Me llamo Juan. Yo era bastante joven la primera vez que me cogieron, tenía 18 años. Hasta hoy, el recuerdo de ese día me provoca una tremenda excitación inexplicable, una excitación aún mayor a cualquiera que haya sentido a lo largo de mi vida con cualquier pensamiento o actividad sexual, ya sea con hombres o con mujeres.
En aquella época, solía salir con amigos mayores que yo, me sentía más seguro y aprendía mucho de ellos debido a su experiencia.
Aquel día, no fue la excepción, eran vacaciones de verano y nos habíamos reunido para jugar en el edificio de la escuela, a la cual teníamos acceso gracias a Andy, que era el hijo del conserje.
Además de Andy, estaba Gabriel, el novio de mi Hermana María; Pancho que a pesar de tener la misma edad que yo, era mucho más alto y corpulento; Manuel un amigo mayor que ya no estudiaba con nosotros y Omar, que fue quien me estrenó, el que me desvirgó, mi primer macho.
La escuela tenía dos patios, uno cerca de la dirección, oficinas y conserjería (habitación en donde vivían Andy y su familia) con un jardín y una cancha de basquetbol; y el segundo gran patio al fondo, del tamaño de un campo de futbol, frente al cual se encontraban la mayoria de los salones.
Como dije, eran vacaciones y la escuela estaba vacía y silenciosa, con el eco repitiendo nuestros sonidos. Ese día, los padres de Andy habían salido y regresarían muy tarde, lo que completaba un espacio ideal para nuestros juegos.
En algún momento indeterminado, fuimos a meternos al salon más apartado de la vivienda de Andy, a sugerencia de Manuel que era el más avispado y quien, seguramente, ya tenía la intención de enseñarnos algunos juegos, desconocidos hasta entonces, al menos por mi.
Manuel habia llevado una revista en la que podíamos ver cuerpos desnudos de hombres y mujeres, despertando nuestra curiosidad, alimentando nuestro morbo y creando con ello un ambiente propicio para a hablar de temas sexuales.
Era una época sin educación sexual, así que lo único que existía era la retroalimentacion, esos diálogos en los que cada quien aportaba lo que sabia o creía saber, ya fuera verdad o mito.
En ese contexto, fue que aquel día confesamos todos que, si bien entendiamos el concepto y habíamos tenido ya acercamientos amorosos, erecciones y masturbaciones privadas, ninguno de los que estabamos allí, habíamos cogido nunca, por increible que pareciera, eramos seis hombres vírgenes.
Entonces Manuel, propuso probar para aprender, como si fuese un juego; sortear para elegir una pareja entre nosotros que se cogiera mutuamente mientras los demás miraban, luego seguir con otros dos y luego los últimos, hasta completar las 3 parejas.
No nos parecía mala idea, por mi parte, yo no asociaba la idea de coger entre nosotros como un acto homosexual, tenía la creencia de que un “homosexual” o “mariquita”, era aquel que se ponía ropa de niña… y que caminaba, movía sus manos y hablaba totalmente afeminado. Y los que estabamos ahí, no teníamos esas características.
Todos estuvimos de acuerdo, así que, para seleccionar la primer pareja, elegimos el juego de la botella, un juego sencillo y práctico. Un solo movimiento para hacerla girar y elegir a quien tocara de ambos lados. Me tocó a mi, teniendo enfrente a Omar, lo que nos hizo la primer pareja que cogería.
Disimulé como pude una emoción que aceleró mis latidos al ser emparejado con Omar pues, de todo ese grupo, él era a quien yo más admiraba; me gustaba simplemente mirarlo; tenía una mirada y una sonrisa seductoras que me encantaban aunque, por entonces, yo creía que mi admiración era de hombre a hombre, nada de joterías; yo estaba seguro que se debía a que yo quería ser como él; puedo asegurar que al menos de manera consciente, no sentía hacia él ningún tipo de atracción física, ni hacia él ni hacia ningún hombre. Me gustaban entonces y me siguen gustando las mujeres.
Pero como dije, disimulando mi entusiasmo, quería dejar en claro mi hombría y me apresuré a decir que primero quería cogerlo yo. Nadie puso objeciones, Andy fue a su “casa” por una colchoneta y, una vez que regresó, Omar y yo nos quitamos los zapatos y subimos en ella, poniéndose todos los demás alrededor nuestro para mirarnos.
I. OMAR.
Omar y yo nos quitamos los pantalones y los calzones, quedando desnudos de la cintura para abajo y descubriendo ante todos las enormes diferencias entre ambos. Omar era un poco más alto que yo, tenia un cuerpo musculoso y piernas gruesas. Y lo más impresionante para mi: ¡Un enorme pene lleno de venas y unos huevos que apenas cabrían en la palma de la mano. Así que, aunque su verga no era gigantesca, parecia descomunal al compararla con mi tierno micropene de menos de 5 centimetros y unos huevos tan minúsculos como canicas, que además ni siquiera se notaban, porque en lugar de sobresalir se hundían en mi piel.
Pero además, por si esto fuera poco, mi ridícula verguita no era capaz de tener una erección, aunque lo intenté dándole unos cuantos jalones; muy contrario a la rigidez de la verga de Omar, que apuntaba hacia arriba y sobrepasaba la altura de su ombligo.
Todos empezaron a reirse al darse cuenta que yo no podría cogerlo así, por lo que para evitar avergonzarme más, acercándome a él le hice la contrapropuesta:
Mejor tú cógeme primero Omar – le dije en voz baja.
Ponte en cuatro – me dijo, a lo que obedecí inmediatamente.
Él se inclinó y acaricio mis nalgas, las estrujo y las abrió con sus manos poniendo a la vista de todos mi anito mientras burlonamente decía:
-Ahorita vamos a ver si naciste para esto – Dijo sonriendo y todos, incluso yo, le festejamos lo que para entonces parecía un chiste.
Acarició mis nalgas y exploró con sus dedos mi agujerito.
– ¿Estás preparada “Juanita”? – me preguntó.
El hablarme en femenino parecía parte del juego, así que asentí y entonces comencé a notar el enorme capullo de Omar haciendo fuerza para entrar. Yo no sentía miedo alguno, estaba expectante deseoso de conocer esas nuevas sensaciones.
Me levantó un poco de los hombros para sacar mi playera, para luego acariciar suavemente mi espalda, volviendo a direccionarme con firmeza hasta colocar mi cuepo de nuevo en posición de perrito.
Sentí su pene pegado a mi cuerpo, con sus manos de nuevo abrió mis nalgas, y acomodo su verga entre ellas, frotándola de arriba abajo, luego la metía entre mis piernas, y me la restregaba.
– Relájate nena, relájate, pronto la vas a sentir cuando entre – me decía con una voz fuerte y varonil mientras ponía la punta en la entrada de mi culito que no estaba para nada preparado.
– Si, Omar, siii, cuando quieras. Estoy listo. Hazlo cuando quieras. – le respondí en automatico con una vocesita apenas audible, tratando de que los demás no me escucharan.
Luego, con sus manos me agarró suave pero firmemente de las caderas y la punta de su pene logró insertarse levemente en mi agujerito.
– Chiquita, voy a introducirte la verga, debes ponerte flojita, quizá te va a doler, pero te va a gustar, vas a ver. alguien te la metió antes nena?
– No, nadie. Eres el primero.
– Tranquila bebé, tranquila.
– Si Omar, si, estoy tranquila, tú métela, yo aguanto – me sorprendí a mi mismo hablando en femenino.
Una vez que entró la punta, Omar siguió sujetando mis caderas y me fue introduciendo su miembro, entrando poco a poco hasta que tocó fondo.
Y es que aunque fue una penetracion lenta y suave, una vez que entró la cabeza, su verga entera se fue como cuchillo en mantequilla hasta la mitad, y despues hasta el fondo.
Entonces sentí por primera vez el gusto de ser penetrado, con cuidado, con cariño; nunca nadie había metido su verga,- !Era maravilloso!, contrario a lo que suelen decir, no me dolía en lo más mínimo.
– ¿Ya vez que fácil? la tienes toda adentro, tienes un culito muy tragón – comentó.
Me sujetaba de las caderas haciéndome sentir su hombría y su poder sobre mi, su garrote entraba y salía causándome miles de sensaciones placenteras hasta entonces desconocidas para mi.
Si eso era coger, ¡Yo quería coger siempre!
Jalaba mi culo hacia él y yo gustoso empujaba mi cuerpo hacia atrás para estar más pegados, para engullir ese pedazo de carne por completo y hacerlo desaparecer en mi interior.
Omar casi no hablaba, solo bufaba. En ese momento ya no necesitaba hacerlo, había un entendimiento absoluto de parte mía a todo lo que el quería con solo tocarme o posar sus manos sobre mi; yo quería gritar, no de dolor sino de placer, quería gemir y decirle lo hermoso que sentía su dominio sobre mi, lo maravilloso que era ser enculado por él; quería decirle que era mi macho, mi hombre, mi papito, mi dueño… pero tenía vergüenza y miedo de que los demás fueran a pensar que yo era gay… ¡Lo cuál no era verdad!, a mi siempre me gustaron las mujeres.
El iba alternando tomarme de las caderas o de los hombros, pero siempre con firmeza y seguridad, para dejar claro quien tenía el control y para que, por más rico y maravilloso que yo sintiera su cogida, no olvidara que estaba ahí para hacer lo que a él le causara más placer. Y yo estaba tan agradecido, que no lo pensaba defraudar.
Omar se movía en forma constante; adentro y afuera; en círculos; yo jadeaba, hacía sonidos; me sentía muy feliz ¡Era algo increible y maravilloso! ¡Yo tenía esa verga hermosa en mi interior! ¡Era mía! ¡Lo que nunca soñé, lo que quizás de forma subconsciente anhelé!
Yo disfrutaba como entraba y sentía como me abría, luego la sacaba dejando solo el glande en mí y la dejaba ir toda, entera, hasta el fondo de mi recto, ahí permanecía un momento, volvía a sacarla lentamente y volvía a incrustármela toda en un solo movimiento. Yo comencé a soltar pequeños gemiditos al sentir como se movía dentro de mí
Me la siguió metiendo acompasadamente; era una sensación extraña, que comenzaba en mi cola y recorría todo mi cuerpo; Omar estaba detrás de mí, respiraba fuerte y su cuerpo permanecía en tensión mientras me seguia penetrando.
Parecía que yo estuviera acostumbrado y esa verga había nacido para enfundarse en mi culo. Insisto, no dolía. De hecho, como ya mencioné, yo sentía un indescriptible placer. Y yo me movía buscando de forma instintiva que se corriera en mi interior. Movía mi culito hacia arriba y hacia abajo, al compás de sus embestidas, para que los golpes fueran mayores y las estocadas más profundas. y en cada metida apretaba mi culo como queriendo exprimirlo.
En esas circunstancias, no tardé en empezar a gemir.
– Aaahh. Asíiii! ¡que rico! –decía muy quedamente.
– Te gusta así bebé? – soy tu macho? – Me preguntaba a cada estocada.
– Siii. ¡Mi papi! ¡Mi macho! – le respondía con una voz de niña sin saber porqué.
Luego, Omar me apretó de los hombros y comenzó un mete-saca frenético, mientras bufaba como un toro, chocando sus pelotas contra mis nalgas, aplastándose sobre mi, metiéndome su garrote hasta lo más hondo de mis entrañas.
Omar me siguió cogiendo cada vez más rápido, a medida que mi respiración iba volviéndose más agitada hasta que finalmente lo logró.
De repente, se quedó quieto; su verga se infló en mi culo y Omar explotó en mi interior inundándome de algo cálido, viscoso y húmedo. Su Pene escupía leche en mi interior bombeando y depositándolo muy adentro… totalmente ensartado. Su espalda se arqueaba hacia atrás; yo apretaba queriendo retenerlo y contener su leche dentro de mi.
Omar me la sacó de golpe antes de que su verga se achicara. Lo hizo contra mi deseo dejándome un enorme vacío. Posó su mano sobre mi espalda, para mantener su dominio sobre mi.
Ese acto me recordó que cada vez que yo bañaba a mi perro, debía posar una mano sobre su lomo para evitar que se sacudiera, entre jabonadas y chorros de agua, sacudida inevitable una vez que retiraba mi mano de su lomo.
Así que comprendí instintivamente que debía quedarme quieto guiado por mi amo, que sin quitar la mano de mi espalda se incorporó y se ubicó frente a mi, que por inercia me arrodillé y quedé con su garrote frente a mi cara a lo que yo, como todo un experto en la materia, comencé a lamer y chupar limpiándola con mi boca como si mi vida dependiera de ello.
Al principio el sabor era intenso, ya que el olor y sabor de su pene se mezclaban con los de mi culo, pero una vez que lo limpié con mi lengua y tragué con mi boca, ¡Sabía delicioso! Me traía recuerdos placenteros y, definitivamente me encantaba el sabor el olor de su verga.
Me dediqué a besar, lamer y lengüetear desde los huevos hasta la cabeza, con amor, con pasión, con dedicación, con empeño; con el orgullo de hacer aquello en lo que yo sentía que era el mejor. Casi estaba seguro que ninguno de los presentes poseía tal conocimiento.
Mi lengua recorria la barra que invadía mi boca. Mi cabeza se elevaba y caía hundiéndola hasta mi garganta, apenas me cabía en la boca pero trataba de llevarla lo más adentro que podia, para sacarla de nuevo sin soltarla y sin dejar de chupar, llenándola de saliva, besando sus huevos y paladeando su suave y cálido glande.
Estuve disfrutando de esa hermosa verga, por al menos 5 minutos; hasta que creció y se endureció otra vez. Entonces la devoré por completo, mamando ese ardiente falo como alguna vez aprendí con el desconocido del que ya narré en otro relato.
De mi garganta seguían saliendo gemidos de placer, ahogados por ese fierro que llenaba toda mi boca; sonidos que cuando la sacaba de mi boca, se convertían en palabras.
– ¡Papi que rico – eres maravilloso!
– ¡Esta verga es toda mía!
– ¡Eres mi macho y yo soy tu nenita! – expresaba en un volumen bajito, con una vocesita aguda que me salía de forma natural.
De repente sentí que su verga se hinchaba por lo que empecé a succionar con más intensidad haciendo que vaciara toda su leche caliente en mi boca, reteniéndola para saborearla antes de tragar. Omar sostuvo mi nuca con sus manos mientras se vaciaba en mi ¡Por segunda vez!
Yo lo miraba a los ojos extasiado, orgulloso, amoroso y agradecido, por el placer que me había brindado; entonces miré a Andy parado junto a él.
– Que se siente? Es mejor coger o que te la mamen? – le preguntó.
– Es algo que no te puedo explicar, tienes que probarlo le respondió acariciando mi cabeza (con suavidad, como yo hacía con mi perro debido al cariño que le tengo).
Luego me tomó del mentón con firmeza aún arrodillado, Con una seña le invitó a que se acercara y recargó mi cara sobre su entrepierna. Andy tenía una enorme erección que noté al instante y sentí al recargarme.
Hasta entonces salí de mi trance y recordé que teníamos público. Había sido tan maravilloso que me había olvidado de ellos. Lo curioso es que ellos a su vez, permanecían observándonos fijamente en completo silencio, pero pude notar sus vergas paradas al ver de reojo sus entrepiernas.
Aún quedaba mucho tiempo, mucho que aprender y yo no tenía la menor idea de hacia dónde irían los acontecimientos de ese día.