamí mis labios.

Evelyn le quitó la camiseta a Damián y rápidamente la hizo a un lado. Deslizó sus manos por su pecho y, aun estando a horcajadas sobre él, bajó su cremallera con su ayuda. Acarició aquella verga que yo no podía ver aún. Casi quería acercarme para ver mejor.

Damián cerró los ojos y miró a Ev lleno de hambre. Sus ojos parecían quemar su rostro mientras levantaba su falda del todo y la empujaba hacia atrás en la enorme cama. Expuso su mojado, su sonrojado coño, abierto para él. Bajó sus jeans hasta las rodillas, sin molestarse en sacarlos del todo o despojar a Evelyn de su falda.

Pensé que, como el animal hambriento que parecía, se movería hasta quedar sobre mi amiga y la follaría como sus ojos prometían. Sin embargo, se tomó su tiempo. Su rostro se posicionó justo frente al coño suplicante de Evelyn y lamió su clítoris y la penetró con su lengua. Arrastró sus labios por ella, que gemía cada vez con más fuerza. Sus dedos acompañaron su lengua, provocando que ella temblara como papel antes de derrumbarse.

Entonces él la volteó y le ordenó ponerse en cuatro. Cuando levantó su hermoso culo para él, otorgándole ese poder, él tomó sus nalgas y entró en ella bruscamente. Ambos gritaron, y ese grito se convirtió luego en un gemido. Ella había cerrado los ojos, pero él los había mantenido abiertos.

Mientras se empujaba contra ella y juntos parecían balancearse en el vals más hermoso y desenfrenado que había visto en mi vida, Damián me miró. Su mirada capaz de quemarte hasta los cimientos se fijó en mí, y recorrió mi cuerpo con esa mirada.

No lo soporté. Fue demasiado, simplemente demasiado. Eso pensé mientras deslizaba mi mano entre mis piernas, hacia mi coño suplicante y me acariciaba. Me penetré a mí misma con mis dedos a la misma velocidad en la que Damián penetraba a Evelyn.

Poco a poco, la tensión se volvió insoportable.

Él murmuró:

–Quiero que te vengas– y luego gimió–. Vente. Ven conmigo. Ahora.

Nos dijo eso a ambas. Evelyn y yo gemimos a la vez, decididas a entregarnos a ese placer incontenible.

Hubo un silencio absoluto luego de eso.

Evelyn río suavemente antes de mirarme y preguntarme con esa voz seductora:

–Dime, pastelito, ¿te gustó lo que viste?

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