Por problemas crediticios y tributarios, la empresa en la que trabajaba me pidió utilizar mi cuenta bancaria para algunas transferencias de fondos. Eran montos importantes, pero en aquella época el supervisor tributario no se fijaba mucho en esos detalles. Si usaban una cuenta de la empresa, el banco o la Sunat hubiesen incautado los fondos, lo que sería peor para todos.
Todos los ocho responsables de sedes, empezamos a recibir en nuestras cuentas el dinero necesario para cubrir los gastos operativos de cada sede, los sueldos del personal local, alquileres, compras locales, etc. Eran dos transferencias mensuales con montos que sumados en un año ya eran muy significativos. En perspectiva me arriesgué pues pude tener problemas legales (lavado de activos) o tributarios (ingresos no declarados) felizmente nada de eso pasó.
La sede donde yo trabajaba estaba ubicada en un pequeño pueblo andino. La oficina bancaria donde debía realizar los retiros era muy pequeña, con 2 ventanillas bancarias, pero usualmente sólo había una abierta, con una cajera. La otra ventanilla la habilitaban los días de pago de planillas a las empresas locales. Esos días ni me aparecía por el banco pues era un tumulto.
Al tercer o cuarto retiro de mi cuenta me di cuenta que Andrea, la cajera, había pasado de una actitud fría, profesional y distante a una abierta cordialidad. Ya no me decía Sr. X (por mi apellido) sino Sr. Alonso, usando mi nombre. Me sonreía ya abiertamente y yo le seguía el juego. Un par de retiros pensé que le caía bien mi encanto y carisma personal, pero descarté rápidamente tan ingenua suposición.
En el quinto o sexto retiro ella no aguantó las ganas y siendo el único cliente en ese momento me preguntó
– ¿usted señor Alonso donde vive?
– En el Hotel Mauri en la Plaza de Armas
– Sí, lo conozco, íbamos con mi esposo cuando aún éramos novios (me enteré en ese momento que era casada)
– ¿Tu esposo es de acá?
– Sí, pero es ingeniero y está trabajando en Arequipa ahora, viene una vez al mes.
– Debes extrañarlo mucho.
– Sí, claro es terrible estar sola.
– Yo estoy solo acá también, si te animas tomamos un café un día.
– Lo siento señor Alonso, las personas hablarían mal.
– Lo entiendo, no te preocupes.
Seguí yendo quincenalmente a retirar el dinero para los pagos y conversábamos algunas palabras. Fluía la confianza, pero en un pueblo tan pequeño, era difícil que algo prosperara. Averigüé (indirectamente) quien era su esposo y era parte de una de las familias importantes del pueblo. Indagando un poco más me comentaron que ella era “una arribista bien casada”. Entendí que en una gran ciudad ya estaríamos cogiendo, pero no en un pueblo así de pequeño.
La deseaba. Pero no me animaba a chocar con las familias importantes del pueblo. Ella deseaba al hombre que retiraba tanto dinero quincenalmente, pero no se animaba a arriesgarse. Estábamos en una encrucijada.
Un sábado fui de paseo a un pueblo vecino. A poco más de una hora del pueblo donde trabajaba. Ubicado a unos 500 metros menos de altitud y con un clima más cálido. Había decidido pasar sábado y domingo allí para cambiar de aires. A la hora del almuerzo, en el restaurante del hotel, la vi.
Estaba conversando con otra mujer joven, aproximadamente de su misma edad. Ella me vio y me hizo una señal para que me acercara. Fui hacia su mesa, y me presentó a su amiga. Habían ido ambas también a pasar el fin de semana. Coordinamos planes para esa tarde y el día siguiente e hicimos grupo.
En resumen, tarde de tour, noche de cena y unos tragos. Ya con varios encima, en un momento que su amiga fue al baño, le dije “quiero dormir contigo”. Ella sin medias tintas me respondió “yo también”. Le pregunté por su amiga y me dijo “tranquillo, ella sabe que me gustas”.
Regresó su amiga. Se dio cuenta lo que pasaba. Tomamos una ronda más y fuimos los tres hacia las habitaciones. El hostal tenía sólo dos pisos y estábamos en el mismo. La amiga entró a la habitación que compartían y Andrea se vino conmigo a la habitación.
Me besó salvajemente, con una fiereza propia de quien moría de ganas por coger. La tiré a la cama. Me desvestí rápidamente. Ella no se sacó nada. Me puse al borde de la cama, con mi verga hacia su cara. La mamó con ansías, con mi mano desabroché su jean y con ayuda de sus piernas lo bajé. Quedó en una linda tanga de lencería, quizás regalo de su enamorado esposo, pues de esas no vendían en el pueblo.
Por sobre la tanga sentí la humedad brutal de su coño. Mientras me la mamaba, la puse de costado e introduje dos dedos que nadaron dentro de ella. Al masturbarla ella empezó a gemir diciendo “me encanta, me encanta”. Quise separarme de ella y cogerla ya y ella me dijo “no, córreme”.
Era delicioso que me la mame, de pie junto a su cabeza y masturbarla. Seguí y en unos minutos, ya con cuatro dedos nadando en su humedad, ella llegó. Yo seguía al palo, sin llegar.
Ella soltó mi verga y me acomodé sobre ella y la penetré. Estaba salvajemente húmeda. La puse boca abajo. Baje besando su cuello y luego su espalda. Seguí bajando, besé y lamí sus nalgas. Las separé y comencé a lamerle el culo. Se veía muy muy cerrado. Podría haber dicho virgen. Pero la forma en la que gemía y disfrutaba me hizo pensar que le gustaba ser enculada.
Subí sobre ella. Puse la verga en su ano. Ella me dijo “no, por favor no, mi esposo no me lo hace por allí”. Eso me terminó de poner a mil. El “mi esposo no me lo hace por allí” confirmaba mi sabia hipótesis que si lo había hecho por el culo y le daba el morbo brutal adicional de que su marido, el niñato rico del pueblo, no la enculaba. Sin esperar más palabras empecé a empujarla dentro de su ano.
La sentí gemir y casi gritar, de dolor y de placer. Años que ese culo no había sido usado. Quizás por alguno o algunos de sus novios antes de casarse, pero en el matri y con su dulce niñato rico, virgen anal por un tiempo.
– Que rico culo tienes amor
– Ay me duele, me duele
– Pero tu gusta puta
– Si, si me gusta
– Me encantas puta, como quería cogerte
– Si soy una puta infiel
– Si, eres una infiel, una zorra
Entro toda y ella la aguantaba sin problema, comencé a moverme con violencia. Sentía placer en usar ese culo no usado por el marido. En usarlo y destrozarlo. Llegó y me dijo “para, para, ya no sigas”. Pero seguí y seguí. Se volvió a calentar y cuando estaba contrayendo y dilatando, palpitando para su tercer orgasmo, llegué.
Durmió conmigo y desde ese día, hasta mi último día en el pueblo, fue mi amante. Y su amiga, nuestra cómplice.
Yo también me anduve cogiendo una cajera casada, me gustaba cogérmela con todo el uniforme puesto solamente le bajaba su calzón y sus medias y me la cogía de perrito y luego me venía en su boca y en su cara y me limpiaba con su pelo y con su blusa