Tuve un alguien que quise unilateralmente aun siendo tan egoísta. Fuimos al swinger por invitación de él y decisión mía. Pese a saber que nunca antes lo había hecho, esperaba una conducta de experta -con un perfomance envidiable- que satisficiera su ego. Muy a su disgustada sorpresa, mi curiosidad (expresada) se enfocó más en conversar con otras parejas y ver, que en culear. En mi cabeza, todo lo que no fui capaz de hacer en público lo haríamos a solas. Estaba a mil. Mi conducta era casta pero la imaginación impúdica. Lejos estaba de sospechar que con la intención de “castigarme” informaría que no existía tal opción. Expresé enérgica mi sentir y me resolví a no tolerar nada más. Casi podía leer el titular “Murió buscando el sol bajo tierra”.
Me saturé de sus limitaciones, de su exilio afectivo, de sentirme uno de los huecos sexuales ocasionales a su servicio. A su lado, el bienestar (hasta sexual) brillaba por su ausencia y el sufrimiento crecía como un cáncer. Me harté: su desinterés por mí, perforaba el alma. A pesar de una verdad tan contundente – la duda hizo su debut acompañada del temor- ¿Lo pensé bien? Sí. Alejarme era un acto de lealtad personal. Y, sobre el ayuno sexual por venir: creatividad y buen pulso. Debía ocuparme.
Abrí el compu para estudiar y vi la notificación, era un premio académico a un hombre que nunca conocí, pese a interactuar por e-mail. Ni siquiera escuché su voz alguna vez, era joven, profesional, casado, vivía en otro continente y hasta trabajaba. Sus artículos contenían el e-mail y con la certeza de la distancia le escribí con cordialidad y decoro; respondió y tan sólo un mes después la sexualidad afloró:
—Es un placer leerte y saber que mis palabras supieron acariciarte.
—Elizabeth… Es un bonito nombre para susurrar al oído, o dejar escapar de entre los labios en el momento del clímax
—Besos y lametones!
—Un besito donde gustes
Su estilo de redacción era sereno, elegante, colmado de una fina coquetería y sin embargo, directo. Jamás le confesé que tenía 18, quería jugar a los correos y con cada mensaje descubría un cosquilleo. La comunicación cesó. Pero, ahora lo leía de nuevo y empecé a preguntarme ¿Cómo sería de habernos conocido en esa época?, ¿Cómo saludaría?, ¿Cómo me comería? Mi loca imaginación voló.
No veía su cara pero sí su cuerpo, debía medir 1,78 m, atlético, blanco, verga linda tamaño medio, no venosa y su aroma alterna entre Light Blue de Dolce & Gabbana y Allure Chanel. Me toma por el brazo, besa el lóbulo de la oreja y el cuello, pronuncia mi nombre dirigiéndose a mi centro, con morbo y acento erótico, le da un piquito por encima de la ropa, para finalmente subir y besar cada mejilla dejando expectantes mis labios. ¡Actúa tan normal!, que la nombre y salude con tanta seducción ¡me hipnotiza! Cada una de mis cavidades quieren premiarlo por eso.
Iríamos directo a un hotel, la decencia no tendría cabida en su agenda. Sería una mañana fria, perfecta para una ducha tibia y en tanto el agua alcanzaba la temperatura deseada mi temor y las ganas harían su arribo. Entraría seguro, me daria un beso acariciando mi cabello con energía pero sin fuerza, de rodillas sumergiría su rostro en mi sexo, deslizando su lengua entre mis labios -al mismo tiempo que el agua caía placentera- sorbiendo el inflamado clítoris, saboreando y bebiendo tantos jugos como pueda destilar el tesoro entre mis piernas, comiéndome sin importar el tiempo ni el agua, con el único objetivo de recibir la recompensa de mi corrida en su boca. Mi cuerpo se retuerce y con profunda gentileza toma mi pierna para subirla en su hombro; todo vibra y mis espasmos me contraen, la magia recorre cada centímetro de mi cuerpo sin que medie tregua entre nosotros. ¡bendita sea su generosidad en el placer!
Me alisto para su goce y le entrego el jabón para que lave mi espalda en tanto empino mis nalgas y las muevo en círculos para alterar con desenfreno la paz de su miembro y lograr la embestida que me lleve a su esperma. Consiente la espalda con sus jabonosas manos, llega a mis pequeñas tetas, retuerce mis pezones, baja lento por mi vientre escribiendo no se que hasta alcanzar mis pliegues y un pulgar inquieto osa penetrarme mientras besa mi cuello. Sube sin prisa y con apenas un murmullo escucho “amo tu culo”. Desciende. Separa mis nalgas mientras su lengua surca atrevida, recónditos lugares. Se detiene allí, a lamer donde el deseo se hace más rudo. Como un ritual estructurado, lo prepara para penetrarlo, rico, hondo y al ritmo que su verga lo requiera. Lo besa con tanto cariño que solo atino apoyarme en la pared.
Estoy presa de sus atenciones, inmóvil esperando la embestida mientras arqueo mi espalda por el placer que se obtiene de tan loable función. Estoy completamente imbuida, sin control de mis pasiones, sin límites, sin restricciones ni mucho menos asco. Quiero saciarlo de mí y glorificar su cuerpo con el máximo placer. Besarlo, moverme a su amaño, verlo retorcer, chuparlo, dejarlo penetrar de nuevo y sentir el calor de su nuestras explosiones, dobles y ojalá triples.
Mi cuerpo y mente aplauden en secreto con una sonrisa apenas dibujada y la revolución en mi cama, la alegría íntima que producen todas las escenas que mi mente diseña. Deseo que visite esta página. Sería lindo creer que puede leer esto y al reconocerse en sus letras frente al móvil, su mano acuda rauda y sin remedio al alivio de la dureza que lo acompaña.