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Échale la culpa a Río
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Nos habíamos quedado solos en nuestra casa cerca de Cabo Frío, mi esposo había salido esa noche hacia Río de Janeiro y no volvería debido a sus asuntos de embajada hasta una semana después; el personal doméstico se había retirado; mi hijo y yo nos quedamos después de cenar en la galería frente a la inmensidad de la noche, frente a nosotros la laguna de Saquarema encerrada entre montañas, el firmamento estrellado y lejana una guitarra sonando “zamba”, la brisa cual caribe, juagaba con mi corto vestido rojo de breteles, mostrando de vez en cuando mi tanga blanca enmarcando mis sensuales caderas. En la reposera, mi hijo seguía leyendo los libros de poesías que iba y volvía a buscar hasta la biblioteca; en un momento le ofrecí traerle un trago fresco, me dije que sí y al incorporarme de mi hamaca, sentí que la tanga era apenas un hilo calzado entre mis muslos dorados. –Me excité saber que mi hijo me estaba mirando.

Richard se incorporó de su hamaca para pedirme que su trago sea un simple jugo de guaraná helado, cuando a través del ventanal me descubrió apoyada sobre la pared, mientras yo llevando mis dedos, después de acariciar mi vulva hacia mis labios, me descubre excitada cerrando mis ojos, cuando uno de mis senos se escapa de aquel camisolín rojo.

Me estaba excitando pensando quizá en mi viejo amigo Reinaldo al que volvería ver después de años, en mi amante Mingo que había quedado en Buenos Aires en el bóxer blanco que mi hijo llevaba puesto dibujando un bulto en la noche, pero no creo que sea pensando en el cornudo de mi esposo que me había cansado con sus preservativos cada rara vez que me cogía, y el que siempre me recordaba llevarlos.

Yo estaba ardiendo y no dejaba de ser casual frente a semejante espectáculo en la noche de Cabo Frío.

Volví a mi hamaca, mi hijo estaba acariciando su bulto, sensualmente le acerco el trago inclinándome hacia él y provocando que a sus ojos mis lolas cayeran insinuando mis pezones, mis piernas rozaron su brazo y dándole la espalda me volví sobre mis muslos bronceados a mi hamaca, la tanga blanca y desprolija era una mueca de provocación a sus instintos; poco después me quedé dormida.

— Me quedé dormida, me voy a la cama, hasta mañana amor.

— Hasta mañana ma, me quedo leyendo un rato más, la noche tiene poesía.

— Pedí un deseo…, acaba de pasar una estrella fugaz.

— Hmmm, pedilo vos. Insinué volviendo a acariciar mis senos.

Creo que en ese momento dejé de ver para siempre a Richard como mi hijo y se convirtió en una amante deseable, y para lo lascivo de su mirada también dejé de ser su madre para convertirme en su pecado más furtivo, su encendido deseo, el cómplice de mis vidas de cortesana, de puta ante sus ojos y para lo más perverso entre nosotros, desde esa noche en Cabo Frío nada sería igual; también sería mi cómplice a boca cerrada.

Ya no éramos madre e hijo, éramos una misma intención en la noche, aunque yo soñaba, tenía el deseo de reencontrarme con mi viejo amigo Reinaldo, con su azulado y enorme sexo de mulato; pero ahora deseaba a mi hijo —esto me confundía, después de lo vivido en Buenos Aires me había convertido en su lujuria desatada, abiertamente a la excitación de sus deseos sexuales. El incesto ya estaba delante de nuestros bajos instintos.

Había leído por ahí: “que lo hombres traicionan porque está en su sistema genético. La mujer lo hace porque no tiene dignidad suficiente, y además de entregar su cuerpo acaba siempre entregando un poco de su corazón, Un verdadero crimen. Un robo. Pero asaltar un banco, porque, si algún día la descubren (y siempre lo hacen), causará daños irreparables a su familia. Para los hombres apenases un “estúpido error”. Para las mujeres es un asesinato espiritual de todos aquellos que la rodean de cariño y que la apoyan como madre y esposa”.

Sentí que Richard se fue a su dormitorio, a seguir leyendo, dejé la luz tenue que desde mi cuarto se reflejaba por el corredor, cuando siento que se acerca y escucha que me estoy duchando; pienso que mi hijo ya no lo era, ahora era un deseo, una trasgresión abierta de incesto, el deseo de una puta. —Me llama, —Lau—, siento en su voz el deseo del placer prohibido pero adictivo. Siento que vuelve a su cuarto y apaga la luz; yo me quedé pensando, mirando el vacío de un apetito erótico quizá irrealizable, —solo si él lo hubiera deseado al caer esa estrella—. La brisa ingresaba por la ventana, un resplandor de luna dejaba ver sombras en mi cuarto.

Voy hacia su cuarto y le hago sentir mi presencia, mi respiración busca provocarlo, no lo creo, pero siento que se está masturba con los ojos cerrados, ¿pensará en mí?, entro en su cuarto, le dejo adivinar mi figura dibujada en ese resplandor, siente mi perfume y abre los ojos, estoy sentada en la banqueta blanca, sosteniendo una copa, cubriendo mi pubis depilado. Encaramada sobre unas botas de caña alta, entreabro mis piernas y le dejo ver mi vientre apenas depilado, una tira delineada que baja hacia mi clítoris, mis senos escapando del negro soutien y un liguero sosteniéndose desde la tanga se me clava en la carne.

No me dice nada, me mira sensualmente, eróticamente lo provoco y levanto la copa hacia sus ojos, vuelve a cerrar sus ojos y se sigue masturbando.

Me incorporo y me acerco a él sobre mis botas —vamos a mi cama—, se resiste a la invitación, pero mi tanga perfumada le provoca un incontrolable temblor, su pija se rigidiza aún más, mis manos acarician sus piernas y él se atreve a rozar con sus dedos los marcados labios en mi encaje. Me mira y yo le regalo una sonrisa, lo tomo de la mano; se resiste un poco, pero lo que va a pasar cambiará nuevamente nuestras vidas.

No me habla, me observa, su dedo índice se introduce en mi boca, después otro más que succiono y salivo, lo hago callar. Sé que ya es imparable y ya no quiero que se detenga; mientras bajo mi mano acariciando su pecho acariciando su bóxer siento una erección que no cubren mis dos manos.

Dejo caer mis brazos y con ellos cae mi bata de encaje hacia el suelo, mi cuerpo aparece ante el casi desnudo; regalándole mi piel bronceada por el sol de Río. Quiero besarlo, pero me resisto mientras sigue acariciando mis piernas, juega con la seda de mi tanga, rozando mi pubis, adivina mis labios y mi húmeda grieta que le presiono sobre su mano.

Quiere besarme, abre los labios jadeando, pero suspira.

Me levanto de la cama, quedo por sobre su cuerpo con mis brazos caídos, vuelvo a elevar mi boca buscando sus labios, me desnudo toda, deseo su pija, mientras apretando la base de ese tronco la erecto hasta que la hago rozar sobre los vellos delineados de mi pubis.

No puedo decir palabra, reclino mi cabeza hasta el placer de hacerle sentir que lo estoy masturbando, me entrego y sus labios comen mi boca, se confunden las salivas, nuestras lenguas se encuentran, su mano atrapa mi nuca, me aprieta aún más sobre sus labios y entrego mi voluntad de Yocasta a Edipo.

Oigo su respiración que se acelera junto a la mía, mientras sigo masturbándole, se arrodilla y su glande desaparece entre mis labios, rozo con mis dedos su ano, se electriza y empuja su pija hasta el fondo de mi garganta.

Me ha poseído, soy suya en esta noche, —la estrella que cayó en el infinito, realizó nuestro deseo—, estoy de rodillas ante él, desnuda, pervertida y puta. Mis pezones se frotan en sus piernas, no lo dejo acabar en mi boca, me pongo de pie, ato a su cuello el cinturón de mi bata, le doy mi espalda, se apoya en mis caderas, quiero que me penetre, que me coja, pero se aleja… Lo tomo de la mano y nos perdemos en corredor hacia la suavidad de mis sábanas.

Lo vuelvo esclavo de mis deseos, abre mis piernas y se tiende sobre mí, esquivo la penetración de su pija, juego con él, para excitarlo más; se gira, una pierna reposa sobre la mía, lo vuelvo a masturbar, lo pajeo, pero no lo dejo acabar, no eyacula, lo quiero más duro.

— Tengo algo especial para vos, mi bebe, nadie nunca te va a tratar como yo esta noche.

Me mira, se sonríe y me guiña un ojo; subo el cinto de seda y le cubre los ojos, no puede ver nada, solo sentir mi respiración y mis manos rasgando las sábanas mientas mi aliento baja por su pecho, lo comienzo a sentir en mi vientre. Espero el rozar de su glande como caricia sobre los mojados labios de mi concha, pero no.

Quiero sentirlo, el silencio es muy profundo, no me toca. No le dejo ver nada, pero yo estoy temblando. Con mi dedo índice rozo otra vez su ano y se lo voy introduciendo suavemente, levanta sus caderas, me gusta la sensación, mi hijo me está penetrado por la boca, su erección siente la suavidad de mis labios que vuelven a envolver su glande y lo dejo acabar interminable en mi garganta, se retuerce mientras mis manos agitan, lo sigo pajeando aún más, mamando su semen.

No le quito la seda de sus ojos, le dejo sentir mi cuerpo recostándome sobre el suyo, mi pubis se aprieta con su pija y me besa con el sabor de su semen en mi boca y que me he bebido. Su lengua busca otra vez la mía, me chupa la boca, succiono su saliva. Sus manos ahora me recorren y descubre mis caderas, encuentra la raja de mi cola y busca mi ano, me besa aún más profundo, pero me aparto.

Se queda inmóvil entre las sábanas, su ceguera en la poca luz me busca y mi alejamiento nos sugieren nuevos juegos sexuales. No me siente, yo no escucho su voz, ni percibo su aliento; su contacto, mi perfume, pero permanecemos en silencio.

Al cabo de un rato que me semeja el infinito, vuelvo a notar sus piernas cabalgadas sobre mi vientre, mi concha se refriega con su pija que se tiesa y se entierra en mis labios, le mojan mis flujos, pero no dejo que me penetre profundo. Me tomo del respaldo de la cama y dejo que me cabalgue, se frota sobre mí, le dejo sentir en sus labios mis pezones, y le pido que me muerda; los mordisquea, los succiona y se hacen más grandes en su boca.

— Nadie nunca te va a tratar como yo esta noche. —Le repito.

Me dejo penetrar aún más, hasta que desaparece su pija en mi jadeo y acaba otra vez, profundo en mis intestinos y yo me deshago sobre su cuerpo con un orgasmo profundo y húmedo en un grito; estamos sudando de placer, resbalo de su cuerpo y cae un chorro de semen desde mis entrañas de tanta calentura y del tamaño de mi furia.

Me cogí otra vez a mi hijo, me rasgará el esfínter, más de uno hubiera deseado ese momento, pero era solo para él, mis caderas estaban reservado para mi hijo, desde siempre.

Siento entre mis labios vaginales que su pija se ha hinchado nuevamente, pero no lo dejo penetrarme; me incorporo y le quito la seda de los ojos, la habitación está solo iluminada por la luz de la noche que ingresa por la ventana.

— Vuélvete. —Me ordena.

Me paro del lado de la cama, quiebro mi cuerpo, me recuesto y flexiono mis piernas hacia sus hombros, mis tetas se coronan con dos aureolas de profundo rosado y mis pezones apuntan hacia su mirada lasciva. Me sujeta las piernas por debajo de las rodillas y su glande se acerca otra vez a mis labios, ¡Suspiramos!

— No, por el nácar de mi conchita no, primero “haceme la colita”, la guardé virgen para vos, ningún macho dilató mí esfínter, es mi regalo para vos.

Coloca su glande en mi ano y presiona, me lo había lubricado y su erección se abre paso, con sus manos separa aún más mis caderas y me penetra, mi clítoris es su tentación, quiere chupármelo, pero no dejo que deje de penetrarme aún más, hasta que lo siento atravesar mis intestinos.

— No te detengas, cógeme, cógeme más fuerte; rómpeme el culo, me arde; así quería sentirte, así, así nadie se atreve a ser el primero, solo vos bebe.

Arqueo mi cuerpo sin soltar su pija, y aprieta mi esfínter aún más…

— Atravesame, tenés una pija enorme hijo, abrime, ensanchame, enculame a tu forma y a tu ritmo.

Se dibujan las siluetas en el cristal de la ventana con fondo de mar. Me arrodillo delante de él, lo masturbo, lo devoro… acabar o no, ya no es su alternativa, inunda mis labios y cae desparramando su semen entre el abismo de mis senos. Ya no es sino mi amante, mi lujuria, mi pecado final, la noche es profunda entre nuestros labios, se erecta sobre mis senos y desparrama el semen otra vez sobre mis aureolas rozadas y en mis pezones erectos.

Apoyo mis manos sobre una mesa, mis pechos escapan del body negro, me corre la tanga, me penetra una vez más, curvo mi cabeza, mis cabellos negros huelen a “savage” le rozan el pecho, me siente, me gime y empujo mis caderas hacia su erección, la que late acabando dentro de mi vientre; curvo mi figura en un intenso orgasmo, mi cabeza se desploma hacia adelante y vuelvo a gemir acabando, —hemos acabado tres veces—, es mi macho (…)

Se deshace el tiempo en edades mitológicas, consumado el deseado incesto se repite una y otra vez entre las penumbras que incitan el pecado. Edipo y Yocasta, se reencarnan en nosotros. Nos miramos, sonreímos mientras saboreamos el sabor fatal sobre una copa de espumante, ya jugamos incontrolables el placer lascivo de lo mitológico.

Me despierto sudando, siento su erección, lo tengo a mi lado, Richard se levanta y lo contemplo, soy su madre, pero aún entregada a Morfeo, dormida, despertando entre espumas de encajes, almohadones de ganso y sábanas color pasteles resaltando el negro de mis encajes, se aleja mirándome. Descubro, aparto las sábanas, indefensa mi piel morena, mis piernas de color cual el ocre lo perturban, lo vuelvo a desear, estoy desnuda, se acerca y acaricio sus piernas, roza apenas con un dedo mi pubis, me besa los labios, se masturba y deja que su semen caiga delicadamente sobre mi boca entreabierta; cierro los ojos, lo saboreo (…)

Jamás dejamos de ser amantes.

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