Bueno, en cierto modo sí, siento un poco de liberación, es como si me hubiera quitado un peso de encima y, cosas que antes ni pensaba, ahora me apetecen.
¿A qué te refieres? – Pregunté curioso.
¿Te acuerdas de aquella charla en la que me preguntaste si había hecho algún trío?
Jamás olvidaré tu cara, sí.
Pues ahora no me parece una locura como antes, no sé, he pensado que probar no implica nada, salvo experimentar, y joder, si apetece y no molestas a nadie…
Dejó el final de la frase en el aire mientras me miraba fijamente. Debió ver algo en mi mirada.
Pero no te preocupes, tú no serás uno de ellos.
Pues muchas gracias – Ironicé.
Sabes que si estuvieras se acabaría lo mejor que tengo. Yo te quiero así, solo a ti puedo contarte todas las barbaridades que teje mi mente, lo que hago, todo. Joder, te llamé la primera vez que me comí un culo solo para decírtelo, ni a mi mejor amiga se lo he contado. Y me da miedo perder eso contigo.
Pues es una lástima discrepar en eso.
Me acarició la cara con un gesto acogedor. Me quería a su manera y yo lo apreciaba siempre. La había acompañado en todo momento, a pesar de su ligereza para tomar decisiones que luego, no todas, se convertían en tormentas enormes. Y ahí estaba yo siempre, a su lado, entendiéndola, calmándola, hablándole claro si juzgarla.
Me apetece que seas mi cómplice.
A mí me apetece otra cosa – le dije con toda la confianza del mundo.
Ella sonrió, bajó la mano y apretó mi paquete.
Quiéreme a mi manera – me sugirió soltando mi paquete.
Sabes que nunca he hecho otra cosa, por eso estoy aquí otra vez.
Esta noche debe pasar algo, ¿me acompañas de bares?
Asentí. Salimos de la cafetería y me pregunto dónde ir, puesto que ella llevaba demasiado tiempo en pareja y ya no controlaba como antes. Así que decidí empezar por lugares tranquilos, en los que más de uno se le acercó, pero ninguno la sedujo. “Cuanto idiota”, me decía cuando volvía de hablar con alguno. Cambiando de bares el alcohol iba trabajando, hasta llegar a ese punto alegre que nos permitía cierta locuacidad.
Caminábamos por una calle agarrados, riéndonos de lo acontecido, incluidos los tipos que intentaron algo, “Me gustaría torturarlos, atarlos desnudos a una silla y leerles al Marqués de Sade. Creen que por ir al gimnasio debemos estarles agradecidas. Panda de cenutrios”. Al decir esto me percaté de lo cerca que estábamos de un bar distinto, donde solía ir gente liberal, no un local de intercambio, más bien donde suelen quedar antes de ir a algo más severo. Sin comentarle nada puse rumbo al local.
Este te va a gustar – le dije señalando la puerta.
Ella me cogió la cara, me besó, me dio un apretón en la polla y entró delante de mi. En el interior no había demasiada gente, era la hora en la que la mayoría de los habituales habían salido a locales más y mejor acondicionados para sus propósitos. Nos ubicamos en la barra. A mi espalda quedaba un tipo de mi altura. Ella me dijo que de espaldas prometía y me empujó hacia él. El tipo se volvió y me disculpé, alegando que mi amiga estaba un poco borracha. Él se rio y me estrechó la mano presentándose. Yo le presenté a Diana y él se quedó charlando amigablemente con nosotros. Percibió que no éramos habituales del local, cosa que solo pudimos confirmar. Preguntó si sabíamos qué tipo de local era. Le dije que yo sí, pero que ella no. Durante un buen rato estuvimos hablando y riendo, la conversación fluía, resultó un tipo agradable. Diana me rodeó el cuello con su brazo y pegó mi oreja a su boca.
Este sí, quiero comérsela – me susurró.
Yo sonreí, por alguna razón sabía que eso iba a pasar, lo había notado en ella. Él hizo un comentario divertido sobre los secretos y yo, lejos de dar más vueltas, lo miré y me sinceré.
Quiere comértela.
David, que así se llamaba, sonrió.
¿Sabéis que, al fondo del bar, hay unas cabinas donde se puede hacer desde ganchillo hasta felaciones?
Me reí de su ocurrencia y miré a Diana, que asintió con la mirada. Su cara ya era una expresión lujuriosa, el animal asomaba ansioso y expulsaba deseo con una mirada que pocas veces le había visto.
Entramos en una de las cabinas, afortunadamente había espacio para los tres. Cerré las puertas y me volví hacia ellos. Ambos me miraron.
Yo no soy el culpable de nada, así que no me miréis así – les solté.
Diana miró a David.
No quiero que digas nada, solo que me dejes hacer.
Él, como ser inteligente, o quizá acostumbrado a esos ambientes, obedeció. Diana se agachó, bajó la cremallera de su pantalón y sacó su polla, dejándola frente a sí. Primero la miró, como si la examinara, después la cogió en una de sus manos, acariciándola. La empezó a mover, subiendo y bajando su piel sin quitarle ojo. Yo la observaba atentamente, aunque me contaba todo al detalle nunca la había visto así, y me estaba excitando. Su cara estaba tensa, era su primera polla después de su matrimonio, conseguida de manera azarosa y en compañía de su mejor amigo. La conocía muy bien y sabía que la suma de ambas cosas la encendían hasta no poder ocultarlo. Y ahí estaba, agachada ante la lujuria explícita. Se la metió en la boca. Primero chupó suave, como tanteando o intensificando las sensaciones. Poco a poco subió el ritmo y en escasos minutos era toda una experta. Yo sabía que era lo que más le gustaba porque ella me lo había dicho en varias ocasiones, pero estaba experimentando la diferencia entre saberlo de su boca y verlo en directo, y, a pesar de interpretarlo a la perfección cuando me lo contaba con decoro, puedo asegurar que verlo era infinitamente más excitante.
Ahora lamía el tronco de abajo a arriba con deleite, introduciendo el glande en su boca al llegar al extremo, para volver a bajar lamiendo todo el largo de aquella polla. Entregada a su placer engulló todo lo que pudo y se quedó con ella dentro unos segundos. Al sacarla de su boca hilos de baba la unían a aquel miembro erecto. Pronto perdió el control y se afanó como pocas veces he visto. Entonces mi cabeza se iluminó y supe que era el momento. Me agaché a su lado.
Eres mejor de lo que había imaginado – le susurré bajando la mano por su espalda.
Al llegar a su culo lo apreté. Le gustó, pude notarlo en su gesto y en el estremecimiento de su cuerpo. Aproveché que llevaba una falda ancha para colar mi mano bajo la misma y seguir tocándola. Pude apartar sus bragas y notar su humedad, estaba empapada. Acaricié su coño mojando mi mano con su jugo e introduje un dedo. Se le escapó un gemido a la vez que se volvía a meter toda la polla hasta lo más profundo de su garganta. David gimió y se estremeció. Empecé a masturbarla con avidez y ella respondió al gesto intensificando la mamada. La cara de David era el reflejo del placer en estado puro. Ella agarró su polla y se la frotaba por las mejillas, incluso golpeándoselas.
Cabrón – me dijo – ahora quiero que me la meta.
Ya has oído, David.
Se puso en pie, se inclinó, se echó la falda sobre la espalda y yo bajé sus bragas hasta quitárselas. David no perdió tiempo y la penetró con ganas, le noté furioso.
Ponte delante – me dijo ella – necesito un punto de apoyo.
Lo hice. Entrelazamos nuestros brazos mientras David le daba lo que quería. En un momento dado agarré sus dos brazos por las muñecas con una sola mano, y con la mano libre aproveché para sacármela y dejarla delante de ella. Volví a agarrarla por sus antebrazos. Ella estampó su cabeza en mi vientre gimiendo.
Eres un cabrón – me dijo entre gemidos -. Como cambie algo te mato – y acto seguido se la metió en la boca.
Había conseguido dar un paso en la dirección que tanto había deseado, y empecé a gozar de ella físicamente, follándome su boca.
Cariño – dije al ver los gestos de David -, creo que David te va a dar algo bueno en breve.
Joder, sí, pero correos juntos, como estáis – me respondió.
La sujeté del pecho para dejar una mano libre y masturbarme rápido para conseguir su capricho.
Aguanta un poco, David – le pedí.
Date prisa tú, tío, estoy a mil.
Nos miramos y asentí. Aceleré más el ritmo durante un rato y volvimos a mirarnos él y yo, y asentí en señal de que estaba preparado. Él tensó la mandíbula y adiviné lo que el gesto me quiso decir.
Prepárate, Diana – avisé mientras se la volvía meter en la boca.
En unos segundos David empezó a correrse y yo lo acompañé poco después, cuando él no había terminado aún. Una mezcla de semen y babas cayeron sobre mis zapatos mientras ella se retorcía y contoneaba atrapada entre dos pollas. Lo hizo durante un buen rato, deleitándose. Dejándose apagar el fuego lentamente, regocijándose y sintiendo lo que hacía tan solo unas horas me había confesado.
Volvimos a la barra y tomamos otra copa. David quiso dejarnos su teléfono antes de despedirnos, pero Diana se negó.
Ha sido genial, David, no me malinterpretes, pero ha sido mi primera vez y debo tomarlo con calma. Ahora sabemos donde podemos encontrarte, además, he visto que el camarero te conoce, no será difícil.
Como queráis, era solo para…
No te preocupes – interrumpió Diana – lo entiendo. Y quiero que sepas que te lo agradezco, ha sido genial.
Al decir esto nos despedimos y salimos del bar. Ella se colgó de mi brazo, la noté feliz, y eso me gustaba siempre en ella. Caminamos sin hablar hasta la puerta de su casa. Entonces se giró hacia mí y me abrazó, apoyando la cabeza en mi pecho. Estuvo así bastante tiempo. Yo no quise decir nada, la dejé porque la conocía, y sabía que sencillamente estaba mostrando su aprecio a alguien que la entendía sin juzgarla, a la vez que sintiendo precisamente todo eso.
¿Sabes que te quiero y valoro mucho? – Preguntó sin soltarse.
Qué solo me lo hayas dicho un millón de veces no significa que lo sepa, ¿no te parece?
Ella sonrió y me miró al fin. Me besó.
¿Quieres dormir conmigo? – Quiso saber mirándome a los ojos.
¿Me he negado alguna vez?
Pero solo dormir, no habrá nada diferente de las otras veces – aclaró.
Ya hay algo diferente – dije girándola, volviéndola hacia la puerta y dándole un azote -… Anda, abre y sube, que tengo que bañarte.
¿Bañarme?
¿No querrás dormir así?
¿Así como?
Solo quiero bañarte, pasarte la esponja por todo el cuerpo, dejarte limpia y, desnuda, meterte en la cama y tumbarme a tu lado, abrazándote como me gusta.
Se detuvo en seco y me miró seria.
Como me enamores… te mato – exclamó.
Le quité las llaves de las manos, abrí la puerta del ascensor y entré, sintiendo un azote a hacerlo. Mi giré hacia ella sin decir nada. La vi sonreír, acercarse y volver a abrazarme. Pulsé el número tres.