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Tocar el paraíso…
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Nunca se olvida la primera vez.

Siendo una muchacha de 18 años aún seguía buscando a quien me hiciera mujer.

Había tenido novios; de todo, pero, solo buscaban su satisfacción propia.

Al estar solos, empezaban a tocarme y acariciarme, sin saber si me gustaba; se regodeaban tocando todo mi cuerpo; para su excitación, para su deleite. Veía sus falos erectos, queriendo salir de la prisión de sus pantalones; en varias ocasiones, tomaba la iniciativa y liberaba esas vergas con cabezas hinchadas, listas para escupir el esperma. Comenzaba a masturbarlos y poco tardaban en venirse; a veces los hacia venirse en 2 ocasiones seguidas para dejarlos satisfechos y no me pidieran algo más. Recuerdo mis manos y mi ropa empapada de semen, ese olor que me gustaba, pero ellos no me sabían preparar.

No soy nada fuera de lo normal, delgada, busto y cadera proporcional a mi estatura; no me vestía ni provocativa, ni escandalosa; pero, ya en la universidad, mi cuerpo me pedía conocer el placer de un hombre de verdad.

Me masturbaba y mis orgasmos eran deliciosos; sin embargo, había algo que mi cuerpo pedía y no sabía que era. Así que me decidí a buscar un espécimen que me quitara la virginidad y me permitiera gozar.

Entonces lo vi; un profesor de historia que yo admiraba y me atraía. Vistiendo elegante pero tradicional; de hablar pausado y modales refinados. Sabía que él podía ayudarme con mi situación; necesitaba planear algo.

En cierta ocasión, tenía yo que presentar una investigación sobre el imperio azteca y le pedí que si me podía revisar mis notas. Le comenté que si me permitía invitarlo a comer. Aceptó de buena gana y quedó de ir por mi a mi casa un viernes para ir a un restaurante para leer el borrador y hacer correcciones.

Llegó puntualmente, mis padres trabajaban y tenía la casa a mi disposición por algunas horas. Cuando llegó, me encontró en el comedor trabajando en la computadora. Me disculpé porqué no estaba lista; se ofreció a empezar a revisar mientras me cambiaba. Cuando regresé con él, traía una falda y una blusa; nada atrevido. Él estaba absorto en las notas me acerqué y me explicaba los puntos que debía modificar y lo que había que ahondar.

Nuestros rostros estaban muy cerca. Tomé la iniciativa y me atreví a besarlo. Al principio, lo sentí sorprendido; sin embargo, se recuperó y contestó a mi acercamiento. Mi mente se empezó a nublar; más que besarme, sentía que le estaba haciendo el amor a mi boca; nadie me había besado así; sus labios acariciaban los míos; su lengua entró en mi boca y masajeaba la mía, enseñándome que hacer. Sus manos, no tocaban rudamente; sus dedos acariciaban mi mano casi sin hacer contacto, como si acariciara el espacio entre sus dedos y mi mano. Esa sensación electrizaba mi cuerpo; sentí todos mis nervios erizarse, quería sentir más. Sin despegarse del beso, me acariciaba el pelo y la nuca, provocándome aún más. Se separó de mis labios y comenzó a besar mi oreja y mi cuello; algo me sucedía, mi brasserie me apretaba, quería quitármelo, la ropa me estorbaba; y aún no me tocaba.

No soporte más, comencé a quitarme la ropa; él se acercó y él mismo empezó a desnudarme; como quien abre un regalo precioso. Esa lentitud me desesperaba; quería que lo hiciera rápido, que me cogiera, él se tomaba su tiempo. Al estar yo en lencería, jugó con mis senos, los acariciaba, los disfrutaba y se preocupaba que yo gozara. Mi panty estaba inundada, nunca me había sentido tan mojada; sus labios en mis pezones me provocaron un pequeño orgasmo. Me terminó de desnudar y yo quería sentir su cuerpo en mi, lo quería dentro de mí. Tomó mis manos y sin hablar, hizo que yo lo desnudara; el quitarle la ropa, el sentir su piel en mis manos, aumentaba la excitación.

Al verlo desnudo, sabía lo que quería; su verga erecta se me antojaba, la necesitaba en mi boca; nunca acepté dar sexo oral a nadie, en ese momento no era yo, era una mujer hambrienta de sexo. Lo chupé, lo lamí, lo saboreé; me excitaba oírlo gemir de placer. Sentía su falo, duro, caliente, palpitante. Él me detuvo, dijo que era mi turno; me acostó delicadamente sobre la mesa, junto a la computadora; mis pechos y mis pezones estaban muy duros, me dolían al tocarlos, me enloquecía ese dolor. Me quitó la panty, podía verla casi chorrear de lo excitada que estaba. Su lengua empezó un recorrido de la parte baja de mi entrada y subía, recolectando el jugo que salía a borbotones. Lamía y chupaba, agarre su cabello y lo quise guiar a mi clítoris, el dijo “aún no”; me volvía loca, que no me dejara llegar al orgasmo; jugaba con mi clítoris con la punta de su lengua, hacia vibrar sus labios para infundir más placer a todo mi sexo; cuando sentía que estaba yo a punto de llegar al orgasmo, él se retiraba; me besaba los muslos, masajeaba mis nalgas, recorría la separación de mis nalgas con su lengua; al sentirme que había pasado el punto culminante, volvía a comenzar a llevarme al límite.

Lo hizo 3 veces, la última le rogué que me dejara llegar. Puso su dedo índice exactamente bajo mi clítoris y su lengua comenzó a masturbarme. Ya no podía más, me iba a venir. Le pedí que se quitara, que iba a terminar; no me hizo caso; traté de quitarlo, quería terminar, su lengua me estaba volviendo loca; enterré mis uñas en su pelo, arqueé mi espalda, tuve un orgasmo muy intenso. Mi cuerpo temblaba si que lo pudiera controlar, él chupaba cuanto salía de mí; me estaba vaciando.

No sé cuánto duro, no sé si me desmaye, no sé lo que salió de mi; mi respiración era agitada, no la podía controlar. Él se levantó y su verga estaba muy erecta, muy dura; la cabeza parecía reventar de la necesidad de eyacular. La acercó a mi entrada.

– Soy virgen…- alcancé a decir casi sin respiración.

– Lo sé…- dijo él.

Uso su falo para acariciar mis labios vaginales, arriba y abajo; llenando con mis jugos la cabeza de su pene; era exquisito sentir esa carne dura y caliente en esa parte de mi cuerpo; a pesar de haber tenido un orgasmo, yo seguía emanando jugo.

Puso mis piernas en sus hombros y se acomodó en mi entrada. La invasión de ese ariete de carne comenzó; entraba sin dificultad, mis labios vaginales estaban abiertos por la excitación, sus dedos acariciaban mi clítoris y me excitaban mientras él me llenaba. Se encontró con un obstáculo; en lugar de salir continuó empujando, abriendo, haciendo que mi vagina se adecuara al invasor. Sentí un desgarro, pero el placer de esos dedos no me permitían pensar. En un momento, sentí sus grandes testículos chocar con mis nalgas; pude respirar profundo; lo vi sudando y si cara reflejaba el placer que él estaba sintiendo

– Estas muy apretada… necesito relajarme para no acabar tan rápido…- dijo mientras el sudor cubría su frente.

Se quedó quieto, disfrutando el ardiente abrazo de mi cueva; dejó mi clítoris y se concentró en masajear y chupar mis pechos. Fueron unos segundos y comenzó a retirarse; quise gritar, no lo quería fuera; quería sentirlo adentro; disfrutaba su grosor y su calor. Lo llevo hasta la punta y volvió a empujar, despacio, sin ser brusco, permitiéndome disfrutar cada centímetro de él. Ahora se concentró en acariciar mis muslos y mis nalgas, de esa manera que apenas tocaba mis vellos y yo sentía electricidad recorriendo el camino de sus yemas.

El bombeo se sentía tan delicioso, el dolor era ya casi imperceptible, el placer era más grande. Se acostó sobre mi; ahora, su pene acariciaba mi clítoris y era el que me estaba llevando al paraíso.

Alcance otro orgasmo; cuando me sintió temblar por el orgasmo; aceleró sus embestidas. Me recuperaba de mis sensaciones, cuando su falo se puso más duro, lo sentí hincharse aún más; sus ojos se pusieron en blanco; lentamente se hundió en mi hasta el fondo. Me sentí muy húmeda, una humedad ardiente, una humedad que me rebasaba. Él bombeo un par de veces más, esa humedad salió de mí y llenó mi año.

Nunca imagine una experiencia como esa. Mis amigas se quejaban de su primera vez; para mí fue fantástica.

Nunca volvimos a estar juntos y mis siguientes experiencias no se acercaban a esa ocasión; pero esa es otra historia.

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