Conocí a una mujer a través de redes sociales. Me pareció agradable, atractiva y muy interesante. Llevábamos un par de semanas chateando y ella me había propuesto quedar. Yo no lo tenía muy claro, pero después de un par de fotos, bastante sugerentes, accedí.
Nos habíamos citado en una cafetería de las afueras, que yo creía, bastante discreta. Estaba muy nervioso y miraba hacia todas partes buscando a alguien que me pudiera reconocer pero gracias a dios no fue así. Cuando llegué ella ya estaba allí. Me fije bien en que ninguna cara me resultara familiar y siendo así me acerque hasta la mesa donde me esperaba. Nos dimos dos besos pero confieso que me quedé con las ganas de posar mis labios sobre los suyos y probar el néctar de su boca. Por unos instantes me quedé mirándola, y no era una diosa pero con mis ojos se la veía muy bonita. Llevaba una blusa blanca tan fina que se apreciaba el dibujo del sujetador de encaje. Luego una falda, también blanca, corta y amplia, que seguro se podría levantar fácilmente. Las piernas vestidas con unas medias blancas que le daban un aspecto sedoso y unos zapatos de tacón que alzaban su culito. Sencilla y discreta pero acaparando toda mi atención.
Nos sentamos en un sofá y, desapercibido, yo me iba acercando a ella poco a poco. Ella sonreía, la conversación era fluida y ambos nos sentíamos muy cómodos, hasta que posé mi mano sobre su rodilla y vi como se le cortaba la respiración. No dijo nada pero vi el vello de su piel erizado. Ella se movía temblorosa y no parecía tener muy claros sus deseos. Mientras yo le decía una y otra vez lo bonita que era, la regalaba besos en la mejilla y mis dedos acariciaban su pierna llegando hasta el interior de su muslo provocando así que de su boca escapara un suspiro tras otro. Se la veía muy nerviosa y se giraba poniéndome ojitos pero no yo no alcanzaba a besar sus labios antes de que su mirada volviera hacia él suelo. De repente se levantó y sin decir nada se fue al baño.
Yo pensé que había sido muy directo y por tanto había metido la pata. Aproveché su ausencia para ir a lavarme la cara y ver si así me aclaraba, pues mi mente era un tornado de pensamientos que no conseguía aclarar, pero al salir todo se nubló de nuevo. Me encontré de frente con ella y se quedó mirándome a los ojos. Yo ya no me pude aguantar y le planté un beso en los labios, luego otro y así hasta hacernos una maraña de brazos. Poco a poco la fui llevando al baño de caballeros y ya dentro empecé a meter mi mano bajo su falda mientras mis dedos se regocijaban con el tacto de su culo. La ayudé a sentarse en el lavabo y mientras intentaba quitarle las bragas ella se abrió la blusa mostrando así una delantera imponente. Yo me volví loco y desabroche el sujetador para llenar mi boca con sus pezones mientras acariciaba aquellos pechos tan firmes. El sudor manaba de su piel pero mis deseos eran demasiado fuertes para arruinar el momento por un detalle tan pequeño. De repente alguien intentó abrir la puerta y siendo tan pequeño el baño la conseguí sujetar con el pie. Los dos nos quedamos quietos y callados hasta que desistieron de entrar. Me di la vuelta y vi un cerrojo que rápidamente eché. Luego nos reímos un poco y continuamos con nuestros menesteres. Besos, caricias y demás arrumacos hacían crecer mi deseo hasta que, en un momento de locura transitoria, llegué a morder sus pezones. Ella chilló consiguiendo que yo parase y le pidiera perdón pero su sonrisa malévola me incitó a seguir con nuestro encuentro.
Con dificultades, conseguí sacarme el miembro. Ella me miraba a los ojos con deseo y tras apartar un poco sus bragas empecé a meterme despacio, luego un poco más y así hasta tenerla toda dentro. Yo sentía sus piernas rodeándome mientras arremetía sin control. Los gemidos se sucedían y sus uñas se clavaban en mi nuca mientras yo sujetaba su pierna izquierda con mi mano derecha e intentaba lamer sus pechos.
De repente otra vez la puerta. Yo paré, pero ella gritó “¡¡¡que está ocupado, coño!!!” y me pidió que no parara. Sus manos sujetaban mi cara y sus labios intentaban posarse sobre los míos, pero cada embestida arrancaba de su boca un gemido que no se lo permitía. Parecía que el mueble sobre el que estábamos se iba a romper y el espejo también temblaba, pero el volumen de sus gemidos no dejaban escuchar nada más. Ella me pedía que no parara y me agarraba por el pelo para separarme y ver así la cara de placer que yo lucía pero al mismo tiempo me incitaba con su lengua a besarla. Finalmente no pude contenerme y terminé dentro sin pensar siquiera en que no me había puesto condón. Yo me quedé muy a gusto y creo que ella también pues me sujetaba con sus piernas mientras nos seguíamos besando.
Al salir del baño, ya vestidos, había tres hombres esperando. Dos sonreían pícaramente y el tercero estaba con un buen enfado, pero me daba igual.